Últimamente se habla mucho de globalización, con mucha prédica de unidad y solidaridad, pero significativamente, hay en estas proclamas un Gran Ausente, que es Jesucristo .
Por Mª Virginia Olivera de Gristelli
“Pónganse toda la armadura de Dios para que puedan hacer frente a las artimañas del diablo”. (Ef. 6, 11)
“Torre inexpugnable es el nombre del Señor; a ella corren los justos y se ponen a salvo”. (Prov. 18, 10)
“Cuando se trata de amoldar al bien el corazón de los jóvenes, todo cuidado y trabajo que se tome será poco para lo que la cosa se merece”. (Sapientiae Christianae)
Últimamente se habla mucho de globalización, con mucha prédica de unidad y solidaridad, pero significativamente, hay en estas proclamas un Gran Ausente, que es Jesucristo .
Esto es así porque quien quiera corromper la sociedad, ante todo debe destronar a Cristo, y para que sea realmente efectivo, es preciso procurarlo desde el seno mismo de la Familia -iglesia doméstica-.
Las leyes que dan la espalda a la Ley natural y divina, cumplen ese cometido.
Pero más allá de las leyes que atentan directamente contra ésta, las que se refieren a la educación son tal vez las que más profundamente inciden sobre ella, pues apuntan directamente a las conciencias de sus miembros, y no sólo a las estructuras sociales. Sólo así se envenena eficazmente la atmósfera cultural y espiritual donde se nutren las almas.
Así, pues, no basta el divorcio, sino convencer de las “ventajas” y “derechos” al amor libre; no basta el aborto, sino persuadir de la “necesidad” de la anticoncepción. No se avanza sólo con la sanción de leyes, sino impregnando la cultura.
Ahora bien; cuanto más se divorcie la idea de educación de su raíz primera, que es la Familia, tanto más desprotegidas estarán las inteligencias a merced del Estado, que hoy es sólo una pantalla, pues nos encontramos ante una suerte de Estado global, o en todo caso, de un totalitarismo planetario que “va por todo”… Y para gobernarlo todo, para hacerse con un verdadero “gobierno mundial”, es imperioso “quitar del medio" toda mención o idea de Cristo Rey, único que otorga la genuina libertad en la Verdad.
No hay mil banderas, no; en realidad hay sólo dos, como muy bien las describió San Ignacio. Y si el “orden mundial” no tiene a Cristo como cabeza, sólo puede tener al Impostor como su Príncipe, que por eso es llamado el Príncipe de este mundo.
¿Y cómo puede hacerse efectivo este poder y gobierno total? No bastan las leyes, como dijimos más arriba; es preciso ganar los corazones, y para llegar a ellos, antes hay que ganar las inteligencias.
¿Cómo se logra? Por medio de la educación. Se necesita una “educación global”…
No hay que ser muy sagaz para mirar el panorama mundial de educación y comprobar que los “principios” que hoy la rigen son lo más opuesto a la Ley Natural inscripta precisamente en el corazón del hombre. Bajo los eufemismos de convivencia, tolerancia y apertura se esconde el más brutal egoísmo independentista (non serviam!) y subjetivismo relativista que han tomado carta de ciudadanía en la mayoría de los países “civilizados” (sic), haciendo pasar como “derechos” a pecados de todos los colores.
Pero quedaría aún un dique por derribar: la protección de los padres a sus hijos, que incluso ha tomado su expresión más elemental como “bandera” en varios países, “Con-mis-hijos-no-te-metas”.
Porque el sensus fidei, el sentido común y el orden natural no son ámbitos del todo separados, pero hay situaciones en que su convergencia se hace mucho más patente, y una de ellas es la relación entre padres e hijos. Hay pocas relaciones en que se advierta más claramente la ley escrita en lo más profundo del corazón humano, cuando éste no ha sido pervertido o atrofiado por traumas severos.familia
Tanto el amor a los padres como el profundo sentido de protección de éstos a los hijos que Dios les ha confiado, son inherentes a la conciencia de un modo que podríamos llamar “instintivo”, incluso de quienes no conocen a Dios.
La Iglesia ha insistido siempre por eso en el sagrado deber de los padres de CUIDAR y educar a sus hijos para la vida eterna y la felicidad:
El derecho y el deber de proteger: prerrogativa paterna
Ahora bien, la educación entraña no sólo enseñanza positiva sino por supuesto también, la corrección de los errores, y particularmente, la protección de los peligros. Ante cualquier amenaza, es ante todo a los padres –a la “sombra” del padre, y especialmente al regazo de la madre- a quienes compete el estado de alerta, de custodia y fortaleza para impedir que se hiera a los más indefensos, tanto física como psíquica o espiritualmente.
