jueves, 25 de julio de 2024

POR LO MENOS UNA VEZ AL AÑO

¡Si murieses en el estado en que se encuentra ahora tu alma!... ¿Hiciste bien tu última confesión?


II

POR LO MENOS UN VEZ AL AÑO

Por lo menos una vez al año... ¿qué? Abre el catecismo, busca los preceptos de la Iglesia, y allí verás extensamente lo que sólo está indicado en los puntos suspensivos: Confesarás tus pecados a un sacerdote aprobado. ¿Cuándo? Ahora, en el tiempo de Cuaresma, preparándote así para la fiesta de Pascua.

¡Penitencia, amigo mío! Sin penitencia no hay salvación. El demonio todo lo intenta para perder tu alma. De esto no cabe la menor duda. ¿Y qué haces tú para salvarla? Ya estamos en el tercer domingo de Cuaresma. ¿Has pensado en hacer tu confesión anual? 

Pues oye lo que te digo: Tal vez te sea de gran utilidad para el negocio espiritual que debes realizar. 

En primer lugar: Reza. Ve a la Iglesia, o busca una celdita separada; arrodíllate humildemente, y pide a Dios la gracia de hacer una buena confesión. Si hace mucho tiempo que te confesaste, bueno sería que te ejercitases, durante algunos días, en rezar y pedir la gracia indicada. 

Después: Examínate. ¿Cuándo te confesaste la última vez? ¿El año pasado? ¿Hace más tiempo? ¿No sientes un ligero rubor al pensar en eso? ¡Si murieses en el estado en que se encuentra ahora tu alma!... ¿Hiciste bien tu última confesión? ¿Te acusaste de todos los pecados graves, u ocultaste alguna cosa? En caso afirmativo debes declarar eso ahora, y repetir aquella confesión. 

Examina tu conciencia mandamiento por mandamiento: 

1er mandamiento: ¿Dudaste voluntariamente de las verdades reveladas? ¿Hablaste contra la fe? ¿Leíste libros, revistas y diarios antirreligiosos o escandalosos? ¿Has intervenido en prácticas supersticiosas? (Espiritismo, cartomancia, etc.) ¿Murmuraste contra Dios, y contra sus altos designios? ¿Hiciste tus oraciones diarias, y cómo? 

2do mandamiento: ¿Pronunciaste falso juramento? ¿Deshonraste el nombre de Dios, o el de los Santos? ¿Pronunciaste esos nombres irritado o colérico? 

3er mandamiento: ¿Perdiste por tu culpa la Misa del domingo? ¿Profanaste el día del Señor con trabajos serviles, sin necesidad? 

4to mandamiento: ¿Faltaste el respeto, amor y obediencia a tus padres o superiores? ¿Maltrataste a tus padres? ¿Educaste bien a tus hijos? ¿Vigilaste su conducta? 

5to mandamiento: ¿Vives en buena armonía con todos? ¿Buscaste pendencias? ¿Alimentaste el odio y sentimientos de venganza? ¿Has perjudicado al prójimo en su vida, o en su salud? ¿Adoptaste las prácticas hediondas de la “moderna” limitación de nacimientos? ¿Perjudicaste tu propia salud, por excesos en la mesa? Examínate también sobre las tentativas de seducción y de suicidio, sobre los malos tratos a los animales. 

6to y 9no mandamientos: Capítulo de impureza: pensamientos impuros voluntarios y consentidos, malos deseos, malas conversaciones, miradas libidinosas, acciones torpes (solo o con otros, solteros o casados...), lecturas inmorales. Profanación del matrimonio. Modas indecentes... Bailes inmorales. 

7mo mandamiento: Capítulo social de la defensa de los bienes del prójimo: hurto, robo, fraude (en negocio, medida, pesos falsos), no pagar las deudas, retener objetos hallados, no dar el justo salario a los obreros y empleados, aprovecharse de la necesidad del prójimo para lucrarse más, causar perjuicio a la propiedad ajena. Este mandamiento impone la obligación de restituir los bienes mal adquiridos. 

8vo mandamiento: Mentira, calumnia, difamación. ¡Existe el deber de restituir la honra del prójimo, en casos de calumnia y difamación! 

¿Cómo has observado la ley del ayuno y de la abstinencia? Examínate sobre los pecados capitales que son: Soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza.

Procura conocer tu pasión dominante, y examínate sobre los deberes propios de tu estado (como: hijo, hija, padre, madre, casado, patrón, obrero, funcionario, profesor, médico, abogado, autoridad).

En segundo lugar: Arrepiéntete. Sin arrepentimiento, ningún pecado se perdona. Vuelve a Dios con los mismos sentimientos del hijo pródigo del Evangelio. Para mejor excitar en tu alma el arrepentimiento, piensa en los castigos del infierno y del purgatorio, que te esperan, si no te decides a hacer penitencia. Mejor aún. Piensa frecuentemente en la Sagrada Pasión de Nuestro Señor; medita las catorce estaciones del Via Crucis, las cinco llagas de Cristo, convenciéndote de que todo esto lo sufrió Jesús por tu causa. 

