Esta es una conexión que aún en nuestros días es ignorada, siendo que es esta estrecha unión Sinagoga-Logia la que gobierna este mundo anegado de tapabocas, alcohol en gel y falsemias de toda índole. Escrito a finales del siglo XIX, no pierde actualidad, ya que es fiel testimonio del proceso revolucionario anticristiano que en nuestros días está en su máximo apogeo, a pocos pasos de preparar el reino del Anticristo. Este texto es anterior incluso al Sínodo Sionista de Basilea de 1897 (que trazó el plano de todos los sucesos del siglo XX para alcanzar los objetivos de la judeomasonería), por lo cual verán en algunas partes del texto observaciones nuestras destacadas en color. Sin más preámbulo les dejamos con la primera entrega de este opúsculo.
Por el padre Heurckmans S.J.
Barcelona, Librería y Tipografía Católica, Año 1887
Los judíos y su influencia en la sociedad han sido en estos últimos tiempos objeto de gran número de escritos, lo cual nada tiene de extraño atendida la incontestable preponderancia de la raza de Judá en la Bolsa, en la prensa y en la política. Y ¿cómo -se preguntará- han adquirido los judíos esta preponderancia? Por medio de la Francmasonería en la que son omnipotentes. Pero ¿de qué manera estos judíos han adquirido tamaña omnipotencia en las sociedades secretas? A esta pregunta no se ha dado todavía, que sepamos, respuesta satisfactoria, y ofrecerla al público es el objeto de las presentes páginas. Al efecto partimos de una hipótesis, pero a nuestro entender esta hipótesis reúne todas las condiciones de verdad, y da la explicación de lo mucho que sin ella queda ininteligible en la organización de la Logia.
Si algún otro escritor hubiese resuelto antes la cuestión en el mismo sentido, no tenemos inconveniente en cederle los honores de la prioridad. Nuestro único deseo es que el pueblo cristiano conozca perfectamente lo que es la Masonería, pues obligado a sufrir el yugo de dueños desconocidos y extraños, coopera con harta frecuencia a la consolidación de esta dominación secreta. Esto es lo que hace, por ejemplo, al dar su apoyo a la Francmasonería, en su manifestación profana, el Liberalismo, en materia de elecciones, de prensa, de asociaciones, etc. ¡Ojalá que todos los que permanecen todavía obcecados abran por fin sus ojos a la luz!
El origen de la Francmasonería es desconocido. Cierto que se han intentado diferentes explicaciones, pero ninguna alega en su favor pruebas perentorias. Encontrámonos, por consiguiente, en presencia de un punto histórico envuelto en nebulosidades.
Nadie creerá que las leyendas que divulgan los francmasones revelan el verdadero origen de la Logia en su forma actual. Entre esas fábulas, unas las hacen remontar hasta la caída de los ángeles, otras hasta Adán; algunas hasta la construcción del Templo de Salomón, y no faltan otras, por último, que relacionan la existencia de la Francmasonería con la de tal o cual secta del paganismo.
Todas estas invenciones presentan, sin embargo, cierto fundamento, consideradas como símbolos, y el contenido del presente opúsculo tiende a derramar sobre ellas alguna luz.
Los autores católicos limitan sus investigaciones a la duración de la era cristiana, y en esto juzgamos que aciertan. Pero ¿a quién hay que atribuir la organización de la Francmasonería?
¿Quiénes son sus autores?
¿Lo son acaso los gnósticos con su mezcla de cristianismo, de hechicería y de tradiciones paganas; con su inmoralidad monstruosa y sus teorías comunistas?
¿Lo son los maniqueos, adoradores del sol y de los astros, adversarios del derecho de propiedad, constituidos en jerarquía y ligados con juramentos?
¿Lo son los albigenses, herederos de los sectarios precedentes?
¿Lo son por ventura los templarios, condenados por Clemente V y extirpados por Felipe el Hermoso?
Se han emitido todas estas opiniones: cada una de ellas puede tener cierta apariencia de verdad, pero ninguna suministra explicación satisfactoria.
Punto incontrovertible es ya en los tiempos que corremos, que la Francmasonería es una conspiración contra el trono y el altar: he aquí su verdadera naturaleza. A pesar del secreto que prescribe la secta, son conocidas de todo el mundo la mayor parte de sus prácticas y publicaciones. Las obras de Amando Neut, del Rdo. Gyr, del P. Dechamps, de Claudio Janet, las recientes revelaciones de León Táxil, etc., han hecho que sean del dominio público gran número de documentos que la Logia no puede recusar (*En nuestros tiempos poseemos pruebas más contundentes de la verdadera naturaleza de la Masonería: testimonios de ex- masones, los hechos de las dos guerras mundiales y de la política actual, las actas del Congreso Sionista de Basilea de 1897, etc.).
