En estos centros de peregrinación popular solemos decir “el que vengan a culpar o acusar a alguien de su desdicha, se equivocan de lugar. No es acá”. No es nuestro método, no es la forma en la que creemos que se solucionan las cosas.
Por el P. Leonardo Belderrain
Una tradición enseño que Valentín bendecía algunas parejas para que, desposados, no se obligara a los hombres marchar a la guerra. Otra tradición enseñó que los valentines eran como chamanes que te ayudaban ver que las relaciones conflictivas son las que mas nos bendicen y hacen crecer, y que a veces se aprende más en la guerra.
Así es que muchos, el 14 de febrero agradecen por las parejas que fueron incómodas.
Se escucha mucho, en los santuarios turísticos como en la capilla del Parque Pereyra Iraola, a personas que se quieren abrir a un nuevo proyecto de pareja y piden una bendición. Me suelen decir: mi antigua pareja, al principio, me trasmitía mucha paz.
Claro, “al principio” –señalo-. “Después se la quitaste” (Algunos se ríen, otros me quieren matar).
Todos señalan que, con el tiempo, el o ella te sacan lo peor.
Suelo decir, que el abc del cristianismo es que no es “el afuera lo que nos hace daño, sino lo que sale de nuestro propio corazón”, sobre todo sino se supo procesarlo bien. Que alguien saque lo peor de uno es un pensamiento que puede ser negativo, que no nos ayuda a ver. Para esto están los chamanes y los sacerdotes; pueden ayudar a vernos y a descubrir que ahí, dentro nuestro, todo puede ser sanado.
Es curioso que lo primero que sugieren los terapeutas transpersonales, es no culpar al otro. Reconocer que uno es el creador de esa realidad, porque es la única forma de modificarla: que sea nuestra creación. Se suele trabajar con el hoponópono, que significa corrección del error. Este método consiste en decirle internamente a esa persona "lo siento, te amo, gracias. Gracias a vos pude ver todo esto que estaba en mí, y que ahora puedo sanar. Lamento estar usándote para verme. Lo siento, te amo, te libero".
Las relaciones cómodas, pueden ser peligrosas, no nos muestran lo peor de nosotros para poder modificarlo. Una relación cómoda, con una amiga entrañable, por ejemplo, que te adora, te admira, con la que tienen infinidad de cosas en común... Esa relación es placentera como comerse un helado. Pero las relaciones que nos van a llevar a esa evolución que estamos declarando anhelar, son justamente esas, las conflictivas, las que nos ayudan a ver todo eso que sale con esa persona, que nos sirve para ver lo que está en nuestro interior. El instinto asesino o avaro estaba dentro de mí y veces no lo sabía. Un amigo del alma no nos saca este aspecto nuestro. Mi hijo más pequeño no saca este aspecto. Lo saca esta mujer... este hombre saca este aspecto que está en mí, y que yo no conocía si no fuera gracias a él o ella. Las parejas sin trabajo personal quieren modificar a su pareja. No es el caso de las mujeres o los hombres que están de vuelta. Me decía una prima que admiro por estas características: “me gustaría que mi hombre nunca olvidara que él es un príncipe".
No he conocido muchas mujeres que lo hagan, porque no fueron educadas para eso. Sí se ve mucho la crítica, la queja y el echar culpas. La queja de la pobre señora que lavaba, planchaba y cocinaba y se quejaba...; aún sin hablar se quejaba. O el hombre proveedor que llegaba tarde quejándose de lo dura que es la vida para el hombre. Eso es lo que vimos, eso aprendimos. Eso es fácil hacerlo, y caemos rápidamente en ese error.
Es como tomar mate. Yo ya sé que de la bombilla se chupa, no se sopla. Se aprende; así vimos a mamá y papá haciéndolo y los imitamos. En los santuarios turísticos se enseña a las parejas a rediseñar otros perfiles. Si uno está dispuesto a abandonar esas viejas ideas que aprendió, las cosas pueden ser más sencillas. Basta bajar las defensas y no venir aquí para contar que somos la víctima. Así, primero se siente el cambio internamente. Luego se refleja en lo exterior.
Es como un auto detenido, con los cables conectados de forma incorrecta: no arranca. Cuando uno los conecta correctamente, arranca. No se cuánto avanzarán, no se a qué velocidad irán, pero por lo menos, verán que arrancó.
Para eso, tal como dice el jesuita Anthony De Mello, “lo primero que se tiene que asumir es que la vida que tiene uno es un caos. Si no lo asumen, no hay posibilidad de cambiar nada. ¿Quién se va a operar de la nariz, si cree que su nariz es bella y perfecta?”
