jueves, 12 de noviembre de 2020

FRANCISCO, FRATELLI TUTTI Y LA MASONERÍA

La época de la Cristiandad y de la unidad católica ha quedado atrás, dando lugar al Nuevo Orden Mundial judeomasónico, apadrinado por la jerarquía apóstata del Vaticano y por su religión adulterada, totalmente entregada al servicio de las potencias maléficas y bregando sin tregua por el advenimiento del reino universal del Anticristo.

Por Miles Christi



La masonería española ha emitido un comunicado alabando la nueva encíclica de Francisco, Fratelli Tutti, a través del Gran Oriente Español:




Semejante declaración en boca de los seculares enemigos de la Iglesia es por demás significativa. No queda mucho por añadir. Como de costumbre, la mayoría permanecerá impasible, dirigiendo su mirada hacia otro lado e intentando laboriosamente poner de relieve los pasajes de la encíclica compatibles con la doctrina católica. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Cabe aclarar, no obstante, que este comunicado no reviste en sí mismo novedad alguna, al menos no para quienes conocen bien los dichos y hechos de Bergoglio, incluso desde mucho antes de su elección en 2013. 

En 1999 el cardenal Bergoglio fue elegido miembro honorario del Rotary Club de la ciudad de Buenos Aires. En 2005, recibió el premio anual que el Rotary atribuye al «hombre del año», el Laurel de Plata. Esta entidad, fundada en 1905 en la ciudad de Chicago, USA, por el masón Paul Harris, es una asociación cuyos vínculos con la francmasonería son de público conocimiento: es un semillero de masones y el marco en el que se desarrollan sus iniciativas «caritativas». Un porcentaje importante de rotarios pertenecen a las logias, a punto tal que el Rotary, junto al Lion’s Club, son considerados como los atrios del templo masónico.

He aquí lo que decía el obispo de Palencia, España, en una declaración oficial: «El Rotary profesa un laicismo absoluto, una indiferencia religiosa universal y trata de moralizar las personas y la sociedad por medio de una doctrina radicalmente naturalista, racionalista e incluso atea» (Boletín eclesiástico del obispado de Palencia, n° 77, 1/9/1928, p. 391). Esta condenación fue confirmada por una declaración solemne del arzobispo de Toledo, el Cardenal Segura y Sáenz, Primado de España, el 23 de enero de 1929. Dos semanas más tarde, la Sacra Congregación Consistorial prohibió la participación de los sacerdotes en reuniones rotarias, en calidad tanto de miembros como de invitados: es el célebre «non expedire» del 4 de febrero de 1929. Esta prohibición sería reiterada por un decreto del Santo Oficio del 20 de diciembre de 1950.

El día de la elección pontifical del Cardenal Bergoglio, el 13 de marzo de 2013, el Gran Maestre de la francmasonería argentina, Angel Jorge Clavero, rindió tributo al nuevo pontífice saludándolo calurosamente. La logia masónica judía B’nai B’rith hizo otro tanto: «Estamos convencidos que el nuevo papa Francisco seguirá obrando con determinación para reforzar los lazos y el diálogo entre la iglesia católica y el judaísmo y continuará la lucha contra todas las formas de antisemitismo», declaró la logia francesa, mientras que la argentina aseveró que reconocen en Francisco a «un amigo de los judíos, a un hombre dedicado al diálogo y comprometido en el encuentro fraterno» y aseguran estar convencidos de que durante su pontificado «conservará el mismo compromiso y podrá poner en práctica sus convicciones en el camino del diálogo inter-religioso».  

El director de asuntos inter-religiosos de la B’nai B’rith, David Michaels, asistió a la ceremonia de investidura del nuevo papa, el 19 de marzo y al día siguiente participó a la audiencia dada por Francisco a los líderes de las diferentes religiones en la sala Sala Clementina. Se habían dado cita dieciséis personalidades judías en representación de ocho organizaciones internacionales judías, entre quienes se hallaba el rabino David Rosen, director del Comité Judeo-Americano (American Jewish Committee), quien declaró, en una entrevista concedida a la agencia Zenit, que desde el Concilio Vaticano II «la enseñanza de la Iglesia y su enfoque de los judíos, del judaísmo y de Israel han tenido una transformación revolucionaria».  