La reacción de una leona o de muchas otras especies cuando se amenaza a su cría, es emblemática para expresar el sentir de una madre…
Pero levantamos más la mirada hacia la Madre por antonomasia, y la escuchamos decir al indiecito Juan Diego ante sus temores en el Tepeyac: “¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?”. No le dijo, por cierto, “¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Estado?”…
Porque la Madre es natural y arquetípicamente refugio, alcázar inviolable. Así como todo hijo quiere percibir al Padre como fortaleza y protección segura.
Y es razonable que Dios nos haya otorgado ese “don” como herramienta para cumplir la misión que se nos ha encomendado: nutrir no sólo materialmente a nuestros hijos, sino sobre todo espiritualmente, para conducirlos al Cielo.
La valoración de un tesoro lleva necesariamente a su cuidado celoso, protección y DEFENSA.
La Revolución, contra el Alcázar
Ahora bien, es natural que quienes odian o codician ese tesoro, busquen mil modos para debilitar las guardias, resquebrajando por todos los medios los mecanismos de defensa.
Situándonos en una guerra cultural sin cuartel -Gramsci capitaneando-, habrá que insistir entonces una y otra vez en la “necesidad” hodierna de desguarnecer el fuerte, “derribar murallas”, jubilar a los centinelas…hasta que en el seno de las propias familias se persuadan de que al fin y al cabo, aquel tesoro no era tal, y que seguramente era muy “enfermiza” su custodia.
La consigna es que “cada uno ha de hacer su propia experiencia autónoma”, y poco a poco el cuidado paterno va tomando el nombre de “invasión de la privacidad” de los hijos (sic). Las leyes que bajan el límite de edad para la mayoría de edad son un avance en este sentido: desprotegerlos cada vez más, para dejarlos cada vez más solos a merced del “Estado-padre-dios”.
La proporción de familias católicas que han cedido en las últimas décadas a los avances independentistas de los jóvenes cada vez más jóvenes, da cuenta de su declinar en la piedad y en la vida sacramental: han bajado las armas espirituales y se han embobado con los cantos de sirenas del mundo, dejando que haga nido el egoísmo y el afán de independencia no sólo en los hijos sino en los propios padres. Porque en última instancia, al “soltar la cuerda” a aquellos en las presuntas libertades reclamadas, también se “lavaban las manos” de su responsabilidad haciéndolo pasar como respeto y un sellito de “labor cumplida”. ¿Cuántos padres han sacrificado el alma de sus hijos detrás del supuesto respeto a sus modas y amistades mundanas, ganando ellos mismos en más despreocupación (léase “confianza”) y “tiempo libre”, como si no se tuvieran hijos?
El caballo de Troya en el Alcázar familiar ha sido el afán de “legítima independencia” de todos sus miembros: la mujer para su “realización” al margen de su rol de esposa y madre; el esposo para su “derecho profesional” que le reclama a veces seguir viviendo como soltero, y los hijos como si fuesen huérfanos o meros huéspedes en sus hogares, con puros derechos de exigencia, como turistas en un hotel.
Sin embargo, veamos en el Evangelio el episodio del Niño Dios perdido y hallado en el Templo: María Santísima y San José, modelos de paternidad solícita y delicada, no pueden ser sda fliacalificados como obsesivos cuando Ella le dice a Jesús: “tu padre y yo te estábamos buscando con angustia” (San Lucas, 2, 48).
Al término del episodio, el Evangelio señala que Jesús “enseguida se fue con sus padres, y vino a Nazaret y les estaba sujeto” (San Lucas, 2, 51-52)…
La prolija argumentación revolucionaria se sembró a mansalva, precisamente en la educación. Sobre todo desde los ámbitos académicos corearon hasta el cansancio la “dialéctica generacional” que presentaba a padres e hijos como enemigos casi irreconciliables, hasta lograr el convencimiento de los propios implicados, aún a su pesar. Vendrá luego la condena y presión social con los que no se hayan sometido a dichas “coordenadas” que han ido dejando cada vez más desprotegidos a los hijos, huérfanos de padres vivos.
Hoy en día, hasta un joven cualquiera con recta intención se sorprenderá al comprobar hasta qué punto el Informe Kissinger da cuenta de este “plan” de reestructuración social global, apuntando al debilitamiento cada vez mayor de la Familia como objetivo político GLOBAL.
