En la vida de un cristiano, les decía, no puede estar ausente el presente, la historia como el futuro de su Patria; ella es parte de ese marco providencial en el que se desarrolla nuestra vida y, por lo mismo, lugar de encuentro con Dios y de compromiso cristiano.
Por Mons. José María Arancedo
El próximo 25 de Febrero, con la celebración del Miércoles de Ceniza, comenzamos el tiempo de Cuaresma. Es un tiempo de preparación a la Pascua en el que la Iglesia nos va hablar de la oración, la caridad y el ayuno, como formas de disponer nuestra vida y nuestro espíritu para crecer en el camino de la vida cristiana. La vida del cristiano es un progresivo asimilar su vida a Jesucristo, que es la verdad que da sentido e ilumina la vida del hombre. Sean otros Cristos, nos diría san Pablo. Hemos sido creados a “imagen y semejanza”, de Dios, y esta imagen es, precisamente, su propio Hijo. Por eso decimos que Jesucristo es para nosotros “el rostro humano de Dios, pero también, el rostro divino del hombre”.
En la carta que todos los años escribo sobre Cuaresma, he querido tener como marco de referencia la proximidad de la celebración del Bicentenario de nuestra Patria. En la vida de un cristiano, les decía, no puede estar ausente el presente, la historia como el futuro de su Patria; ella es parte de ese marco providencial en el que se desarrolla nuestra vida y, por lo mismo, lugar de encuentro con Dios y de compromiso cristiano. El hablar de “marco providencial” nos ubica dentro de ese plan de Dios en el que hemos nacido y recibido el don de la fe, pero también, ello nos da la certeza de caminar bajo la mirada de un Dios que nos es lejano, sino que es Padre y nos acompaña.
Cuaresma es un tiempo de preparación en el que debemos dirigir nuestra mirada no tanto hacia los otros sino a nosotros mismos. Esto no es fácil, es más fácil ser jueces de los demás. Estamos acostumbrados a ser jueces severos de la vida de los demás, y tal vez demasiados indulgentes con nosotros. Deberíamos en este tiempo cambiar de actitud, es decir, ser más indulgentes con los otros y más severos con nosotros mismos. Cuaresma es tiempo de conversión, esto significa que debemos mirar nuestra vida frente a Dios, para desde él examinar la relación con nuestros hermanos y frente a nuestras obligaciones. La conversión nace de una actitud personal frente a Jesucristo y exige sinceridad para mirar nuestra vida.
Convertirse para un cristiano es poner en el centro la vida y el mensaje de Jesucristo y desde él iluminar y cambiar todo aquello que no puede sostenerse a su mirada. No puedo decirme cristiano si la verdad y la caridad, el sentido de justicia y de paz, el espíritu de servicio, como el amor a los pobres, el cuidado de los enfermos no son para mí y una exigencia de mi fe que debo hacerla realidad. Qué triste la vida de un cristiano que no es coherente con la exigencia moral de su fe. Qué distinta es la vida de aquel que toma en serio su fe y se convierte para los demás en testimonio de un evangelio vivo. Este fue el secreto de los santos, pienso por su cercanía a nuestro tiempo en la recordada Madre Teresa de Calcuta. Dios no me pide que me aleje del mundo para ser santo, sino que lo ilumine con la luz y la vida de Jesucristo.
Queridos amigos, al retomar este encuentro semanal “Desde el Evangelio” quiero invitarlos a acercarse este Miércoles de Ceniza a sus comunidades, para iniciar el tiempo de Cuaresma que espero nos ayude a renovar nuestras vidas, y nos permita ser para nuestros hermanos un testimonio de fe, de amor y esperanza. El mundo necesita la presencia de un Cristo vivo, esta es la vocación y la misión del cristiano. Él, en un sentido, necesita de nosotros para estar presente y acompañar a este mundo tan herido, pero tan bueno y maravilloso porque es obra de su Padre. Reciban de su Obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor Jesús y María, Nuestra Madre de Guadalupe.
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Por Mons. José María Arancedo
El próximo 25 de Febrero, con la celebración del Miércoles de Ceniza, comenzamos el tiempo de Cuaresma. Es un tiempo de preparación a la Pascua en el que la Iglesia nos va hablar de la oración, la caridad y el ayuno, como formas de disponer nuestra vida y nuestro espíritu para crecer en el camino de la vida cristiana. La vida del cristiano es un progresivo asimilar su vida a Jesucristo, que es la verdad que da sentido e ilumina la vida del hombre. Sean otros Cristos, nos diría san Pablo. Hemos sido creados a “imagen y semejanza”, de Dios, y esta imagen es, precisamente, su propio Hijo. Por eso decimos que Jesucristo es para nosotros “el rostro humano de Dios, pero también, el rostro divino del hombre”.
En la carta que todos los años escribo sobre Cuaresma, he querido tener como marco de referencia la proximidad de la celebración del Bicentenario de nuestra Patria. En la vida de un cristiano, les decía, no puede estar ausente el presente, la historia como el futuro de su Patria; ella es parte de ese marco providencial en el que se desarrolla nuestra vida y, por lo mismo, lugar de encuentro con Dios y de compromiso cristiano. El hablar de “marco providencial” nos ubica dentro de ese plan de Dios en el que hemos nacido y recibido el don de la fe, pero también, ello nos da la certeza de caminar bajo la mirada de un Dios que nos es lejano, sino que es Padre y nos acompaña.
Cuaresma es un tiempo de preparación en el que debemos dirigir nuestra mirada no tanto hacia los otros sino a nosotros mismos. Esto no es fácil, es más fácil ser jueces de los demás. Estamos acostumbrados a ser jueces severos de la vida de los demás, y tal vez demasiados indulgentes con nosotros. Deberíamos en este tiempo cambiar de actitud, es decir, ser más indulgentes con los otros y más severos con nosotros mismos. Cuaresma es tiempo de conversión, esto significa que debemos mirar nuestra vida frente a Dios, para desde él examinar la relación con nuestros hermanos y frente a nuestras obligaciones. La conversión nace de una actitud personal frente a Jesucristo y exige sinceridad para mirar nuestra vida.
Convertirse para un cristiano es poner en el centro la vida y el mensaje de Jesucristo y desde él iluminar y cambiar todo aquello que no puede sostenerse a su mirada. No puedo decirme cristiano si la verdad y la caridad, el sentido de justicia y de paz, el espíritu de servicio, como el amor a los pobres, el cuidado de los enfermos no son para mí y una exigencia de mi fe que debo hacerla realidad. Qué triste la vida de un cristiano que no es coherente con la exigencia moral de su fe. Qué distinta es la vida de aquel que toma en serio su fe y se convierte para los demás en testimonio de un evangelio vivo. Este fue el secreto de los santos, pienso por su cercanía a nuestro tiempo en la recordada Madre Teresa de Calcuta. Dios no me pide que me aleje del mundo para ser santo, sino que lo ilumine con la luz y la vida de Jesucristo.
Queridos amigos, al retomar este encuentro semanal “Desde el Evangelio” quiero invitarlos a acercarse este Miércoles de Ceniza a sus comunidades, para iniciar el tiempo de Cuaresma que espero nos ayude a renovar nuestras vidas, y nos permita ser para nuestros hermanos un testimonio de fe, de amor y esperanza. El mundo necesita la presencia de un Cristo vivo, esta es la vocación y la misión del cristiano. Él, en un sentido, necesita de nosotros para estar presente y acompañar a este mundo tan herido, pero tan bueno y maravilloso porque es obra de su Padre. Reciban de su Obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor Jesús y María, Nuestra Madre de Guadalupe.
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