Cuando el mundo se fraccionó, la Iglesia conservó y debía conservar, con su hermosa lengua primitiva, la unidad en la forma, así como su enseñanza y su liturgia.
Por Monseñor De Segur (1862)
Porque es Apostólica, porque es invariable su doctrina y, porque es Una y Católica.
1. La Iglesia es apostólica: es la Iglesia de San Pedro y de los Apóstoles, por lo cual conserva como reliquias preciosas todos los recuerdos de los Apóstoles. Cuando estos se esparcieran en el mundo, para cumplir la voluntad de Dios, anunciando a los pueblos el Evangelio, encontraron que el Universo hablaba dos lenguas, en el Occidente el idioma latino, en el Oriente la lengua griega. Predicando, pues, simultáneamente en latín y en griego, sus escritos y constituciones fueron compuestas en estas dos hermosas lenguas; y la Iglesia ha conservado, con religiosa veneración, aquellos respetables monumentos. He aquí por qué la lengua eclesiástica es, en el Occidente, la latina; y la griega, en el Oriente. De modo, que eso de que se acusa a la Iglesia, justamente es una prueba a su favor.
2. Por otra parte en esto andaba el dedo de la Providencia. El latín y el griego, convirtiéndose en lenguas muertas y por lo mismo invariables, vinieron a ser, por eso mismo, las más aptas, para formular las doctrinas de una Iglesia que no conoce ni admite variación en sus dogmas, porque es divina. Se ha hecho un cálculo sobre las variaciones que sufren las lenguas vivas, del cual resulta que si la Iglesia en vez de atenerse al latín de San Pedro, de San Pablo, de San Marcos etc… hubiera adoptado el francés, ella habría tenido que modificar, más de doscientas sesenta veces, la forma del Sacramento del Bautismo. Sin esa modificación aquella forma no habría expresado, en el lenguaje corriente, la idea que encierra. Dedúzcase de aquí cuantas trasformaciones hubiera tenido que sufrir el Credo, así como los Decretos de Fe de los Concilios primitivos y de los primeros Papas.
3. La Iglesia habla latín, no solamente porque ella es invariable, sino también porque es Católica, es decir universal, en cuyo concepto tiene que entenderse con todos los pueblos y naciones. En los tres o cuatro primeros siglos el latín era la lengua del mundo civilizado; y aunque entonces era lengua vulgar tenía ese carácter católico, esto es universal, carácter indispensable al idioma de la Iglesia. Pero cuando el mundo se fraccionó, la Iglesia conservó y debía conservar, con su hermosa lengua primitiva, la unidad en la forma, así como en el fondo de su enseñanza y de su liturgia.
Resulta, pues, que la Iglesia habla latín porque es apostólica, porque es invariable y porque es católica.
Dícese que San Pablo ordena que se haga uso en las reuniones cristianas de, una lengua sabida por todos, con el objeto de que todos la comprendan. En efecto, así lo dice el Apóstol, en una de sus Epístolas a los Corintios; pero, este argumento que los protestantes derivan de sus palabras, no hace en manera alguna relación al punto de que se trata. San Pablo prescribe el uso de la lengua vulgar para las predicaciones, exhortaciones o instrucciones, destinadas a edificar a los fieles congregados en la casa del Señor. El verbo prophetare de que hace uso el Apóstol, significa predicar, hablar de las cosas divinas. La Iglesia Católica siempre ha practicado al pie de la letra esta prescripción apostólica, pues sus Obispos, sacerdotes, misioneros y catequistas se sirven siempre para predicar y catequizar del idioma conocido por todos y para todos inteligible, llegando hasta aprender los dialectos particulares de las provincias, o las lenguas de los salvajes más oscuros, para hacer llegar a ellos la palabra divina, de modo que la comprendan todas las gentes.
En cuanto a las sectas protestantes ellas tienen razón para hablar una lengua vulgar y moderna. Los idiomas divididos entre sí, esencialmente variables, siempre mudables y enteramente modernos, se adaptan perfectamente a esas doctrinas que tanto se les parecen en ser inventadas ayer, mudar a cada paso, tener la variación en la esencia de su ser y hallarse indefinidamente divididas en fracciones innumerables.
Tomado del libro “Conversaciones sobre el protestantismo actual”, impreso en 1862.
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