Se sepa o no lo que la hna. Lucía de Fátima comentó al Card. Caffarra -acerca de que la última gran embestida del demonio será contra la Familia-, basta dar un vistazo a nuestro alrededor para “palpar” un clima enrarecido en cuanta familia católica quiere vivir plenamente su fe, como si el camino estuviera regado de obstáculos, y así es en efecto, inevitablemente. pues como tan bien advertía León XIII
Hoy, entonces, no hemos de extrañarnos al recordar que en la Asamblea General de la OEA (Cancún 2017) se declaró que
Pero sin embargo, todo esto no es lo más alarmante, porque al fin y al cabo deberíamos saber que el demonio, el mundo y la carne no cejarán en su intento de arrebatar las almas, y su lucha durará lo que la Historia, hasta que el Señor vuelva.
Lo que alarma es que la sal se vuelva sosa. No el que haya incendios, sino que los bomberos pretendan llenar con nafta sus cisternas…
Es lo que nos sucedía cuando apenas publicada la “bomba atómica” que significó Amoris Laetitia, pensábamos que tal vez haya que observar mejor los muchos “virus” agazapados entre sus líneas, como en una guarida de escorpiones:
Pero cuidado: aquí se quiere colar en las familias el mismo buzón que se ha “colado” en las patrias, con respecto a la inmigración. Con la excusa de la solidaridad y misericordia, se está contribuyendo a la disolución de las patrias, realidad explícitamente querida y bendecida por Dios. Ni la familia ni la patria es “egoísta” por querer cuidar lo propio, pues quien no valora su cuna no puede respetar la ajena.
El único modo de “salir de sí en la búsqueda solidaria” será lo que ha sido siempre la misión del bautizado: ir y anunciar el Evangelio, a tiempo y a destiempo, porque la verdad es Una. Cristo es Rey del Universo y no hay otro nombre por Quien hayamos de ser salvados. Al proclamarlo, pues, habrá que asumir la contradicción con el mundo y su hostilidad, aceptar la Cruz, ser testigos. Pero salvaguardando el corazón, protegiendo el tesoro que se nos ha confiado, porque si perdemos el sabor no salaremos…y será razonable que seamos pisoteados.
Descartando la catolicidad, por la Globalización…
Pero resulta que en el último Encuentro “Paz sin fronteras”, el Card. Kasper pregonó la urgente necesidad de un “humanismo espiritual para la supervivencia del género humano”, elogiando la declaración escandalosamente relativista de Abu Dhabi. Días atrás, el Sumo Pontífice convoca un “pacto educativo global” tendiente a cuidar… el planeta.
Todo ello sin sal. Todos invitados…menos el Rey del Universo.
Como hijos de la Iglesia, nos preguntamos entonces, ¿cómo podemos admitir sin profunda preocupación y repugnancia, la invitación a un “pacto educativo” que no sólo propone universalmente suscribir los principios más caros al naturalismo, sino que desplaza francamente del centro de la cuestión a Cristo –apoyándose en el documento firmado en Abu Dhabi-, sin mencionar siquiera Su nombre, “ante Quien toda rodilla se dobla en el cielo, la tierra y los abismos”?
¿Acaso Nuestro Señor ha “defraudado” a la Humanidad, y por eso ya no vale la pena ya acudir a Él, como para sumergirse en las propuestas y principios de tan claro y amargo sabor masónico?
¿Por que en el “nuevo humanismo” que se nos propone, se reemplaza el significado de catolicidad por globalización -término obviamente más conciliador-, sin hacer mención de Cristo, y sobre todo, sin la menor referencia a la Cruz?
Como inquebrantable respuesta, repetiremos hasta el cansancio las proféticas palabras de la encíclica Quas Primas, haciéndolas nuestras:
Si se nos responde que se trataba entonces de “otra Iglesia", la pregunta que inmediatamente surge -en buena lógica- es ¿Y cuál de ellas es la Iglesia Católica?…
Por de pronto, pues, como madre, cuando nos hablan de “pacto global educativo”, creemos que el primer pacto propuesto por la Iglesia debería ser de reconocimiento de Cristo Rey como centro de toda sociedad y fuente de toda Verdad, única que nos hace libres y proporciona la Paz. Fuera de ella, fuera de Cristo, no puede haber sino esclavitud y amargura para toda la sociedad.
Y debería ser un pacto de respeto a la familia -espacio sagrado de vida y de fe-, pero he aquí que las familias no pueden ni deben ser “globales”, sino tradicionales, porque su compromiso no está dado con el espacio sino con su historia, con su fe, con su patria, con su tradición. Por eso es que cuando una sensación nos es particularmente agradable y “propia” se dice que nos es “familiar".
