A continuación la traducción completa del documento.
El mundo en el que nos encontramos viviendo es, para usar una expresión del Evangelio, “in se divisum” (Mt 12, 25). Esta división, me parece, consiste en una separación entre la realidad y la ficción: la realidad objetiva en por un lado, y la ficción de los medios por el otro. Esto ciertamente se aplica a la pandemia, la cual se ha utilizado como una herramienta de ingeniería social que es fundamental para el Gran Reseteo, pero se aplica incluso más a la situación política surrealista estadounidense, en la cual la evidencia de un colosal fraude electoral está siendo censurada por los medios, que ahora proclaman la victoria de Joe Biden como un hecho consumado.
La realidad del Covid contrasta descaradamente con lo que los medios masivos quieren que creamos, pero esto no es suficiente para desmantelar el castillo grotesco de falsedades al que la mayoría de la población se conforma con resignación. De manera similar, la realidad del fraude electoral, de flagrantes violaciones de las reglas y la falsificación sistemática de los resultados contrasta con la narrativa que nos dan los gigantes de la información, que dicen que Joe Biden es el nuevo presidente de los Estados Unidos, punto. Y así debe ser: no hay alternativas, ya sea a la supuesta furia devastadora de una gripe estacional que provocó el mismo número de muertes que el año pasado, o a la inevitabilidad de la elección de un candidato corrupto y subordinado al estado profundo. De hecho, Biden ya ha prometido restaurar el encierro.
La realidad ya no importa: es absolutamente irrelevante cuando está entre el plan concebido y su realización. Covid y Biden son dos hologramas, dos creaciones artificiales, listas para adaptarse una y otra vez a las necesidades contingentes o a respectivamente ser reemplazados cuando sea necesario con Covid-21 y Kamala Harris. Las acusaciones de irresponsabilidad lanzadas a los partidarios de Trump por celebrar mítines desaparecen tan pronto como los partidarios de Biden se reúnen en las calles, como ya ha sucedido en Demostraciones BLM. Lo que es criminal para algunas personas está permitido para otros: sin explicaciones, sin lógica, sin racionalidad. El mero hecho de estar en la izquierda, de votar por Biden, de ponerse máscara es un pase para hacer cualquier cosa, mientras que el simplemente estar en la derecha, votar por Trump o cuestionar la efectividad de las máscaras es suficiente motivo de condena y ejecución que no requiere ninguna pruebas o juicio: ipso facto son etiquetados como fascistas, soberanistas, populistas, negadores, y aquellos etiquetados con estos estigmas sociales se supone que simplemente deben retirarse silenciosamente.
Volvemos así a esa división entre gente buena y gente mala, que es ridiculizada cuando la usa un lado, el nuestro, y viceversa, sostenido como un postulado incontestable cuando es usado por nuestros adversarios. Nosotros hemos visto esto con los comentarios despectivos en respuesta a mis palabras sobre los «hijos de la luz» y los «hijos de las tinieblas», como si mis «tonos apocalípticos» fueran el fruto de una mente loca delirante y no la simple observación de la realidad. Pero al rechazar con desdén esa división Bíblica de la humanidad, de hecho lo han confirmado, restringiendo sólo para ellos mismos el derecho a aprobar la legitimidad social, política y religiosa.
Ellos son los buenos, incluso si apoyan la matanza de inocentes, y se supone que debemos superarlo. Ellos son los que apoyan la democracia, incluso si para poder ganar las elecciones deben recurrir a engaño y fraude, incluso un fraude que es descaradamente evidente. Ellos son los defensores de la libertad, incluso si nos privan de ella día tras día. Ellos son objetivos y honestos, incluso si su corrupción y sus delitos son ahora obvios incluso para los ciegos. El dogma que desprecian y del que se burlan en otros es indiscutible e incontrovertible cuando en realidad son ellos quienes lo promocionan.
Pero como he dicho anteriormente, se están olvidando de un pequeño detalle, una cosa particular que no pueden comprender: la Verdad existe en sí misma; existe independientemente de si hay alguien que la crea, porque la Verdad posee en sí misma, ontológicamente, su propia razón de validez. La Verdad no se puede negar porque es un atributo de Dios; es Dios mismo. Y todo lo que es verdad participa de esta primacía sobre las mentiras. Por tanto, podemos estar teológica y filosóficamente seguros de que estas horas de engaños están contadas, porque será suficiente el alumbrar luz sobre ellos para hacerlos colapsar. Luz y oscuridad, precisamente. Entonces dejemos que se arroje luz sobre los engaños de Biden y los Demócratas, sin dar ni un paso atrás: el fraude que han conspirado contra el presidente Trump y contra Estados Unidos no permanecerá en pie por mucho tiempo, ni el fraude mundial de Covid, la responsabilidad de la dictadura china, la complicidad de los corruptos y traidores, y la esclavitud de la iglesia profunda. Tout se tient [Todo encaja].