Al día siguiente de su elección, el Gran Oriente de Italia emitió un comunicado en el cual el Gran Maestre Gustavo Raffi decía que «con el papa Francisco ya nunca nada será como antes. Esta elección ha sido una apuesta indiscutible de la fraternidad por una Iglesia de diálogo, no contaminada por la lógica ni las tentaciones del poder temporal (…) Nuestra esperanza es que el pontificado de Francisco marque el regreso de la Iglesia-Palabra en lugar de la Iglesia-Institución, y que él promueva el diálogo con el mundo contemporáneo (…) siguiendo los principios de Vaticano II (…) Tiene la gran oportunidad de mostrar al mundo el rostro de una Iglesia que debe recuperar el anuncio de una nueva humanidad, no el peso de una institución que defiende sus privilegios».  

El 16 de marzo, en un nuevo artículo del Gran Oriente de Italia, esta vez anónimo, el lector se entera de que existen tres miradas diferentes en los miembros de esta obediencia masónica: la de los que son escépticos en cuanto al progresismo de Francisco, la de los que prefieren guardar un cauto silencio y juzgarlo luego por sus actos y, finalmente, la de los que exhiben la convicción de que será un papa «innovador y progresista, basándose en el hecho de que algunos Hermanos aseguran haber contribuído indirectamente, en el interior del Cónclave, por intermedio de amigos fraternos, a la elección de un hombre capaz de regenerar la Iglesia Católica y la sociedad humana en su conjunto».

Ese punto de vista se ve reforzado por el hecho de que el Cardenal Bergoglio, durante el cónclave de 2005, había sido apadrinado por el Cardenal Carlo Maria Martini, fallecido el 31 de agosto de 2012, desaparición saludada por el GOI en un comunicado fechado el 12 de septiembre en los siguientes términos: «Ahora que las celebraciones retóricas y las condolencias pomposas han dejado lugar al silencio y al duelo, el Gran Oriente de Italia saluda con afecto al Hermano Carlo Maria Martini, quien ha partido hacia el Oriente Eterno».  

Y el 28 de julio de 2013, con ocasión del deceso del cardenal Ersilio Tonini, masón reconocido, el Gran Maestre Gustavo Raffi le rindió tributo asegurando que llora «al amigo, al hombre del diálogo con los masones, al maestro del Evangelio social. Hoy la humanidad es más pobre, como lo es igualmente la Iglesia Católica». Pero a renglón seguido se apresura a añadir que, a despecho de esa gran pérdida, «la Iglesia del papa Francisco es una Iglesia que promete ser respetuosa de la alteridad y compartir la idea que el Estado laico favorece la paz y la coexistencia de las diferentes religiones (!!!)»

El límpido homenaje tributado a Francisco por el Gran Maestre del Gran Oriente de Italia es un testimonio por demás inquietante con relación a su pontificado. Como prueba de ello, y limitándonos a tan sólo uno de los abundantes textos pontificales referidos a la masonería, he aquí lo que decía León XIII en su encíclica Humanum Genus, del 20 de abril de 1884: «En nuestra época, los autores del mal parecieran haberse coaligado en un inmenso esfuerzo, bajo el impulso y con la ayuda de una sociedad diseminada por un gran número de lugares y fuertemente organizada, la sociedad de los francmasones. Estos, sin disimular ya sus intenciones, rivalizan de audacia entre ellos contra la augusta majestad de Dios, maquinando abiertamente y en público la ruina de la Santa Iglesia, con la finalidad de lograr despojar, si lo pudiesen, las naciones cristianas de los beneficios que ellas han recibido de Jesucristo, nuestro Salvador»


El 25 de noviembre Francisco realizó un viaje relámpago a la ciudad francesa de Estrasburgo, durante el cual pronunció dos discursos, uno en el Parlamento Europeo y otro en el Consejo de Europa, dos de las principales instituciones laicas y masónicas que fabrican las leyes contrarias a la ley de Dios y que difunden la ideología derecho-humanista que anima todas las leyes, directivas, instituciones y tratados europeos. El tenor de los mismos consistió en una peroración típicamente bergogliana exponiendo una serie de lemas y de ideas intrínsecamente subversivas y revolucionarias, en total consonancia con los sofismas fundadores de la «civilización» moderna, masónica y anticristiana: naturalismo, deísmo, laicismo, humanismo, pluralismo y utopismo.