Y esa “historia familiar” –máxime si es una familia cristiana- es la que autoriza a unos padres que no quieren ver a sus hijos esclavizados, a plantarle cara al mundo y a quien los interpele, para defender su hogar y decirles: Aquí es así, y si no es así, no es aquí.
Resistiremos entonces, con la gracia de Dios que jamás le niega a sus hijos más pequeños. ¡Viva Cristo Rey!
Caritas In Veritate
Las leyes que dan la espalda a la Ley natural y divina, cumplen ese cometido.
Pero más allá de las leyes que atentan directamente contra ésta, las que se refieren a la educación son tal vez las que más profundamente inciden sobre ella, pues apuntan directamente a las conciencias de sus miembros, y no sólo a las estructuras sociales. Sólo así se envenena eficazmente la atmósfera cultural y espiritual donde se nutren las almas.
Así, pues, no basta el divorcio, sino convencer de las “ventajas” y “derechos” al amor libre; no basta el aborto, sino persuadir de la “necesidad” de la anticoncepción. No se avanza sólo con la sanción de leyes, sino impregnando la cultura.
Ahora bien; cuanto más se divorcie la idea de educación de su raíz primera, que es la Familia, tanto más desprotegidas estarán las inteligencias a merced del Estado, que hoy es sólo una pantalla, pues nos encontramos ante una suerte de Estado global, o en todo caso, de un totalitarismo planetario que “va por todo”… Y para gobernarlo todo, para hacerse con un verdadero “gobierno mundial”, es imperioso “quitar del medio" toda mención o idea de Cristo Rey, único que otorga la genuina libertad en la Verdad.
No hay mil banderas, no; en realidad hay sólo dos, como muy bien las describió San Ignacio. Y si el “orden mundial” no tiene a Cristo como cabeza, sólo puede tener al Impostor como su Príncipe, que por eso es llamado el Príncipe de este mundo.
¿Y cómo puede hacerse efectivo este poder y gobierno total? No bastan las leyes, como dijimos más arriba; es preciso ganar los corazones, y para llegar a ellos, antes hay que ganar las inteligencias.
¿Cómo se logra? Por medio de la educación. Se necesita una “educación global”…
No hay que ser muy sagaz para mirar el panorama mundial de educación y comprobar que los “principios” que hoy la rigen son lo más opuesto a la Ley Natural inscripta precisamente en el corazón del hombre. Bajo los eufemismos de convivencia, tolerancia y apertura se esconde el más brutal egoísmo independentista (non serviam!) y subjetivismo relativista que han tomado carta de ciudadanía en la mayoría de los países “civilizados” (sic), haciendo pasar como “derechos” a pecados de todos los colores.
Pero quedaría aún un dique por derribar: la protección de los padres a sus hijos, que incluso ha tomado su expresión más elemental como “bandera” en varios países, “Con-mis-hijos-no-te-metas”.
Porque el sensus fidei, el sentido común y el orden natural no son ámbitos del todo separados, pero hay situaciones en que su convergencia se hace mucho más patente, y una de ellas es la relación entre padres e hijos. Hay pocas relaciones en que se advierta más claramente la ley escrita en lo más profundo del corazón humano, cuando éste no ha sido pervertido o atrofiado por traumas severos.familia
Tanto el amor a los padres como el profundo sentido de protección de éstos a los hijos que Dios les ha confiado, son inherentes a la conciencia de un modo que podríamos llamar “instintivo”, incluso de quienes no conocen a Dios.
