Por Robert Royal
En estos días de histeria política y fragilidad, somos muy propensos a convertir incidentes aislados que circulan por las redes sociales en eventos de proporciones cósmicas. Pero de vez en cuando aparece algo en la vorágine mundial de píxeles que demuestra que se ha traspasado un límite. Eso ocurrió, creo, la semana pasada en Canadá, cuando un profesor de un colegio público le dijo a un alumno musulmán que protestaba contra los actos del mes del orgullo saltándose las clases, que si no respetaba a los lgbt participando, “tú no perteneces aquí”.
Hace más de dos décadas que yo esperaba que esto ocurriera. El profesor ha sido descrito por la prensa como “un desquiciado” y “una excepción”. Pero sabemos que no es cierto. En Canadá, Estados Unidos, varios países europeos y más allá, la “ideología de género”, como acertadamente la ha llamado Francisco, es una nueva forma de “colonización cultural”. Está en todas partes - y es agresiva. (Pregunta: ¿entonces por qué no se enfrenta a ese proselitismo implacable en lugar de consentir a sus representantes?).
No son sólo los fieles musulmanes los que están llegando a ser considerados fuera de la casa de la democracia. Son los católicos, los evangélicos, los judíos conservadores y ortodoxos y los padres corrientes que quieren que a sus hijos -especialmente a sus hijos pequeños- se les deje tranquilos sobre asuntos controvertidos en las escuelas y otros lugares públicos. Y que los funcionarios no les oculten nada ni les mientan descaradamente.
Esa era antes la norma básica. Los grupos religiosos no pueden hacer proselitismo en las escuelas. No tienen “días” y “meses” y eventos especiales para promover sus creencias. Las embajadas estadounidenses en el extranjero no ondean banderas vaticanas, musulmanas o israelíes.
Cualquiera que no haya sido hipnotizado por nuestros amos culturales puede ver que esto es puro proselitismo pansexual disfrazado de “tolerancia” y “neutralidad”.
Pero hay más en la historia lgbt vs. musulmanes de lo que parece en la superficie.
He estado esperando este momento en el que la “interseccionalidad” de los grupos supuestamente “oprimidos” muestra su incoherencia básica. Los grupos religiosos tradicionales, por supuesto, tienen creencias que chocan con las reivindicaciones lgbt. Pero podríamos haber gestionado esas diferencias si nos hubiéramos ceñido a vivir y dejar vivir. En cambio, el monstruo lgbt está utilizando todos los instrumentos del Estado y la cultura para obligarnos a someternos.
No ha funcionado con el aborto y no funcionará con los lgbt, especialmente ahora que los padres están movilizados. Bud Light (27.000 millones de dólares menos) y Target (9.000 millones de dólares menos) sólo muestran el principio de lo que puede ocurrir cuando se falta al respeto a los “retrógrados”, casi la mitad de la población. E incluso ha habido un cambio notable en los círculos moderadamente liberales que ahora reconocen lo extremistas que se han vuelto los lgbt.
Y está la cuestión de si el movimiento lgbt es algo coherente, si está “en el lado correcto de la historia”. Porque los grupos “interseccionales” -negros, feministas, mujeres en general, incluso “gays” y (antaño) los musulmanes- no están exactamente de acuerdo.
Los grupos religiosos afroamericanos -en particular, la Nación del Islam- se opusieron a la homosexualidad de diversas maneras, a pesar de las reivindicaciones de opresión mutua, sobre todo en revistas académicas.
Más recientemente, se abrió una importante brecha con algunas feministas, el fenómeno conocido como TERF, Feministas Radicales Trans-Exclusivas. (Lo sé, la mecánica cuántica es más fácil de seguir que las combinaciones y permutaciones de la revolución sexual). La escritora J.K. Rowling es sólo la figura más destacada que ha sido atacada por ese “fanatismo”, que también parece -cuando es necesario- una condición médica (“transfobia”). Las TERF creen que los adultos pueden ser trans si quieren, pero el proyecto público es anular a las mujeres.
Hablando de mujeres corrientes, no son pocas las que ven que el contagio social trans está mutilando a sus hijas, castrando a sus hijos, trastornando décadas de logros en campos como el deporte femenino. Mientras tanto, los medios de comunicación y la academia intentan vergonzosamente convencerlas, y convencernos, de que la “ciencia” apoya la “afirmación de género” (no es así, el Reino Unido ya ha prohibido los “bloqueadores de la pubertad”). Y que la ciencia -en contra de la evidencia de los propios ojos de las mujeres- ha refutado que las “mujeres trans” (es decir, los hombres biológicos) tengan ventaja sobre las atletas femeninas.
A algunos de los activistas homosexuales más veteranos, en su mayoría hombres, tampoco les gustó la inclusión “trans” en la coalición. Simplemente querían hacer lo que querían hacer, no “recrear” -distorsionar- el mundo entero. Incluso hoy en día hay conservadores homosexuales que, dejando a un lado la atracción por el mismo sexo, consideran que las horas de cuentos de drag-queens en bibliotecas públicas, escuelas, etc., son decadentes, una forma de adoctrinamiento de los niños y un peligro para la sociedad.
Los musulmanes, como los católicos y los judíos antes que ellos, han tenido que luchar para encontrar un lugar en el panorama democrático. Queda por ver cómo funcionará en la práctica. ¿Son la tolerancia y la apertura infinitamente elásticas, o las instituciones democráticas dependen de principios y hábitos sociales derivados de las nociones judeocristianas de libertad ordenada a Dios, la naturaleza y el prójimo?
La regla en estos asuntos -aunque a menudo ignorada en la práctica- fue expresada mejor por George Washington, en una carta a la Congregación Hebrea de Newport Rhode Island. El grupo había apelado a lo que sabían que era su simpática tolerancia. Washington respondió:
Ya no se habla más de tolerancia, como si fuera la indulgencia de una clase de personas, que otra disfruta del ejercicio de sus derechos naturales inherentes. Porque felizmente el Gobierno de los Estados Unidos, que no da a la intolerancia ninguna sanción, a la persecución ninguna ayuda, sólo requiere que quienes viven bajo su protección se comporten como buenos ciudadanos, dándole en todas las ocasiones su apoyo efectivo.Hay tres cosas expresadas en esa carta: libertad para todos los ciudadanos, responsabilidad ante la ley y respeto por los derechos de los demás. Los activistas lgbt quieren solo lo primero. Su ciego celo misionero hace difícil creer que vayan a aceptar que, sorprendentemente, nosotros también pertenecemos a este mundo. Ahora depende de todos nosotros que, quieran o no, lo hagan.
The Catholic Thing
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