Los francmasones, además, trabajan por su objeto con una malicia diabólica; en toda su acción adviértese el sello de una astucia, de un cálculo y de una perseverancia de lo que no se encuentran ejemplos fuera de la Francmasonería.
Este estado de cosas no puede menos de tener una razón de ser. Así lo atestigua constantemente la historia: cada hecho reconoce su causa, y una causa proporcionada a su carácter especial.
Establecido este principio ¿será suficiente, para explicar el origen de la Francmasonería, su objeto y su acción incesante, alegar las tendencias de tal o cual secta herética, el odio a los templarios o cualquier otra causa análoga? No lo creemos.
Cierto que el carácter común de todas las herejías en su origen es el odio contra la Santa Iglesia y sus miembros; pero todas ellas han muerto de la misma enfermedad, el agotamiento de fuerzas. Por otra parte, el odio no explica satisfactoriamente el motivo de una guerra sin tregua ni cuartel como la organizada por la Logia contra la Iglesia: en el fondo de este aborrecimiento ha de haber un ideal que aquella quiera alcanzar a todo trance.
Cierto que la supresión de la Orden de los Templarios encendió en el corazón de los últimos miembros de ella el fuego de la venganza; mas ¿quién, después de su muerte, tenía motivo alguno para alimentar ese fuego?
Cierto que nos suministra la historia repetidos ejemplos de conspiraciones contra los reyes y los príncipes; pero, motivadas por el descontento o por la violación de derechos legítimos, cesaban tales conspiraciones así que de un modo u otro desaparecían las causas que las habían producido.
La conspiración de los francmasones es de un carácter único. Dirigida contra toda autoridad establecida, tanto temporal como espiritual, quiere derribar a la vez el trono y el altar. Trabaja en las tinieblas, se le encuentra en todas partes, y no se satisface sino a condición de lograr su objeto. Las revoluciones más espantosas, la propagación universal de doctrinas impías y revolucionarias, el progreso de la corrupción de costumbres: todo esto no es su objeto sino únicamente medios para alcanzarlo.
¿Quién puede haber concebido tamaña conjuración?
Respondemos a esta pregunta: Los judíos y únicamente los judíos.
Reconocemos que no pasa esto de ser una hipótesis de la que ahora no ha dado la historia pruebas fehacientes (1) (*Desde este libro a nuestro tiempo actual -2024- han pasado 137 años que dan testimonio fiel de que más que teoría o hipótesis es un hecho consumado la complicidad entre la Sinagoga y la Logia); pero únicamente esta hipótesis puede darnos la solución del enigma que nos ocupa. Y desde luego, sólo en los judíos encontramos un objeto que persiste siempre, y que manifiestamente no han alcanzado aún: el restablecimiento de la nación judaica. (*Ya lo han alcanzado, o por lo menos en gran parte, con el establecimiento del ilegal Estado de Israel en 1948).
Nadie ignora que sobre el pueblo judío, por haber rechazado al Cristo y entregándolo a los gentiles, recayó la maldición divina: la sangre derramada por la redención del mundo cayó sobre Israel como una maldición: “Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”. Jerusalén, según la profecía de Jesucristo, fue asolada, y el pueblo escogido, trocado en infiel, fue arrojado de su propio país y anda disperso entre las naciones.
El judío, no obstante, continúa siendo lo que era. Nunca se ha confundido con otros pueblos; conserva su culto, su lengua, sus costumbres y su carácter propios: la nación judaica continúa existiendo, pero en el destierro (*Aún en nuestros tiempos, la mayor parte de los judíos viven fuera del Estado de Israel, esparcidos entre las demás naciones, como esperando el verdadero cumplimiento de las promesas de Yahvé, y no esta táctica sionista del 48) como en otro tiempo en Babilonia.
Por otra parte, este destierro está en oposición con la vida entera y con las aspiraciones de los judíos. Para ellos no hay otra patria que el país que Dios les concedió: la Palestina. Su ciudad santa continúa siendo Jerusalén, con su templo único; pero, privados de este templo, lo están a la vez de las solemnidades religiosas y de los sacrificios que la ley prescribe. Estos hechos son incontestables.
¿Qué se quiere más natural, por consiguiente, sino que los judíos, extranjeros y derrotados en medio de las naciones, suspiren constantemente por su Patria, deseosos siempre de reconstruir a Sión y de contemplar el templo en todo su esplendor?
“Séquese mi diestra, oh Jerusalén, si me olvidare de ti. Péguese mi lengua al paladar si no me acordare de ti, oh ciudad santa, si no me propongo a Jerusalén como el principal objeto de mi alegría” (Salmo 136, 6, 8). Estos acentos, tomados del Salmista, son el grito de toda alma verdaderamente judía. Haber perdido a Sión es haberlo perdido todo.
