sábado, 13 de julio de 2024

CATECISMO DE TRENTO (1566) - EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA


EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA

Importancia de la instrucción sobre la Eucaristía

Así como de todos los sagrados misterios que nos legó nuestro Señor y Salvador como instrumentos infalibles de la gracia divina, no hay ninguno comparable al Santísimo Sacramento de la Eucaristía, así tampoco por ningún delito hay castigo más severo que temer de Dios que por el uso impío o irreligioso por parte de los fieles de aquello que está lleno de santidad, o mejor dicho, que contiene al autor 
mismo y fuente de la santidad. Esto lo vio sabiamente el Apóstol y nos lo ha advertido abiertamente. Porque, cuando hubo declarado la enormidad de la culpa de los que no discernieron el cuerpo del Señor, inmediatamente añadió: Por eso hay muchos enfermos y débiles entre vosotros, y muchos duermen.

Para que los fieles, conscientes de los honores divinos que se deben a este celestial Sacramento, obtengan de él abundante fruto de gracia y escapen a la justísima ira de Dios, los pastores expliquen con la mayor diligencia todo aquello que parezca más propio para manifestar más plenamente su majestad.

Institución de la Eucaristía

En esta materia será necesario que los pastores, siguiendo el ejemplo del Apóstol Pablo, que profesa haber transmitido a los corintios lo que había recibido del Señor, expliquen ante todo a los fieles la institución de este Sacramento.

Que su institución fue la siguiente, se infiere claramente del Evangelista. Nuestro Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo. Como divina y admirable prenda de este amor, sabiendo que había llegado la hora en que debía pasar del mundo al Padre, para no ausentarse jamás de los suyos, realizó con inexplicable sabiduría lo que supera todo orden y condición de la naturaleza. Pues habiendo celebrado la cena del cordero pascual con sus discípulos, para que la figura se convirtiera en realidad, la sombra en sustancia, tomó pan y, dando gracias a Dios, lo bendijo, lo partió y dio a sus discípulos, diciendo: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros; haced esto en conmemoración mía”. De la misma manera también, tomó el cáliz después de haber cenado, diciendo: “Este cáliz es el nuevo testamento en mi sangre; haced esto todas las veces que lo bebiereis, en conmemoración mía”.

Significado de la palabra Eucaristía

Por lo cual los escritores sagrados, viendo que no era posible manifestar con un solo término la dignidad y excelencia de este admirable Sacramento, procuraron expresarlo con muchas palabras.

En efecto, a veces se la llama “Eucaristía”, palabra que podemos traducir como buena gracia o como acción de gracias. Y con razón se la debe llamar buena gracia, ya sea porque significa primeramente la vida eterna, acerca de la cual se ha escrito: La gracia de Dios es vida eterna; y también porque contiene a Cristo el Señor, que es la verdadera gracia y la fuente de todos los beneficios.

No menos apropiadamente lo interpretamos como acción de gracias, ya que al inmolar esta víctima purísima, damos diariamente gracias ilimitadas a Dios por todas sus bondades para con nosotros, y sobre todo, por tan excelente don de su gracia, que nos concede en este Sacramento. Este mismo nombre, también, está en plena consonancia con lo que leemos que hizo Cristo el Señor al instituir este misterio. Porque tomando el pan, lo partió y dio gracias. También David, al contemplar la grandeza de este misterio, antes de pronunciar aquel cántico: 
Grandiosas son las obras del Señor, las profundizan los que en ellas se complacen. Toda su obra es grandeza y esplendor y su justicia dura para siempre. Quiso que se recordaran sus milagros, ¿no es el Señor clemente y compasivo? Dio el alimento a aquellos que le temen, pensó que debía hacer primero este acto de acción de gracias: Su obra es alabanza y magnificencia.

Otros nombres de este sacramento

Con frecuencia se le llama también Sacrificio. Sobre este misterio tendremos ocasión de hablar más extensamente en breve.

Se llama además comunión, término que evidentemente está tomado de aquel pasaje del Apóstol donde se lee: 
La copa de bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Pues, como explicó el Damasceno, este Sacramento nos une a Cristo, nos hace partícipes de su carne y de su divinidad, nos reconcilia y nos une unos a otros en el mismo Cristo, y nos forma, por así decirlo, en un solo cuerpo.

De ahí que se le llamase también Sacramento de la paz y del amor. Podemos entender entonces cuán indignos son del nombre de cristianos quienes abrigan enemistades, y cómo el odio, las disensiones y la discordia deben ser enteramente alejados, como la más destructiva perdición de los fieles, especialmente desde que por el Sacrificio diario de nuestra Religión, profesamos no preservar nada con más ansioso cuidado, que la paz y el amor.

Los autores sagrados lo llaman también con frecuencia Viático, ya porque es el alimento espiritual con el que nos sustentamos en nuestra peregrinación por esta vida, ya porque nos prepara para la gloria y la felicidad eternas. Por eso, según una antigua costumbre de la Iglesia Católica, a ningún fiel se le permite morir sin este Sacramento.

Los Padres más antiguos, siguiendo la autoridad del Apóstol, llamaron a veces también a la Sagrada Eucaristía con el nombre de Cena, porque fue instituida por Cristo Señor en el misterio salvífico de la Última Cena.

Sin embargo, no es lícito consagrar o participar de la Eucaristía después de comer o beber, porque, según una costumbre sabiamente introducida por los Apóstoles, como han registrado los escritores antiguos, y que siempre se ha mantenido y conservado, la Comunión la reciben solo las personas que están en ayunas.

La Eucaristía es un Sacramento propiamente dicho

Explicado el significado del nombre, será necesario demostrar que éste es un verdadero Sacramento y uno de los siete que la Santa Iglesia siempre ha reverenciado y venerado religiosamente. Porque cuando se efectúa la consagración del cáliz, se llama misterio de fe.

Además, prescindiendo de los testimonios casi infinitos de los escritores sagrados, que siempre han creído que este Sacramento debía contarse entre los verdaderos, lo mismo se demuestra por el principio mismo y la naturaleza del Sacramento, pues hay en él signos externos y sensibles. Además, significa y produce la gracia. Además, ni los evangelistas ni el Apóstol dejan lugar a dudas sobre su institución por Cristo. Puesto que todas estas cosas concurren para establecer la realidad del Sacramento, evidentemente no hay necesidad de ningún otro argumento.

En qué sentido la Eucaristía es un Sacramento

Pero los pastores deben observar cuidadosamente que en este misterio hay muchas cosas por las que los escritores sagrados han atribuido el nombre de Sacramento. Porque, a veces, tanto la consagración como la Comunión; es más, con frecuencia también el mismo cuerpo y sangre de nuestro Señor, que están contenidos en la Eucaristía, solían llamarse Sacramento. Así San Agustín dice que este Sacramento consiste en dos cosas, las especies visibles de los elementos, y la carne y la sangre invisibles de nuestro Señor Jesucristo mismo. Y en el mismo sentido decimos que este Sacramento debe ser adorado, es decir, el cuerpo y la sangre de nuestro Señor.

Ahora bien, es evidente que todos estos son menos propiamente llamados Sacramentos. Las especies mismas de pan y vino se designan verdadera y estrictamente con este nombre.

En qué se diferencia la Eucaristía de todos los demás Sacramentos

Es fácil inferir en qué medida este Sacramento difiere de los demás, pues todos los demás Sacramentos se perfeccionan con el uso de la materia, es decir, mientras se administran a alguien. Así, el Bautismo adquiere la naturaleza de Sacramento cuando el individuo es lavado con el agua. En cambio, para la perfección de la Eucaristía basta la consagración de la materia misma, ya que ninguna de las dos especies deja de ser Sacramento aunque se conserve en el copón.

Además, en la perfección de los demás Sacramentos no se produce cambio de la materia y del elemento a otra naturaleza. El agua del Bautismo o el óleo de la Confirmación, cuando se administran estos Sacramentos, no pierden su naturaleza primitiva de agua y aceite; pero en la Eucaristía, lo que era pan y vino antes de la consagración, después de la consagración es verdaderamente la sustancia del cuerpo y de la sangre del Señor.

La Eucaristía es un solo Sacramento

Pero aunque son dos los elementos, como el pan y el vino, de los que está constituido todo el Sacramento de la Eucaristía, sin embargo, guiados por la autoridad de la Iglesia, confesamos que no se trata de muchos Sacramentos, sino de uno solo.

De lo contrario, no podría haber el número exacto de siete Sacramentos, como siempre se ha transmitido y como fue decretado por los Concilios de Letrán, Florencia y Trento.

Además, en virtud del Sacramento se efectúa un solo cuerpo místico; por lo tanto, para que el Sacramento mismo corresponda a aquello que efectúa, es necesario que sea uno.

No es uno porque sea indivisible, sino porque significa una sola cosa. Porque así como la comida y la bebida, que son dos cosas diferentes, se emplean sólo para un fin, es decir, para que se recupere el vigor del cuerpo, así también era natural que hubiera una analogía entre ellas en las dos especies diferentes del Sacramento, que deben significar el alimento espiritual por el que se sustentan y refrescan las almas. Por lo cual nuestro Señor el Salvador nos ha asegurado: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.

La Eucaristía significa tres cosas

Por lo tanto, es necesario explicar con diligencia lo que significa el Sacramento de la Eucaristía, para que los fieles, contemplando con sus ojos los sagrados misterios, alimenten al mismo tiempo sus almas con la contemplación de las cosas divinas. Tres cosas, pues, se significan en este Sacramento. La primera es la pasión de Cristo nuestro Señor, ya pasada, pues Él mismo dijo: Haced esto en memoria mía, y el Apóstol dice: Cada vez que comáis este pan y bebáis este cáliz, anunciaréis la muerte del Señor hasta que venga.

También es significativo el hecho de que en el tiempo presente este Sacramento nos confiere la gracia divina y celestial para nutrir y preservar el alma. Así como en el Bautismo somos engendrados a una nueva vida y por la Confirmación somos fortalecidos para resistir a Satanás y profesar abiertamente el nombre de Cristo, así también por el Sacramento de la Eucaristía somos nutridos y sostenidos.

Es, en tercer lugar, un anticipo del gozo y gloria eternos futuros que, según las promesas de Dios, recibiremos en nuestra patria celestial.

Estas tres cosas, pues, que se distinguen claramente por su referencia a los tiempos pasado, presente y futuro, están tan bien representadas por los misterios eucarísticos, que todo el Sacramento, aunque consta de diferentes especies, significa las tres como si se refiriera a una sola cosa.

Partes constitutivas de la Eucaristía

La Materia

A los pastores incumbe particularmente conocer la materia de este Sacramento, para que ellos mismos puedan consagrarlo rectamente y también para que puedan instruir a los fieles sobre su significado, inflamándolos con un ardiente deseo de lo que significa.

