martes, 18 de agosto de 2020

MONSEÑOR MARCEL LEFEBVRE: ¿QUÉ ES LA TRADICIÓN? (CAPÍTULO XVII)

El modernismo es ciertamente lo que mina a la Iglesia desde el interior, tanto en nuestros días como ayer. 

Consideremos todavía algunos conceptos contenidos en la encíclica Pascendi correspondientes a lo que estamos viviendo. "Desde el momento en que su fin es enteramente espiritual, la autoridad religiosa debe despojarse de todo ese aparato exterior, de todos esos ornamentos pomposos mediante los cuales se ofrece como en espectáculo. Aquí ellos olvidan que la religión, si bien pertenece propiamente al alma, no se limita a ella y que el honor rendido a la autoridad recae en Jesucristo que la instituyó".

A causa de la presión ejercida por esos "amigos de novedades", Pablo VI abandonó la tiara, los obispos se despojaron de la sotana violeta y hasta de la sotana negra, así como de su anillo, los sacerdotes se presentan en traje civil y la mayoría de las veces con un aspecto voluntariamente descuidado. Hubo que llegar hasta las reformas generales ya puestas en práctica o reclamadas con insistencia para que san Pío X las mencionara y las considerara el deseo "maníaco" de los modernistas reformadores.

Se las reconoce en el siguiente pasaje: "En lo que se refiere al culto (ellos quieren) que se disminuya el número de las devociones exteriores o por lo menos que se detenga su acrecentamiento... Que el gobierno eclesiástico se vuelva a la democracia; que una parte del gobierno sea confiada al clero inferior y aun a los laicos; que la autoridad esté descentralizada.

(Quieren) la reforma de las congregaciones romanas sobre todo las del Santo Oficio y del índex... y hay quienes, por fin, haciéndose eco de sus maestros protestantes, desean la supresión del celibato eclesiástico".


Bien se ve que hoy se reclaman las mismas cosas y que no hay ninguna imaginación nueva. En el caso del pensamiento cristiano y en el de la formación de los futuros sacerdotes, la voluntad de los reformistas de la época de Pío, X era abandonar la filosofía escolástica, que debía quedar "relegada a la historia de la filosofía entre los sistemas superados" y preconizaban que "se enseñe a los jóvenes la filosofía moderna, la única verdadera, la única que conviene a nuestros tiempos... que la teología llamada racional tenga por base la filosofía moderna y que la teología positiva tenga por fundamento la historia de los dogmas".
En este punto, los modernistas obtuvieron lo que querían y aún más. En lo que se refiere a la enseñanza en los seminarios, hoy se enseña antropología y psicoanálisis, Marx, en reemplazo de santo Tomas de Aquino.

Se rechazan los principios de la filosofía tomista en provecho de sistemas inciertos que reconocen ellos mismos su ineptitud, para dar cuenta de la economía del universo, puesto que preconizan ante todo la filosofía del absurdo. Un revolucionario de estos últimos tiempos, un sacerdote "desordenado", muy escuchado por intelectuales, que colocaba el sexo en el centro de toda cosa, no temía declarar en reuniones públicas: "Las hipótesis de los antiguos en el dominio científico eran puras burradas y en semejante burradas apoyaron sus sistemas santo Tomás y Orígenes".

Poco después incurría en el absurdo al definir la vida como "un encadenamiento evolutivo de hechos biológicos inexplicables". ¿Cómo lo sabe si es inexplicable? ¿Como un sacerdote, agregaré por mi parte, puede descartar la única explicación que es Dios?

Los modernistas quedarían reducidos a nada si tuvieran que defender sus lucubraciones contra los principios del Doctor Angélico, las nociones de potencia y de acto, de esencia, de sustancia y de accidentes, de alma y de cuerpo, etcétera. Al eliminar estos conceptos, los modernistas hacían incomprensible la teología de la Iglesia y, según se lee en el Motu Proprio Doctoris Angelici "se sigue de ello que los estudiantes de las disciplinas sagradas ya ni siquiera perciben la significación de las palabras mediante las cuales los dogmas que Dios reveló son expuestos por el magisterio". El ataque contra la filosofía escolástica es pues necesario cuando se quiere cambiar el dogma y atacar la tradición.

Pero ¿qué es la tradición? Me parece que a menudo la palabra se comprende mal; se la asimila a las tradiciones como las que existen en los oficios, en las familias y en la vida civil: ¿la "rama del árbol" que se pone en el techo la casa cuando se ha colocado la última teja? ; La cinta que se corta al inaugurar un monumento, etc.

No hablo de estas cosas, la tradición a que me refiero no son las usanzas legadas por el pasado y conservadas por fidelidad a él, aun cuando falten razones claras para hacerlo, La tradición se define como el depósito de la fe transmitido por el magisterio siglo tras siglo. Ese depósito es el que nos dio la Revelación, es decir, la palabra de Dios confiada a los apóstoles y cuya transmisión está asegurada por sus Sucesores.

Ahora bien, hoy se quiere que todo el mundo se ponga "a buscar" como si el Credo no nos hubiera sido dado, como si Nuestro Señor no hubiera venido a aportar la verdad de una vez por todas. ¿Qué pretenden encontrar con toda esa búsqueda?

