Por el Dr. R. Jared Staudt
Nos cuesta imaginar cómo es esa vida diferente. Cuando Jesús dice: “He venido para que tengáis vida y la tengáis en abundancia” (Jn 10,10), es tentador pensar en buena salud, vacaciones y prosperidad. Sin embargo, Jesús no necesitaba morir para que nosotros vivamos ese tipo de vida. Eso puede ser lo que queremos, pero nuestros deseos no alcanzan lo que Dios quiere darnos.
Cuando comemos la carne del Hijo de Dios, entramos en “comunión” con él, un alimento lo suficientemente fuerte como para hacernos uno. Él mismo está en perfecta comunión con el Padre, tanto que vive de esta comunión: “Mi comida es hacer la voluntad del que me envió” (Jn 4,34). Cuando entramos en comunión con Jesús durante la Misa, Él nos está ofreciendo su propio alimento para que podamos conocer a su Padre y vivir también en comunión con él. Él nos transmite todo lo que tiene en la Eucaristía.
En respuesta, podríamos tener la tentación de pensar: “¿Eso es todo?” Parece tan simple y oculto, mientras buscamos algo más fácil de sentir y de usar en la práctica. Jesús nos ofrece algo infinitamente más grande: el alimento de su vida divina. Un regalo tan grandioso no puede pasarse por alto fácilmente o darse por sentado. Echamos de menos la ofrenda escondida de todo el ser de Jesús al Padre, que nos atrae a su amor, ofreciéndonos la comunión para la que fuimos creados. No podemos ser felices sin él, pero seguimos mirando más allá, obsesionados con la comida chatarra del placer y la comodidad terrenales.
No podemos conservar su presencia en nosotros si vivimos como todos los demás en el mundo, persiguiendo otras cosas más que él. Si estamos en comunión con Jesús, debemos vivir “como uno” con él, permitiéndole estar presente en nosotros y a través de nosotros.
El verdadero don de la vida de Jesús puede ser interior, pero debe cambiarlo todo. Jesús mismo dijo que el que come su carne y bebe su sangre no morirá jamás (Jn 6,50), porque su vida es mayor que la vida de este mundo. Sin este alimento, vivimos más como zombis, manteniendo la vida biológica mientras carecemos de la verdadera vida del alma que viene solo como un don nutritivo de Jesús.
Este regalo actúa como una levadura espiritual que da vida a todo, comenzando dentro de nuestro corazón como el núcleo y construyendo a partir de ahí, capa tras capa. Una vida eucarística no puede ser secular, porque Jesús desea estar con nosotros en todo lo que hacemos. Tampoco puede ser individualista, porque se basa en la comunión, creando una verdadera comunidad con los demás y una vida compartida que fluye desde y hacia el altar.
Aunque la Eucaristía no parezca un don práctico, es algo que puede y debe hacer que todo sea mejor, incluso a nivel humano. Si Jesús quiere darnos vida, podemos esperar que nos cambie, y lo hará, si se lo permitimos. Si nos cambia, entonces cambiará a otros a través de nosotros. Construirá todo un estilo de vida centrado en su presencia eucarística. Al comer el cuerpo de Cristo, nos convertimos en su cuerpo en el mundo, extendiéndolo concretamente en el tiempo y el espacio.
Esta vida pone a Dios en primer lugar, priorizando la oración, a la vez que atiende a Cristo, presente en los demás. La Eucaristía es el sacramento del amor y, por lo tanto, una forma de vida eucarística debe expresar la caridad, encarnando el amor de Dios concretamente hacia los demás. El sacramento se convierte en un centro compartido, uniéndonos a los demás creando familias más fuertes, formando amistades, construyendo comunidad en la parroquia y convirtiéndose en una fuente de celebración que brinda alegría durante todo el año.
Cuando termina la Misa, Jesús nos pregunta: “¿Tú también te irás?” Deberíamos responder como lo hace Pedro en Juan 6: “Señor, ¿a quién iremos?” (Juan 6:68). Todos nos enfrentamos a esta elección. Después de la comunión, ¿qué hacemos con el resto de nuestras vidas? ¿Permanecemos en Jesús o nos ocupamos de nuestros propios asuntos? ¿Estamos tratando de sustentarnos con comida humana?
La mayoría de nosotros ni siquiera nos damos cuenta de que podemos vivir una vida divina de comunión con la Santísima Trinidad. Apuntamos más bajo y fallamos incluso en ese nivel. Con Jesús en nosotros, sin embargo, todo es mejor y se convierte en un medio para expresar nuestra comunión con Dios. Jesús se hace presente en cada detalle de nuestra vida, haciéndose presente en ella, transformándola y orientándola en su amor. Él se convierte en nuestro pan de cada día, nutriéndonos para la vida eterna.
Catholic World Report
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