Por Monseñor De Segur (1862)
La sencillez en sí y estando en su lugar, es una cosa buena, mas no lo es si queremos ponerla donde ni debe ni puede estar. Además, el culto protestante no es sencillo, sino vacío y desnudo.
Frecuentemente el templo protestante es una antigua Iglesia, arrebatada al verdadero culto de Dios; y es cosa que llena el corazón de amargura, ver lo que ha hecho allí la fría y mezquina herejía de Calvino. Cuando cae un rey, su palacio se convierte en casa y su trono en silla; y así los protestantes cuando han logrado usurpar las Iglesias Católicas, donde habitaba el rey de Reyes, las han despojado y vulgarizado. Han destruido el altar en que se ofrecía el divino sacrificio, quitado las imágenes de la Virgen y de los Santos Patronos del edificio, quemado los confesionarios donde los pecadores recobraban la gracia perdida y la paz de sus conciencias; y no han dejado más que cuatro paredes, escaños para sentarse, una cátedra y una mesa, como si esto bastase para hacer los honores debidos al Criador de Cielos y tierra.
Dice un escritor protestante, Clausen: Entre los católicos las más admirables producciones de las artes se consagran al embellecimiento de las Iglesias; mientras que los protestantes se aprisionan en un templo privado de toda clase de adorno, lo cual no les impide prodigar los tesoros del arte en sus habitaciones privadas. La música de Iglesia se considera por los católicos como parte esencial de las solemnidades religiosas; pero en los países protestantes la música se emplea en todas partes, menos en las iglesias.
Los protestantes en efecto, tienen el gusto de lo cómodo (confortable) y por eso procuran para sus casas lo suntuoso y agradable, pero en cuanto a la casa de Dios ya es otra cosa. En tratándose de esto, ellos dicen que se necesita una gran sencillez en el templo y en la religión. Sin embargo, si a la sencillez vamos, más sencillo fuera no tener ni religión ni templo. Dormir, comer, beber, hacer negocio, vivir y morir sin cuidarse de nada, ¿no sería esta la perfección de la sencillez?
A pesar de todo no hay que admirarse de esta desesperante y helada desnudez. Para los sectarios de la pretendida reforma los templos no son edificios sagrados sino lugares de reunión; y por eso algunas veces los fieles protestantes, suelen ir a reunirse, por mayor comodidad, en un casino de Ginebra, o en un teatro de Nueva-York, resultando absolutamente la misma cosa. Si entrando a sus templos se quitan ellos el sombrero; es por costumbre; y de ninguna manera por respeto a las paredes y a los bancos. Los ministros protestantes no usan vestidos sacerdotales. ¿Para qué? Ellos no son sacerdotes ni los distingue nada de sus correligionarios; de manera que la túnica que los domingos se echan encima del frac negro, me parece una contradicción con sus propios principios.
No se nos venga a decir, a nosotros los católicos, que Dios no tiene necesidad de la pompa del culto y que nuestro corazón es quien la reclama. Ya lo sabíamos muy bien. Pero Dios tampoco tenía necesidad de las magnificencias del templo de Salomón, ni del oro, incienso y mirra que le ofrecieron los Magos del Oriente en la gruta de Belén; y sin embargo, ¿quién se atrevería a decir que le desagradaron aquellas manifestaciones de respeto y de amor?
La majestad del culto, eleva nuestras almas a Dios por medio de las ceremonias, sagradas; las cuales sirven también para fijar nuestra atención, tan propensa a divagarse. Los hombres todos estamos compuestos de cuerpo y alma y todo nuestro ser debe contribuir a dar gloria al Señor, nuestra alma con el respeto, la adoración y el amor; y nuestros sentidos por el uso religioso que de ellos hacemos en nuestras Iglesias, uso que los purifica y santifica.
El culto divino, es la expresión de la fe. Cuanto más viva es la fe, más espléndido es el culto; y al contrario, si la fe es pobre, el culto está desnudo. “Así es que -dice también el escritor protestante a quien acabo de citar- la desnudez exterior de la iglesia no católica está bastante en armonía con lo que pasa en el interior”.
“Yo no soy de aquellos -ha dicho el filósofo protestante Leibnitz- que olvidando la debilidad humana, rechazan del servicio divino todo lo que toca a los sentidos, bajo el pretexto de que la adoración debe de ser en espíritu y en verdad”.
Y otro protestante añadía: “En nuestros templos a fuerza de hablar de la adoración en espíritu y en verdad; la verdad y el espíritu han desaparecido.”
Tomado del libro “Conversaciones sobre el protestantismo actual”, impreso en 1862.
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