La Iglesia ha insistido siempre por eso en el sagrado deber de los padres de CUIDAR y educar a sus hijos para la vida eterna y la felicidad:
“Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, están gravemente obligados a la educación de la prole y, por tanto, ellos son los primeros y principales educadores. Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse (…) Sobre todo, en la familia cristiana, enriquecida con la gracia del sacramento y los deberes del matrimonio, es necesario que los hijos aprendan desde sus primeros años a conocer la fe recibida en el bautismo. (…) Consideren, pues, atentamente los padres la importancia que tiene la familia verdaderamente cristiana para la vida y el progreso del Pueblo de Dios.” (Gravissimum Educationis, 3)Vemos pues que si la familia cristiana es escuela de virtudes, la familia des-cristianizada es escuela de vicios tal como lo estamos padeciendo. Inevitablemente, el verse padres e hijos recíprocamente como don de Dios, implica virtudes y actitudes concretas en la educación familiar:
“Mediante el amor, el respeto, la obediencia a los padres, los hijos aportan su específica e insustituible contribución a la edificación de una familia auténticamente humana y cristiana. En esto se verán facilitados si los padres ejercen su autoridad irrenunciable como un verdadero y propio «ministerio», esto es, como un servicio ordenado al bien humano y cristiano de los hijos, y ordenado en particular a hacerles adquirir una libertad verdaderamente responsable, y también si los padres mantienen viva la conciencia del «don» que continuamente reciben de los hijos. (Familiaris Consortio, 21)Y el sentido común nos habla también de la obligación de los padres de educar a los hijos, al punto que si preguntásemos a cualquier padre que está enseñando o corrigiendo a un niño, y le preguntásemos por qué lo hace, la repuesta “-Porque soy su padre” debería bastarnos. A nadie sorprende que alguien riegue un árbol que ha plantado en su huerto. Más allá de los casos de corrupción de los vínculos paternos en los tiempos actuales, lo que se da por sobreentendido es que los padres procuran -o deben procurar- naturalmente el bien de sus hijos. A este bien se dirige toda educación.
El derecho y el deber de proteger: prerrogativa paterna
Ahora bien, la educación entraña no sólo enseñanza positiva sino por supuesto también, la corrección de los errores, y particularmente, la protección de los peligros. Ante cualquier amenaza, es ante todo a los padres –a la “sombra” del padre, y especialmente al regazo de la madre- a quienes compete el estado de alerta, de custodia y fortaleza para impedir que se hiera a los más indefensos, tanto física como psíquica o espiritualmente.
La reacción de una leona o de muchas otras especies cuando se amenaza a su cría, es emblemática para expresar el sentir de una madre…
Pero levantamos más la mirada hacia la Madre por antonomasia, y la escuchamos decir al indiecito Juan Diego ante sus temores en el Tepeyac: “¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?”. No le dijo, por cierto, “¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Estado?”…
Porque la Madre es natural y arquetípicamente refugio, alcázar inviolable. Así como todo hijo quiere percibir al Padre como fortaleza y protección segura.
Y es razonable que Dios nos haya otorgado ese “don” como herramienta para cumplir la misión que se nos ha encomendado: nutrir no sólo materialmente a nuestros hijos, sino sobre todo espiritualmente, para conducirlos al Cielo.
La valoración de un tesoro lleva necesariamente a su cuidado celoso, protección y DEFENSA.
La Revolución, contra el Alcázar
Ahora bien, es natural que quienes odian o codician ese tesoro, busquen mil modos para debilitar las guardias, resquebrajando por todos los medios los mecanismos de defensa.
Situándonos en una guerra cultural sin cuartel -Gramsci capitaneando-, habrá que insistir entonces una y otra vez en la “necesidad” hodierna de desguarnecer el fuerte, “derribar murallas”, jubilar a los centinelas…hasta que en el seno de las propias familias se persuadan de que al fin y al cabo, aquel tesoro no era tal, y que seguramente era muy “enfermiza” su custodia.
La consigna es que “cada uno ha de hacer su propia experiencia autónoma”, y poco a poco el cuidado paterno va tomando el nombre de “invasión de la privacidad” de los hijos (sic). Las leyes que bajan el límite de edad para la mayoría de edad son un avance en este sentido: desprotegerlos cada vez más, para dejarlos cada vez más solos a merced del “Estado-padre-dios”.
La proporción de familias católicas que han cedido en las últimas décadas a los avances independentistas de los jóvenes cada vez más jóvenes, da cuenta de su declinar en la piedad y en la vida sacramental: han bajado las armas espirituales y se han embobado con los cantos de sirenas del mundo, dejando que haga nido el egoísmo y el afán de independencia no sólo en los hijos sino en los propios padres. Porque en última instancia, al “soltar la cuerda” a aquellos en las presuntas libertades reclamadas, también se “lavaban las manos” de su responsabilidad haciéndolo pasar como respeto y un sellito de “labor cumplida”. ¿Cuántos padres han sacrificado el alma de sus hijos detrás del supuesto respeto a sus modas y amistades mundanas, ganando ellos mismos en más despreocupación (léase “confianza”) y “tiempo libre”, como si no se tuvieran hijos?
El caballo de Troya en el Alcázar familiar ha sido el afán de “legítima independencia” de todos sus miembros: la mujer para su “realización” al margen de su rol de esposa y madre; el esposo para su “derecho profesional” que le reclama a veces seguir viviendo como soltero, y los hijos como si fuesen huérfanos o meros huéspedes en sus hogares, con puros derechos de exigencia, como turistas en un hotel.