No haré un análisis exhaustivo de todos los temas evocados en sus discursos, dado que se prestarían a un amplio desarrollo que excedería el marco de estas breves líneas: he seleccionado solamente algunas de sus declaraciones en relación al papel que le atribuye a las instituciones europeas, y que se sitúan en las antípodas de la visión cristiana del ser humano y de la sociedad. Comienzo por el discurso en el Parlamento Europeo:

El centro del «ambicioso proyecto político» de la comunidad europea se basa en «la confianza en el hombre, no tanto como ciudadano o sujeto económico» sino «en el hombre como persona dotada de una dignidad trascendente (...) La dignidad es una palabra clave que ha caracterizado el proceso de recuperación» europea luego de la segunda guerra mundial. «La percepción de la importancia de los derechos humanos (…) ha contribuido a formar la conciencia del valor de cada persona humana, única e irrepetible (…) La promoción de los derechos humanos desempeña un papel central en el compromiso de la Unión Europea, con el fin de favorecer la dignidad de la persona (…) Se trata de un compromiso importante y admirable». 

El régimen revolucionario masónico, liberal, laico y democrático, ha sido construído por la arrogancia del hombre que desprecia a Jesucristo y a la Iglesia, que se pretende autónomo y dispensado de observar la ley divina y que no reconoce otra ley que no sea la que el «pueblo soberano» se prescribe a sí mismo. Esa «civilización» anticristiana, en el sentido escatológico del término, es aprobada, elogiada y promocionada por Francisco, quien recuerda a los eurodiputados «la exigencia de hacerse cargo de mantener viva la democracia, la democracia de los pueblos de Europa», para explicarles a continuación que «mantener viva la realidad de las democracias es un reto de este momento histórico», asegurándoles luego que la esperanza para Europa reside en «reconocer la centralidad de la persona humana», en el «compromiso en favor de la ecología», en «favorecer las políticas de empleo» y en realizar la construcción europea en torno a «la sacralidad de la persona humana». 

En el segundo discurso, pronunciado en el Consejo de Europa, agradece a sus miembros por su «promoción de la democracia, los derechos humanos y el estado de derecho», con lo que legitima el régimen democrático, revolucionario y liberal, basado en la «soberanía popular» y en la exclusión de Dios y de la Iglesia de la vida pública. Quedan así excluidos del «estado de derecho», por principio, las monarquías cristianas o los regímenes políticos católicos refractarios a los sofismas liberales y a los utopismos «progresistas», asimilados por el sistema derecho-humanista a «despotismos», «tiranías» y «dictaduras» intrínsecamente reprobables. Les explica también que para obtener la paz tan ansiada «es necesario ante todo educar para ella, abandonando una cultura del conflicto, que tiende al miedo del otro, a la marginación de quien piensa y vive de manera diferente», fórmula totalmente naturalista que prescinde del orden sobrenatural, de la misión civilizadora de la Iglesia y de la redención operada por Nuestro Señor Jesucristo.

Esto es muy distinto de lo que nos enseña la Iglesia al respecto: «El día en que Estados y gobiernos estimen ser un deber sagrado el atenerse a las enseñanzas y a las prescripciones de Jesucristo en sus relaciones interiores y exteriores, sólo así llegarán a gozar de una paz provechosa, mantendrán relaciones de confianza recíproca y resolverán pacíficamente los conflictos que pudiesen surgir (…) Síguese entonces que no podrá existir ninguna paz verdadera, a saber, la tan deseada paz de Cristo, hasta tanto los hombres no sigan en la vida pública y privada con fidelidad las enseñanzas, los preceptos y los ejemplos de Cristo. Una vez así constituida ordenadamente la sociedad, pueda por fin la Iglesia, desempeñando su divina misión, hacer valer todos y cada uno de los derechos de Dios lo mismo sobre los individuos como sobre las sociedades. En esto consiste la breve fórmula: el reino de Cristo (…) De todo lo cual resulta claro que no hay paz de Cristo sin el reino de Cristo». (Encíclica Ubi Arcano, Pío XI, 1922)

