Por Monseñor De Segur (1862)
Con raras excepciones, que siempre se explican por una profunda ignorancia de la Religión Católica que se deja, y del protestantismo que se abraza; yo afirmo que nunca un católico se ha hecho protestante, por motivos honrosos, y de que él no tuviera que avergonzarse.
He conocido a algunos católicos, de nombre, que querían hacerse protestantes. Uno de ellos era un joven amable e inteligente, pero perdidamente enamorado de la hija de un ministro protestante, de donde le nacía un deseo ardiente de hacerse protestante. Otro era un sacerdote, que había abandonado todas sus obligaciones y vivía en el desorden. El Obispo de su diócesis había tenido que recogerle las licencias... y ahora él es cura protestante. Otra prosélita era una joven alemana, que daba lecciones en una familia extraña, en cuya posición se creía humillada; y como los protestantes le ofrecían una buena colocación, con tal de que renegase de la Fe Católica, ella me escribía a mí mismo lo siguiente, para hacerme saber que aceptaba la proposición: “Cueste lo que costare, quiero tener casa mía”.
Estas no son más que unas muestras de lo que todos los días sucede. Es tan conocido el carácter de estas pretendidas conversiones al protestantismo, que los mismos protestantes leales las lloran. Uno de sus escritores decía: “El protestantismo le sirve de albañal al catolicismo”. Y el Deán Swift, protestante también, añadía: “Cuando el Papa limpia su jardín, echa las malas yerbas al nuestro”. Estas palabras se han convertido en un adagio inglés.
“Mientras que la Iglesia Católica -dice un diario protestante de Suiza- atrae a sí continuamente a los protestantes más instruidos, más ilustrados y más distinguidos por su moralidad; nuestra Iglesia reformada está reducida a tomar por reclutas a los frailes apóstatas, lascivos y concubinarios”. Ciertamente desde Lutero y Calvino, Zwinglio, Oecompaladio, Bucero, etc., todos los cuales fueron eclesiásticos, suspendidos por sus vicios, frailes apóstatas o malos sacerdotes, algunos perversos individuos del clero católico, siguiendo la huella de aquellos malvados, se arrojan, como por instinto, en brazos del protestantismo, donde encuentran simpatía y protección. Ellos eran el oprobio y la hez del catolicismo; lo cual no obsta para que, sin transición, los protestantes los hagan ministros del puro Evangelio. Los escuchan, los honran y los aplauden; y lo que es más aun, hacen gala de su apostasía, de modo que las sectas protestantes ostentan como un trofeo, lo que arroja la Iglesia Católica como una ignominia. En Inglaterra ha sido llevado en triunfo el fraile apóstata Achilli, lanzado de su convento y hasta de su país, por su infame libertinaje; y otros miserables, parecidos a él, han hallado buena acogida y lucrativos empleos entre los protestantes de Ginebra y de París. Guarde la Reforma estas “conquistas”. Se las cedemos con mucho gusto.
Hace poco tiempo que una señora prusiana, habiéndose hecho católica ocho o diez años antes, era requerida con seductores ofrecimientos por su familia, para que volviera al protestantismo. Exhortándola un eclesiástico amigo mío a no ceder, ella le respondió con triste franqueza: “Me hice católica por amor de Dios; ahora voy a hacerme protestante por amor de mí misma”. He aquí perfectamente resumida la cuestión.
Uno es pobre y quiere salir de ese estado: otro tiene pasiones y no quiere reprimirlas; otro es orgulloso y no quiere someterse; otro es ignorante y se deja seducir.... He aquí por qué algunos se hacen protestantes.
De muy distinta manera muchos protestantes se hacen católicos.
Desde luego concedo, que a veces puede suceder, que ciertos motivos humanos, induzcan a un protestante a entrar en la comunión de la Iglesia; pero estas no son, ni pueden ser otra cosa, que excepciones imperceptibles. Los protestantes que se hacen católicos, como hemos visto por confesión de los mismos protestantes, son los más honrados, sabios y virtuosos que hay en el seno del protestantismo. Este hecho es más palpable que nunca en nuestros días.
En Inglaterra durante los últimos 15 o 20 años, ha abjurado la herejía un número considerable de ministros anglicanos, que eran lo más florido de las Universidades inglesas y los maestros de las ciencias, bastando citar los nombres de Newman, Manning, Faber y Wilberforce, para tapar la boca a toda contradicción. Cada día los diarios ingleses publican, con despecho, nuevas conversiones ocurridas en el clero protestante, en la nobleza, en la magistratura o en el ejército.