(1) No quiere esto decir que la historia no suministre indicio alguno sobre el particular: más adelante podrán verse algunos en el apéndice.
Continúa...
JUDAÍSMO Y FRANCMASONERÍA
LA FRANCMASONERÍA ¿ES DE ORIGEN JUDAICO?
Por el padre Heurckmans S.J.
Barcelona, Librería y Tipografía Católica, Año 1887
PRÓLOGO
Los judíos y su influencia en la sociedad han sido en estos últimos tiempos objeto de gran número de escritos, lo cual nada tiene de extraño atendida la incontestable preponderancia de la raza de Judá en la Bolsa, en la prensa y en la política. Y ¿cómo -se preguntará- han adquirido los judíos esta preponderancia? Por medio de la Francmasonería en la que son omnipotentes. Pero ¿de qué manera estos judíos han adquirido tamaña omnipotencia en las sociedades secretas? A esta pregunta no se ha dado todavía, que sepamos, respuesta satisfactoria, y ofrecerla al público es el objeto de las presentes páginas. Al efecto partimos de una hipótesis, pero a nuestro entender esta hipótesis reúne todas las condiciones de verdad, y da la explicación de lo mucho que sin ella queda ininteligible en la organización de la Logia.
Si algún otro escritor hubiese resuelto antes la cuestión en el mismo sentido, no tenemos inconveniente en cederle los honores de la prioridad. Nuestro único deseo es que el pueblo cristiano conozca perfectamente lo que es la Masonería, pues obligado a sufrir el yugo de dueños desconocidos y extraños, coopera con harta frecuencia a la consolidación de esta dominación secreta. Esto es lo que hace, por ejemplo, al dar su apoyo a la Francmasonería, en su manifestación profana, el Liberalismo, en materia de elecciones, de prensa, de asociaciones, etc. ¡Ojalá que todos los que permanecen todavía obcecados abran por fin sus ojos a la luz!
JUDAÍSMO Y FRANCMASONERÍA
I
El origen de la Francmasonería es desconocido. Cierto que se han intentado diferentes explicaciones, pero ninguna alega en su favor pruebas perentorias. Encontrámonos, por consiguiente, en presencia de un punto histórico envuelto en nebulosidades.
Nadie creerá que las leyendas que divulgan los francmasones revelan el verdadero origen de la Logia en su forma actual. Entre esas fábulas, unas las hacen remontar hasta la caída de los ángeles, otras hasta Adán; algunas hasta la construcción del Templo de Salomón, y no faltan otras, por último, que relacionan la existencia de la Francmasonería con la de tal o cual secta del paganismo.
Todas estas invenciones presentan, sin embargo, cierto fundamento, consideradas como símbolos, y el contenido del presente opúsculo tiende a derramar sobre ellas alguna luz.
Los autores católicos limitan sus investigaciones a la duración de la era cristiana, y en esto juzgamos que aciertan. Pero ¿a quién hay que atribuir la organización de la Francmasonería?
¿Quiénes son sus autores?
¿Lo son acaso los gnósticos con su mezcla de cristianismo, de hechicería y de tradiciones paganas; con su inmoralidad monstruosa y sus teorías comunistas?
¿Lo son los maniqueos, adoradores del sol y de los astros, adversarios del derecho de propiedad, constituidos en jerarquía y ligados con juramentos?
¿Lo son los albigenses, herederos de los sectarios precedentes?
¿Lo son por ventura los templarios, condenados por Clemente V y extirpados por Felipe el Hermoso?
Se han emitido todas estas opiniones: cada una de ellas puede tener cierta apariencia de verdad, pero ninguna suministra explicación satisfactoria.
II
Punto incontrovertible es ya en los tiempos que corremos, que la Francmasonería es una conspiración contra el trono y el altar: he aquí su verdadera naturaleza. A pesar del secreto que prescribe la secta, son conocidas de todo el mundo la mayor parte de sus prácticas y publicaciones. Las obras de Amando Neut, del Rdo. Gyr, del P. Dechamps, de Claudio Janet, las recientes revelaciones de León Táxil, etc., han hecho que sean del dominio público gran número de documentos que la Logia no puede recusar (*En nuestros tiempos poseemos pruebas más contundentes de la verdadera naturaleza de la Masonería: testimonios de ex- masones, los hechos de las dos guerras mundiales y de la política actual, las actas del Congreso Sionista de Basilea de 1897, etc.).
Los francmasones, además, trabajan por su objeto con una malicia diabólica; en toda su acción adviértese el sello de una astucia, de un cálculo y de una perseverancia de lo que no se encuentran ejemplos fuera de la Francmasonería.