Primero, hay que asumir el caos en que está la vida de uno. Aunque externamente esté más o menos bien, uno tenga un par de hijos que más o menos estudian, que no se drogan, y el marido tenga trabajo... aunque más o menos lo vayan llevando, si no están viviendo plenamente felices, amando y siendo amados, esa vida es un caos.
Si uno no es consciente de que todos nosotros estamos sumidos en un caos, nada cambia. Una mujer separada que haya quedado resentida con su ex y que habla con sus hijos, que les habla y les trasmite el odio, el rencor. Aunque no lo diga directamente sólo al decir "buen día" exhala el odio. "Llamó TU padre", dice, y el niño entiende todo lo que ella siente. Tenemos que modificar no sólo el lenguaje, sino nuestra vibración interior. No podemos albergar odio alguno, juicio alguno, crítica alguna. No por el ex, ni por nuestros hijos, solamente: sino principalmente por nosotros mismos.
En estos centros de peregrinación popular solemos decir “el que vengan a culpar o acusar a alguien de su desdicha, se equivocan de lugar. No es acá”. No es nuestro método, no es la forma en la que creemos que se solucionan las cosas. Pero si se cansan de ustedes mismos, y quieren un cambio real, ahí sí los aceptamos en la comunidad parroquial. Ahí sí, este puede ser el camino: empezar a reírse de uno mismo. Ver al celoso en uno, y reírnos de ello. Ver a la envidiosa en uno, y, lejos de avergonzarse, y taparse, y esconderse (como nos sugiere el Génesis Bíblico), incluso en vez de negar, disimular y tapar, mandar al frente a la envidiosa, reconocerla, y reírse de ella.
El Génesis señaló que no nos convenía "comer del árbol del bien y del mal", y eso significa que no nos conviene emitir juicios. Cuando en verdad, es lo que hacemos todo el tiempo. Juzgar, para psicolgía transpersonal es, separar, dividir. "Esto me gusta, esto no me gusta", "esto es bueno, esto es malo". Y dice el sufismo que eso puede ser la base de un sufrimiento: el lamento de la separación. La idea de creernos separados de la Fuente y separados entre nosotros. Para eso se crea un sistema de defensa fabuloso: el ego, adaptado a la personalidad y la experiencia de cada uno de nosotros. El perfil que predomine en ese sistema de defensa dependerá de cada uno de nosotros, del centro de gravedad que cada uno tenga; pero todos sentimos que no podemos desprendernos del ego, porque además, nos fue útil en el pasado. El ego, cada vez que uno quiere abrir la mano y confiar, dice "no, ni se te ocurra. ¡Vení que te voy a refrescar la memoria y te voy a hacer recordar las veces que yo, ego, te salvé de los ataques del mundo hostil! ¿Cómo me vas a jubilar? Yo te salvé de los malos que están ahí afuera."
No sostenemos la idea de estar unidos, de ver al hermano como uno, como una extensión de uno. Y no la sostenemos porque el ego no cree en esa idea. Ojo; no porque el ego sea "malo", que no es cuestión de levantar al otro del banquillo de los acusados y poner al ego, o ponerse uno mismo. No. El ego estaba haciendo lo mejor que sabía, pero no sabe renunciar a tiempo a su labor. El ego no quiere renunciar, no quiere jubilarse. Y para ello, necesita que sigamos viendo enemigos ahí afuera. El que decide jubilar a ego es uno. A los 6, 7 años, la esencia se vuelve pasiva, y el ego aparece, formando la personalidad, y se hace cargo. Cuando ya somos grandes, la esencia tiene que dejar de ser pasiva, y el ego tiene que retirarse. Pero el que tiene que decidir que eso suceda, y quitarle el volante al ego, es uno.
Somos un espíritu viviendo una experiencia corpórea. De la misma manera que dentro del cuerpo hay sangre que no ven, hay órganos que no ven... hay algo más. Lo que interactúa con los otros, no es ni sangre, ni órganos ni huesos. El que ama en ustedes, el que sufre en ustedes, el que anhela en ustedes, no es el cuerpo. Hay un espíritu ahí adentro viviendo una experiencia con todo eso. Hay algo que uno ES por encima de ese cuerpo.
Cuando se siente esto se hace la experiencia de Valentín cuando bendecía parejas en la guerra, y recordaba que también las parejas que no tapan los conflictos, afuera y adentro experimentan mejor que nadie aquella Esencia divina que le da el brillo a todo lo humano que vivimos.
(*) Padre Dr. Leonardo Belderrain, Bioeticista, Capilla Santa Elena, Parque Pereyra Iraola, Consultoría en ética ambiental. Vicaría de la Solidaridad, diócesis de Quilmes
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