Por Monseñor De Segur (1862)
Sí, ciertamente, pero es necesario distinguir con cuidado.
“Una cosa es estar en el error y otra cosa estar en la herejía”, decía San Agustín, cuando predicaba a su pueblo sobre la salvación de los herejes. En efecto puede uno engañarse sin culpa en ciertas ocasiones. El error involuntario no es un pecado sino una desgracia; y por eso se dice que aun estando uno en el error, puede a veces salvarse. Pero siendo la herejía una rebelión contra Dios y su Iglesia, ella es un pecado, es un crimen; y por esta razón se dice, que el que está en la herejía, no puede salvarse.
Esto equivale a decir, que solamente la buena fe invencible, excusa a un protestante del pecado de herejía y le deja, en medio de su desgracia, la posibilidad de salvarse. Fuera de esa buena fe, el hereje está perdido, porque se separa de la verdad, que es Jesús; y de la sociedad de la verdadera Iglesia Católica, Apostólica, Romana.
¿Cuáles son los protestantes de buena fe? ¿Es posible esta buena fe invencible en un país católico, en medio de católicos y con tantas facilidades de llegar a la Iglesia? Este es un misterio que solo Dios conoce y que él solo juzgará. Si hemos de creer a las apariencias, puede decirse que esta buena fe se encuentra con bastante frecuencia entre los protestantes, especialmente entre los de la clase trabajadora; pues parece que por su condición carecen de aquellos medios de instrucción, que hacen inexcusables a las clases cultas. Confieso que, aun concediendo la posibilidad absoluta de este milagro, no tengo ninguna devoción a la buena fe de los ministros protestantes y tiemblo por su suerte eterna.
Añadiré respecto de los protestantes de buena fe, es decir, respecto de aquellos que pueden salvarse, una observación que debe entristecernos por su estado. Si pueden salvarse, sin embargo les será mucho más difícil conseguirlo que a nosotros los católicos, verdaderos discípulos de Jesucristo.
Para esto hay muchas razones. La primera, que la buena fe de un protestante siempre es más o menos incierta. La segunda, que el punto de partida y el principio de las virtudes cristianas, con las cuales salva uno su alma, es la Fe; y el católico la tiene exacta, precisa e independiente de todos los caprichos de su imaginación, lo cual no le sucede al protestante. La tercera que, como ya hemos visto, el protestante no participa de los auxilios que la Iglesia da a sus hijos para ayudarlos a vivir de manera que ganen el cielo. Entre estos auxilios me fijaré en dos, la Confesión y la Comunión. Cuando una persona ha tenido la desgracia de cometer pecado mortal, solo puede reconciliarse con Dios, yendo a confesarse y obteniendo la absolución del sacerdote; y si esto último no puede ser materialmente, por lo menos debe tener el profundo dolor de sus pecados, que se llama Contrición Perfecta, la cual incluye el sincero deseo de confesarse. Esta clase de dolor es por sí mismo bastante raro y difícil. Aunque siempre debemos desear tenerle, no es sin embargo indispensable en el Sacramento de la penitencia, pues basta en él un dolor ordinario, porque siendo este un Sacramento de misericordia, Nuestro Señor se digna suplir lo que falta a los pobres penitentes.
Ahora bien, el protestante que ha cometido un pecado mortal, no tiene el recurso de la confesión. Es preciso pues que tenga contrición perfecta, perfecto arrepentimiento y purísimo amor de Dios, sin lo cual no puede obtener la remisión de su pecado ni la eterna salvación. Tampoco puede unir a esta contrición el deseo de confesarse, porque le supongo de buena fe; y, en tal caso, ignora la necesidad de este Sacramento. Luego le es mucho más difícil que a nosotros, recobrar la gracia de Dios. Si lo consigue, por una gracia especial, todavía no tiene como nosotros la Sagrada Comunión, instituida precisamente por nuestro Señor Jesucristo, para conservar nuestras fuerzas espirituales, preservarnos del pecado e impedir las recaídas. Nosotros los católicos, tenemos en la Santísima Eucaristía una provisión de viaje, en la peregrinación de la vida. El pobre protestante está privado de ella y corre gran riesgo de desfallecer en el camino. De consiguiente, le es más difícil santificarse y salvarse; y así nosotros debemos tratar de convertirle, para ponerle en una situación infinitamente mejor respecto a la salvación de su alma, que es el único objeto de la vida de todo hombre en este mundo.
Diferencia que hay entre una conversión y una apostasía
La conversión es un deber, la apostasía es un crimen.
Cuando un protestante entra en el seno de la Iglesia, se convierte; pero cuando un católico deja la Iglesia para afiliarse a una secta protestante, apostata. ¿Por qué esta diferencia? Voy a explicarla.
La Fe Católica invariablemente enseñada por la Iglesia, hace dieciocho siglos, se compone de un número cierto de dogmas positivos, tales como la unidad de Dios, la Trinidad, la Encarnación, la presencia real, el Papado etc. etc. Para tener un número redondo, supongamos por un momento que esos dogmas sean cincuenta. Admitiendo esta hipótesis, todos los cristianos creían, pues, cincuenta dogmas, hasta principios del siglo décimo, época en la cual no había habido más que una sola fe en la cristiandad. En el décimo siglo la Iglesia griega negó que el Espíritu Santo procede tanto del Padre, como del Hijo; y negó también la supremacía del Papa, por lo que de cincuenta dogmas no le quedaron a esa Iglesia Cismática más que cuarenta y ocho. Así se ve que nosotros los católicos, creemos siempre todo lo que ha creído la Iglesia; mientras que, los cismáticos griegos, por el contrario, niegan dos verdades que nosotros creemos.
En el siglo decimosexto las sectas protestantes, llevaron las cosas más lejos, negando otros dogmas. De los cincuenta, algunos de ellos negaron veinte, otros treinta; y otros apenas conservaron unos pocos. Pero pocos o muchos, los que ellos retuvieron, nosotros los católicos los conservamos con todos los otros. La Iglesia Católica cree todos los dogmas verdaderos que creen los protestantes; y además está enriquecida con los que estos han rechazado. Este punto es incontestable.
Esas sectas de consiguiente no son religiones, porque solo se forman negando tal o cual dogma; y así no son más que negaciones, es decir nada por sí mismas, pues la negación es la nada.
De esto se deduce una consecuencia, con la mayor evidencia; y es la de que el católico que entra en una secta protestante, apostata verdaderamente, porque abandona dogmas y niega hoy lo que ayer creía. Por el contrario, un protestante que pasa a la Iglesia Católica no abdica ninguna verdad, no niega nada de lo que creía si era cierto; y si cree la verdad que negaba, lo cual es muy diferente. Este razonamiento, que no tiene réplica, es del Conde de Maistre.
El señor de Joux, pastor protestante de Ginebra y después Presidente del Consistorio reformado de Nantes, decía en mil ochocientos trece: “Yo condenaría a un católico que se hiciera protestante, porque no es permitido al que posee lo más, dejarlo por buscar lo menos; pero no podría censurar a un protestante que se hiciese católico, porque es muy permitido a quien tiene lo menos, buscar lo más”.
En 1825 el Sr. de Joux abjuró el protestantismo y se convirtió a la Fe Católica.
Tomado del libro “Conversaciones sobre el protestantismo actual”, impreso en 1862.
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