Sin embargo, veamos en el Evangelio el episodio del Niño Dios perdido y hallado en el Templo: María Santísima y San José, modelos de paternidad solícita y delicada, no pueden ser sda fliacalificados como obsesivos cuando Ella le dice a Jesús: “tu padre y yo te estábamos buscando con angustia” (San Lucas, 2, 48).
Al término del episodio, el Evangelio señala que Jesús “enseguida se fue con sus padres, y vino a Nazaret y les estaba sujeto” (San Lucas, 2, 51-52)…
La prolija argumentación revolucionaria se sembró a mansalva, precisamente en la educación. Sobre todo desde los ámbitos académicos corearon hasta el cansancio la “dialéctica generacional” que presentaba a padres e hijos como enemigos casi irreconciliables, hasta lograr el convencimiento de los propios implicados, aún a su pesar. Vendrá luego la condena y presión social con los que no se hayan sometido a dichas “coordenadas” que han ido dejando cada vez más desprotegidos a los hijos, huérfanos de padres vivos.
Hoy en día, hasta un joven cualquiera con recta intención se sorprenderá al comprobar hasta qué punto el Informe Kissinger da cuenta de este “plan” de reestructuración social global, apuntando al debilitamiento cada vez mayor de la Familia como objetivo político GLOBAL.
Se sepa o no lo que la hna. Lucía de Fátima comentó al Card. Caffarra -acerca de que la última gran embestida del demonio será contra la Familia-, basta dar un vistazo a nuestro alrededor para “palpar” un clima enrarecido en cuanta familia católica quiere vivir plenamente su fe, como si el camino estuviera regado de obstáculos, y así es en efecto, inevitablemente. pues como tan bien advertía León XIII
“…los que desean poner divorcio entre la sociedad y el Cristianismo, poniendo la segur en la raíz, se apresuran a corromper la sociedad doméstica (…).” (Sapientiae Christianae)¿Nos insinúa acaso que nos amoldemos a los tiempos y bajemos las banderas, por considerarlas un bello pero irrealizable “ideal”? Todo lo contrario:
“A los padres toca, por lo tanto, tratar con todas sus fuerzas de rechazar todo atentado en este particular, y de conseguir a toda costa que en su mano quede el educar cristianamente, cual conviene, a sus hijos, y apartarlos cuanto más lejos puedan de las escuelas donde corren peligro de que se les propine el veneno de la impiedad. Cuando se trata de amoldar al bien el corazón de los jóvenes, todo cuidado y trabajo que se tome será poco para lo que la cosa se merece.” (Sapientiae Christianae)También lo vislumbró S. Juan Pablo II al afirmar en Familiaris Consortio que
“1. La familia, en los tiempos modernos, ha sufrido quizá como ninguna otra institución, la acometida de las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la sociedad y de la cultura. Muchas familias viven esta situación permaneciendo fieles (…). Otras se sienten inciertas y desanimadas de cara a su cometido, e incluso en estado de duda o de ignorancia respecto al significado último y a la verdad de la vida conyugal y familiar. Otras, en fin, a causa de diferentes situaciones de injusticia se ven impedidas para realizar sus derechos fundamentales.”Hoy también, por ejemplo, ante la acometida de todos los dictados subversivos de la ideología de género, no es raro encontrar a familias católicas que tambalean ante el bombardeo incesante de los “nuevos paradigmas”, llegando a dudar de todos los principios que alguna vez creyeron que debían sostener de manera inquebrantable. Entre los contenidos filosóficos de los que abrevan los educadores -e incluso los seminarios teológicos-, y lo que luego se “baja” en universidades, colegios y púlpitos, sumado a los medios de comunicación de todo tipo (prensa, cine, tv, cable, internet, telefonía celular…), mantenerse firmes en la fe y moral del Evangelio parece una tarea ciclópea si no se cuenta con especial gracia de Dios para resistir el embate:
“….En la base de estos fenómenos negativos está muchas veces una corrupción de la idea y de la experiencia de la libertad, concebida no como la capacidad de realizar la verdad del proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia, sino como una fuerza autónoma de autoafirmación, no raramente contra los demás, en orden al propio bienestar egoísta.
