Los sacerdotes son hombres de Dios y cuentan con una particular -como poderosa- asistencia del Espíritu Santo que, sin importar cuan frágiles o pecadores fueren estos sacerdotes, actúa en ellos y a través de ellos para ofrecer a todos las gracias sacramentales de Dios Padre; fuente de salvación ganada para toda la humanidad a precio de la sangre redentora del Hijo de Dios, Jesucristo.
Pero los sacerdotes también lloran y -según indican diversos estudios desde comienzos de este siglo XXI, padecen situaciones de agotamiento -burnout-, soledad u otras fragilidades psicoemocionales que están al alza, generando en algunos problemas de salud mental y alarmas en países donde se observa un aumento en el número de sacerdotes que llegan al suicidio.
Abordar entonces la cuestión de la salud mental de seminaristas y sacerdotes es cada vez más urgente para la Iglesia. Como bien señala el padre Giovanni Cucci en un ensayo recién publicado por La Civiltà Cattolica, el estrés y la soledad golpean por igual a los sacerdotes. En este sentido, el agotamiento y la sensación de inadecuación son síntomas a vigilar. “Se trata de un malestar destinado a crecer, porque los sacerdotes tienen a menudo varias parroquias que administrar, sin residir en ninguna de ellas, y a las tareas administrativas se añaden las responsabilidades canónicas, civiles y penales”, escribe Cucci.
Algunos sondeos
En Francia, el 25 de noviembre de 2020 se presentó un estudio financiado por la Conferencia Episcopal Francesa (CEF) y la Mutualité Saint Martin sobre la salud de los 6.400 sacerdotes diocesanos menores de 75 años que trabajan en las 105 diócesis.
Cuando se les pregunta en general cómo se sienten, la inmensa mayoría responde “bien” o “bastante bien” (93,3%); sin embargo, el 40% siente un bajo grado de realización personal y malestar en relación con la jerarquía eclesiástica, a menudo debido a problemas de gestión; dos de cada cinco sacerdotes tienen problemas con el alcohol y el 8% son adictos. Sin embargo, lo que más preocupa a los obispos es que el 2% de sus sacerdotes sufre de forma grave de burnout: el 7% experimenta “fatiga de forma elevada” y el 76% de forma débil; sólo el 15% parece estar exento.
También en Italia se han realizado estudios sobre el malestar entre los sacerdotes. Una investigación realizada en 2005 en Padua (una de las diócesis donde hay más sacerdotes, 806 en el momento de la investigación) muestra resultados muy similares a los encontrados en Francia. De las entrevistas se desprenden 2 grandes grupos (124 sacerdotes cada uno) antitéticos: para el primer grupo “todo va bien”, mientras que el segundo se siente “agotado”, con altos niveles de depresión, falta de implicación y escasa realización personal. Hay otras categorías, menos numerosas, pero que sienten una situación bastante similar a la de los “agotados”.
Cifras que inquietan
El ensayo de padre Giovanni Cucci también menciona algunas cifras que inquietan: “Desde hace algún tiempo, ha habido un aumento impresionante de suicidios entre los sacerdotes en Brasil. Durante el año 2018, 17 sacerdotes se quitaron la vida y otros 10 en 2021”. Y continúa…
“Ya en 2008, una investigación realizada por la organización Isma Brasil, recogiendo entrevistas con 1.600 sacerdotes, religiosos y religiosas, había señalado que la principal causa de estrés en la vida religiosa era la ausencia de privacidad, tiempo y espacio adecuados para el autocuidado. La Conferencia Episcopal de Brasil también inició investigaciones. Los expertos consultados señalaron el exceso de trabajo, la falta de ocio, la soledad y la pérdida de motivación entre los posibles factores que llevan a algunos religiosos al suicidio (…) De las entrevistas realizadas, sin embargo, se desprende que el problema más común es la depresión: Un sacerdote joven en un país como Brasil, donde puede enfrentarse a mucho – demasiado – trabajo pastoral, puede llegar a una actitud digamos hiperresponsable, que fácilmente desemboca en activismo, que a su vez se convierte en estrés, y éste en ansiedad y depresión. Y a menudo está solo y no puede cuidar de sí mismo”.
