lunes, 2 de noviembre de 2020

MONSEÑOR MARCEL LEFEBVRE: CONSTRUIR, NO DESTRUIR (CAPÍTULO XXIII)

Han transcurrido veinte años y bien se podría pensar que las reacciones provocadas por las reformas conciliares estarían acalladas, que los católicos harían su duelo de la religión en que habían sido criados y que los más jóvenes, no habiéndola conocido, abrazarían la nueva religión. Esa es por lo menos la apuesta hecha por los modernistas. 

Estos no se sorprendían demasiado de las agitaciones provocadas pues se sentían muy seguros de sí mismos en los primeros tiempos. Posteriormente estuvieron menos seguros: las concesiones múltiples y esenciales hechas al espíritu del mundo no daban los resultados esperados, nadie quería ser sacerdote del nuevo culto. Los fieles se alejaban de la práctica religiosa, la Iglesia que quería ser la Iglesia de los pobres se convertía en una Iglesia pobre obligada a recurrir a la publicidad para obtener el dinero necesario al culto y obligada a vender sus inmuebles.

Durante todo este tiempo, la fidelidad a la tradición se manifestaba en todos los países cristianos y especialmente en Francia, en Suiza, en los Estados Unidos, en América Latina. El artesano de la nueva misa, monseñor Annibale Bugnini, tuvo que reconocer él mismo esta resistencia mundial en su libro póstumo 18, y ésta es una resistencia que no cesa de crecer, de organizarse, de atraer cada vez más gente.

No, el movimiento "tradicionalista" no está "perdiendo velocidad" como escriben de cuando en cuando los periodistas progresistas para tranquilizarse.

¿Dónde hay tanta gente que asista a misa como en Saint-Nicolas-du-Chardonnet? ¿Y dónde hay tantas misas, tantas bendiciones del Santo Sacramento, tantos hermosos oficios? La Fraternidad Sacerdotal de San Pío X cuenta en el mundo con setenta casas, cada una de las cuales tiene por lo menos un sacerdote, con iglesias como la de Bruselas, como la que últimamente compramos en Londres, como la que pusieron a nuestra disposición en Marsella; cuenta con escuelas, cuatro seminarios.

Nuevos establecimientos se inauguran y se multiplican. Las comunidades de religiosos y de religiosas creadas desde unos quince años atrás que se atienen estrictamente a las reglas de las órdenes correspondientes, rebosan de vocaciones y, en efecto, hay que ampliar constantemente los locales, construir nuevos edificios. La generosidad de los católicos fieles no deja de maravillarme, especialmente en Francia.

Los monasterios son centros de irradiación y allí acuden multitudes, a veces desde muy lejos; jóvenes extraviados por las ilusorias seducciones del placer y por la evasión en todas sus formas encuentran allí su camino de Damasco. Tendría que citar los lugares en que se conserva la verdadera fe católica y que atraen por esa razón: Le Barroux, Flavigny-surOzerain, La Haye-aux-Bonshom-mes, los benedictinos de Ales, de Lamairé, las hermanas de Fanjeaux, de Brignoles, de Pontcalec, las comunidades como la del padre Lecareux...

Como viajo mucho, veo en todas partes la mano de Jesucristo que bendice a su Iglesia. En México el pueblo expulsó de las iglesias al clero reformador conquistado por la presunta teología de la liberación, clero que quería quitar las imágenes de los santos en las iglesias. "Los que se irán serán ustedes, no las imágenes."

Las condiciones políticas nos impidieron fundar una casa en México pero tenemos un centro instalado en El Paso, en la frontera de los Estados Unidos, que resplandece con la presencia de sacerdotes fieles. Los pobladores les ofrecen fiestas y sus iglesias. Llamado por la población, yo mismo hube de administrar allí dos mil quinientas confirmaciones.

En los Estados Unidos, jóvenes matrimonios cargados de hijos acuden a los padres de la Fraternidad. En 1982 ordené en ese país a los tres primeros sacerdotes formados enteramente en nuestros seminarios. Los grupos tradicionales se multiplican en tanto que las parroquias se degradan. Irlanda, que al comienzo se mostró refractaria a las novedades, llevó a cabo su reforma en 1980: los altares fueron arrojados a los ríos o reutilizados como materiales de construcción. Simultáneamente se formaban grupos tradicionalistas en Dublín y en Belfast. En el Brasil, en la diócesis de Campos a la que ya me referí, la población permaneció estrechamente apretada alrededor de los sacerdotes alejados de sus parroquias por el nuevo obispo. Manifestaciones de cinco a diez mil personas recorrieron las calles.

De manera que estamos en el buen camino; allí están las pruebas, y el árbol se conoce por sus frutos. Lo que realizaron los clérigos y los laicos a pesar de la persecución del clero liberal — pues, como decía Louis Veuillot, "No hay peor sectario que un liberal" — es casi milagroso.

No os dejéis engañar, queridos lectores, por el uso del término "tradicionalista" que se trata de emplear en mal sentido. En cierto modo se trata de un pleonasmo, pues no veo qué cosa puede ser un católico que no sea tradicionalista. La Iglesia es una tradición, como creo haberlo demostrado ampliamente en este libro. Nosotros, los católicos, somos una tradición. También se habla de "integrismo"; si se entiende por esa expresión el respeto a la integridad del dogma, del catecismo, de la moral cristiana, del santo sacrificio de la misa, entonces, sí, somos integristas. Pero tampoco veo cómo un católico puede no ser integrista en este sentido.

Se dice también que mi obra desaparecerá conmigo porque no habrá obispos que me reemplacen.. Estoy seguro de lo contrario; sobre esto no tengo ninguna inquietud. Puedo morir mañana y el buen Dios tiene todas las soluciones. Sé que en el mundo se encontrarán suficientes obispos para ordenar a nuestros seminaristas. Aun cuando hoy uno u otro de los obispos permanezca callado, recibirá del Espíritu Santo el coraje para manifestarse a su vez. Si mi obra es de Dios, El sabrá conservarla y hacerla servir para bien de la Iglesia. Nuestro Señor nos lo prometió: las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.

Por eso me obstino, y si se quiere conocer el motivo profundo de esa obstinación, helo aquí. En la hora de mi muerte, cuando Nuestro Señor me pregunte: "¿Qué has hecho de tu episcopado, qué has hecho de tu gracia episcopal y sacerdotal?", no quiero oír de su boca estas terribles palabras "Has contribuido a destruir mi Iglesia con los demás".


18 La Reforma litúrgica, Edizioni Liturgiche, Roma




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