El primer elemento de la Eucaristía es el pan

La materia de este Sacramento es doble. El primer elemento es el pan de trigo, del que ahora hablaremos. Del segundo trataremos más adelante. Como atestiguan los Evangelistas Mateo, Marcos y Lucas, Cristo el Señor tomó el pan en sus manos, lo bendijo y lo partió diciendo: Esto es mi cuerpo. Y, según Juan, el mismo Salvador se llamó a sí mismo pan con estas palabras: Yo soy el pan vivo bajado del cielo.

El Pan Sacramental debe ser de trigo


Hay, sin embargo, diversas clases de pan, ya porque se componen de materias diversas, como el trigo, la cebada, las legumbres y otros productos de la tierra; ya porque poseen cualidades diferentes, ya que unos son leudados, otros completamente sin levadura. Es de notar que, con respecto a las primeras, las palabras del Salvador muestran que el pan debe ser de trigo; pues, según el uso común, cuando simplemente decimos pan, se sobreentiende suficientemente que queremos decir pan de trigo. Esto también lo declara una figura en el Antiguo Testamento, porque el Señor mandó que los panes de proposición, que significaban este Sacramento, se hicieran de harina.

El Pan Sacramental debe ser sin levadura

Pero como sólo el pan de trigo debe considerarse como materia propia de este Sacramento, doctrina transmitida por la Tradición Apostólica y confirmada por la autoridad de la Iglesia Católica, así también se puede inferir fácilmente de las acciones de Cristo nuestro Señor que este pan debe ser ázimo. Fue consagrado e instituido por Él el primer día de los panes ázimos, en el que no era lícito a los judíos tener nada leudado en su casa.

Si se objeta la autoridad del Evangelista san Juan, que dice que todo esto se hizo antes de la fiesta de la Pascua, el argumento es de fácil solución, pues por día anterior a la Pascua entiende Juan el mismo día que los otros Evangelistas designan como el primer día de los panes sin levadura. Él quiso señalar especialmente el día natural, que comienza con la salida del sol; mientras que ellos quisieron señalar que nuestro Señor celebró la Pascua el jueves por la tarde, justo cuando comenzaban los días de los panes ázimos. De ahí que también San Crisóstomo entienda por primer día de los panes ázimos el día de la tarde en que debían comerse los panes ázimos.

La peculiar conveniencia de la consagración del pan ácimo para expresar la integridad y pureza de espíritu que los fieles deben mostrar a este Sacramento la aprendemos de estas palabras del Apóstol: Limpiaos de la vieja levadura, para que seáis una masa nueva. Porque Cristo es nuestra Pascua sacrificada. Por lo tanto, hagamos fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con el pan ázimo de sinceridad y de verdad.

El Pan sin levadura no es esencial


Pero esta cualidad del pan no debe considerarse tan esencial que, si falta, no pueda existir el Sacramento, pues ambas especies se llaman con el mismo nombre y tienen la naturaleza propia y verdadera del pan. Sin embargo, nadie tiene derecho a transgredir el loable rito de su Iglesia por su propia autoridad o, mejor dicho, por su presunción. Y tal desviación es tanto menos justificable en los sacerdotes de la Iglesia latina, obligados expresamente por los Sumos Pontífices a consagrar los sagrados misterios sólo con pan ácimo.

Cantidad del Pan

En cuanto a la primera materia de este Sacramento, baste esta exposición. Sin embargo, hay que tener en cuenta que no se ha determinado la cantidad de materia que se ha de consagrar, puesto que no se puede determinar el número exacto de los que pueden o deben recibir los sagrados misterios.

El segundo elemento de la Eucaristía es el Vino

Nos queda tratar de la otra materia y elemento de este Sacramento, que es el vino prensado del fruto de la vid, al que se mezcla un poco de agua.

El hecho de que en la institución de este Sacramento nuestro Señor y Salvador se sirviera del vino ha perdurado en todos los tiempos en la doctrina de la Iglesia Católica, pues Él mismo dijo: “No beberé de este fruto de la vid hasta aquel día”. Sobre este pasaje observa Crisóstomo: “Del fruto de la vid”, que ciertamente produjo vino, no agua; como si hubiera querido, ya en una época tan temprana, desarraigar la herejía que afirmaba que en estos misterios sólo se debe usar agua.

El agua debe mezclarse con el vino

La Iglesia de Dios siempre ha mezclado el agua con el vino. En primer lugar, porque así lo hizo Cristo nuestro Señor, como lo prueban la autoridad de los Concilios y el testimonio de San Cipriano; en segundo lugar, porque con esta mezcla se renueva el recuerdo de la sangre y del agua que brotaron de su costado. Las aguas también, como leemos en el Apocalipsis, significan el pueblo; y, por lo tanto, el agua mezclada con el vino significa la unión de los fieles con Cristo, su Cabeza. Este rito, que deriva de la Tradición Apostólica, lo ha observado siempre la Iglesia Católica.

Pero aunque hay razones tan graves para mezclar agua con el vino, que no se puede omitir sin incurrir en culpa de pecado mortal, sin embargo, su omisión no hace nulo el Sacramento.

Así como en los sagrados misterios los sacerdotes deben tener cuidado de mezclar el agua con el vino, así también deben tener cuidado de mezclarlo en pequeña cantidad, porque, según la opinión y el juicio de los escritores eclesiásticos, el agua se convierte en vino. De ahí estas palabras del Papa Honorio sobre este tema: En vuestro distrito se ha impuesto un abuso pernicioso de usar en el sacrificio una mayor cantidad de agua que de vino, mientras que, según la práctica racional de la Iglesia universal, el vino debe usarse en mucha mayor cantidad que el agua.

Ningún otro elemento pertenece a este Sacramento

Éstos son, pues, los únicos dos elementos de este Sacramento; y con razón se ha establecido por muchos decretos que, aunque ha habido quienes no han tenido miedo de hacerlo, es ilícito ofrecer otra cosa que no sea pan y vino.

La peculiar aptitud del pan y del vino

Ahora tenemos que considerar la aptitud de estos dos símbolos del pan y del vino para representar aquellas cosas de las cuales creemos y confesamos que son signos sensibles.

En primer lugar, pues, nos indican a Cristo, como verdadera vida de los hombres, pues nuestro Señor mismo dice: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Así pues, como el cuerpo de Cristo Señor proporciona alimento para la vida eterna a quienes reciben este Sacramento con pureza y santidad, con razón la materia se compone principalmente de aquellos elementos con los que se sustenta nuestra vida presente, para que los fieles comprendan fácilmente que el alma y el espíritu se sacian con la comunión del precioso cuerpo y sangre de Cristo.

Estos mismos elementos sirven también para sugerir a los hombres la verdad de la presencia real del cuerpo y de la sangre del Señor en el Sacramento. Al observar, como lo hacemos, que el pan y el vino se transforman cada día por el poder de la naturaleza en carne y sangre humanas, esta analogía nos lleva más fácilmente a creer que la sustancia del pan y del vino se transforma, por la bendición celestial, en la carne y la sangre reales de Cristo.

Este admirable cambio de los elementos ayuda también a prefigurar lo que ocurre en el alma. Aunque en el pan y en el vino no se note ningún cambio exterior, sin embargo su sustancia se transforma verdaderamente en la carne y en la sangre de Cristo; así, de la misma manera, aunque en nosotros nada parezca cambiado, sin embargo somos renovados interiormente para la vida, cuando recibimos en el Sacramento de la Eucaristía la verdadera vida.

Además, el cuerpo de la Iglesia, que es uno, está formado por muchos miembros, y nada ilustra mejor esta unión que los elementos del pan y del vino, pues el pan se hace de muchos granos y el vino se prensa de muchos racimos de uvas. Así, significan que nosotros, aunque somos muchos, estamos íntimamente unidos entre nosotros por el vínculo de este divino misterio y formamos, por así decirlo, un solo cuerpo.

Forma de la Eucaristía

A continuación se tratará de la forma que se ha de emplear en la consagración del pan, no para que los fieles aprendan estos misterios, a menos que la necesidad lo exija, pues este conocimiento no es necesario para quienes no han recibido el Orden 
Sagrado. El propósito (de esta sección) es prevenir contra los errores más vergonzosos por parte de los sacerdotes, al momento de la consagración, debido a la ignorancia de la forma.

Forma que debe utilizarse en la consagración del pan

Nos enseñan, pues, los santos Evangelistas Mateo y Lucas, y también el Apóstol, que la forma consiste en estas palabras: Esto es mi cuerpo; porque escrito está: Mientras cenaban, Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y dio a sus discípulos, diciendo: Tomad y comed: Esto es mi cuerpo.

Esta forma de consagración, observada por Cristo nuestro Señor, ha sido siempre usada por la Iglesia Católica. Los testimonios de los Padres, cuya enumeración sería interminable, y también el decreto del Concilio de Florencia, que es bien conocido y accesible a todos, deben omitirse aquí, tanto más cuanto que el conocimiento que transmiten puede obtenerse de estas palabras del Salvador: Haced esto en memoria mía. Porque lo que el Señor mandó no fue sólo lo que había hecho, sino también lo que había dicho; y esto es especialmente cierto, ya que las palabras fueron pronunciadas no sólo para significar, sino también para cumplir.

Que estas palabras constituyen la forma se prueba fácilmente también por la razón. La forma es lo que significa lo que se realiza en este Sacramento; pero como las palabras precedentes significan y declaran lo que sucede en la Eucaristía, es decir, la conversión del pan en el verdadero cuerpo de nuestro Señor, se sigue, por lo tanto, que estas mismas palabras constituyen la forma. En este sentido pueden entenderse las palabras del Evangelista: Bendijo; pues parecen equivalentes a esto: Tomando pan, lo bendijo, diciendo: “Esto es mi cuerpo”.

No todas las palabras utilizadas son esenciales

Aunque en el Evangelista las palabras “Tomad y comed” preceden a las palabras “Esto es mi cuerpo”, evidentemente expresan sólo el uso, no la consagración, de la materia. Por lo tanto, aunque no son necesarias para la consagración del Sacramento, deben ser pronunciadas por el sacerdote, como lo es también la conjunción para la consagración del cuerpo y la sangre. Pero no son necesarias para la validez del Sacramento, de lo contrario se seguiría que, si este Sacramento no fuera administrado a nadie, no debería, o de hecho no podría, ser consagrado; mientras que nadie puede dudar legítimamente de que el sacerdote, al pronunciar las palabras de nuestro Señor según la institución y la práctica de la Iglesia, consagra verdaderamente la materia propia del pan, aunque después nunca sea administrado.

