La figura del Mesías es siempre la presencia del amor de Dios entre los hombres, quien desde la eternidad de Dios se hace carne, se hace hombre, vive entre los hombres y se mezcla con ellos.
I Domingo de Cuaresma (b)
Por Mons. Marcelo Martorell
“Está escrito, no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mc.4,4)
La cuaresma que hemos comenzado el miércoles de ceniza, es un tiempo especial en la Iglesia, tanto para la liturgia como para la vida común de todo ser cristiano. Es un tiempo especial de oración y penitencia que prepara nuestro corazón para vivir la gracia de la Pascua de Resurrección.
La liturgia cuaresmal se desarrolla sobre una doble faz: por una parte se destacan los momentos fundamentales de la vida de Israel en relación a la Historia de la Salvación, especialmente en el Antiguo Testamento. Y por otra parte, se destacan los hechos más sobresalientes de la Vida de Jesús, hasta su muerte y resurrección, presentados en el Nuevo Testamento.
El amor de Dios roto por el pecado de Adán, sufre un largo proceso de reconstrucción por parte de Dios a lo largo de toda la historia. Esta historia es la que llamamos “Historia de la Salvación”. El tiempo de la Cuaresma, como los otros tiempos litúrgicos, como el Adviento, la Pascua o Pentecostés, ocupan un lugar privilegiado en esa Historia Salvífica. Así pues las intervenciones de Dios en la historia del hombre, tienen un solo propósito: volver al hombre alejado de Dios a su Amor.
Entre estas intervenciones, la liturgia de hoy nos muestra la “Alianza de Dios con Noé” al final del diluvio (Gen.9,8-15). Ciertamente el pecado del hombre produce el enojo de Dios, enviando sobre la tierra el diluvio que extermina todo ser viviente excepto a Noé, sus hijos y las especies animales elegidas por él. Cuando pasa el diluvio y Noé baja a tierra ofrece junto a sus hijos un “sacrificio de alabanza y acción de gracias a Dios” y dijo Dios a Noé y a sus hijos: “he aquí que establezco mi alianza con vosotros…y nunca más será aniquilada toda carne por las aguas del diluvio, para destruir la tierra”. El castigo divino, lleva siempre consigo la promesa de la salvación, Dios manifiesta su amor y ternura por el hombre, el fruto más preciado de la creación. Recordemos, cuando acontece el pecado de Adán, Dios, compadecido, le promete un Salvador…Y cuando realiza la Alianza con Noé, hace aparecer el arco iris de colores, signo de la paz y de la unión del cielo y de la tierra…No obstante, estos son simplemente signos y figura del gran signo del amor de Dios: Cristo, Alianza eterna de Dios con el hombre.
La figura del Mesías es siempre la presencia del amor de Dios entre los hombres, quien desde la eternidad de Dios se hace carne, se hace hombre, vive entre los hombres y se mezcla con ellos. En el Jordán -cuando recibe el bautismo- sacraliza para siempre el signo que será Alianza de Salvación e implantará a las aguas del perdón y el arrepentimiento, la fuerza del fuego y del Espíritu, que remontará el corazón del hombre hacia la gracia de la eternidad.
En el evangelio de hoy, Jesús es tentado por Satanás en el desierto. Mezclado entre los hombres, se hace semejante a ellos; y por lo tanto, en un momento tan importante como el retiro del Señor que prepara su Pascua, no podía ser menos que ningún hombre. Aceptando ser tentado por Satanás y vencido éste por la fuerza de su propio espíritu, enseña a los hombres que serán tentados con tentaciones que fomentan las intenciones ambiciosas, las ansias de poder, de triunfo y de gloria. Allí se esconde la intriga de Satanás. Cuando el hombre cree que todo proviene de sus manos y de su inteligencia para hacer la realidad del mundo. Cuando el hombre cree que Dios no existe, que hay que romper los valores de la vida, que él es el señor de la vida y de la historia, Satanás encuentra el terreno propicio para su obra, y su obra es la destrucción del mundo y de la vida, precisamente porque todo el obra de Dios. Entonces la destrucción, la esclavitud del mal y el desprecio por la vida serán el precio por sucumbir a tal tentación.
Para destruir estas y otras posibles incitaciones al mal es necesario mantener la palabra de Jesús en el Evangelio: “Adorarás al Señor tu Dios y sólo a Él darás culto” (Lc. 4,28).
En este culto se encuentra la salvación del hombre y la grandeza del mundo, como obra del Señor. Aquí se halla el perdón y la grandeza del corazón del hombre amado por Dios.
Que la virgen Madre nos lleve a buscar el amor de Dios sobre todas las cosas.
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