Dios continúa diciéndonos: “Desgarren sus corazones, y no sus vestidos”. Nuestros gestos, nuestras mortificaciones, nuestros sacrificios, sólo tienen valor si proceden del corazón, si expresan un amor.
Mensaje del cardenal Bergoglio con motivo del inicio de la Cuaresma
Hay algunos paisajes a los que nos terminamos acostumbrando de tanto verlos. El gran riesgo del acostumbramiento es la indiferencia: ya nada nos causa asombro, nos estremece, nos alegra, nos golpea, nos cuestiona. Algo así puede pasarnos con el triste paisaje que asoma cada vez con más fuerza en nuestras calles. Nos acostumbramos a ver hombre y mujeres de toda edad pidiendo o revolviendo la basura, a muchos ancianos durmiendo en las esquinas o en los umbrales de los negocios, a muchos chicos durante el invierno acostados sobre las rejillas de los tragaluces de los subtes para que les suba algo de calor. Con el acostumbramiento viene la indiferencia: no nos interesan sus vidas, sus historias, sus necesidades ni su futuro. Cuántas veces sus miradas reclamadoras nos hicieron bajar las nuestras para poder seguir de largo. Sin embargo es el paisaje que nos rodea y nosotros, queramos verlo o no, formamos parte de él.
A este corazón acostumbrado viene a despertarlo y rescatarlo del mal de la indiferencia “la trompeta que invita a hacer sonar el profeta” con la que se inicia este tiempo de cuaresma. Y a palabra del Dios que ama con desmesura a todos sus hijos nos dice con ternura “Vuelve a mí de todo tu corazón”. Ese es el deseo de Dios: que nosotros, que a veces nos encontramos y vivimos lejos de él, volvamos no por obligación, no de mala gana, no por miedo… sino de “todo corazón”.
Es lo esencial de este tiempo que iniciamos: aceptar la invitación a entrar más y más en la intimidad del Señor. Es una palabra de amor a nosotros, hombres que tenemos la tendencia de poner siempre el acento en los “cumplimientos”. Por eso Dios continúa diciéndonos: “Desgarren sus corazones, y no sus vestidos”. Nuestros gestos, nuestras mortificaciones, nuestros sacrificios, sólo tienen valor si proceden del corazón, si expresan un amor.
Uno de los pilares de nuestro camino de preparación cuaresmal es el ayuno; pero éste debe partir del amor y llevarnos a un amor más grande. El ayuno que Dios quiere sigue siendo “partir nuestro pan con el hambriento, albergar al pobre sin abrigo, vestir al desnudo y no dar la espalda al hermano”.
Ayunar desde la solidaridad. Hoy sólo se puede ayunar trabajando para que otros no ayunen. Hoy sólo se puede celebrar el ayuno asumiendo el dolor y la impotencia de millones de hambrientos.
Quien no ayuna por el pobre engaña a Dios. Ayunar es amar. Nuestro ayuno voluntario debe ayudar a impedir los ayunos obligados de los pobres. Ayunemos para que nadie tenga que ayunar.
Este miércoles de Ceniza iniciamos, como Iglesia en Buenos Aires, una vez más “El Gesto solidario de cuaresma”. Y deseamos que sea la respuesta de una comunidad de discípulos que se preparan a seguir un camino de conversión para “hacer ayuno” de verdad. Un ayuno que sea signo de solidaridad con los que ayunan involuntariamente, un signo de justicia en un mundo cruel donde a unos se le hincha el estómago de comer y a otros el vientre de no comer; un ayuno que es no una imposición, sino la necesidad de manifestar la gratitud por el amor entregado de Jesús que nos dio la Vida, y continúa dándola.
25 de febrero de 2009 – Miércoles de ceniza
Av. Rivadavia 413 5º (C1002AAC) – Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Tel/Fax: (011) 4342-0580 – prensa@arzbaires.org.ar
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Hay algunos paisajes a los que nos terminamos acostumbrando de tanto verlos. El gran riesgo del acostumbramiento es la indiferencia: ya nada nos causa asombro, nos estremece, nos alegra, nos golpea, nos cuestiona. Algo así puede pasarnos con el triste paisaje que asoma cada vez con más fuerza en nuestras calles. Nos acostumbramos a ver hombre y mujeres de toda edad pidiendo o revolviendo la basura, a muchos ancianos durmiendo en las esquinas o en los umbrales de los negocios, a muchos chicos durante el invierno acostados sobre las rejillas de los tragaluces de los subtes para que les suba algo de calor. Con el acostumbramiento viene la indiferencia: no nos interesan sus vidas, sus historias, sus necesidades ni su futuro. Cuántas veces sus miradas reclamadoras nos hicieron bajar las nuestras para poder seguir de largo. Sin embargo es el paisaje que nos rodea y nosotros, queramos verlo o no, formamos parte de él.
A este corazón acostumbrado viene a despertarlo y rescatarlo del mal de la indiferencia “la trompeta que invita a hacer sonar el profeta” con la que se inicia este tiempo de cuaresma. Y a palabra del Dios que ama con desmesura a todos sus hijos nos dice con ternura “Vuelve a mí de todo tu corazón”. Ese es el deseo de Dios: que nosotros, que a veces nos encontramos y vivimos lejos de él, volvamos no por obligación, no de mala gana, no por miedo… sino de “todo corazón”.
Es lo esencial de este tiempo que iniciamos: aceptar la invitación a entrar más y más en la intimidad del Señor. Es una palabra de amor a nosotros, hombres que tenemos la tendencia de poner siempre el acento en los “cumplimientos”. Por eso Dios continúa diciéndonos: “Desgarren sus corazones, y no sus vestidos”. Nuestros gestos, nuestras mortificaciones, nuestros sacrificios, sólo tienen valor si proceden del corazón, si expresan un amor.
Uno de los pilares de nuestro camino de preparación cuaresmal es el ayuno; pero éste debe partir del amor y llevarnos a un amor más grande. El ayuno que Dios quiere sigue siendo “partir nuestro pan con el hambriento, albergar al pobre sin abrigo, vestir al desnudo y no dar la espalda al hermano”.
Ayunar desde la solidaridad. Hoy sólo se puede ayunar trabajando para que otros no ayunen. Hoy sólo se puede celebrar el ayuno asumiendo el dolor y la impotencia de millones de hambrientos.
Quien no ayuna por el pobre engaña a Dios. Ayunar es amar. Nuestro ayuno voluntario debe ayudar a impedir los ayunos obligados de los pobres. Ayunemos para que nadie tenga que ayunar.
Este miércoles de Ceniza iniciamos, como Iglesia en Buenos Aires, una vez más “El Gesto solidario de cuaresma”. Y deseamos que sea la respuesta de una comunidad de discípulos que se preparan a seguir un camino de conversión para “hacer ayuno” de verdad. Un ayuno que sea signo de solidaridad con los que ayunan involuntariamente, un signo de justicia en un mundo cruel donde a unos se le hincha el estómago de comer y a otros el vientre de no comer; un ayuno que es no una imposición, sino la necesidad de manifestar la gratitud por el amor entregado de Jesús que nos dio la Vida, y continúa dándola.
25 de febrero de 2009 – Miércoles de ceniza
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