Forma para la consagración del vino

En cuanto a la consagración del vino, que es el otro elemento de este Sacramento, el sacerdote, por las razones que ya hemos indicado, debe necesariamente conocer bien y entender bien su forma. Por lo tanto, debemos creer firmemente que consiste en las siguientes palabras: Este es el cáliz de mi sangre, del nuevo y eterno pacto, misterio de la fe, que será derramado por vosotros y por muchos para remisión de los pecados. La mayor parte de estas palabras están tomadas de la Escritura; pero algunas se han conservado en la Iglesia por la Tradición Apostólica.

Así, las palabras: “Este es el cáliz”, se encuentran en San Lucas y en el Apóstol; pero las palabras que siguen inmediatamente, “de mi sangre”, o “mi sangre del nuevo pacto, que será derramada por vosotros y por muchos para remisión de los pecados”, se encuentran en parte en San Lucas y en parte en San Mateo. Pero las palabras “eterno” y “misterio de la fe” nos han sido enseñadas por la Santa Tradición, intérprete y depositaria de la Verdad Católica.

En cuanto a esta forma, nadie puede dudar, si se atiende también a lo que ya se ha dicho sobre la forma que se emplea en la consagración del pan. La forma que se ha de emplear (en la consagración) de este elemento, evidentemente consiste en aquellas palabras que significan que la sustancia del vino se convierte en la sangre de nuestro Señor. Por lo tanto, puesto que las palabras ya citadas lo declaran claramente, es evidente que ninguna otra palabra constituye la forma.

Expresan, además, ciertos frutos admirables de la sangre derramada en la Pasión de nuestro Señor, frutos que pertenecen de manera muy especial a este Sacramento. Uno de ellos es el acceso a la herencia eterna, que nos ha llegado por derecho del nuevo y eterno Testamento. Otro es el acceso a la justicia por el misterio de la fe, pues Dios ha puesto a Jesús como propiciador por la fe en su sangre, para que él mismo sea justo y justificador de aquel que es de la fe de Jesucristo. Un tercer efecto es la remisión de los pecados.

Explicación de la forma utilizada en la consagración del vino

Puesto que estas mismas palabras de consagración están repletas de misterios y son muy apropiadas para el tema, exigen una consideración más minuciosa.

Las palabras: Este es el cáliz de mi sangre, deben entenderse como: Esta es mi sangre, que está contenida en este cáliz. La mención del cáliz que se hace en la consagración de la sangre es justa y apropiada, puesto que la sangre es la bebida de los fieles, y esto no quedaría suficientemente significado si no estuviera contenida en algún vaso para beber.

Siguen luego las palabras: Del nuevo testamento. Estas palabras se han añadido para que entendamos que la sangre de Cristo el Señor no se da bajo una figura, como se hacía en la antigua ley, de la que leemos en la Epístola a los Hebreos que sin sangre no se consagra un testamento; sino que se da a los hombres en verdad y en realidad, como corresponde al Nuevo Testamento. Por eso dice el Apóstol: Cristo es, pues, el mediador del nuevo testamento, para que por medio de su muerte, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna.

La palabra “eterna” se refiere a la herencia eterna, derecho que adquirimos por la muerte de Cristo el Señor, el testador eterno.

Las palabras “misterio de la fe”, que se añaden a la oración, no excluyen la realidad, sino que significan que se debe creer con fe firme lo que está oculto, escondido y alejado de la percepción de los ojos. Sin embargo, en este pasaje estas palabras tienen un significado diferente del que tienen cuando se aplican también al Bautismo. Aquí el misterio de la fe consiste en ver por la fe la sangre de Cristo velada bajo las especies del vino; pero el Bautismo es llamado con razón por nosotros Sacramento de la Fe, por los griegos Misterio de la Fe, porque abarca toda la profesión de la Fe Cristiana.

Otra razón por la que llamamos a la sangre del Señor “Misterio de la Fe” es que la razón humana se encuentra particularmente asediada por la dificultad y la confusión cuando la fe propone a nuestra creencia que Cristo el Señor, el verdadero Hijo de Dios, a la vez Dios y hombre, sufrió la muerte por nosotros, y esta muerte está designada por el Sacramento de su sangre.

Por lo tanto, aquí, más que en la consagración de su cuerpo, se conmemora apropiadamente la Pasión de nuestro Señor, con las palabras: que será derramada para la remisión de los pecados. Porque la sangre, consagrada separadamente, sirve para poner ante los ojos de todos, de una manera más poderosa, la Pasión de nuestro Señor, su muerte y la naturaleza de sus sufrimientos.

Las palabras adicionales “por vosotros y por muchos”, tomadas unas de Mateo, otras de Lucas, fueron unidas por la Iglesia Católica bajo la guía del Espíritu de Dios. Sirven para declarar el fruto y la utilidad de su Pasión. Porque si nos fijamos en su valor, debemos confesar que el Redentor derramó su sangre para la salvación de todos; pero si nos fijamos en el fruto que la humanidad ha recibido de ella, encontraremos fácilmente que no pertenece a todos, sino a muchos de la raza humana. Por lo tanto, cuando (Nuestro Señor) dijo: “Por vosotros”, se refería o bien a los que estaban presentes, o bien a los elegidos entre el pueblo judío, como eran, con excepción de Judas, los discípulos con quienes hablaba. Cuando añadió: “Y por muchos” quiso que se entendiera que se refería al resto de los elegidos de entre los judíos o los gentiles.

Con razón, pues, no se usó la expresión “por todos”, pues en este pasaje sólo se habla de los frutos de la Pasión, y sólo a los elegidos Su Pasión trajo el fruto de la salvación. Y esto es lo que quiere decir el Apóstol cuando dice: “Cristo fue ofrecido una sola vez para colmar los pecados de muchos”, y también lo que dice nuestro Señor en Juan: “Ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me has dado, porque son tuyos”.

Bajo las palabras de esta consagración se esconden muchos otros misterios que los pastores, con la ayuda divina, podrán descubrir fácilmente por sí mismos mediante la frecuente meditación y el estudio de las cosas sagradas.

Tres misterios de la Eucaristía

Volvamos ahora a la explicación de las verdades relativas a la Eucaristía, que los fieles no deben ignorar bajo ningún concepto. Los Pastores, conscientes de la advertencia del Apóstol de que los que no disciernen el cuerpo del Señor son culpables de un gravísimo crimen, deben ante todo inculcar en la mente de los fieles la necesidad de separar, tanto como sea posible, su mente y su entendimiento del dominio de los sentidos; porque si creen que este Sacramento contiene sólo lo que los sentidos revelan, caerán necesariamente en una enorme impiedad. Consultando la vista, el tacto, el olfato, el gusto y no encontrando más que las apariencias del pan y del vino, juzgarán naturalmente que este Sacramento no contiene más que pan y vino. Sus mentes, por lo tanto, deben ser retiradas tanto como sea posible de la sujeción a los sentidos y excitadas a la contemplación de la estupenda fuerza y poder de Dios.

La Iglesia Católica cree y profesa firmemente que en este Sacramento las palabras de la consagración realizan tres efectos maravillosos y admirables.

Lo primero es que en este Sacramento está contenido el verdadero cuerpo de Cristo Señor, el mismo que nació de la Virgen y ahora está sentado a la derecha del Padre en el cielo.

Lo segundo, por repugnante que parezca a los sentidos, es que nada de la sustancia de los elementos permanece en el Sacramento

Lo tercero, que puede deducirse de los dos anteriores, aunque las mismas palabras de la consagración lo expresan claramente, es que los accidentes que se presentan a los ojos o a otros sentidos existen de un modo maravilloso e inefable sin sujeto. Podemos ver todos los accidentes del pan y del vino, pero no son inherentes a ninguna sustancia, y existen independientemente de cualquier otra; porque la sustancia del pan y del vino se transforma de tal manera en el cuerpo y la sangre de nuestro Señor, que dejan por completo de ser la sustancia del pan y del vino.

El misterio de la Presencia Real

Para comenzar con el primero de estos misterios, los pastores deben poner toda su atención en mostrar cuán claras y explícitas son las palabras de nuestro Salvador que establecen la Presencia Real de Su Cuerpo en este Sacramento.

Prueba de las Escrituras

Cuando nuestro Señor dice: Este es mi cuerpo, esta es mi sangre, ninguna persona en su sano juicio puede equivocarse en lo que quiere decir, sobre todo porque se refiere a la naturaleza humana de Cristo, de cuya realidad la Fe Católica no permite dudar a nadie. Son adecuadas aquí las admirables palabras de san Hilario, hombre no menos eminente por su piedad que por su erudición: Cuando nuestro Señor mismo declara, como nos enseña nuestra fe, que su carne es verdaderamente alimento, ¿qué lugar puede quedar para la duda sobre la presencia real de su cuerpo y de su sangre?

Los pastores deben citar también otro pasaje, del cual se desprende claramente que el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de nuestro Señor están contenidos en la Eucaristía. El Apóstol, después de haber narrado la consagración del pan y del vino por nuestro Señor, y también la administración de la comunión a los Apóstoles, añade: “Pero que el hombre se pruebe a sí mismo, y así coma de ese pan y beba del cáliz; porque el que come y bebe indignamente, come y bebe juicio para sí mismo, sin discernir el cuerpo del Señor”. Si, como repiten continuamente los herejes, el Sacramento no presenta nada para nuestra veneración sino un memorial y signo de la Pasión de Cristo, ¿por qué había necesidad de exhortar a los fieles, con un lenguaje tan enérgico, a probarse a sí mismos? Con la terrible palabra juicio, el Apóstol muestra cuán enorme es la culpa de los que reciben indignamente y no distinguen del alimento común el cuerpo del Señor oculto en la Eucaristía. En la misma Epístola San Pablo ya había desarrollado más ampliamente esta doctrina, cuando dijo: El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? y el pan que partimos, ¿no es la participación del cuerpo del Señor? Ahora bien, estas palabras significan la sustancia real del cuerpo y de la sangre de Cristo, el Señor.

Prueba de la enseñanza de la Iglesia

Por eso los pastores deben explicar estos pasajes de la Escritura, y enseñarles especialmente que no hay nada dudoso o incierto en ellos, pues son tanto más ciertos cuanto que la enseñanza infalible de la Iglesia de Dios los ha interpretado, como se puede comprobar de dos maneras.

Testimonio de los Padres

Lo primero es consultar a los Padres que florecieron en los primeros tiempos de la Iglesia y en cada siglo sucesivo, que son los testigos más irreprochables de su doctrina. Todos ellos enseñan con los términos más claros y con la más entera unanimidad la verdad de este dogma. Aducir el testimonio individual de cada Padre resultaría una tarea interminable. Es suficiente, por lo tanto, que citemos, o mejor, señalemos algunos, cuyo testimonio proporcionará un criterio fácil para juzgar a los demás.

