Por Monseñor De Segur (1862)
Para dar alguna apariencia de verdad a estas pretensiones de antigüedad, varios autores protestantes han forjado genealogías interminables; buscando con un celo digno de mejor causa, todos los caracteres de la Iglesia primitiva, en las diversas fracciones de la pretendida Reforma. Pero el protestantismo nada adelanta con empolvarse adrede, para parecer viejo; ni con cubrirse de telas de araña, como hacen con sus botellas de vino los mercaderes fraudulentos, para venderle por añejo, pues cuando se destapan esas botellas, no se encuentra más que vino picado o vinagre.
Así es que esas jactancias de los protestantes, no deben tomarse por lo serio, pues no faltan ni aun entre ellos mismos algunos escritores instruidos y bastante concienzudos, que las califican de absurdas. Pero estos escritores, si bien destruyen las pretensiones de las sectas protestantes, no se proponen favorecer a la Iglesia Católica. Como no descubren en el Evangelio y en los escritos de los Apóstoles, todas las prácticas actuales de nuestra piedad y todas las formas de nuestro culto, ellos acusan a la Iglesia Católica de haber añadido al cristianismo, dogmas que le han desfigurado; de donde ellos deducen que el catolicismo es tan diferente, como el protestantismo, del cristianismo de los primeros siglos. En respuesta a este argumento, se me ofrece aquí la ocasión de dar una idea clara y exacta de la Iglesia Católica, a la cual se acusa contradictoriamente, ora de inmovilidad y oposición al progreso, ora de innovaciones y de cambios.
No ha habido nunca ni puede haber jamás, sino una sola Iglesia de Jesucristo, Iglesia inmutable como su Cabeza y Fundador que es Dios; pero esta Iglesia es un cuerpo con vida y ella, aunque es perfecta desde su origen, va siempre desarrollándose en el curso de los siglos. Cuando el hombre nace no trae consigo la plenitud de fuerzas, la belleza de formas y la expansión de todas las facultades, que constituyen la perfección de su naturaleza. Todo esto lo posee desde entonces, pero en germen, de modo que ya sea pequeño niño, ya robusto joven u hombre hecho, siempre es el mismo individuo. De la propia manera la Iglesia que comenzó por doce hombres en el Cenáculo, ha crecido y se ha desarrollado en la serie de los tiempos. Parecida en esto a una alfombra que se va desarrollando y dejando ver progresivamente sus magníficos colores, la Iglesia manifiesta sucesivamente al mundo los tesoros de Doctrina y de santificación que contiene en su seno. La Iglesia Católica es siempre antigua y siempre nueva, y su enseñanza de hoy es la misma de los siglos primitivos; si bien es cierto que algunos puntos, cuya importancia se ha aumentado, se han definido más claramente, ora porque los atacaban los impíos, ora porque surgieran necesidades nuevas en los pueblos.
Por lo demás, todo hombre que se ocupa seriamente en el estudio de las antigüedades, de los orígenes del cristianismo y de los escritos de los Santos Padres, está habituado a encontrar en estos testigos de los siglos primitivos, repetidas pruebas de la perfecta unidad que reina en la Fe Católica, desde el tiempo de los Apóstoles hasta nuestros días. El Papado, la jerarquía católica, el sacerdocio, el sacrificio de la Misa con la presencia real, la confesión, el culto de la Santísima Virgen, de los Santos y de sus reliquias, la oración por los difuntos; y en una palabra, todo cuanto nos disputan las sectas heréticas, encuentra en aquellos monumentos tan auténticos como venerables, una plena justificación.
Las excavaciones que hace veinte años se vienen haciendo en las Catacumbas de Roma, producen diariamente nuevos testimonios en apoyo de las verdades católicas; y los protestantes sabios que van a visitar la capital del Orbe cristiano, reconocen la autenticidad innegable y la importancia de estos descubrimientos. Las inscripciones, las pinturas, monumentos etc. que se encuentran en aquellos venerables subterráneos, todo está marcado con el mismo sello de nuestra creencia. En las Catacumbas hay muchas capillas con altares que contienen las reliquias de los mártires. En las paredes de ellas, los frescos medio borrados, revelan la fe de los primeros cristianos en la presencia real, en el sacrificio Eucarístico y en la confesión. Todo atestigua ahí que las Catacumbas han conocido el Papado, el Episcopado y el sacerdocio.
Me sucedió un día haber llevado yo mismo a las Catacumbas a un joven protestante, procedente de Strasburgo, donde estudiaba para ministro de su secta. Estaba asombrado de lo que veía y como era leal e inteligente, no pudiendo negar la evidencia de aquellas pruebas, no sabía qué decir. No le volví a ver más. ¡Quiera Dios que la gran voz de las Catacumbas, haya sido bastante poderosa sobre él, para hacerle volver a la unidad católica!
Tomado del libro “Conversaciones sobre el protestantismo actual”, impreso en 1862.
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