La situación no mejora trasladándose a Europa, y más concretamente a Francia, como revela una investigación realizada sobre esa nación. “Uno de ellos -escribe Civiltà Cattolica refiriéndose a los sacerdotes implicados en la encuesta- confesó que no era el pastor con olor a oveja, sino con olor a gasolina... Para muchos no hay días libres. Aunque la situación no sea tan dramática como en Brasil, en Francia se han producido siete suicidios de sacerdotes en cuatro años”.
Incluso Italia, desde este punto de vista, no es inmune: una investigación llevada a cabo en el país saca a la luz un malestar generalizado entre los sacerdotes entrevistados. ¿Las causas? “El burnout, aunque la mayoría de ellos no han utilizado este término y a menudo ni siquiera lo conocen; más bien se detectan causas externas precisas (multiplicidad de compromisos, complejidad de los problemas, el sentimiento de ser 'funcionarios de lo sagrado', que prestan servicios asépticos a fieles indiferentes)”.
Las soluciones
El periódico jesuita intenta, no obstante, hipotetizar salidas: desde la ampliación de la vida comunitaria, quizá con la presencia de familias, hasta la implicación de las mujeres en la formación de los sacerdotes. Tampoco deben excluirse, “en los casos más difíciles”, incluso “periodos de alejamiento” para pasarlos “en un contexto 'más protegido', manteniendo siempre la posibilidad de relacionarse con los responsables de la diócesis”.
Y también sobre abordar soluciones... el pasado 14 de marzo de 2023 en el portal de la Conferencia Episcopal de Brasil, Monseñor Messias dos Reis Silveira, Obispo de Teófilo Otoni (MG) escribe un extenso artículo con un título de alto impacto: Remedio para o suicidio de sacerdotes.
Asertivo, Monseñor Reis Silveira, inicia reconociendo que cuando un sacerdote se suicida lo único que algunos hacen es buscar un culpable y no comprometerse. “¿Quién tiene la culpa? ¿El obispo? ¿Los superiores? ¿El presbiterio? ¿El sacerdote? ¿La familia? ¿La Iglesia? ¿El sistema? Las preguntas se suceden casi siempre sin respuestas vivificantes. Los hechos se repiten”, denuncia el obispo.
“El suicidio -prosigue Monseñor- es la culminación de un proceso de enfermedad que, poco a poco, convierte la vida en una carga insuperable para la persona que se enfrenta a sus dificultades, aplastada por la imposibilidad de salir del sufrimiento. No es una elección racional libre e incontaminada. Es la única vía viable dentro de la lógica de un corazón enfermo para abortar el sufrimiento y, quién sabe, ser feliz, aunque sea después de la muerte”, destaca.
Consciente de que este es un problema complejo, el cual requiere un abordaje desde múltiples esferas tanto espirituales, de profesionales idóneos en salud mental y de cada miembro de la Iglesia, Monseñor Reis Silveira advierte que ha de ser una prioridad de cada obispo salvaguardar -como lo haría todo buen padre con sus hijos- el bienestar de sus sacerdotes.
“Detrás de un sacerdote o de un agente religioso hay un ser humano con todas las vicisitudes, debilidades y virtudes de la ‘naturaleza’ humana (..) Un estilo de vida sacerdotal sin apego al presbiterado, sin comunión, sin cuidado de la salud física, emocional, relacional y espiritual conduce a la muerte. Y este se ha convertido en el gran reto de nuestra misión como Obispos Pastores como cuidadores del rebaño, desde la formación inicial hasta la permanente. Generar confianza y ayudar a sanar los corazones es un camino que no se puede dar por descontado”, alerta Monseñor Reis Silveira.
PortaLuz
No hay comentarios:
Publicar un comentario