En primer lugar, San Ambrosio declara su fe. En su libro De los iniciados en los misterios dice que en este Sacramento se recibe el verdadero cuerpo de Cristo, como el verdadero cuerpo de Cristo se recibió de la Virgen, y que esta verdad debe creerse con la firme certeza de la Fe. En otro lugar enseña que antes de la consagración sólo hay pan, pero después de la consagración hay la carne de Cristo.

San Juan Crisóstomo, otro testigo de igual autoridad y gravedad, profesa y proclama esta misteriosa verdad en muchos pasajes, pero particularmente en su homilía sexagésima, Sobre los que reciben indignamente los sagrados misterios; y también en sus homilías cuadragésima cuarta y cuadragésima quinta sobre San Juan. Obedezcamos -dice- y no contradigamos a Dios, aunque lo que Él dice pueda parecer contrario a nuestra razón y a nuestra vista. Sus palabras no pueden engañar, nuestros sentidos son fácilmente engañados.

Con esta doctrina concuerda plenamente la enseñanza uniforme de San Agustín, el más celoso defensor de la Fe Católica, particularmente cuando en su explicación del Salmo treinta y tres dice: Llevarse a sí mismo en sus propias manos es imposible al hombre y peculiar sólo de Cristo. Él fue llevado en sus propias manos cuando, dando su cuerpo para ser comido, dijo: Este es mi cuerpo.

Para pasar por alto a Justino e Ireneo, San Cirilo, en su cuarto libro sobre San Juan, declara en términos tan expresos que el verdadero cuerpo de nuestro Señor está contenido en este Sacramento, que ningún sofisma ni ninguna interpretación capciosa pueden oscurecer su significado.

Si los pastores desean más testimonios de los Padres, les resultará fácil añadir a San Dionisio, San Hilario, San Jerónimo, San Damasceno y muchos otros, cuya importante enseñanza sobre este importantísimo tema ha sido recogida por el trabajo y la labor de hombres eruditos y piadosos.

La enseñanza de los Concilios

Otro medio de comprobar la creencia de la Santa Iglesia en materia de Fe es la condena de la doctrina y opinión contrarias. Es manifiesto que la creencia en la Presencia Real del cuerpo de Cristo en el Santo Sacramento de la Eucaristía fue tan difundida y enseñada en toda la Iglesia universal y unánimemente profesada por todos los fieles, que cuando, hace cinco siglos, Berengario se atrevió a negar este dogma, afirmando que la Eucaristía era sólo un signo, fue unánimemente condenado en el Concilio de Vercelli, que León IX había convocado inmediatamente, tras lo cual él mismo anatematizó su error.

Pero, al reincidir en la misma locura, fue condenado en tres concilios diferentes, uno en Tours y los otros dos en Roma; de los dos últimos, uno fue convocado por el papa Nicolás II y el otro por el papa Gregorio VIII. El Concilio General de Letrán, celebrado bajo el reinado de Inocencio III, ratificó la sentencia. Finalmente, esta verdad quedó definida y establecida con mayor claridad en los concilios de Florencia y Trento.

Dos grandes beneficios de comprobar la Presencia Real

Si, pues, los pastores explican cuidadosamente estos particulares, podrán, ignorando a aquellos que están cegados por el error y nada odian más que la luz de la verdad, fortalecer a los débiles y administrar alegría y consuelo a los piadosos, tanto más cuanto que los fieles no pueden dudar de que este dogma se cuenta entre los Artículos de la Fe.

La Fe se fortalece

Creyendo y confesando, como lo hacen, que el poder de Dios es supremo sobre todas las cosas, también deben creer que Su omnipotencia puede realizar la gran obra que admiramos y adoramos en el Sacramento de la Eucaristía. Y además, puesto que creen en la Santa Iglesia Católica, necesariamente deben creer que la verdadera doctrina de este Sacramento es la que hemos expuesto.

El alma se alegra

Nada contribuye más al gozo espiritual y al provecho de las personas piadosas que la contemplación de la excelsa dignidad de este augusto Sacramento. En primer lugar, aprenden cuán grande es la perfección de la Dispensación evangélica, bajo la cual gozamos de la realidad de lo que bajo la Ley mosaica sólo se prefiguraba mediante tipos y figuras. Por eso dice divinamente San Dionisio que nuestra Iglesia está a medio camino entre la Sinagoga y la Jerusalén celestial, y, por consiguiente, participa de la naturaleza de ambas. Ciertamente, entonces, los fieles nunca podrán admirar suficientemente la perfección de la Santa Iglesia y su excelsa gloria, que parece estar sólo un grado alejada de la bienaventuranza del cielo. Al igual que los habitantes del cielo, también nosotros tenemos a Cristo, Dios y hombre, presente con nosotros. Ellos están elevados un grado por encima de nosotros, en cuanto que están presentes con Cristo y gozan de la Visión Beatífica; mientras nosotros, con fe firme e inquebrantable, adoramos a la Divina Majestad presente con nosotros, no, es verdad, de manera visible a los ojos mortales, sino oculta por un milagro de poder bajo el velo de los Sagrados Misterios.

Además, los fieles experimentan en este Sacramento el amor perfectísimo de Cristo nuestro Salvador. La bondad del Salvador consistió en no apartar de nosotros la naturaleza que asumió de nosotros, sino en desear, en la medida de lo posible, permanecer entre nosotros para que en todo momento se viera que Él verificaba las palabras: Mi delicia es estar con los hijos de los hombres.

Significado de la Presencia Real

Cristo entero y completo está presente en la Eucaristía


En este punto el párroco debe explicar que en este Sacramento no sólo se contienen el verdadero cuerpo de Cristo y todos los componentes de un verdadero cuerpo, como los huesos y los tendones, sino también a Cristo entero y completo. Debe señalar que la palabra Cristo designa al Dios-hombre, es decir, una Persona en la que se unen las naturalezas divina y humana; que la Sagrada Eucaristía, por lo tanto, contiene ambas, y todo lo que está incluido en la idea de ambas, la Divinidad y la humanidad entera y completa, consistente en el alma, todas las partes del cuerpo y la sangre, todo lo cual debe creerse que está en este Sacramento. En el cielo, toda la humanidad está unida a la Divinidad en una hipóstasis o Persona; por lo tanto, sería impío suponer que el cuerpo de Cristo, que está contenido en el Sacramento, esté separado de su Divinidad.

Presencia en virtud del Sacramento y en virtud de la concomitancia

Pero los pastores no deben dejar de observar que en este Sacramento no todas estas cosas están contenidas de la misma manera ni con la misma virtud. Algunas cosas, decimos, están presentes en virtud de la consagración; porque como las palabras de la consagración efectúan lo que significan, los escritores sagrados suelen decir que todo lo que la forma expresa está contenido en el Sacramento en virtud del Sacramento. Por lo tanto, si pudiéramos suponer que alguna cosa está completamente separada del resto, el Sacramento, enseñan, contendría únicamente lo que la forma expresa y nada más.

Por otra parte, algunas cosas están contenidas en el Sacramento porque están unidas a las que se expresan en la forma. Por ejemplo, las palabras “Este es mi cuerpo”, que forman la forma con que se consagra el pan, significan el cuerpo del Señor; y, por lo tanto, el cuerpo mismo de Cristo Señor está contenido en la Eucaristía en virtud del Sacramento. Pero, puesto que al cuerpo de Cristo están unidas su sangre, su alma y su divinidad, es necesario que todas ellas coexistan también en el Sacramento; no en virtud de la consagración, sino en virtud de la unión que subsiste entre ellas y su cuerpo. Todas estas cosas se dicen que están en la Eucaristía en virtud de la concomitancia. Por lo tanto, es evidente que Cristo, entero y completo, está contenido en el Sacramento; porque cuando dos cosas están realmente unidas, donde está una, es necesario que también esté la otra.

Cristo entero y presente bajo cada especie

De donde se sigue también que Cristo está tan contenido, entero y completo, bajo ambas especies, que, como bajo la especie del pan están contenidos no sólo el cuerpo, sino también la sangre y Cristo entero, así de igual manera, bajo la especie del vino están verdaderamente contenidos no sólo la sangre, sino también el cuerpo y Cristo entero.

Pero, aunque estos son asuntos sobre los cuales los fieles no pueden albergar dudas, sin embargo, fue prudente ordenar que se hicieran dos consagraciones distintas. En primer lugar, porque representan de una manera más viva la Pasión de nuestro Señor, en la que su sangre fue separada de su cuerpo; y por eso en la forma de la consagración conmemoramos el derramamiento de Su sangre. En segundo lugar, puesto que el Sacramento debe ser usado por nosotros como alimento y sustento de nuestras almas, fue muy apropiado que se instituyera como alimento y bebida, dos cosas que obviamente constituyen el sustento completo del cuerpo (humano).

Cristo entero y presente en cada parte de cada especie

No hay que olvidar tampoco que Cristo, entero y completo, está contenido no sólo en cada una de las especies, sino también en cada partícula de cada una de ellas. Cada uno -dice San Agustín- recibe a Cristo el Señor, y Él está entero en cada porción. No se disminuye al ser dado a muchos, sino que se da entero y completo a cada uno.

Esto también se deduce claramente de la narración de los Evangelistas. No se debe suponer que nuestro Señor consagró el pan usado en la Última Cena en partes separadas, aplicando la forma particular a cada una, sino que todo el pan usado entonces para los sagrados misterios fue consagrado al mismo tiempo y con la misma forma, y ​​en cantidad suficiente para todos los Apóstoles. Que la consagración del cáliz se realizó de esta manera, es claro por estas palabras del Salvador: Tomadlo y repartidlo entre vosotros.

Lo dicho hasta ahora pretende permitir a los pastores mostrar que en el Sacramento de la Eucaristía están contenidos el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de Cristo.

El Misterio de la Transubstanciación

El siguiente punto que hay que explicar es que la sustancia del pan y del vino no sigue existiendo en el Sacramento después de la consagración. Esta verdad, aunque muy apropiada para excitar nuestra profunda admiración, es sin embargo una consecuencia necesaria de lo que ya se ha establecido.

Prueba del dogma de la Presencia Real

Si después de la consagración el verdadero cuerpo de Cristo está presente bajo las especies del pan y del vino, puesto que antes no estaba allí, es necesario que se haya hecho presente por cambio de lugar, o por creación, o por la sustitución de alguna otra cosa por él. No puede hacerse presente por cambio de lugar, porque entonces dejaría de estar en el cielo, pues todo lo que se mueve necesariamente debe dejar de ocupar el lugar del que se mueve. Menos aún podemos suponer que el cuerpo de Cristo se haga presente por creación; más aún, la idea misma es inconcebible. Para que el cuerpo de nuestro Señor esté presente en el Sacramento, es necesario, por lo tanto, que se haga presente por la sustitución del pan por él. Por lo cual es necesario que no quede nada de la sustancia del pan.