Pero huelga decir que en la visión naturalista de Francisco estas palabras de Pío XI carecen de todo significado. Luego hace a su auditorio la siguiente pregunta retórica: «¿Cómo lograr el objetivo ambicioso de la paz?», a la cual responde del siguiente modo: «El camino elegido por el Consejo de Europa es ante todo el de la promoción de los derechos humanos, que enlaza con el desarrollo de la democracia y el estado de derecho. Es una tarea particularmente valiosa, con significativas implicaciones éticas y sociales, puesto que de una correcta comprensión de estos términos y una reflexión constante sobre ellos, depende el desarrollo de nuestras sociedades, su convivencia pacífica y su futuro».

La paz de Europa, al igual que su devenir histórico, sustraídos de un modo insensato e impío al dominio universal del único Señor de la Paz y Rey de las Naciones, descansa según Francisco en el accionar prometeico del hombre caído, en la «promoción de los derechos humanos» y en el «desarrollo de la democracia». Asombroso mensaje y consternante lenguaje de parte de quien pasa por ser, a los ojos del mundo, el Sucesor de San Pedro y el Vicario de Cristo en la tierra…

Recapitulando: todo el mensaje de Francisco se funda en el reconocimiento y en la legitimación de la ideología iluminista y revolucionaria de los «derechos humanos», sustituto del Evangelio y de los Mandamientos de la ley de Dios, y en la promoción de la falaz «dignidad de la persona humana» que oculta la naturaleza caída del hombre y la consiguiente necesidad en la que éste se encuentra de ser rescatado del pecado y salvado de la condenación eterna por la gracia divina comunicada por Jesucristo, Nuestro Señor y Salvador, a través de la Iglesia, su Cuerpo Místico y única Arca de Salvación.

Esta verdad teológica básica ha sido evacuada de la constitución política del Estado liberal y revolucionario, que reposa en el libre «contrato social» contraído entre individuos «autónomos» y «soberanos», quienes obedeciendo a la «voluntad general» se imaginan emancipados de toda ley superior distinta de aquella que ellos mismos decidan atribuirse: ley natural, ley eclesiástica, ley divina. Esta es la actitud del hombre rebelde que, renunciando a su condición de creatura, dependiente moral y ontológicamente de su Creador, se constituye en el origen del bien y del mal, adorando su «dignidad trascendente e inalienable» como su fin último y declarándose la razón de ser de la sociedad y del Estado. Y resulta tristísimo, y profundamente inquietante, tener que comprobar que esta verdad teológica fundamental del cristianismo brilla igualmente por su ausencia en los mensajes dirigidos por Francisco a las instituciones de la Europa moderna, democrática y apóstata…

Cabe recordar que la democracia liberal no es más que la concreción social de esta actitud de rebeldía propia del hombre moderno. Ella encarna eminentemente el «seréis como dioses» del Edén, traducido en espuria teoría política por los «filo-sofistas» de la «Ilustración» y del «Siglo de las Luces». El régimen democrático es el eco temporal del «non serviam» pronunciado por Satanás en los orígenes de la Creación. La democracia moderna no es pues sino la «Demoncracia», la «Bestia» del Apocalipsis, que aguarda impaciente la llegada de su caudillo postrero, aquel cuya misión será la de consumar la rebelión de la humanidad contra Dios.

Pero los cristianos sabemos, instruidos por las profecías bíblicas, que la bestia política será secundada por una segunda bestia, que corresponde a la religión adulterada, prostituida y prevaricadora, la que también contará con un jefe emblemático, el cual hará que los moradores de la tierra se sometan incondicionalmente a la primera, adorándola. Y es necesario reconocer que Francisco, a través de sus discursos de Estrasburgo, se sitúa inequívocamente en la línea del falso profeta descrito por San Juan en su visión escatológica, presentándose a los ojos del mundo como un cordero pero hablando como un dragón…

