domingo, 15 de febrero de 2009
¡SEÑOR, SI QUIERES PUEDES CURARME! (MC. 1,40)
El amor puede hacer legítima la trasgresión de la ley en determinados preceptos, pero no autoriza nunca la actitud de algunos que bajo el pretexto de una mayor libertad en el ejercicio del amor, querrían liberase de toda la ley.
VI Domingo durante el año (b)
Por Mons. Marcelo Martorell
La Ley de Moisés prescribía que los leprosos debían alejarse de los poblados, era una ley dura, pues los hebreos pensaban que la lepra era un castigo de Dios por los pecados cometidos, en consecuencia los leprosos eran huidos de todos y tenidos por “impuros”. El libro del Levítico 13,26 dice: “El leproso habitará solo y tendrá su morada fuera del campamento”.
Los Judíos tenían pánico de caer en esa enfermedad que los condenaba de por vida a vivir aislados de la comunidad, despreciados por todos y abandonados a su suerte y a la providencia de Dios.
Jesús se sabe Señor de la vida, y él mismo nos manifiesta que ha venido a redimir al hombre de sus pecados y consecuencias. Que ha venido a dar la salud a los pecadores y a curar a los enfermos. Y es esto lo que va anunciando y haciendo durante toda su vida pública…No son los sanos los que necesitan del médico, sino los enfermos…y venían de todas partes para que les curara sus dolencias y aliviara el alma…Y en consecuencia, el puede transgredir la norma antigua, porque él mismo es el Señor del Sábado y de la Vida y lo hace con un gesto de resolución, como quién tiene pleno poderes. Dice el evangelio, se “acercó a Jesús un leproso y poniéndose de rodillas le dijo: Si quieres puedes curarme” (Mc. 1,41).
Nuevamente el evangelio nos pone frente al misterio de la fe. Aquel pobre hombre enfermo y despojado de todo, despreciado por todos, sin embargo no duda del “amor de Dios”, no abandona por sus padecimientos a Dios, el Señor de la Providencia y del Amor a los pobres y se arrodilla ante él. Nosotros quizá por menos abandonamos y renegamos de Dios y de su Providencia. El leproso sabe por el misterio de la fe que Dios todo lo puede, basta sólo que lo quiera hacer. Y Jesús quiere hacerlo, “mirándolo con amor lo tocó diciendo: “quiero, queda limpio”.
Sin embargo Jesús no deja de lado la ley de Moisés y le dice al leproso curado, para que se cumpla la ley diciéndole: “Ve a presentarte al Sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés”. (Ib 44)
El amor puede hacer legítima la trasgresión de la ley en determinados preceptos, pero no autoriza nunca la actitud de algunos que bajo el pretexto de una mayor libertad en el ejercicio del amor, querrían liberase de toda la ley. Es ciertamente la primera ley la del amor, pero el amor no es auténtico sino va ordenado a Dios en el cumplimiento de la ley y si no pone a Dios y su voluntad por encima de todo. No sería nunca lícito infringir la ley por propio capricho o por deseos desordenados.
Jesús se compadece y tiene “lástima” del leproso, por causa precisamente de su enfermedad que destroza el cuerpo y aísla al hombre; pero ciertamente tiene más lástima de la “lepra que destroza el alma”. Y cuánta de esta enfermedad flagela al mundo, el alma del hombre destruida, sin valores, sin Dios, sin Patria, en soledad con la sola compañía de los males de la droga, el sexo y la pérdida lastimosa del tiempo.
La actitud de fe del leproso nos deja una enseñanza y quizás también una esperanza, nuestro corazón herido por los males del tiempo, lastimado, como lastimado está el cuerpo del leproso, podría arrodillarse ante el Señor y decirle ¡Señor si quieres puedes curarme!
Jesús puede sanar y quiere hacerlo, para eso también ha venido al mundo y se compadece, teniendo presente que esa miseria que atormenta al hombre. Él como Salvador la llevará sobre sí mismo, tomando sobre si la lepra del pecado, aparecerá el también despreciado y evitado por los hombres, como un leproso, herido de Dios y humillado por los hombres (cf. Is. 53,3).
Quizás pudiéramos pedir a Dios el don de la fe y de tanto amor por Dios que nos lleve a decir ¡Señor, si quieres, puedes curarme!
Que la Virgen Madre no lleve a los brazos de Jesús con la conciencia de que estamos en brazos del Señor y Salvador nuestro.
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