Prueba de los Concilios

Por eso nuestros predecesores en la Fe, los Padres de los Concilios Generales de Letrán y de Florencia, confirmaron con decretos solemnes la verdad de este dogma. El Concilio de Trento lo definió aún más plenamente con estas palabras: Si alguno dijere que en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía permanece la sustancia del pan y del vino, juntamente con el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, sea anatema.

Prueba de las Escrituras


La doctrina así definida es una inferencia natural de las palabras de la Escritura. Al instituir este Sacramento, nuestro Señor mismo dijo: Esto es mi cuerpo. La palabra “esto” expresa toda la sustancia de la cosa presente; y por lo tanto, si la sustancia del pan hubiera permanecido, nuestro Señor no habría podido decir con verdad: Esto es mi cuerpo.

En San Juan, el Señor dice también: El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. El pan que Él promete dar, Él lo declara aquí como su carne. Poco después añade: Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. Y otra vez: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Por lo tanto, puesto que, con términos tan claros y tan explícitos, Él llama a su carne pan y carne verdadera, y a su sangre bebida verdadera, nos da a entender suficientemente que nada de la sustancia del pan y del vino permanece en el Sacramento.

Prueba de los Padres

Quien hojee las páginas de los santos Padres, verá fácilmente que en esta doctrina (de la Transubstanciación) todos han estado siempre de acuerdo. Dice San Ambrosio: Quizá digas: “Este pan no es otro que el que se usa para la comida común”. Es verdad que antes de la consagración es pan; pero apenas pronunciadas las palabras de la consagración, de pan se convierte en la carne de Cristo. Para demostrar más claramente esta posición, la explica con una variedad de comparaciones y ejemplos. En otro lugar, al explicar estas palabras del salmista: Todo lo que el Señor quiso lo hizo en el cielo y en la tierra, San Ambrosio dice: Aunque las especies de pan y vino sean visibles, sin embargo, debemos creer que después de la consagración, solo están allí el cuerpo y la sangre de Cristo. Explicando la misma doctrina casi con las mismas palabras, San Hilario dice que aunque externamente parezca pan y vino, sin embargo, en realidad es el cuerpo y la sangre del Señor.

¿Por qué la Eucaristía se llama Pan después de la Consagración?

En este punto, los pastores deben advertir que no hay que extrañarse de que, incluso después de la consagración, a veces se llame pan a la Eucaristía. Se llama así, en primer lugar, porque conserva la apariencia del pan y, en segundo lugar, porque conserva la cualidad natural del pan, que es sustentar y nutrir el cuerpo.

Además, esta fraseología está en perfecta concordancia con el uso de las Sagradas Escrituras, que llaman a las cosas por lo que parecen ser, como se puede ver en las palabras del Génesis que dicen que Abraham vio tres hombres, cuando en realidad vio tres ángeles. De la misma manera, los dos ángeles que se aparecieron a los Apóstoles después de la Ascensión de Cristo el Señor al cielo, no son llamados ángeles, sino hombres.

El significado de la Transubstanciación

Explicar este misterio es sumamente difícil. El pastor, sin embargo, debe esforzarse en instruir a los que están más adelantados en el conocimiento de las cosas divinas sobre la manera en que se opera este admirable cambio. En cuanto a los que aún son débiles en la fe, tal vez se sientan abrumados por su grandeza.

Transubstanciación: Una conversión total

Esta conversión se realiza de tal manera que toda la sustancia del pan se transforma, por el poder de Dios, en toda la sustancia del cuerpo de Cristo, y toda la sustancia del vino en toda la sustancia de su sangre, sin que se produzca ningún cambio en nuestro Señor mismo, pues no es engendrado, ni cambiado, ni aumentado, sino que permanece íntegro en su sustancia.

San Ambrosio declara así este sublime misterio: Veis cuán eficaces son las palabras de Cristo. Si la palabra del Señor Jesús es tan poderosa que llama a la existencia lo que no existía, es decir, el mundo, ¿cuánto más poderosa será su palabra para transformar en otra cosa lo que ya existe?

Muchos otros Padres antiguos y muy autorizados han escrito en el mismo sentido. Confesamos fielmente -dice San Agustín-que antes de la consagración es el pan y el vino, productos de la naturaleza; pero después de la consagración es el cuerpo y la sangre de Cristo, consagrados por la bendición. El cuerpo -dice el Damasceno- está verdaderamente unido a la Divinidad, ese cuerpo que fue derivado de la Virgen; no porque el cuerpo así derivado descienda del cielo, sino que el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo.

Este admirable cambio, como enseña el Concilio de Trento, la Santa Iglesia Católica lo expresa muy apropiadamente con la palabra Transubstanciación. Así como los cambios naturales se llaman con razón transformaciones, porque implican un cambio de forma, así también nuestros predecesores en la Fe introdujeron sabia y oportunamente el término Transubstanciación, para significar que en el Sacramento de la Eucaristía toda la sustancia de una cosa pasa a toda la sustancia de otra.

Según la advertencia repetida con tanta frecuencia por los Santos Padres, se debe advertir a los fieles que no investiguen con curiosidad cómo se efectúa este cambio, pues desafía las facultades de la concepción; no podemos encontrar ningún ejemplo de ello en las transmutaciones naturales, ni siquiera en la obra misma de la creación. Que tal cambio se produce debe reconocerse por la Fe; no debemos investigar con curiosidad cómo se produce.

No menos cautela deben tener los pastores al explicar el modo misterioso en que el cuerpo de nuestro Señor está contenido entero bajo la más mínima partícula del pan. En realidad, casi nunca se deben tratar discusiones de este tipo. Pero si la caridad cristiana exige apartarse de esta regla, el pastor debe acordarse, ante todo, de preparar y fortalecer a sus oyentes recordándoles que ninguna palabra es imposible para Dios.

Una consecuencia de la Transubstanciación

El párroco debe enseñar, además, que nuestro Señor no está en el Sacramento como en un lugar. El lugar se refiere a las cosas sólo en cuanto a su magnitud. Ahora bien, no decimos que Cristo está en el Sacramento en cuanto que es grande o pequeño, términos que pertenecen a la cantidad, sino en cuanto que es una sustancia. La sustancia del pan se convierte en la sustancia de Cristo, no en magnitud o cantidad; y la sustancia, como todos reconocerán, está contenida tanto en un espacio pequeño como en uno grande. La sustancia del aire, por ejemplo, y toda su naturaleza debe estar presente tanto en una cantidad pequeña como en una grande, y, del mismo modo, toda la naturaleza del agua debe estar presente no menos en un vaso que en un río. Por lo tanto, puesto que el cuerpo de nuestro Señor sucede a la sustancia del pan, debemos confesar que está en el Sacramento de la misma manera que la sustancia del pan estaba presente antes de la consagración; que la sustancia del pan estuviera presente en mayor o menor cantidad es algo totalmente indiferente.

El misterio de los accidentes sin sujeto

Llegamos ahora al tercer gran y maravilloso efecto de este Sacramento, es decir, la existencia de las especies del pan y del vino sin sujeto.

Prueba de los dogmas precedentes

Lo que se ha dicho en explicación de los dos puntos precedentes debe facilitar a los pastores la exposición de esta verdad. Porque, puesto que ya hemos probado que el cuerpo y la sangre de nuestro Señor están real y verdaderamente contenidos en el Sacramento, con exclusión total de la sustancia del pan y del vino, y puesto que los accidentes del pan y del vino no pueden adherirse al cuerpo y a la sangre de Cristo, queda que, en contra de las leyes físicas, deben subsistir por sí mismos, sin heredarse de ningún sujeto.

Prueba de la enseñanza de la Iglesia

Ésta ha sido en todos los tiempos la doctrina uniforme de la Iglesia Católica; y puede ser fácilmente establecida por las mismas autoridades que, como ya hemos probado, dejan claro que la sustancia del pan y del vino deja de existir en la Eucaristía.

Ventajas de este misterio

Nada conviene más a la piedad de los fieles que, dejando de lado toda curiosidad, reverenciar y adorar la majestad de este augusto Sacramento y reconocer la sabiduría de Dios al mandar que estos santos misterios se administren bajo las especies de pan y vino. Porque, puesto que es sumamente repugnante para la naturaleza humana comer carne humana o beber sangre humana, por eso Dios, en su infinita sabiduría, ha establecido la administración del cuerpo y la sangre de Cristo bajo las especies de pan y vino, que son el alimento ordinario y agradable del hombre.

Hay dos ventajas más: en primer lugar, evita los reproches calumniosos de los infieles, de los que no podría defenderse fácilmente el comer a Nuestro Señor bajo su forma visible; en segundo lugar, el recibirle bajo una forma en la que es impermeable a los sentidos sirve de mucho para aumentar nuestra Fe. Porque la Fe -como dice el conocido dicho de San Gregorio- no tiene mérito en aquellas cosas que caen bajo la prueba de la razón.

Las doctrinas arriba tratadas deben explicarse con gran cautela, según la capacidad de los oyentes y las necesidades de los tiempos.

Los efectos de la Eucaristía

Pero, en cuanto a la admirable virtud y los frutos de este Sacramento, no hay ninguna clase de fieles a quienes no les sea sumamente necesario conocerlos. Porque todo lo que se ha dicho extensamente sobre este Sacramento tiene principalmente por objeto hacer sentir a los fieles las ventajas de la Eucaristía. Pero como ningún lenguaje puede dar una idea adecuada de su utilidad y frutos, los pastores deben contentarse con tratar uno o dos puntos para mostrar qué abundancia y profusión de todos los bienes se contienen en estos sagrados misterios.

La Eucaristía contiene a Cristo y es el alimento del alma

Esto lo conseguirán en cierto modo si, después de explicar la eficacia y la naturaleza de todos los Sacramentos, comparan la Eucaristía con una fuente y los demás Sacramentos con arroyuelos. En efecto, la Sagrada Eucaristía debe ser llamada verdadera y necesariamente “fuente de todas las gracias”, pues contiene, de manera admirable, la fuente misma de los dones y gracias celestiales, y al autor de todo Sacramento, Cristo nuestro Señor, de quien, como de su fuente, se deriva todo lo que de bondad y perfección tienen los demás Sacramentos. De esta comparación, pues, podemos inferir fácilmente qué amplísimos dones de la gracia divina nos concede este Sacramento.

