Por Monseñor De Segur (1862)
El protestantismo siempre es peor que los protestantes. Esto es tan cierto como fácil de concebir. El pecador vale siempre más que su pecado: el hombre que se engaña vale siempre más que su error; porque el pecado y el error son absoluta y enteramente malos, mientras que el hombre que peca o yerra, conserva siempre algo de bueno, algunos restos de verdad y de pureza de corazón.
El catolicismo por el contrario es siempre mejor que los católicos. Por perfecto y santo que se suponga a un católico, siempre quedan en él las imperfecciones de la humana naturaleza y los residuos del pecado original. La Iglesia Católica, que le conduce en los caminos de Dios, le presenta la verdad pura de toda mezcla y absolutamente buena, le propone la santidad perfecta; y, por lo mismo, la maestra es siempre superior al discípulo.
Frecuentemente sucede que los ministros protestantes, en los reproches que dirigen a la Iglesia Católica, confunden a los católicos con el catolicismo, al discípulo siempre imperfecto, con la doctrina en sí perfecta. De ahí proceden las recriminaciones injustas, de ahí deriva muchas veces una irritación infundada; y de ahí, en fin, nacen obstáculos que son quiméricos, pero bastante fuertes para impedir que el extraviado vuelva a la verdad.
Católicos y católicos. Protestantes y protestantes
Hay leños y leños, decía un cortador de madera, en cierta comedia. Digámoslo aquí y distingamos también.
Hay católicos y católicos; verdaderos católicos y católicos de contrabando: católicos serios, que conocen su Religión, la practican con sinceridad y procuran darse a la oración, a la penitencia, a las obras de caridad y a la unión íntima con Nuestro Señor; y católicos, al contrario, que solamente lo son de nombre, pues viven en la indiferencia religiosa, no oran ni frecuentan los Sacramentos y descuidan el servicio de Dios. Es necesario no confundir los unos con los otros; y sobre todo, es justo e indispensable no tomar al mal católico como tipo de los católicos en general.
Hay también protestantes y protestantes: protestantes ardientes, ásperos en la guerra contra la Iglesia, animados del espíritu de secta y de propaganda; y protestantes al contrario que lo son porque nacieron en el protestantismo, que hacen poco caso de lo que les predican sus ministros, y que ni siquiera saben a cuál de las mil sectas protestantes pertenecen. No confundamos a estas dos clases de protestantes. Los primeros son sectarios y enemigos activos, cuyo celo ciego se disfraza con todas las máscaras, para conseguir su objeto desastroso: y a estos es necesario descubrirlos y rechazarlos, mientras que los otros son meramente hombres adormecidos, ni amigos ni enemigos de la verdad, a quienes simplemente se deben despertar e ilustrar.
Pertenecen a la primera clase aquellos protestantes para quienes el protestantismo es una posición o un oficio, que les da renta y consideración; y a estos deben agregarse algunos otros protestantes, especialmente mujeres de ánimo exaltado, que pagan con liberalidad a sus agentes, haciendo un negocio de partido el salir con sus intentos.
Pertenecen a la segunda clase, con algunas raras excepciones, una multitud de industriales, comerciantes y hombres indiferentes de la clase media; los cuales son protestantes porque lo eran sus padres. Estos no tienen otra religión que la que se ha dado en llamar de la honradez, en lo cual se aproximan a los malos católicos.
Era de importancia hacer esta distinción al principio de estas Conversaciones.
Tomado del libro “Conversaciones sobre el protestantismo actual”, impreso en 1862.
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