Uno de los hechos más notables en este género es la conversión del ilustre hijo de Lord Spencer, caballero inglés de la más elevada aristocracia; el cual; hecho católico, entró en la humilde y severa Orden de los Pasionistas, bajo el nombre de Padre Ignacio. Cuando todavía era protestante, excitaba a sus correligionarios de todas las sectas, a orar por la conversión de la Inglaterra, a lo menos condicionalmente; esto es, les decía que pidiesen a Dios, que si la Iglesia Católica era la verdadera esposa de Jesucristo, se dignase hacer que la Inglaterra volviese al gremio de esta Iglesia. Convertido al catolicismo y ordenado como sacerdote, él ha continuado promoviendo con celo esta Cruzada de oraciones, la cual ha traído sobre su patria tantas gracias del cielo.
La Alemania ha dado también los más ilustres ejemplos de conversiones a la Fe Católica, especialmente en las familias de soberanos y príncipes. Desde el año 1817 el Duque de Sajonia Gotha, pariente próximo del Rey de Inglaterra, volvió al seno de la Iglesia; y por su viva piedad, llegó a ser la edificación tanto de los católicos como de los protestantes. En 1822 tuvo lugar la conversión del Príncipe Enrique Eduardo de Schoemburgo; en 1826 la del Conde Ingenheim, hermano del Rey de Prusia: la del Duque Federico de Mecklemburgo; la de la Condesa de Solms Bareuth; la de la Princesa Carlota de Mecklemburgo, esposa del Príncipe real de Dinamarca, etc. etc. A estas conversiones de Príncipes, debe añadirse la del hermano del actual Rey de Wurtemberg, verificada en Paris el año 1851.
Pocos serán los que no hayan oído hablar del famoso conde de Stolberg, que era uno de los hombres más eminentes al principio de este siglo. Convertido a la Religión Católica por un estudio serio de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y de las obras de controversia, sacrificó la más brillante carrera por abrazar la verdad; y Dios le dio el consuelo de ver seguido su ejemplo por su familia, que toda entera se hizo también católica.
En pos del Conde de Stolberg y casi en la misma época, se reconciliaron con la Iglesia muchos escritores, filósofos y jurisconsultos alemanes de primer orden. Entre estas conversiones fue una de las más brillantes, la del célebre literato Werner. Elevado ya en Berlín a los empleos más altos, todo lo abandonó por hacerse católico, primero, y después sacerdote. Murió como Religioso en la Orden de los Redentoristas, fundada por San Alfonso María de Ligorio. Se refiere de él que convidado a comer con algunos grandes personajes protestantes, uno de ellos, que no podía perdonarle su separación de la pretendida reforma, le dijo delante de todos, que él no podía nunca apreciar a un hombre que hubiera cambiado de religión. “Yo tampoco -replicó Werner- y es por eso justamente, que siempre he despreciado a Lutero”.
El ejemplo de Werner fue imitado por otros sabios de la misma nación, tales como Federico Schlegel, el barón de Eckstein, el consejero áulico Adan Muller, etc.
En Suiza, entre los protestantes más distinguidos que se han hecho católicos, es necesario citar en primer lugar a Carlos Luis de Haller, patricio de Berna y miembro del soberano Consejo. Él, como le sucedió también a la mayor parte de los que acabo de citar, tuvo el honor de ser perseguido, privado de todo título y empleo y aun desterrado al mismo tiempo por los protestantes, cuya tolerancia es igual donde quiera que pueden dominar.
Esta conversión fue seguida en ese país de la del pastor Esslingen, en Zurich; de la del señor Pedro de Joux, pastor de Ginebra; y de la del célebre pastor Presidente del Consistorio protestante de Schafhouse, el señor Federico Hurter, la cual tuvo una celebridad particular. Este ministro protestante hizo su profesión de Fe Católica en Roma, el año 1845, sirviéndole de padrino el gran pintor Overbeck; el cual es también un convertido desde hace muchos años, habiendo llegado a ser en Roma un modelo de las más admirables virtudes.
La Francia, aunque solamente hay en ella una minoría protestante, no ha dejado de pagar su contingente de conversiones en nuestros días. Una de las más notables ha sido la del señor Laval, pastor protestante de Conde-sur-Noireau; seguida de la del señor Pablo Latour, Presidente del Consistorio protestante de Maz-d'-Asil.
Dos años después se verificó en Lyon la conversión del señor A. Bermaz. Cuatro años había profesado este señor las doctrinas de los sectarios protestantes, conocidos bajo el nombre de Momiers; y se ocupaba en propagarlas muy activamente en la Diócesis de Lyon. Él abjuró sus errores e hizo conocer, por medio de un escrito que dio a luz en Lyon, los motivos de su vuelta al verdadero cristianismo.