También será útil considerar atentamente la naturaleza del pan y del vino, que son los símbolos de este Sacramento. Porque lo que el pan y el vino son para el cuerpo, la Eucaristía lo es para la salud y el deleite del alma, pero de un modo más alto y mejor. Este Sacramento no se convierte, como el pan y el vino, en nuestra sustancia; pero nosotros, de algún modo, nos transformamos en su naturaleza, de modo que podemos aplicar aquí muy bien las palabras de San Agustín: Yo soy el alimento del corazón. Crece y me comerás; no me convertirás en ti, como tu alimento corporal, sino que tú serás transformado en Mí.

La Eucaristía da gracia

Si, pues, la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo, es preciso que se derramen en el alma que recibe con pureza y santidad a Aquel que dijo de Sí mismo: El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Quienes reciben este Sacramento con piedad y fervor, sin duda alguna, deben recibir al Hijo de Dios en su alma de tal modo que se injerten como miembros vivos en su cuerpo. Pues está escrito: El que me come, también vivirá por mí; y también: El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. Explicando este pasaje, San Cirilo dice: El Verbo de Dios, uniéndose a su propia carne, le comunicó un poder vivificante; por lo tanto, le convenía unirse a nuestros cuerpos de una manera maravillosa, por medio de su carne sagrada y de su sangre preciosa, que recibimos en el pan y en el vino, consagrados por su bendición vivificante.

La gracia de la Eucaristía sostiene

Cuando se dice que la Eucaristía imparte la gracia, los pastores deben advertir que esto no significa que no se requiera el estado de gracia para recibir con provecho este Sacramento. Porque, así como el alimento natural no puede ser de utilidad para los muertos, así también los sagrados misterios evidentemente no pueden ser de utilidad para un alma que no vive del espíritu. Por eso se ha instituido este Sacramento bajo las formas del pan y del vino para significar que el objeto de su institución no es devolver la vida al alma, sino conservarla.

La razón, pues, para decir que este Sacramento comunica la gracia es que incluso la primera gracia, con la que todos deben revestirse antes de atreverse a acercarse a la Sagrada Eucaristía, para que no coman ni beban su propia condenación, no se da a nadie a menos que reciba con deseo y voluntad este mismo Sacramento. Porque la Eucaristía es el fin de todos los Sacramentos y el símbolo de la unidad y fraternidad en la Iglesia, fuera de la cual nadie puede alcanzar la gracia.

La gracia de la Eucaristía vigoriza y deleita

Además, así como el cuerpo no sólo se sustenta, sino que también se acrecienta con el alimento natural, del que el gusto se vuelve cada día más sabroso y agradable, así también el alma no sólo se sustenta, sino que se fortalece con el banquete de los alimentos de la Eucaristía, que da al espíritu un gusto cada vez mayor por las cosas celestiales. Por eso, con toda verdad y acierto decimos que por este Sacramento se comunica la gracia, pues con justicia se puede comparar al maná, que contiene la dulzura de todos los sabores.

La Eucaristía perdona los pecados veniales

No se puede dudar que por la Eucaristía se remiten y perdonan los pecados leves, comúnmente llamados veniales. Todo lo que el alma ha perdido por el fuego de la pasión, al caer en alguna falta leve, todo esto la Eucaristía, anulando esas faltas menores, lo repara, del mismo modo, para no apartarnos de la ilustración ya aducida, que el alimento natural restaura y repara gradualmente el desgaste cotidiano causado por la fuerza del calor vital que hay en nosotros. Con justicia, pues, ha dicho San Ambrosio de este celestial Sacramento: Que el pan de cada día se toma como remedio para la enfermedad diaria. Pero estas cosas deben entenderse de aquellos pecados por los cuales no se retiene ningún afecto real.

La Eucaristía fortalece contra la tentación

Además, los sagrados misterios tienen tal poder que nos preservan puros e inmaculados del pecado, nos protegen de los asaltos de la tentación y, como por una medicina celestial, preparan el alma contra la fácil llegada y el contagio de enfermedades virulentas y mortales. Por eso, como narra San Cipriano, cuando los fieles eran llevados en multitudes por los tiranos a los tormentos y a la muerte por confesar el nombre de Cristo, era una antigua costumbre en la Iglesia Católica administrarles, por manos del Obispo, el Sacramento del Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor, para que, vencidos por la severidad de sus sufrimientos, no desfallecieran en la lucha por la salvación.

También refrena y reprime los deseos de la carne, pues mientras inflama el alma más ardientemente con el fuego de la caridad, necesariamente extingue el ardor de la concupiscencia.

La Eucaristía facilita la consecución de la vida eterna

Finalmente, para resumir en una sola palabra todas las ventajas y beneficios de este Sacramento, es necesario enseñar que la Sagrada Eucaristía es eficacísima para alcanzar la gloria eterna, pues está escrito: El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Es decir, por la gracia de este Sacramento los hombres gozan de la mayor paz y tranquilidad de conciencia durante la vida presente; y, cuando llegue la hora de partir de este mundo, como Elías, que con la fuerza del pan cocido en el hogar caminó hacia el monte de Dios, Horeb, también ellos, vigorizados por la influencia fortalecedora de este (alimento celestial), ascenderán a la gloria y la felicidad imperecederas.

Cómo se pueden desarrollar e ilustrar los efectos de la Eucaristía

Todo esto lo explicarán con mayor amplitud los pastores si se detienen en el sexto capítulo de San Juan, en el que se desarrollan los múltiples efectos de este Sacramento. O, además, contemplando las admirables acciones de Cristo nuestro Señor, podrán demostrar que si quienes lo recibieron bajo su techo durante su vida mortal, o recuperaron la salud tocando su vestido o el borde de su manto, fueron considerados justa y merecidamente muy bienaventurados, ¡cuánto más afortunados y felices somos nosotros, en cuya alma, resplandeciente como está de gloria inmarcesible, no desdeña entrar, curar todas sus heridas, adornarla con sus dones más selectos y unirla a sí!

Destinatarios de la Eucaristía

La triple forma de comulgar

Para que los fieles aprendan a desear los mejores dones, es necesario mostrarles quiénes pueden obtener estos frutos abundantes de la Sagrada Eucaristía, y recordarles que no hay un solo modo de comulgar. Con sabiduría y acierto, pues, nuestros predecesores en la fe, como leemos en el Concilio de Trento, distinguieron tres modos de recibir este Sacramento.

Algunos lo reciben sólo sacramentalmente. Son estos pecadores que no temen acercarse a los santos misterios con labios y corazón impuros, y que, como dice el Apóstol, comen y beben indignamente el cuerpo del Señor. De esta clase de comulgantes dice San Agustín: El que no habita en Cristo y en quien Cristo no habita, ciertamente no come espiritualmente su carne, aunque carnal y visiblemente apriete con los dientes el Sacramento de su carne y sangre. Por lo tanto, los que reciben los sagrados misterios con esta disposición, no sólo no obtienen fruto de ellos, sino que, como atestigua el mismo Apóstol, comen y beben su propia condenación.

Otros, dicen, reciben la Eucaristía sólo en espíritu: son aquellos que, inflamados por una fe viva que obra por la caridad, participan con deseo y anhelo de ese pan celestial que se les ofrece, del que reciben, si no entero, al menos frutos grandísimos.

Por último, hay quienes reciben la sagrada Eucaristía tanto sacramental como espiritualmente, y que, según la enseñanza del Apóstol, habiendo probado primero su valía y habiéndose acercado a este divino banquete adornados con el manto nupcial, obtienen de la Eucaristía aquellos frutos abundadísimos que ya hemos descrito. De donde resulta claro que quienes, teniendo en su poder recibir con la debida preparación el Sacramento del Cuerpo del Señor, se contentan con una sola comunión espiritual, se privan de los mayores y más celestiales beneficios.

Necesidad de una preparación previa para la Comunión

Ahora vamos a señalar el modo en que los fieles deben prepararse previamente para la Comunión sacramental. Para demostrar la gran necesidad de esta preparación previa, se debe aducir el ejemplo del Salvador, quien antes de dar a sus Apóstoles el Sacramento de su precioso cuerpo y sangre, aunque ya estaban limpios, les lavó los pies para mostrar que debemos usar la máxima diligencia antes de la Sagrada Comunión para acercarnos a ella con la mayor pureza e inocencia de alma.

Además, los fieles deben entender que, así como el que se acerca así preparado y dispuesto está adornado con los más amplios dones de la gracia celestial, así, por el contrario, el que se acerca sin esta preparación no sólo no obtiene de ella ningún provecho, sino que incluso incurre en la mayor desgracia y pérdida. Es propio de las cosas mejores y más saludables que, si se usan oportunamente, producen el mayor beneficio; pero si se usan fuera de tiempo, resultan sumamente perniciosos y destructivos. Por lo tanto, no debe sorprendernos que los grandes y exaltados dones de Dios, cuando se reciben en un alma debidamente dispuesta, sean de la mayor ayuda para alcanzar la salvación, mientras que para quienes los reciben indignamente, traen consigo la muerte eterna.

El Arca del Señor nos ofrece un ejemplo convincente de esto. El pueblo de Israel no poseía nada más precioso y era para ellos la fuente de innumerables bendiciones de Dios; pero cuando los filisteos se la llevaron, les acarreó una plaga destructora y las más graves calamidades, junto con la desgracia eterna.  Así también la comida, cuando se recibe de la boca en un estómago sano, nutre y sostiene el cuerpo; pero cuando se recibe en un estómago indispuesto, causa graves trastornos.

Preparación del alma

La primera preparación que deben hacer los fieles es distinguir una mesa de otra, esta mesa sagrada de las mesas profanas, este pan celestial del pan común. Esto lo hacemos cuando creemos firmemente que en verdad están presentes el Cuerpo y la Sangre del Señor, de Aquel a quien los Ángeles adoran en el cielo, a cuya señal temen y tiemblan las columnas del cielo, de cuya gloria están llenos los cielos y la tierra. Esto es discernir el Cuerpo del Señor según la admonición del Apóstol. Debemos venerar la grandeza del misterio en lugar de investigar con demasiada curiosidad su verdad mediante investigaciones ociosas.

Otra preparación muy necesaria es preguntarnos si estamos en paz con nuestro prójimo y si lo amamos sinceramente. Si, pues, presentas tu ofrenda en el altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces, viniendo, presentarás tu ofrenda.

En segundo lugar, debemos examinar cuidadosamente si nuestra conciencia está manchada por el pecado mortal, del que debemos arrepentirnos, para que pueda ser borrado antes de la comunión por el remedio de la contrición y la confesión. El Concilio de Trento ha definido que nadie consciente de pecado mortal y teniendo la oportunidad de confesarse, por muy contrito que se sienta, debe acercarse a la Sagrada Eucaristía hasta que haya sido purificado por la Confesión sacramental.

