La guerra se enciende en torno al nombre de Cristo, o de sus ideales: o por Cristo, o contra Cristo.
VII
CON ÉL O CONTRA ÉL
Una grosera acusación de los fariseos contra Jesucristo: “Él lanza los demonios por obra de Belcebú, príncipe de los demonios” (Luc. 11:15), provocó una de las más elevadas, enérgicas y vehementes declaraciones del Maestro, que vino a iluminar de una vez y para siempre las relaciones entre Él y los hombres.
1. Lucha de Cristo contra Belcebú. He aquí sus textuales palabras: “Quien no está por mi, está contra mi; y quien no recoge conmigo, desparrama” (Ibid. 23). Cristo había atacado al enemigo de la humanidad. Él, el más fuerte, entró en la morada humana, en cuya posesión se hallaba desde hacía siglos el tirano de las tinieblas. Le venció, le expulsó, quebróle la armadura en que confiaba, despedazó sus armas: la soberbia, la carne, las pasiones; libertó al hombre de la esclavitud degradante, e inauguró el reinado de la libertad, el Reino de Dios. Esa es la obra suprema de Jesucristo, libertar las almas del yugo de la tiranía, establecer en ellas el reino de Dios, con el Espíritu santificador, que viene siempre acompañado de la verdadera libertad. ¿Cómo podían suponer los enemigos de Jesucristo que en esta obra fuese ayudado por el príncipe de los demonios? El odio ciega, y el orgullo no es buen consejero para los que combaten con deslealtad, envidia y mala fe. Jesucristo echó por tierra tan miserables argumentos.
2. Secuaces de Cristo, o de Belial. En esta labor nobilísima de liberación de las almas, en esta gran obra de apostolado, de implantación del reino de Dios en los corazones, se condensa toda su misión, todo su esfuerzo y trabajo. Con Él laboran todos los buenos. Al contrario, todo el esfuerzo de los malos, y de su caudillo Satanás, se cifra en impedir esta magnífica empresa, combatiendo sin tregua, en lucha encarnizada, sin honor y sin lealtad alguna. Todo el mundo se halla dividido por el mismo Cristo en dos grandes campos de batalla; de un lado, los que están a su favor, del otro, los que se le declaran en contra.
Grandiosa visión la de las generaciones humanas, divididas en dos campos opuestos. Cristo a todas las domina: a las que le miran con amor, y a las que arden en su odio. Todas toman parte en el combate, quiéranlo o no, blasfemando o bendiciendo. La guerra se enciende en torno a su nombre, o de sus ideales: o por Cristo, o contra Cristo.
3. Nadie puede ser neutral. ¿No hay indiferentes? ¿No hay neutrales en esta guerra? No los hay. Él mismo lo declaró con profunda verdad; larga experiencia de luengos siglos luminosamente lo confirma. ¿Indiferentes ante la figura de Cristo, o ante su obra? Nadie los conoce, nadie sabe su nombre, porque no existen y nunca existirán, ni hoy ni en tiempo alguno.
¿Puede uno ser indiferente a lo que más de cerca toca a la vida humana y a sus destinos? ¿Puede haber neutralidad en la batalla que necesariamente se ha de reñir en torno a nosotros, a causa de las aspiraciones, intereses y pasiones de unos o de otros? ¿Puede haber neutralidad cuando estamos obligados a definirnos y a tomar parte en la lucha? La misma indiferencia sería la forma más ruin y baja de hostilidad. Somos indiferentes a lo que no queremos conocer, a lo que consideramos inútil y a lo que despreciamos. ¿Quién de entre nosotros podrá ahora declararse indiferente respecto de Jesús y de su Santo Evangelio? ¿Quién se atreverá a decir que la revolución abierta contra Cristo y su ley, tal como se manifiesta hoy en el mundo, no le interesa? ¿Quién puede pasar fríamente ante la imagen de Cristo sin que sus labios murmuren una plegaria, o un saludo amoroso, o sin que de ellos brote una blasfemia, o una expresión de odio?
¡No! Prácticamente no es posible que al tratarse de Cristo haya neutralidad: o con Él, o contra Él. El nombre de Cristo está íntimamente ligado a nuestra vida: a la familia, a la patria, a la sociedad; no puede haber neutralidad. Esta expresión desgraciada, aplicada a la vida cristiana, significa cuando menos una guerra disfrazada, pero guerra al fin.
Pero se me dirá: ¿Qué pensar entonces de aquellos cuyas almas no han experimentado aún la acción benéfica del rayo divino de la fe, ni tampoco se han abierto al odio, de aquellos que sinceramente respetan, admiran y buscan a Cristo?
Tales almas ya no son indiferentes ni neutrales, se hallan bien cerca del reino de Dios. Quien respeta, estima lo que respeta; quien admira, siente la grandeza de lo que admira; quien busca sinceramente la verdad, la encontrará sin falta. Por consiguiente, si estas almas no están aún con Cristo, están ya en el camino que a Él conduce. Son como tropas de reserva, que aún no combaten por la patria, aunque se hallan ya cerca del campo de batalla.
Los que se dicen pues, indiferentes y neutrales, son los verdaderos enemigos; los demás están al lado del Maestro.
¿Y nosotros? Examinemos nuestra conciencia, y, si al recorrer sus secretos, halláramos un día, una sola hora, en nuestra vida, que no ha sido para Él, sepamos de cierto que en ese día y en esa hora nos hemos pasado al campo del enemigo.
Tomado del libro “Salió el sembrador” del padre Juan B. Lehmann de la Congregación del Verbo Divino, edición 1944.
Artículos relacionados:
Jesucristo en el desierto (2)
No sólo de pan... (3)
Tentaciones (4)
Tentaciones (5)
Las tres estaciones (6)
Tentación... ¿Cómo se vence? (7)
El ayuno (8)
El ayuno (9)¡Haced penitencia! (10)
La envidia: Su descripción y sus frutos (11)
La Transfiguración (12)
Mirar al cielo nos conforta en la tierra (13)
La Cuaresma y el Tabor (14)
Transfiguración de Jesús (15)
La Transfiguración (16)
Transfiguración de Jesucristo (17)
El Cielo (18)
La Gula (19)
La Iglesia, nuestra Felicidad (20)
La Iglesia, nuestro Tabor (21)
La Castidad (22)
¿Para qué sacerdotes? ¿Para qué seminarios? (23)
En el monte de la gloria (24)
Salió el Sembrador (parte II) (25)
Por lo menos una vez al año (26)
Celo (27)
Gratitud (28)
El demonio mudo (29)
El demonio (30)
No hay comentarios:
Publicar un comentario