XIII
EN EL MONTE DE LA GLORIA
Pedro no sabe lo que dice; habla como tantos cristianos, más ávidos de reposo que de trabajo, queriendo gozar de la victoria, antes de trabar la batalla.
1. Fines de Jesús en la Transfiguración. El Maestro había hablado bastante claro sobre su próxima Pasión; había predicho días oscuros, horas de lucha; predicciones y discursos que no eran ciertamente para halagar las doradas ilusiones de los judíos, pueblo materializado, que solo aspiraba al esplendor de un reino terreno. Jesús, bien para confirmarlos en la fe, bien para elevar sus esperanzas, llevó consigo, al monte, a tres discípulos favoritos, y por unos instantes mostróles algo de la gloria que en Él se ocultaba bajo los velos de la naturaleza humana.
2. Deseo de felicidad en los Apóstoles. Y los discípulos, viendo sólo un rayo de la divinidad, una transfiguración momentánea del Maestro, quedan extasiados y como fuera de sí, queriendo permanecer así siempre.
“Bueno es estarnos aquí” dice Pedro (Mat. 17: 4)
¡Con razón! Bueno es estar con Cristo glorioso, bueno es estar con Él en el monte, en medio de luz y esplendor, lejos de los peligros de la llanura, donde se despliega la lucha y el combate.
3. Deseo desordenado de felicidad en los cristianos. - ¡Cuántas almas repiten con placer las palabras del Apóstol! Quieren estar con Cristo, nadando como Él en la luz y en dulce gozo, reposando en las alturas de una gracia que transfigura la vida, a espaldas de la realidad laboriosa y dura.
¡Qué bueno es estar en el monte!: Si, aquí debemos de armar nuestra tienda, lejos de los rumores y de las bajezas de la humanidad; aquí es donde queremos descansar y reposar antes de que comience la lucha; quedémonos aquí, puesto que así evitamos el peligro de la “Pasión” que nos amenaza. ¡Cuántos cristianos emplean ese lenguaje de Pedro! Pero aún se portan peor, intentando poner en práctica el deseo del discípulo de Galilea: arman efectivamente tiendas para sí, en el sosiego de la soledad, en medio de las personas que les son agradables y que les consuelan, lejos de la multitud, lejos de las almas que trabajan y sufren: Prosélitos de un cristianismo cómodo y dulce, que construyen para Cristo una morada de gloria, y para sí una tienda, desde la cual, transfigurados a su parecer, contemplan la vida real de los demás, que se debaten en el dolor y en el trabajo cotidiano. ¿Y ese es el verdadero cristianismo? Esa transfiguración es un engaño; una culpable pereza, bajo la apariencia de paz; una repugnante caricatura, una máscara de piedad.
4. Vida Cristiana. Esa no es una vida cristiana, como Cristo la quiere. Jesús quiere vida de lucha, de combate, de sacrificio.
a) Fugaces consuelos. De ordinario Cristo no se nos muestra transfigurado y glorioso. Si algunas veces quiere así manifestársenos, lo hace momentáneamente, como un relámpago, como un paisaje encantador, contemplado a través de una hendidura, en las paredes de un oscuro túnel, atravesado a toda velocidad.
b) Cruz persistente. No es sobre el monte Tabor, donde Cristo ha plantado su tienda, sino sobre el monte Calvario, donde tiene erigida su cruz. Así se nos muestra de ordinario Jesús: crucificado, no transfigurado. El resplandor del monte glorioso es solo para que no temamos la oscuridad del monte del dolor. El recuerdo de la transfiguración eterna de la gloria nos anima en la lucha de la vida cristiana, combate continuo contra toda clase de mal, trabajo constante en la práctica del bien.
No se trata de engolfarse en las suaves regiones de una fácil piedad; ni de vivir en la esfera de una cómoda religión; ni de poner la esperanza en la práctica de un cristianismo inactivo:¡No! Es preciso descender del monte a la llanura, donde se riñen los combates del trabajo, donde se pelea, donde se sufre y se conquista, palmo a palmo, la senda de la vida que conduce a la verdadera patria del cielo.
Dejemos a los pusilánimes dormir el sueño del “bienestar”, aquí en la tierra. Podemos procurar el bienestar, más no debe éste absorbernos, ni ser el ideal de nuestra vida. La rápida visión de Cristo transfigurado, no debe hacernos olvidar de Cristo Crucificado, como el viajero del desierto, al gozar por breves horas las delicias de un oasis refrigerante, no se olvida de que se haya rodeado de calcinantes arenas. El descanso, que Dios concede a nuestra debilidad, solo es para que, más animados, prosigamos de nuevo la marcha; momentos de tregua en medio del combate.
Es la misma idea que San Agustín expresó con estas palabras: “La patria es excelsa; el camino humilde. La patria es la vida de Cristo; el camino es la muerte de Cristo. La patria es la morada de Cristo; el camino es la Pasión de Cristo. ¿Quién pretenderá llegar a la patria, si no quieres recorrer ese camino” (Trat. 28 sobre San Juan).
Tomado del libro “Salió el sembrador” del padre Juan B. Lehmann de la Congregación del Verbo Divino, edición 1944.
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