También debemos reflexionar en el silencio de nuestro corazón cuán indignos somos de que el Señor nos conceda este don divino, y con el centurión de quien nuestro Señor declaró que no encontró tan gran fe en Israel, debemos exclamar desde nuestro corazón: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo.

También nosotros deberíamos preguntarnos si podemos decir verdaderamente con Pedro: Señor, tú sabes que te amo, y recordar que quien se sentó al banquete del Señor sin vestido de boda fue arrojado a un calabozo oscuro y condenado a tormentos eternos.

Preparación del cuerpo

Pero nuestra preparación no debe limitarse al alma, sino que debe extenderse también al cuerpo. Debemos acercarnos a la Santa Mesa en ayunas, sin haber comido ni bebido nada, al menos desde la medianoche anterior hasta el momento de la Comunión.

La dignidad de tan gran Sacramento exige también que los casados ​​se abstengan del deber conyugal durante algunos días antes de comulgar. Esta observancia la recomienda el ejemplo de David, quien, al recibir el pan de la proposición de manos del sacerdote, declaró que él y sus siervos habían estado limpios de mujeres durante tres días.

Las cosas mencionadas arriba son las principales que deben hacer los fieles para prepararse para recibir con provecho los sagrados misterios; y a estos puntos pueden reducirse todas las demás cosas que parezcan deseables a modo de preparación.

La obligación de la Comunión

¿Con qué frecuencia se debe recibir la Comunión?

Para que nadie se aparte de la Comunión por temor a que la preparación requerida sea demasiado dura y laboriosa, se debe recordar con frecuencia a los fieles que todos están obligados a recibir la Sagrada Eucaristía. Además, la Iglesia ha decretado que quien no se acerque a la Sagrada Comunión una vez al año, en Pascua, está expuesto a la pena de excomunión.

La Iglesia desea que los fieles comulguen diariamente

Sin embargo, los fieles no deben pensar que basta con recibir el Cuerpo del Señor una vez al año, según el decreto de la Iglesia. Deben acercarse con más frecuencia; pero no hay ninguna regla universal fija que determine si es mensual, semanal o diario. San Agustín, sin embargo, establece una norma muy cierta: Vivir de tal manera que se pueda recibir todos los días.

Será, pues, deber del párroco amonestar con frecuencia a los fieles para que, así como creen necesario dar diariamente el alimento al cuerpo, también se preocupen por alimentar y nutrir diariamente el alma con este alimento celestial. Es evidente que el alma no tiene menos necesidad del alimento espiritual que el cuerpo del corporal. En este punto será muy útil recordar los inestimables y divinos beneficios que, como ya hemos demostrado, se derivan de la Comunión sacramental. Será bueno también referirse al maná, que era figura de este Sacramento y que refrescaba las facultades corporales todos los días. También se pueden citar los Padres que recomendaron con insistencia la recepción frecuente de este Sacramento. Las palabras de San Agustín: “Cada día pecas, cada día recibes”, expresan no sólo su opinión, sino la de todos los Padres que han escrito sobre el tema, como cualquiera que las lea atentamente podrá comprobarlo.

En los Hechos de los Apóstoles se nos dice que hubo un tiempo en que los fieles se acercaban todos los días a la Sagrada Comunión. Todos los que entonces profesaban la fe de Cristo ardían en una caridad tan verdadera y sincera que, dedicándose a la oración y a otras obras de piedad, se encontraban dispuestos a comulgar diariamente. Esta devota práctica, que parece haber sido interrumpida por algún tiempo, fue nuevamente restablecida en parte por el santo Papa y mártir Anacleto, quien mandó que todos los ministros que asistieran al Sacrificio de la Misa comulgaran; ordenanza, como declara el Pontífice, de institución apostólica. También fue práctica de la Iglesia durante mucho tiempo que, tan pronto como se terminaba el Sacrificio y el sacerdote mismo había comulgado, se dirigía a la asamblea e invitaba a los fieles a la Santa Mesa con estas palabras: Venid, hermanos, a recibir la comunión. Y entonces los que estaban preparados se acercaban a recibir los santos misterios con la más fervorosa devoción.

La Iglesia manda a los fieles comulgar una vez al año

Pero más tarde, cuando la caridad y la devoción se habían enfriado tanto que los fieles rara vez se acercaban a la Comunión, el Papa Fabián decretó que todos debían comulgar tres veces al año: en Navidad, Pascua y Pentecostés. Este decreto fue confirmado después por muchos concilios, particularmente por el primero de Agde.

La piedad se fue deteriorando hasta tal punto que no sólo se dejó de observar esta santa y saludable ley, sino que además se postergó durante años la Comunión. Por eso el Concilio de Letrán decretó que todos los fieles recibieran el sagrado cuerpo del Señor al menos una vez al año, en Pascua, y que el descuido de este deber se castigara con la exclusión de la sociedad de los fieles.

¿Quiénes están obligados por la ley de la Comunión?

Pero aunque esta ley, sancionada por la autoridad de Dios y de su Iglesia, se refiere a todos los fieles, se debe enseñar que no se extiende a aquellos que, a causa de su tierna edad, no han alcanzado el uso de la razón, porque no son capaces de distinguir la Sagrada Eucaristía del pan común y corriente, y no pueden llevar consigo a este Sacramento la piedad y la devoción. Además, extender el precepto a ellos parecería incompatible con la ordenanza de nuestro Señor, pues Él dijo: Tomad y comed, palabras que no pueden aplicarse a los niños pequeños, que evidentemente son incapaces de tomar y comer.

En algunos lugares, es cierto, prevalecía una antigua práctica de administrar la Sagrada Eucaristía incluso a los infantes; pero, por las razones ya señaladas y por otras razones acordes con la piedad cristiana, esta práctica ha sido descontinuada desde hace mucho tiempo por autoridad de la Iglesia.

En cuanto a la edad en que se deben dar a los niños los santos misterios, esto lo pueden determinar mejor los padres y el confesor. A ellos corresponde preguntar y averiguar de los mismos niños si tienen algún conocimiento de este admirable Sacramento y si desean recibirlo.

No se debe dar la Comunión a personas que estén locas e incapaces de devoción. Sin embargo, según el decreto del Concilio de Cartago, se les puede administrar al final de su vida, con tal que hayan mostrado, antes de perder la razón, una disposición piadosa y religiosa, y no sea probable ningún peligro derivado del estado del estómago o de otra incomodidad o falta de respeto.

El rito de administrar la Comunión

En cuanto al rito que debe observarse para la Comunión, los párrocos deben enseñar que la ley de la Santa Iglesia prohíbe la Comunión bajo ambas especies a cualquiera que no sea el sacerdote oficiante, sin la autoridad de la misma Iglesia.

Es cierto que Cristo, nuestro Señor, instituyó y administró a sus Apóstoles en la última cena este sublime Sacramento bajo las especies de pan y vino, como lo explicó el Concilio de Trento; pero de esto no se sigue que con ello nuestro Señor y Salvador estableciera una ley que ordenara su administración a todos los fieles bajo ambas especies. En efecto, al hablar de este Sacramento, Él mismo lo menciona con frecuencia bajo una sola especie, como, por ejemplo, cuando dice: Si alguno come de este pan, vivirá eternamente; y: El pan que yo daré es mi carne para que el mundo tenga vida; y: El que come de este pan vivirá eternamente.

Por qué el celebrante solo recibe bajo ambas especies

Es evidente que la Iglesia se vio influida por numerosas y muy convincentes razones no sólo para aprobar, sino también para confirmar por la autoridad de su decreto, la práctica general de comulgar bajo una sola especie. En primer lugar, era necesario tener la máxima cautela para evitar que la sangre del Señor se derramara en la tierra, cosa que no parecía fácil de evitar si el cáliz se administraba en una gran asamblea del pueblo.

En segundo lugar, aunque la Sagrada Eucaristía debía estar preparada para los enfermos, era muy de temer que si las especies de vino permanecían mucho tiempo sin consumir, se volvieran ácidas.

Además, hay muchos que no pueden soportar ni el sabor ni el olor del vino. Por eso, para que lo que se destina a la salud espiritual no sea perjudicial para la salud del cuerpo, la Iglesia ha dispuesto con mucha prudencia que se administre al pueblo únicamente bajo la especie del pan.

Podemos observar además que en muchos países el vino es sumamente escaso y que, además, no se puede traer de otra parte sin incurrir en gastos muy elevados y afrontar viajes muy tediosos y difíciles.

Por último, una razón muy importante fue la necesidad de oponerse a la herejía de quienes negaban que Cristo, entero e íntegro, estuviera contenido bajo una u otra especie, y afirmaban que el cuerpo estaba contenido bajo la especie del pan sin la sangre, y la sangre bajo la especie del vino sin el cuerpo. Por lo tanto, para exponer más claramente ante los ojos de todos la verdad de la Fe Católica, se introdujo con gran sabiduría la comunión bajo una sola especie, es decir, bajo la especie del pan.

Hay también otras razones, recogidas por quienes han tratado sobre este tema, y ​​que, si pareciere necesario, podrán ser aducidas por los pastores.

El Ministro de la Eucaristía

Para no omitir nada doctrinal sobre este Sacramento, pasamos ahora a hablar de su ministro, punto, sin embargo, que casi nadie puede ignorar.

Sólo los sacerdotes tienen poder para consagrar y administrar la Eucaristía

Es necesario, pues, enseñar que sólo a los sacerdotes se ha dado el poder de consagrar y administrar a los fieles la Sagrada Eucaristía. El santo Concilio de Trento explicó que esta ha sido la práctica invariable de la Iglesia, que los fieles reciban el Sacramento de los sacerdotes y que los sacerdotes oficiantes comulguen ellos mismos. El mismo Concilio demostró que esta práctica, que procede de la Tradición Apostólica, debe conservarse religiosamente, sobre todo porque Cristo nuestro Señor nos dejó un ejemplo ilustre de ello, habiendo consagrado su propio santísimo cuerpo y dándoselo a los Apóstoles con sus propias manos.

A los laicos se les prohíbe tocar los Vasos Sagrados

Para salvaguardar de todo modo posible la dignidad de tan augusto Sacramento, no sólo se confía exclusivamente a los sacerdotes la potestad de su administración, sino que la Iglesia ha prohibido también por derecho a todas las personas, salvo las consagradas, que se atrevan a manipular o tocar los Vasos Sagrados, el lienzo u otros instrumentos necesarios para su perfeccionamiento.

Los mismos sacerdotes y el resto de los fieles podrán así comprender cuán grande debe ser la piedad y santidad de quienes se acercan a consagrar, administrar o recibir la Eucaristía.