7. Viviendo en un mundo así, bajo las presiones derivadas sobre todo de los medios de comunicación social, los fieles no siempre han sabido ni saben mantenerse inmunes del oscurecerse de los valores fundamentales y colocarse como conciencia crítica de esta cultura familiar. (…)”.(Familiaris Consortio, 6)
Hoy, entonces, no hemos de extrañarnos al recordar que en la Asamblea General de la OEA (Cancún 2017) se declaró que
«Los hijos no son de las familias, los hijos son ciudadanos; los ciudadanos son del estado, el Estado formará a sus ciudadanos».El descaro con que se ha dicho esto, en efecto, muestra el terreno que ha ganado el enemigo. Hoy la Revolución tiene para sí a la mayor parte de las conciencias, quienes aplauden “democráticamente” las cadenas con que se las esclaviza.
Pero sin embargo, todo esto no es lo más alarmante, porque al fin y al cabo deberíamos saber que el demonio, el mundo y la carne no cejarán en su intento de arrebatar las almas, y su lucha durará lo que la Historia, hasta que el Señor vuelva.
Lo que alarma es que la sal se vuelva sosa. No el que haya incendios, sino que los bomberos pretendan llenar con nafta sus cisternas…
Es lo que nos sucedía cuando apenas publicada la “bomba atómica” que significó Amoris Laetitia, pensábamos que tal vez haya que observar mejor los muchos “virus” agazapados entre sus líneas, como en una guarida de escorpiones:
“la familia no debe pensarse a sí misma como un recinto llamado a protegerse de la sociedad. No se queda a la espera, sino que sale de sí en la búsqueda solidaria” (181)Entonces nos preguntamos: ¿acaso se puede ser solidario renegando de la propia identidad? ¿es necesario desproteger lo propio para acoger lo que hoy nos es extraño? ¿Qué se entiende por “sociedad”? Porque una cosa es la caridad bien entendida (y ordenada), y otra muy diversa es “el mundo y sus máximas”, con los que está impregnada hasta la médula esa sociedad…Y de “esta” sociedad, si hay familia cristiana y se conoce el valor del “tesoro"…¡por supuesto que hay que protegerse!
Pero cuidado: aquí se quiere colar en las familias el mismo buzón que se ha “colado” en las patrias, con respecto a la inmigración. Con la excusa de la solidaridad y misericordia, se está contribuyendo a la disolución de las patrias, realidad explícitamente querida y bendecida por Dios. Ni la familia ni la patria es “egoísta” por querer cuidar lo propio, pues quien no valora su cuna no puede respetar la ajena.
El único modo de “salir de sí en la búsqueda solidaria” será lo que ha sido siempre la misión del bautizado: ir y anunciar el Evangelio, a tiempo y a destiempo, porque la verdad es Una. Cristo es Rey del Universo y no hay otro nombre por Quien hayamos de ser salvados. Al proclamarlo, pues, habrá que asumir la contradicción con el mundo y su hostilidad, aceptar la Cruz, ser testigos. Pero salvaguardando el corazón, protegiendo el tesoro que se nos ha confiado, porque si perdemos el sabor no salaremos…y será razonable que seamos pisoteados.
Descartando la catolicidad, por la Globalización…
Pero resulta que en el último Encuentro “Paz sin fronteras”, el Card. Kasper pregonó la urgente necesidad de un “humanismo espiritual para la supervivencia del género humano”, elogiando la declaración escandalosamente relativista de Abu Dhabi. Días atrás, el Sumo Pontífice convoca un “pacto educativo global” tendiente a cuidar… el planeta.
Todo ello sin sal. Todos invitados…menos el Rey del Universo.
Como hijos de la Iglesia, nos preguntamos entonces, ¿cómo podemos admitir sin profunda preocupación y repugnancia, la invitación a un “pacto educativo” que no sólo propone universalmente suscribir los principios más caros al naturalismo, sino que desplaza francamente del centro de la cuestión a Cristo –apoyándose en el documento firmado en Abu Dhabi-, sin mencionar siquiera Su nombre, “ante Quien toda rodilla se dobla en el cielo, la tierra y los abismos”?
¿Acaso Nuestro Señor ha “defraudado” a la Humanidad, y por eso ya no vale la pena ya acudir a Él, como para sumergirse en las propuestas y principios de tan claro y amargo sabor masónico?
¿Por que en el “nuevo humanismo” que se nos propone, se reemplaza el significado de catolicidad por globalización -término obviamente más conciliador-, sin hacer mención de Cristo, y sobre todo, sin la menor referencia a la Cruz?