Cierto día un fervoroso sacerdote recibió la visita de un joven que, como muchos otros de su edad, hallábase enfangado en el lodazal de sus vicios; mostraba voluntad de confesarse; pero aseguraba que le era difícil, si no imposible, sentir arrepentimiento de sus pecados predilectos y acostumbrados. El Padre, sin decir nada, abrió un cajoncito de su mesa, y sacó una estampita que representaba a Nuestro Señor, amarrado a la columna, y sufriendo los azotes de la flagelación. “Toma esta imagen” -dijo entonces al joven- “contémplala durante quince días, con toda atención, Por espacio de cinco minutos cada día, y después, vuelve por acá”. A los ocho días, el Padre recibía la visita del joven amigo, quien, de rodillas, le pidió que le oyese en confesión. La meditación de la sagrada Pasión y Muerte de Nuestro Señor le había conmovido de tal modo, que se llenó de arrepentimiento de sus pecados, y abandonó el camino del vicio. El que no se conmueve ante Jesús crucificado ¿Qué esperanza puede tener aún de salvarse? 

Haz actos de contrición con tus propias palabras, por ejemplo: ¡Mi buen Jesús! ¡Amadísimo Redentor mío! Reconozco que soy muy pecador; reconozco mi ruindad... Me aparté de Vos... Abandoné la oración... No guardé las fiestas... Profané mi cuerpo, convirtiéndolo en instrumento de pecado... Tuve odio... Me olvidé completamente de la Religión. ¿Es posible que todavía me perdonéis? Creo y espero. Vos, que nos enseñasteis la bellísima parábola del hijo pródigo; Vos, que acogisteis benignamente a la pecadora; Vos, que tuviste palabras consoladoras para la adúltera, y abristeis el paraíso al buen ladrón, no me neguéis a mí vuestro perdón. ¡Señor Jesús, tened compasión de mí! Quiero ser bueno. ¡Quiero enmendarme! Os lo prometo. 

Rezar así, sacando las palabras del fondo del corazón, es mejor que recitar maquinalmente largas oraciones de un devocionario. 

En tercer lugar: Enmiéndate. La firme voluntad de enmendarse, de evitar el pecado grave, de huir de las ocasiones próximas de pecar, es condición indispensable para recibir el santo Sacramento de la Penitencia. Abandona las malas compañías. Deja las relaciones ilícitas y frívolas. Reconcíliate con los que mal quieres. Restituye lo que injusta e indebidamente retienes en tu poder. Hay quienes se confiesan solo para poder comulgar. Una vez que han comulgado, vuelven a la misma vida, son los mismos de antes. No debe ser así. El Cristiano ha de confesarse para después enmendarse. Debe vivir de tal manera que pueda comulgar muchas veces, sin recurrir a la confesión; su conducta ha de ser tal, que la comunión frecuente o cotidiana lo mejore y santifique cada vez más. 

Muy útil te será hacer propósitos, pocos, pero buenos, y en estrecha relación con los pecados cometidos, por ejemplo: De hoy en adelante, no he de faltar a Misa los domingos; no he de juntarme con malas compañías; no se ha de ver ya un libro malo en mis manos; he de confesarme cada mes. 

En cuarto lugar: Acúsate de todos los pecados, declarando además el número y circunstancias agravantes de los mortales. La confesión ha de ser sincera. Tienes entera libertad para escoger confesor; pero has de manifestar tus pecados con toda sinceridad. ¡Fuera la falsa vergüenza! - ¿Qué pensará el Padre de mí, si me confieso sinceramente? La confesión sincera solo podrá edificarte y consolarte. ¡Fuera el demonio mudo! Mejor es confesarse sinceramente que arder en el infierno eternamente. ¿Qué dirán los demás, si me confieso? No te preocupes de los comentarios de los demás, cuando se trata de tu alma. Quién ha de responder en el tribunal de Dios has de ser tú y no los otros

En quinto lugar: ¡Haz penitencia! No te contentes con la pequeña penitencia que te impone el confesor. Ella no puede bastar para satisfacer a la justicia divina. A la penitencia sacramental han de añadirse otras voluntariamente escogidas y practicadas, como son: rezar, ayunar, abstenerse de ciertos gustos materiales y espirituales (privarse de fumar, de beber, de ir al cine), dar limosna, ir a Misa entre semana, trabajar y sufrir por amor de Dios. “¡Haced penitencia porque se acerca el reino de los cielos!” (Mat. 3: 2).

A la Misa de este domingo precede esta nota:  “Estación de San Lorenzo extramuros”. Quiere eso decir que, antiguamente se celebraba la Misa, en este día, en la iglesia de San Lorenzo, extramuros de Roma. Para esa celebración se reunían los fieles en otra iglesia, desde donde, en procesión, se dirigían al templo donde se había de celebrar el santo sacrificio. En la iglesia de San Lorenzo, patrono de los catecúmenos, gran luchador y vencedor, se verificaba preferentemente el exorcismo, esto es, la expulsión del demonio. Tal día como hoy, en remotos tiempos, se realizó por primera vez esta ceremonia. El ritual de la Misa alude a esta Tradición. ¡Lancemos hoy el exorcismo! ¡Expulsemos de nuestro corazón al espíritu malo, por medio de una confesión bien hecha! ¡Oh buen Jesús, ayudadnos con vuestra gracia!


Tomado del libro “Salió el sembrador” del padre Juan B. Lehmann de la Congregación del Verbo Divino, edición 1944.


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