La indignidad del ministro no invalida el Sacramento

Lo que ya se ha dicho de los demás Sacramentos, vale también para el Sacramento de la Eucaristía, es decir, que un Sacramento es válidamente administrado incluso por los malvados, con tal de que se hayan observado debidamente todos los requisitos esenciales. Pues hemos de creer que todo esto no depende del mérito del ministro, sino que se realiza por la virtud y el poder de Cristo nuestro Señor.

Éstas son las cosas que es necesario explicar acerca de la Eucaristía como Sacramento.

La Eucaristía como Sacrificio

Ahora debemos proceder a explicar su naturaleza de Sacrificio, para que los pastores comprendan cuáles son las principales instrucciones que deben impartir a los fieles los domingos y días festivos, acerca de este misterio, conforme al decreto del Santo Concilio (de Trento).

Importancia de la instrucción sobre la Misa

Este Sacramento no es solamente un tesoro de riquezas celestiales, que si se aprovecha bien nos alcanzará la gracia y el amor de Dios, sino que posee también un carácter peculiar, por el cual somos capaces de devolver a Dios los inmensos beneficios que nos ha concedido.

Cuán agradecida y aceptable a Dios es esta víctima, si es debida y legítimamente inmolada, se deduce de la siguiente consideración. De los sacrificios de la Antigua Ley está escrito: 
Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste; y de nuevo: Si Tú hubieras deseado sacrificios, te los habría dado; con los holocaustos no te deleitarás. Ahora bien, si éstos fueron tan agradables a los ojos del Señor que, como atestigua la Escritura, de ellos percibió Dios olor grato, es decir, le fueron gratos y aceptables; ¿qué no podemos esperar de aquel sacrificio en el que se inmola y se ofrece a Aquel mismo de quien una voz del cielo proclamó dos veces: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia?

Por lo tanto, los pastores deben explicar con diligencia este misterio, para que los fieles, reunidos en la celebración del Oficio divino, aprendan a meditar con atención y devoción las cosas sagradas a las que asisten.

Distinción entre Sacramento y Sacrificio

En primer lugar, se debe enseñar que la Eucaristía fue instituida por Cristo con dos fines: uno, para que fuera el alimento celestial de nuestras almas, que nos permitiera sustentar y conservar la vida espiritual; y el otro, para que la Iglesia tuviera un Sacrificio perpetuo, por el cual nuestros pecados fueran expiados, y nuestro Padre celestial, a menudo gravemente ofendido por nuestros crímenes, se convirtiera de la ira a la misericordia, de la severidad del justo castigo a la clemencia. De esto podemos observar un tipo y una semejanza en el cordero pascual, que los hijos de Israel solían ofrecer y comer como sacramento y sacrificio.

Ni tampoco nuestro Salvador, cuando iba a ofrecerse a Dios Padre en el altar de la cruz, pudo haber dado una indicación más ilustre de su amor ilimitado hacia nosotros que legándonos un Sacrificio visible, por el cual aquel Sacrificio cruento, que pronto había de ser ofrecido una vez en la cruz, sería renovado, y su memoria celebrada diariamente con la mayor utilidad, hasta la consumación de los siglos por la Iglesia difundida por todo el mundo.

Pero entre la Eucaristía como Sacramento y como Sacrificio hay una gran diferencia, pues como Sacramento se perfecciona por la consagración, y como Sacrificio toda su fuerza consiste en la oblación. Por lo tanto, cuando se conserva en un copón o se lleva a los enfermos, es Sacramento, no Sacrificio. También como Sacramento es para quienes lo reciben fuente de mérito y trae consigo todas las ventajas que ya se han dicho; pero como Sacrificio no es sólo fuente de mérito, sino también de satisfacción. Porque, así como Cristo nuestro Señor en su Pasión nos mereció y satisfizo, así también quienes ofrecen este Sacrificio, por el cual comulgan con nosotros, merecen el fruto de su Pasión y satisfacen.

La Misa es un Verdadero Sacrificio

Prueba del Concilio de Trento

Acerca de la institución de este Sacrificio, el Santo Concilio de Trento no dejó lugar a dudas, declarando que fue instituido por nuestro Señor en su Última Cena, y condenando bajo anatema a todos los que afirman que en él no se ofrece a Dios un verdadero y propio Sacrificio, o que ofrecer no significa otra cosa que dar a Cristo como nuestro alimento espiritual.

El Concilio no omitió explicar con cuidado que este Sacrificio se ofrece sólo a Dios. En efecto, aunque la Iglesia celebra a veces Misas en honor y memoria de los Santos, enseña, sin embargo, que el Sacrificio no se ofrece a ellos, sino sólo a Dios, que ha coronado a los Santos con gloria inmortal. Por eso el sacerdote nunca dice: Te ofrezco el sacrificio a ti, Pedro, o a ti, Pablo; sino que, al ofrecer el Sacrificio sólo a Dios, le da gracias por la notable victoria obtenida por los bienaventurados mártires, e implora así su patrocinio, para que ellos, cuya memoria celebramos en la tierra, se dignen interceder por nosotros en el cielo.

Prueba de las Escrituras

Esta doctrina, transmitida por la Iglesia Católica, acerca de la verdad de este Sacrificio, la recibió de las palabras de nuestro Señor, cuando, en aquella última noche, encomendando a sus Apóstoles estos mismos sagrados misterios, dijo: Haced esto en memoria mía; porque entonces, como fue definido por el Santo Concilio, los ordenó sacerdotes, y mandó que ellos y sus sucesores en el oficio sacerdotal inmolaran y ofrecieran Su cuerpo.

De esto dan prueba suficiente las palabras del Apóstol a los Corintios: No podéis beber el cáliz del Señor y el cáliz de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios. Así como por la mesa de los demonios debe entenderse el altar en el que se les ofrecía el sacrificio, así también, si la conclusión que se propone el Apóstol ha de ser legítima, por la mesa del Señor no puede entenderse otra cosa que el altar en el que se ofrecía el Sacrificio al Señor.

Si buscamos figuras y profecías de este Sacrificio en el Antiguo Testamento, en primer lugar Malaquías lo profetizó muy claramente con estas palabras: 
Desde donde sale el sol hasta el ocaso, en cambio, todas las naciones me respetan y en todo el mundo se ofrece a mi Nombre tanto el humo del incienso como una ofrenda pura. Porque mi Nombre es grande en las mismas naciones paganas, dice Yavé de los ejércitos.

Además, esta víctima fue anunciada, tanto antes como después de la promulgación de la Ley, por diversos tipos de sacrificios; porque esta víctima sola, como perfección y consumación de todo, comprende todos los bienes que fueron significados por los otros sacrificios. En nada, sin embargo, vemos una imagen más viva del Sacrificio Eucarístico que en el de Melquisedec; porque el Salvador mismo ofreció a Dios Padre, en su Última Cena, su cuerpo y su sangre, bajo las especies de pan y vino, declarando que fue constituido sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec.

Excelencia de la Misa

La Misa es el mismo Sacrificio que el de la Cruz

Confesamos, pues, que el Sacrificio de la Misa es y debe ser considerado uno y el mismo Sacrificio que el de la cruz, porque la víctima es una y la misma, es decir, Cristo nuestro Señor, que se ofreció a sí mismo, una sola vez, en Sacrificio cruento sobre el altar de la cruz. La víctima cruenta y la incruenta no son dos, sino una sola víctima, cuyo Sacrificio se renueva diariamente en la Eucaristía, en obediencia al mandato de nuestro Señor: Haced esto en conmemoración mía.

El sacerdote es también uno y el mismo, Cristo el Señor; porque los ministros que ofrecen el sacrificio consagran los santos misterios, no en su propia persona, sino en la de Cristo, como lo muestran las mismas palabras de la consagración, pues el sacerdote no dice: Este es el cuerpo de Cristo, sino: Este es mi cuerpo; y así, actuando en la Persona de Cristo el Señor, cambia la sustancia del pan y del vino en la verdadera sustancia de su cuerpo y sangre.

La Misa, un Sacrificio de alabanza, acción de gracias y propiciación

En consecuencia, es necesario enseñar sin vacilación que, como también explicó el Santo Concilio de Trento, el Sacrosanto Sacrificio de la Misa no es sólo un Sacrificio de alabanza y acción de gracias, o una simple conmemoración del Sacrificio realizado en la cruz, sino también un verdadero Sacrificio propiciatorio, por el que Dios se apacigua y se nos hace propicio. Si, por lo tanto, con un corazón puro, una fe viva y conmovidos por un profundo dolor por nuestras transgresiones, inmolamos y ofrecemos esta santísima víctima, sin duda alcanzaremos misericordia del Señor y gracia en el momento de necesidad; porque el Señor se complace tanto en la entrega de esta víctima que, otorgándonos el don de la gracia y el arrepentimiento, perdona nuestros pecados. De ahí esta oración habitual de la Iglesia: Cuantas veces se celebra la conmemoración de esta víctima, tantas veces se realiza la obra de nuestra salvación; es decir, que por este Sacrificio incruento fluyan hacia nosotros los frutos más abundantes de aquella víctima cruenta.

La Misa beneficia tanto a los vivos como a los muertos

Enseñen, además, los pastores que la eficacia de este Sacrificio es tal, que sus beneficios se extienden no sólo al celebrante y al comulgante, sino a todos los fieles, tanto los que viven con nosotros en la tierra como los que ya están contados entre los muertos en el Señor, pero cuyos pecados no han sido aún plenamente expiados. Porque, según la más auténtica Tradición Apostólica, no es menos accesible cuando se ofrece por ellos que cuando se ofrece por los pecados de los vivos, sus penas, satisfacciones, calamidades y dificultades de toda clase.

Es, pues, fácil percibir que todas las Misas, por ser conducentes al interés común y a la salvación de todos los fieles, deben considerarse comunes a todos.

Los ritos y ceremonias de la Misa

El Sacrificio de la Misa se celebra con muchos ritos y ceremonias solemnes, ninguno de los cuales debe considerarse inútil o superfluo. Por el contrario, todos tienden a mostrar la majestad de este augusto Sacrificio y a excitar a los fieles, al contemplar estos misterios salvadores, a contemplar las cosas divinas que se esconden en el Sacrificio Eucarístico. No nos detendremos en estos ritos y ceremonias, ya que requieren una exposición más larga de lo que es compatible con la naturaleza de la presente obra; además, los sacerdotes pueden consultar fácilmente sobre el tema algunos de los muchos folletos y obras que han sido escritos por hombres piadosos y eruditos.

Lo dicho hasta ahora, con la ayuda divina, será suficiente para explicar las cosas principales que conciernen a la Sagrada Eucaristía como Sacramento y Sacrificio.


La Confirmación


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