En nuestros días ¡cuántos protestantes de Francia y especialmente cuántos de sus Pastores se arrojarían con gozo en los brazos de la Santa Iglesia, si no los detuvieran los obstáculos tan poderosos de su familia e intereses temporales! Los consistorios protestantes saben bien lo que se hacen, casando a los jóvenes pastores desde que salen de la escuela. El obstáculo mayor para la conversión de un ministro protestante, son su mujer y sus hijos; porque desde que abjura, perdiendo el destino y el sueldo, no tendrá para mantener a su familia. Podría citar más de un ejemplo en apoyo de esta observación.
La América del Norte no ha quedado fuera de este movimiento que conduce hacia el catolicismo a las inteligencias elevadas, rectas y religiosas. Para abreviar me contentaré con referir la conversión del Obispo protestante de la Carolina del Norte, el Doctor Yves, hombre venerado de todos los de su secta, por su ciencia y sus virtudes. Él buscó la verdad con un corazón recto y luego que la hubo encontrado, todo lo abandonó por seguirla. Dejó su obispado protestante y resolvió ir a Roma, para echarse a los pies del Sumo Pontífice. El 26 de diciembre de 1852, hizo su profesión de Fe Católica, en la capilla particular del Papa; y postrándose a los pies de Su Santidad, le presentó el anillo y los sellos que eran las insignias de la dignidad que tuviera entre los protestantes, como también la cruz que usaba en las ocasiones solemnes. En este acto le dijo: “Santo Padre, he aquí las señales de mi rebelión.” “En adelante serán las de vuestra sumisión -respondió el Vicario de Jesucristo- y como tales, iréis a depositarlas en el sepulcro de San Pedro”.
Muéstrenos el protestantismo sus conquistas para compararlas con las que ha hecho el catolicismo en estos grandes hombres. No le pediremos hombres ilustres, hombres que por el brillo de su talento y la nobleza de su carácter, puedan hacer contrapeso a los que acabamos de citar y otros muchísimos que se omiten. Es evidente que el protestantismo no los tiene, pues si los tuviera los publicaría a voz en grito. Pero muéstrenos por lo menos, muéstrenos algunos católicos instruidos y prácticos, que hayan abandonado a la Iglesia, estrechados por la necesidad de una creencia mejor; y que hayan edificado a sus nuevos correligionarios, con el espectáculo de una vida ejemplar y cristiana. Se desafía al protestantismo para que presente siquiera una sola persona de esta clase.
Los apóstatas que se pasan al protestantismo, casi siempre son individuos que esperan, por el cambio de religión, mejorar de fortuna; o corazones ulcerados, que quieren vengarse, por medio de un escándalo.
Los que salen de las sectas protestantes, para entrar en la Iglesia de Jesucristo, vienen a buscar y efectivamente encuentran en ella la Fe sólida, clara y precisa, el consuelo, la paz, la santidad y el amor. Concluiré con un hecho de pública notoriedad, cuya consideración ha conmovido la conciencia de muchos protestantes. No hay sacerdote católico, por poco extenso que sea el ejercicio de su ministerio, a quien no se haya llamado varias veces para recibir la abjuración de protestantes moribundos; mientras, que sería imposible citar el ejemplo ni de un solo católico serio, que se haya hecho protestante en el momento de comparecer delante del Tribunal de Dios.
La ignorancia, las malas pasiones y el olvido de la justicia Divina, arrastran las almas al protestantismo.
La rectitud de conciencia, la ciencia verdadera, el amor de la verdad y el santo temor de Dios, atraen las almas a la Iglesia Católica. Sáquese la consecuencia.
Los apóstatas que se pasan al protestantismo, casi siempre son individuos que esperan, por el cambio de religión, mejorar de fortuna; o corazones ulcerados, que quieren vengarse, por medio de un escándalo.
Los que salen de las sectas protestantes, para entrar en la Iglesia de Jesucristo, vienen a buscar y efectivamente encuentran en ella la Fe sólida, clara y precisa, el consuelo, la paz, la santidad y el amor. Concluiré con un hecho de pública notoriedad, cuya consideración ha conmovido la conciencia de muchos protestantes. No hay sacerdote católico, por poco extenso que sea el ejercicio de su ministerio, a quien no se haya llamado varias veces para recibir la abjuración de protestantes moribundos; mientras, que sería imposible citar el ejemplo ni de un solo católico serio, que se haya hecho protestante en el momento de comparecer delante del Tribunal de Dios.
La ignorancia, las malas pasiones y el olvido de la justicia Divina, arrastran las almas al protestantismo.
La rectitud de conciencia, la ciencia verdadera, el amor de la verdad y el santo temor de Dios, atraen las almas a la Iglesia Católica. Sáquese la consecuencia.
Tomado del libro “Conversaciones sobre el protestantismo actual”, impreso en 1862.
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