En este panorama de mentiras construidas sistemáticamente, difundidas por los medios con inquietante descaro, la elección de Joe Biden no es sólo deseada, sino se considera indispensable y por lo tanto verdadera y por lo tanto definitiva. Aunque no se hayan completado los recuentos de votos; a pesar que las verificaciones y recuentos de votos solo están comenzando; a pesar de que las demandas legales que alegan fraude acaban de ser presentadas. Biden debe convertirse en presidente, porque ellos ya han decidido eso: el voto del pueblo estadounidense es válido solo si ratifica esa narrativa, de lo contrario, es «reinterpretado», descartado como desviación del plebiscito, populismo y fascismo.
Por tanto, no es sorprendente que los demócratas tengan una actitud tan burda y entusiasmo violento por su candidato in pectore, ni que los medios y los comentaristas oficiales tengan una satisfacción tan incontenible, ni que los líderes políticos de todo el mundo estén expresando su apoyo y sujeción aduladora al estado profundo. Estamos viendo una carrera para ver quién puede llegar primero, codeándose y extendiéndose para presumir, para que se vea que siempre han creído en la aplastante victoria de la marioneta demócrata.
Pero si entendemos que la adulación de los jefes de estado y secretarios de partido es simplemente una parte del guión trillado de la izquierda global, quedamos francamente, bastante perturbados por las declaraciones la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, inmediatamente compartida por Vatican News, que con inquietante mirada bizca se atribuye el haber apoyado al “segundo presidente católico en la historia de los Estados Unidos ”, aparentemente olvidando el detalle nada despreciable de que Biden es ávidamente pro-aborto, partidario de la ideología lgbt y del globalismo anti-católico. El arzobispo de Los Ángeles, José H. Gómez, profanando la memoria de los mártires cristeros de su país natal, dijo sin rodeos: «El pueblo estadounidense ha hablado». Los fraudes que han sido denunciados y ampliamente probados importan poco: la molesta formalidad del voto del pueblo, aunque adulterado de mil maneras, debe ahora considerarse concluido a favor de el abanderado del pensamiento convencional y alineado. Hemos leído, no sin vomitar, los mensajes de James Martin, S.J., y todos esos cortesanos que manosean para subirse al carro de Biden con el fin de compartir su efímero triunfo. Los que no están de acuerdo, los que piden claridad, quienes recurren a la ley para que sus derechos estén protegidos no tienen ninguna legitimidad y deben guardar silencio, resignarse y desaparecer. O más bien: deben estar «unidos» con el coro jubiloso, aplaudir y sonreír. Aquellos que no acepten son amenazantes a la democracia y deben ser condenados al ostracismo. Como puede verse, todavía hay dos lados, pero esta vez son legítimos e indiscutibles porque son ellos los que los imponen.
Es indicativo el que tanto la Conferencia de Obispos Católicos como Planned Parenthood expresen su satisfacción por la presunta victoria electoral de la misma persona. Esa unanimidad de consenso recuerda el apoyo entusiasta de las Logias Masónicas con motivo de la elección de Jorge Mario Bergoglio, quién tampoco estaba libre de la sombra del fraude dentro del Cónclave y fue igualmente deseado por el estado profundo, como sabemos claramente por los correos electrónicos de John Podesta y los lazos de Theodore McCarrick y sus colegas con los demócratas y con el propio Biden. Un pequeño y muy agradable grupo de compinches, sin duda alguna.
Con esas palabras de la USCCB el pactum sceleris [complot para cometer un crimen] entre el estado profundo y la iglesia profunda está confirmada y sellada, la esclavitud de los niveles más altos de la jerarquía católica al Nuevo Orden Mundial, negando la enseñanza de Cristo y la doctrina de la Iglesia. Tomar nota de esto es el primer paso imperativo para comprender la complejidad de los eventos presentes y considerarlos en una perspectiva escatológica sobrenatural. Sabemos, de hecho creemos firmemente que Cristo, la única Luz verdadera del mundo, ya ha conquistado la oscuridad que trata de oscurecerlo.
Los católicos estadounidenses deben multiplicar sus oraciones y rogar al Señor por una protección especial para el presidente de los Estados Unidos. Les pido a los sacerdotes, especialmente durante estos días, el recitar el Exorcismo contra Satanás y los ángeles apóstatas, y el celebrar la Misa Votiva Pro Defensione ab hostibus. Pidamos confiadamente la intervención de la Bendita Virgen María, a cuyo Inmaculado Corazón consagramos los Estados Unidos de América y el mundo entero.
+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo
8 de noviembre del 2020
Dominica XXIII Post Pentecosten
Documento original en inglés: https://www.docdroid.com/G2HZx3n/enus-election-november-2020-pdf
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