Como inquebrantable respuesta, repetiremos hasta el cansancio las proféticas palabras de la encíclica Quas Primas, haciéndolas nuestras:
“Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad. Después, poco a poco, la religión cristiana fue igualada con las demás religiones falsas y rebajada indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados. Y se avanzó más: hubo algunos de éstos que imaginaron sustituir la religión de Cristo con cierta religión natural, con ciertos sentimientos puramente humanos (…)
24. Los amarguísimos frutos que este alejarse de Cristo por parte de los individuos y de las naciones ha producido con tanta frecuencia y durante tanto tiempo, los hemos lamentado ya (…) y los volvemos hoy a lamentar, al ver el germen de la discordia sembrado por todas partes; encendidos entre los pueblos los odios y rivalidades que tanto retardan, todavía, el restablecimiento de la paz; las codicias desenfrenadas (…) y, brotando de todo esto, las discordias civiles, junto con un ciego y desatado egoísmo, sólo atento a sus particulares provechos y comodidades y midiéndolo todo por ellas; destruida de raíz la paz doméstica por el olvido y la relajación de los deberes familiares; rota la unión y la estabilidad de las familias; y, en fin, sacudida y empujada a la muerte la humana sociedad.” (Quas Primas, 23-24)Esperamos de todo corazón una reparación a lo que consideramos un grave ultraje al Redentor al menos teniendo en mente el Juicio,
“…cuando Cristo, no tanto por haber sido arrojado de la gobernación del Estado cuanto también aun por sólo haber sido ignorado o menospreciado, vengará terriblemente todas estas injurias; pues su regia dignidad exige que la sociedad entera se ajuste a los mandamientos divinos y a los principios cristianos, ora al establecer las leyes, ora al administrar justicia, ora finalmente al formar las almas de los jóvenes en la sana doctrina y en la rectitud de costumbres.
Porque si a Cristo nuestro Señor le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; si los hombres, por haber sido redimidos con su sangre, están sujetos por un nuevo título a su autoridad; si, en fin, esta potestad abraza a toda la naturaleza humana, claramente se ve que no hay en nosotros ninguna facultad que se sustraiga a tan alta soberanía”. (Quas Primas, 33-34)Ahora bien, vista la indisoluble relación habida entre familia y educación, se hace cada vez más imperiosa la necesidad de respetar y custodiar lo recibido para poder transmitirlo íntegro, pues no se puede conciliar el agua y el aceite, y no podemos borrar de un plumazo lo que la Iglesia nos ha legado como exigencia:
“Es, pues, necesario que Cristo reine en la inteligencia del hombre, la cual, con perfecto acatamiento, ha de asentir firme y constantemente a las verdades reveladas y a la doctrina de Cristo; es necesario que reine en la voluntad, la cual ha de obedecer a las leyes y preceptos divinos; es necesario que reine en el corazón, el cual, posponiendo los efectos naturales, ha de amar a Dios sobre todas las cosas, y sólo a El estar unido; es necesario que reine en el cuerpo y en sus miembros, que como instrumentos, o en frase del apóstol San Pablo, como armas de justicia para Dios, deben servir para la interna santificación del alma” (Quas Primas, 33-34)¿Acaso se han puesto en práctica todos los consejos y admoniciones de los últimos pontífices para lograr la paz tan añorada, probando de colocar a Nuestro Señor en el centro de la historia y del mundo, recordando que “sin Mí NADA podéis hacer” (Jn.15,5)?.
Si se nos responde que se trataba entonces de “otra Iglesia", la pregunta que inmediatamente surge -en buena lógica- es ¿Y cuál de ellas es la Iglesia Católica?…
Por de pronto, pues, como madre, cuando nos hablan de “pacto global educativo”, creemos que el primer pacto propuesto por la Iglesia debería ser de reconocimiento de Cristo Rey como centro de toda sociedad y fuente de toda Verdad, única que nos hace libres y proporciona la Paz. Fuera de ella, fuera de Cristo, no puede haber sino esclavitud y amargura para toda la sociedad.
Y debería ser un pacto de respeto a la familia -espacio sagrado de vida y de fe-, pero he aquí que las familias no pueden ni deben ser “globales”, sino tradicionales, porque su compromiso no está dado con el espacio sino con su historia, con su fe, con su patria, con su tradición. Por eso es que cuando una sensación nos es particularmente agradable y “propia” se dice que nos es “familiar".
Y esa “historia familiar” –máxime si es una familia cristiana- es la que autoriza a unos padres que no quieren ver a sus hijos esclavizados, a plantarle cara al mundo y a quien los interpele, para defender su hogar y decirles: Aquí es así, y si no es así, no es aquí.
Resistiremos entonces, con la gracia de Dios que jamás le niega a sus hijos más pequeños. ¡Viva Cristo Rey!
Caritas In Veritate
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