Por Monseñor De Segur (1862)
Proteo
Proteo era un personaje fabuloso, que tomando todas las formas, se ocultaba a todas las pesquisas y esquivaba todos los ataques.
Proteo es el verdadero tipo de eso que se ha llamado el protestantismo. No se sabe cómo hacer para definirle y mucho menos se acierta a cogerle. Él es diferente en París que en Londres, en Ginebra que en Berlín, en Berna que en Nueva-York. Más aún: en cada barrio de una misma ciudad, en cada templo, en la cabeza de cada uno de sus ministros; y me atrevería a decir que hasta en la cabeza de cada protestante, el protestantismo se diferencia de sí mismo. Lo que enseña, lo que dice, lo que quiere aquí es diametralmente opuesto a lo que dice, a lo que enseña, a lo que cree en otra parte. Sin embargo, siempre es el protestantismo.
¿Qué es pues el protestantismo? ¿Es una religión? No, son sectas.
¿Es una iglesia o una aglomeración de iglesias? No, son individuos.
¿Es una institución? No, es una rebelión.
¿Es una enseñanza? No, es una negación
El protestantismo protesta y aquí acaba su obra. Su nombre es puramente negativo; y lo dicho explica, como en trescientos años, este nombre no ha variado, aunque él encubre infinitas variaciones. Como el protestantismo no es más que una renuncia de la antigua fe, cuanto menos él crea, más protestará y así merecerá mejor el nombre que lleva. Este nombre se hace cada día más verdadero y subsistirá hasta el momento en que el protestantismo perecerá, cual perece la úlcera cuando ha devorado el último átomo de la carne en que se cebaba.
Sin embargo, se dice que el Proteo de la fábula llegó a ser cogido; y yo voy a hacer lo posible por lograr otro tanto con el protestantismo, sorprendiéndole bajo uno de los mil disfraces de que hace uso. Procuremos arrancarle la máscara, para que le conozcan los católicos a quienes trata de engañar.
Protestantismo y protestantes
¿Son una misma cosa el protestantismo y los protestantes? De ninguna manera.
Los protestantes son, como los demás hombres, criaturas de Dios, por cuya salvación murió nuestro Señor Jesucristo; mientras que el protestantismo es una rebelión contra la verdad, un crimen que Dios maldice en la tierra, como maldijo en el cielo la rebelión de Satanás y sus secuaces. Es necesario amar a los protestantes como prójimos y detestar el protestantismo, como se ama al pecador y se detesta el pecado.
El protestantismo es malo por naturaleza, pero el protestante puede ser frecuentemente un buen hombre; y de todos modos, el protestante es siempre infinitamente mejor que el protestantismo. Muchas veces no es protestante sino de nombre; y lo que le falta en materia de religión, más bien se debe imputar a su educación y a la atmósfera en que vive, que a un sentimiento personal y culpable.
En esta obrita lo que yo ataco no es al protestante, sino al protestantismo; pero al protestantismo le ataco y le denuncio como un grande enemigo de las almas. Ante todo me compadezco de los pobres protestantes; muchos de los cuales, lo sé, están en la más perfecta buena fe. Dios los tratará con misericordia, si estando en esa gran ruina, que se llama el protestantismo, todavía aman y buscan como mejor pueden, los vestigios de la verdad.
El protestantismo es una doctrina engañosa. ¡Guerra al error!
El protestante es un hombre por quien, como por todos los hombres, ha padecido y muerto nuestro Señor Jesucristo; y es por lo mismo un prójimo, a quien todos debemos amar.
Continúa...
Tomado del libro “Conversaciones sobre el protestantismo actual”, impreso en 1862.
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