Los católicos a quienes se les quiere imponer "revisiones" después de haberlos privado de sus certezas deben recordar lo siguiente: el depósito de la Revelación quedó terminado el día de la muerte del último apóstol. Ahí se acabó todo, ya no se puede tocar nada hasta la consumación de los siglos. La Revelación es irreformable. El concilio Vaticano I lo recordó explícitamente: "La doctrina de fe que Dios reveló no fue propuesta a las inteligencias como una invención filosófica que las inteligencias debieran perfeccionar, sino que fue confiada como un depósito divino a la Esposa de Jesucristo (la Iglesia) para qué fuera fielmente guardada e infaliblemente interpretada".

Pero, se dirá el lector, el dogma que hizo de María la madre de Dios sólo se remonta al año 431, el dogma de la transubstanciación al año 1215, la infalibilidad del Papa a 1870, etcétera. ¿No ha habido aquí una evolución? De ninguna manera.

Los dogmas definidos a lo largo de las edades ya estaban contenidos en la Revelación; la Iglesia simplemente los ha hecho explícitos. Cuando en 1950 el papa Pío XII definió el dogma de la Asunción, dijo precisamente que esta verdad del ascenso al cielo de la Virgen María con su cuerpo se encontraba en el depósito de la Revelación, que esa verdad ya existía en los textos que nos fueron revelados antes de la muerte del último apóstol. En este dominio no se puede aportar nada nuevo, no se puede agregar un solo dogma; sólo se pueden expresar los que existen de una manera más clara, más hermosa y más grande.

Y esto es tan cierto que es la regla que debemos seguir para juzgar los errores que nos proponen cotidianamente y rechazarlos sin ninguna concesión.

Bossuet lo dijo con fuerza: "Cuando se trata de explicar los principios de la moral cristiana y de los dogmas esenciales de la Iglesia, todo lo que no aparece en la tradición de todos los siglos y especialmente en la antigüedad es no sólo sospechoso, sino malo y condenable; y éste es el principal fundamento sobre el que se apoyaron todos, los santos padres (de la iglesia) y los papas, más que los demás, para condenar doctrinas falsas, pues nunca hubo nada más odioso a la Iglesia romana que las novedades".

El argumento que se hace valer a los fieles espantados es éste: "Ustedes se aferran al pasado, tienen el culto del pasado; vivan con su tiempo". Algunos, desconcertados, no saben qué replicar y sin embargo la contestación es sencilla: Aquí no hay ni pasado, ni presente ni futuro, la verdad es de todos los tiempos, es eterna.

Para demoler la tradición, le oponen las Sagradas Escrituras, como hacen los protestantes, y afirman que el Evangelio es el único libro que cuenta. ¡Pero la tradición es anterior al Evangelio! Aunque los sinópticos hayan sido escritos mucho menos tardíamente de lo que se trata de hacer creer, antes de que los cuatro evangelistas hubieran terminado su redacción, transcurrieron muchos años; ahora bien, la Iglesia ya existía, el día de Pentecostés ya había sobrevenido y había provocado numerosas conversiones, tres mil el mismo día al salir del cenáculo. ¿Qué creyeron en ese momento aquellos fieles? ¿Cómo se realizó la transmisión de la Revelación sino por tradición oral? No se puede subordinar la tradición a los libros sagrados y menos aún recusarla apelando a ellos...

Pero no creamos que al adoptar esta actitud los modernistas tengan un respeto ilimitado por el texto inspirado. Hasta ponen en tela de juicio que ese texto sea íntegro: "¿Qué es lo que está inspirado en el Evangelio? Solamente las verdades que son necesarias a nuestra salvación".

En consecuencia, los milagros, los episodios de la niñez de Jesús, los hechos de Nuestro Señor son relegados al género biográfico más o menos legendario. En el concilio se debatió sobre esta frase: "Solamente las verdades necesarias a la salvación"; había obispos partidarios de reducir la autenticidad histórica de los Evangelios, lo cual muestra hasta qué punto el clero está carcomido por la gangrena del neo modernismo.

Los católicos no deben dejarse engañar: todo el Evangelio está inspirado; quienes lo escribieron tenían realmente su inteligencia bajo la influencia del Espíritu Santo, de manera que la totalidad del Evangelio es palabra de Dios, Verbum Dei.
No es lícito elegir partes y decir: "Aceptamos esta parte pero no aceptamos esa otra". Elegir supone una actitud herética, según la etimología griega de la palabra.

Pero lo que nos trasmite el Evangelio es ciertamente la tradición y corresponde que el magisterio nos explique el contenido del Evangelio. Si no, tenemos, a nadie que nos interprete, pódennos ser muchos quienes lo comprendamos de una manera enteramente opuesta a la palabra misma de Cristo. Entonces se desemboca en el libre examen de los protestantes y en la libre inspiración de todo ese carisma actual que nos lanza a la pura aventura.

Todos los concilios dogmáticos nos dieron la expresión exacta de la tradición, la expresión exacta de lo que enseñaron los apóstoles. Eso no puede reformarse. No se pueden modificar los decretos del concilio de Trento porque son infalibles, porque están escritos en virtud de un acto oficial de la Iglesia, a diferencia del concilio Vaticano II cuyas proposiciones no son infalibles, porque los papas no quisieron empeñar su infalibilidad.

De manera que nadie puede decirnos: "Ustedes se aferran al pasado, ustedes se han quedado en el concilio de Trento". ¡Porqué el concilio de Trento no es el pasado! La tradición tiene un carácter intemporal, se adapta a todos los tiempos y a todos los lugares.




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