“1. (…) Por la desobediencia, el Papa puede separarse de Cristo, que es la principal Cabeza de la Iglesia y en relación con quien se constituye principalmente la unidad de la Iglesia. Puede hacer esto desobedeciendo la ley de Cristo (1) u ordenando algo que sea contrario a la ley natural o divina. De esta manera se apartaría del cuerpo de la Iglesia, mientras está sujeto a Cristo por la obediencia. Así, el Papa, sin duda, podría caer en un cisma.
2. El Papa puede separarse sin causa razonable, solo por pura voluntad propia, del cuerpo de la Iglesia y del colegio de sacerdotes. Lo hará si no observa lo que la Iglesia Universal observa sobre la base de la Tradición de los Apóstoles según el capítulo Ecclesiasticarum, dil. 11, o si no observa lo ordenado por los Concilios universales o por la autoridad de la Sede Apostólica, sobre todo en relación con el Culto Divino: por ejemplo, no querer observar personalmente algo de las costumbres universales de la Iglesia, o el rito universal del culto eclesiástico.
Esto tendría lugar si no quisiera celebrar con las vestiduras sagradas, ni en lugares consagrados, ni con cirios, o no quisiera hacer “La Señal de la Cruz” como la hacen los demás sacerdotes, u otras cosas similares que han sido decretadas de manera general para uso perpetuo, según los cánones Quae ad perpetuam, Violatores, Sunt quidam y Contra statuta (25, q. 1).
Apartándose así, y con pertinacia, de la observancia universal de la Iglesia, el Papa podría caer en el cisma. También podría desobedecer y cesar pertinazmente en observar lo establecido como orden común en la Iglesia. Por eso, dice Inocencio (c. De Consue.), que se debe obedecer al Papa en todo mientras no se vuelva contra el orden universal de la Iglesia, pues en tal caso no se debe seguir al Papa, a menos que haya una causa razonable para ello.
3. Supongamos que más de una persona se considera Papa, y que una de ellas es el verdadero Papa, pero algunos lo consideran aparentemente dudoso. Y supongamos que este verdadero Papa se comportara con tanta negligencia y obstinación en la búsqueda de la unidad en la Iglesia que no quisiera hacer todo lo posible por el restablecimiento de la unidad. En esta hipótesis, el Papa sería considerado como un impulsor del cisma, según lo que muchos han argumentado, incluso en nuestros días, con respecto a Benedicto XIII y Gregorio XII” (2).
1. Como es obvio, el pecado de cisma no se comete en ningún acto de desobediencia, sino solo en aquel en el que se niega el principio real de autoridad en la Iglesia, rompiendo así la unidad eclesiástica (ver Santo Tomás, Summa Theologiae , II -II.39, I; MJ Congar, Dictionnaire de Theologie Catholique, artículo “Schisme”, col. 1304). Torquemada presupone esta concepción en el texto citado. Hacemos esta observación porque podría parecerle al lector que el pasaje transcrito arriba confunde groseramente la “desobediencia a la ley de Cristo” con el cisma, lo que tendría la absurda consecuencia de que por cualquier pecado el Papa se volvería cismático. Torquemada es, además, uno de los mayores defensores del principio de que un Papa escandaloso e inmoral, pero no herético ni cismático, conserva el Pontificado (véase Summa de Ecclesia, Lib. II, cap. 101).
2. Cardenal Torquemada, Summa de Ecclesia, párrs I, lib. IV, cap. 11, pág. 369 y sigs.
Tradition in Action
2. Cardenal Torquemada, Summa de Ecclesia, párrs I, lib. IV, cap. 11, pág. 369 y sigs.
(Arnaldo VX Silveira, The Theological Hypotheis of a Heretic Pope, disponible aquí, p. 181)
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