lunes, 9 de septiembre de 2019

DE RODILLAS

¿Cuál es la actitud del engreído? Se atiesa, yergue la cabeza, los hombros y el cuerpo entero. Su continente está diciendo: «Soy mayor que tú; soy más que tú». Pero cuando uno siente bajamente de sí mismo y se tiene en poco, inclina la cabeza y agacha el cuerpo: «se achica». Y tanto más, a la verdad, cuanto mayor sea la persona que tiene a la vista, cuanto menos valga él mismo en su propia estimación.

¿Y cuándo más clara que en la presencia de Dios la sensación de pequeñez? ¡El Dios excelso, que era ayer lo que es hoy y será dentro de cien mil años! ¡El Dios que llena este aposento, y la ciudad, y el universo, y la inmensidad del cielo estelar! ¡El Dios ante quien todo es como un grano de arena! ¡El Dios santo, puro, justo y altísimo!… ¡Él, tan grande!… ¡Y yo, tan pequeño!… Tan pequeño, que ni remotamente puedo competir con Él; que ante Él soy nada.

Sin más, cae en la cuenta de que ante Él no es posible presentarse altivo. «Se empequeñece-»; desearía reducir su talla, por no presentarla allí altanera; y ¡mira!, ya ha entregado la mitad, postrándose de rodillas. Y si el corazón no está aún satisfecho, cabe doblar la frente. Y aquel cuerpo inclinado parece decir: «Tú eres el Dios excelso; yo, la nada».

Al arrodillarte, no seas presuroso ni inconsiderado. Es preciso dar a ese acto un alma, que consista en inclinar a la vez por dentro el corazón ante Dios con suma reverencia. Ya entres en la iglesia o salgas de ella, ya pases ante el Altar, dobla hasta el suelo la rodilla, pausadamente; y dobla a la vez el corazón, diciendo: «¡Soberano Señor y Dios mío!…» Si así lo hicieres, tu actitud será humilde y sincera; y redundará en bien y provecho de tu alma.

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Fuente: GUARDINI, R. Los signos sagrados. 2ª ed., Editorial Litúrgica Española, Barcelona, 1965, pp. 23-24.


Peregrino de lo Absoluto

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