Este estado de cosas no puede menos de tener una razón de ser. Así lo atestigua constantemente la historia: cada hecho reconoce su causa, y una causa proporcionada a su carácter especial.
Establecido este principio ¿será suficiente, para explicar el origen de la Francmasonería, su objeto y su acción incesante, alegar las tendencias de tal o cual secta herética, el odio a los templarios o cualquier otra causa análoga? No lo creemos.
Cierto que el carácter común de todas las herejías en su origen es el odio contra la Santa Iglesia y sus miembros; pero todas ellas han muerto de la misma enfermedad, el agotamiento de fuerzas. Por otra parte, el odio no explica satisfactoriamente el motivo de una guerra sin tregua ni cuartel como la organizada por la Logia contra la Iglesia: en el fondo de este aborrecimiento ha de haber un ideal que aquella quiera alcanzar a todo trance.
Cierto que la supresión de la Orden de los Templarios encendió en el corazón de los últimos miembros de ella el fuego de la venganza; mas ¿quién, después de su muerte, tenía motivo alguno para alimentar ese fuego?
Cierto que nos suministra la historia repetidos ejemplos de conspiraciones contra los reyes y los príncipes; pero, motivadas por el descontento o por la violación de derechos legítimos, cesaban tales conspiraciones así que de un modo u otro desaparecían las causas que las habían producido.
La conspiración de los francmasones es de un carácter único. Dirigida contra toda autoridad establecida, tanto temporal como espiritual, quiere derribar a la vez el trono y el altar. Trabaja en las tinieblas, se le encuentra en todas partes, y no se satisface sino a condición de lograr su objeto. Las revoluciones más espantosas, la propagación universal de doctrinas impías y revolucionarias, el progreso de la corrupción de costumbres: todo esto no es su objeto sino únicamente medios para alcanzarlo.
¿Quién puede haber concebido tamaña conjuración?
III
Respondemos a esta pregunta: Los judíos y únicamente los judíos.
Reconocemos que no pasa esto de ser una hipótesis de la que ahora no ha dado la historia pruebas fehacientes (1) (*Desde este libro a nuestro tiempo actual -2024- han pasado 137 años que dan testimonio fiel de que más que teoría o hipótesis es un hecho consumado la complicidad entre la Sinagoga y la Logia); pero únicamente esta hipótesis puede darnos la solución del enigma que nos ocupa. Y desde luego, sólo en los judíos encontramos un objeto que persiste siempre, y que manifiestamente no han alcanzado aún: el restablecimiento de la nación judaica. (*Ya lo han alcanzado, o por lo menos en gran parte, con el establecimiento del ilegal Estado de Israel en 1948).
Nadie ignora que sobre el pueblo judío, por haber rechazado al Cristo y entregándolo a los gentiles, recayó la maldición divina: la sangre derramada por la redención del mundo cayó sobre Israel como una maldición: “Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”. Jerusalén, según la profecía de Jesucristo, fue asolada, y el pueblo escogido, trocado en infiel, fue arrojado de su propio país y anda disperso entre las naciones.
El judío, no obstante, continúa siendo lo que era. Nunca se ha confundido con otros pueblos; conserva su culto, su lengua, sus costumbres y su carácter propios: la nación judaica continúa existiendo, pero en el destierro (*Aún en nuestros tiempos, la mayor parte de los judíos viven fuera del Estado de Israel, esparcidos entre las demás naciones, como esperando el verdadero cumplimiento de las promesas de Yahvé, y no esta táctica sionista del 48) como en otro tiempo en Babilonia.
Por otra parte, este destierro está en oposición con la vida entera y con las aspiraciones de los judíos. Para ellos no hay otra patria que el país que Dios les concedió: la Palestina. Su ciudad santa continúa siendo Jerusalén, con su templo único; pero, privados de este templo, lo están a la vez de las solemnidades religiosas y de los sacrificios que la ley prescribe. Estos hechos son incontestables.
¿Qué se quiere más natural, por consiguiente, sino que los judíos, extranjeros y derrotados en medio de las naciones, suspiren constantemente por su Patria, deseosos siempre de reconstruir a Sión y de contemplar el templo en todo su esplendor?
“Séquese mi diestra, oh Jerusalén, si me olvidare de ti. Péguese mi lengua al paladar si no me acordare de ti, oh ciudad santa, si no me propongo a Jerusalén como el principal objeto de mi alegría” (Salmo 136, 6, 8). Estos acentos, tomados del Salmista, son el grito de toda alma verdaderamente judía. Haber perdido a Sión es haberlo perdido todo.
(1) No quiere esto decir que la historia no suministre indicio alguno sobre el particular: más adelante podrán verse algunos en el apéndice.
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