Espero que los responsables frenen a tiempo. Caso contrario, terminaremos con mujeres obispo en pocos años.
“Así, en el sagrado terreno de la religión, sin seguir un mal principio, sin la ignorancia o el rechazo a la Verdad ni ese autoengaño que son los principales instrumentos de Satán en nuestros días, no debido a la mera cobardía o a la mundanidad, sino a la falta de reflexión, a un temperamento indolente, a la excitación del momento, al gusto por hacer felices a los demás, a la susceptibilidad o a la adulación y al hábito de mirar en una sola dirección, los hombres se ven conducidos a abandonar las verdades del Evangelio, a consentir en abrir la Iglesia a las diversas denominaciones del error que abundan entre nosotros o a alterar nuestros ritos para complacer al tibio, al burlón o al vicioso. Ser amables es su único principio de conducta y cuando encuentran que se ofende el credo de la Iglesia, empiezan a pensar cómo cambiarlo o recortarlo, con el mismo ánimo con el que intentarían ser generosos en una transacción económica o ayudar a otro a costa de renunciar a la propia conveniencia. Al no entender que sus privilegios religiosos son un depósito que deben entregar a la posteridad, una sagrada propiedad confiada a toda la familia cristiana que ellos no poseen sino que sólo disfrutan, desperdician esos privilegios y son pródigos con los bienes de los demás. Así, por ejemplo, hablan contra los anatemas del credo atanasiano, O las disposiciones litúrgicas, o algunos de los salmos, y desean prescindir de ellos”.
[…]
“Obsérvese, pues, que estos tres sistemas de pensamiento, por muy distintos entre sí que sean en principios y espíritu, coinciden en dejar a un lado que Dios está representado en la Escritura no sólo como un Dios del amor sino también como un «fuego abrasador». Al rechazar el testimonio de la Escritura, no extraña que rechacen también el de la Conciencia, que, desde luego, no presagia nada bueno para el pecador pero, como sostiene el fanático, no es en absoluto la voz de Dios, o, según los partidarios del utilitarismo, queda en una mera benevolencia, o, según los más místicos, en una suerte de pasión por lo hermoso y lo sublime. Así, al considerar sólo la «bondad» y no la «severidad» de Dios, no es de extrañar que se «desciñan los lomos» y se feminicen, ni que su noción ideal de una Iglesia perfecta sea la de permitir que cada cual vaya por su lado, y renuncie a cualquier derecho a expresar una opinión, y mucho menos a censurar el error religioso”.
[…]
“Sólo entonces triunfarán en su lucha los cristianos, «entregándose como hombres», conquistando y dominando la furia del mundo y conservando la unidad y el poder de la Iglesia: cuando sometan sus sentimientos a una severa disciplina y amen con firmeza, santidad y rigor. Sólo entonces podremos prosperar (bajo la bendición y la gracia de aquel que es el espíritu tanto del amor como de la verdad), cuando se nos dé un corazón como el de Pablo, incluso más grande que el de Pedro y Bernabé, si es que han de verse superados en sentimientos humanos, para «no conocer ya ningún hombre según la carne», para alejar de nosotros a sobrinos u otros familiares cercanos, para renunciar a su trato, su esperanza y su deseo cuando Él lo ordena; Él que da amigos también al solitario si confía en Él y que nos proporcionará «dentro de mi casa y de mis muros, parte y renombre mejores que hijos e hijas: les daré nombre eterno que no será borrado»”. (Is 56,5).
Sermón para el día de san Bernabé de 1834. (Parochial and Plain Sermons II, 23)
The Wanderer
“Así, en el sagrado terreno de la religión, sin seguir un mal principio, sin la ignorancia o el rechazo a la Verdad ni ese autoengaño que son los principales instrumentos de Satán en nuestros días, no debido a la mera cobardía o a la mundanidad, sino a la falta de reflexión, a un temperamento indolente, a la excitación del momento, al gusto por hacer felices a los demás, a la susceptibilidad o a la adulación y al hábito de mirar en una sola dirección, los hombres se ven conducidos a abandonar las verdades del Evangelio, a consentir en abrir la Iglesia a las diversas denominaciones del error que abundan entre nosotros o a alterar nuestros ritos para complacer al tibio, al burlón o al vicioso. Ser amables es su único principio de conducta y cuando encuentran que se ofende el credo de la Iglesia, empiezan a pensar cómo cambiarlo o recortarlo, con el mismo ánimo con el que intentarían ser generosos en una transacción económica o ayudar a otro a costa de renunciar a la propia conveniencia. Al no entender que sus privilegios religiosos son un depósito que deben entregar a la posteridad, una sagrada propiedad confiada a toda la familia cristiana que ellos no poseen sino que sólo disfrutan, desperdician esos privilegios y son pródigos con los bienes de los demás. Así, por ejemplo, hablan contra los anatemas del credo atanasiano, O las disposiciones litúrgicas, o algunos de los salmos, y desean prescindir de ellos”.
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“Obsérvese, pues, que estos tres sistemas de pensamiento, por muy distintos entre sí que sean en principios y espíritu, coinciden en dejar a un lado que Dios está representado en la Escritura no sólo como un Dios del amor sino también como un «fuego abrasador». Al rechazar el testimonio de la Escritura, no extraña que rechacen también el de la Conciencia, que, desde luego, no presagia nada bueno para el pecador pero, como sostiene el fanático, no es en absoluto la voz de Dios, o, según los partidarios del utilitarismo, queda en una mera benevolencia, o, según los más místicos, en una suerte de pasión por lo hermoso y lo sublime. Así, al considerar sólo la «bondad» y no la «severidad» de Dios, no es de extrañar que se «desciñan los lomos» y se feminicen, ni que su noción ideal de una Iglesia perfecta sea la de permitir que cada cual vaya por su lado, y renuncie a cualquier derecho a expresar una opinión, y mucho menos a censurar el error religioso”.
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“Sólo entonces triunfarán en su lucha los cristianos, «entregándose como hombres», conquistando y dominando la furia del mundo y conservando la unidad y el poder de la Iglesia: cuando sometan sus sentimientos a una severa disciplina y amen con firmeza, santidad y rigor. Sólo entonces podremos prosperar (bajo la bendición y la gracia de aquel que es el espíritu tanto del amor como de la verdad), cuando se nos dé un corazón como el de Pablo, incluso más grande que el de Pedro y Bernabé, si es que han de verse superados en sentimientos humanos, para «no conocer ya ningún hombre según la carne», para alejar de nosotros a sobrinos u otros familiares cercanos, para renunciar a su trato, su esperanza y su deseo cuando Él lo ordena; Él que da amigos también al solitario si confía en Él y que nos proporcionará «dentro de mi casa y de mis muros, parte y renombre mejores que hijos e hijas: les daré nombre eterno que no será borrado»”. (Is 56,5).
Sermón para el día de san Bernabé de 1834. (Parochial and Plain Sermons II, 23)
The Wanderer
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