Post Data: De las más de 7000 palabras utilizadas en esos discursos ante las instituciones europeas, destacan por su frecuencia ciertos vocablos de inconfundible cuño humanista y de honda raigambre masónica, como ser los de «democracia», «derechos humanos», «dignidad de la persona», «paz», «diálogo», «conciencia», junto a neologismos típicos de la ampulosa jerga bergogliana, «multipolaridad» y «transversalidad» siendo los más estrafalarios de su muy extraño vocabulario. Lenguaje ciertamente irreconocible en boca de quien supuestamente tiene la sagrada misión de anunciar el Evangelio a un continente que ha dado radicalmente la espalda a su Divino Maestro. Y no deja de ser por demás sintomático que entre esas más de 7000 palabras utilizadas, no se encuentre ni tan siquiera una vez el dulce y adorable nombre de Nuestro Señor y Salvador, Jesucristo…

Francisco propicia a toda costa su «prédica ecológica» y su cruzada contra el supuesto «calentamiento climático». Veremos seguidamente que esta unidad del mundo que deja de lado a Cristo y a su Iglesia, concebida para un contexto laico y naturalista, ha sido evocada por Francisco en diversas oportunidades. He aquí dos de ellas, tomadas de Laudato Si’:

« Se vuelve indispensable crear un sistema normativo que incluya límites infranqueables y asegure la protección de los ecosistemas, antes que las nuevas formas de poder derivadas del paradigma tecnoeconómico terminen arrasando no sólo con la política sino también con la libertad y la justicia» § 53

«Desde mediados del siglo pasado, y superando muchas dificultades, se ha ido afirmando la tendencia a concebir el planeta como patria y la humanidad como pueblo que habita una casa de todos. Un mundo interdependiente no significa únicamente entender que las consecuencias perjudiciales de los estilos de vida, producción y consumo afectan a todos, sino principalmente procurar que las soluciones se propongan desde una perspectiva global y no sólo en defensa de los intereses de algunos países. La interdependencia nos obliga a pensar en mundo único, en un proyecto común» § 164

Concebir el planeta como «patria», pensar en un «mundo único», crear un «sistema normativo» con «límites infranqueables»: ¿es necesario precisar que lo que Francisco preconiza no es sino la instauración de un gobierno mundial dotado de un poder político efectivo, que no se funda en los Mandamientos sino en los Derechos Humanos masónicos y en el falso Evangelio Ecológico expuesto en Laudato Si’? Digámoslo claramente: para que el proyecto cosmopolita y apátrida onusino se vuelva coercitivo y pueda concretarse en una República Universal, so capa de «cuidado» de nuestra «casa común» amenazada por el «calentamiento global», hace falta establecer una autoridad planetaria capaz de imponer esta utopía totalitaria a los refractarios. Este objetivo es aun más explícito en el siguiente pasaje de la encíclica, en el que Francisco cita a Benedicto XVI, quien a su vez invoca a Juan XXIII, lo que demuestra, por si alguna duda cupiese, la continuidad del proyecto masónico de los predecesores de Francisco desde el CVII:

« […] se vuelve indispensable la maduración de instituciones internacionales más fuertes y eficazmente organizadas, con autoridades designadas equitativamente por acuerdo entre los gobiernos nacionales, y dotadas de poder para sancionar. Como afirmaba Benedicto XVI […]: ‘‘para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial, como fue ya esbozada por mi Predecesor, [san] Juan XXIII’’ (Caritas in Veritate n° 67)» § 1756

Este párrafo número 67 de la encíclica Caritas in Veritate, de Benedicto XVI, constituye un auténtico manifiesto ideológico del Nuevo Orden Mundial a ser instaurado bajo los auspicios de la ONU y propone todo un programa de acción. Por tanto es conveniente referirlo íntegramente, no obstante su extensión. Las palabras subrayadas se encuentran en cursiva en el texto original:

«Ante el imparable aumento de la interdependencia mundial, y también en presencia de una recesión de alcance global, se siente mucho la urgencia de la reforma tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones. Y se siente la urgencia de encontrar formas innovadoras para poner en práctica el principio de la responsabilidad de proteger y dar también una voz eficaz en las decisiones comunes a las naciones más pobres. Esto aparece necesario precisamente con vistas a un ordenamiento político, jurídico y económico que incremente y oriente la colaboración internacional hacia el desarrollo solidario de todos los pueblos. Para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial, como fue ya esbozada por mi Predecesor, Juan XXIII. Esta Autoridad deberá estar regulada por el derecho, atenerse de manera concreta a los principios de subsidiaridad y de solidaridad, estar ordenada a la realización del bien común, comprometerse en la realización de un auténtico desarrollo humano integral inspirado en los valores de la caridad en la verdad. Dicha Autoridad, además, deberá estar reconocida por todos, gozar de poder efectivo para garantizar a cada uno la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos. Obviamente, debe tener la facultad de hacer respetar sus propias decisiones a las diversas partes, así como las medidas de coordinación adoptadas en los diferentes foros internacionales. En efecto, cuando esto falta, el derecho internacional, no obstante los grandes progresos alcanzados en los diversos campos, correría el riesgo de estar condicionado por los equilibrios de poder entre los más fuertes. El desarrollo integral de los pueblos y la colaboración internacional exigen el establecimiento de un grado superior de ordenamiento internacional de tipo subsidiario para el gobierno de la globalización, que se lleve a cabo finalmente un orden social conforme al orden moral, así como esa relación entre esfera moral y social, entre política y mundo económico y civil, ya previsto en el Estatuto de las Naciones Unidas» (*

He aquí un breve extracto de la encíclica de Juan XXIII Pacem in Terris, publicada el 11 de abril de 1963, documento que hizo oficial la adhesión del Vaticano al mundialismo masónico de la ONU:

«No se nos oculta que ciertos capítulos de esta Declaración [Universal de los Derechos Humanos] han suscitado algunas objeciones fundadas. Juzgamos, sin embargo, que esta Declaración debe considerarse un primer paso introductorio para el establecimiento de una constitución jurídica y política de todos los pueblos del mundo. En dicha Declaración se reconoce solemnemente a todos los hombres sin excepción la dignidad de la persona humana y se afirman todos los derechos que todo hombre tiene a buscar libremente la verdad, respetar las normas morales, cumplir los deberes de la justicia, observar una vida decorosa y otros derechos íntimamente vinculados con éstos. Deseamos, pues, vehementemente que la Organización de las Naciones Unidas pueda ir acomodando cada vez mejor sus estructuras y medios a la amplitud y nobleza de sus objetivos. ¡Ojalá llegue pronto el tiempo en que esta Organización pueda garantizar con eficacia los derechos del hombre!, derechos que, por brotar inmediatamente de la dignidad de la persona humana, son universales, inviolables e inmutables».

Esta política será seguida escrupulosamente por todos los papas conciliares, comprometidos enteramente con la promoción del mundialismo laico y naturalista que hace del hombre y de su «carácter sagrado» la piedra angular de la vida social y de los principios jurídicos que regulan las relaciones internacionales. Esta misma línea de sostén incondicional del proyecto globalista onusino fue la adoptada por Pablo VI en su discurso del 4 de octubre de 1965:

«Los pueblos se vuelven a las Naciones Unidas como hacia la última esperanza de concordia y paz; […] Estaríamos tentados de decir que vuestra característica refleja en cierta medida en el orden temporal lo que nuestra Iglesia Católica quiere ser en el orden espiritual: única y universal. No se puede concebir nada más elevado, en el plano natural, para la construcción ideológica de la humanidad. […] Lo que vosotros proclamáis aquí son los derechos y los deberes fundamentales del hombre, su dignidad y libertad y, ante todo, la libertad religiosa. Sentimos que sois los intérpretes de lo que la sabiduría humana tiene de más elevado, diríamos casi su carácter sagrado. Porque se trata, ante todo, de la vida del hombre y la vida humana es sagrada»

¡Poco faltó para que Pablo VI equiparara las Naciones Unidas, por su casi «carácter sagrado» (que entre otras cosas promueve el aborto y la aceptación de la homosexualidad), a la Iglesia Católica!

Para concluir la demostración, leamos las declaraciones panegíricas que Juan Pablo II hizo de la ONU el 2 de octubre de 1979:

«Permítanme desear que la Organización de las Naciones Unidas, por su carácter universal, no deje de ser el foro, la alta tribuna, desde la que se valoran, en la verdad y en la justicia, todos los problemas del hombre. […] Esta Declaración ha costado la pérdida de millones de nuestros hermanos y hermanas que la pagaron con su propio sufrimiento y sacrificio, provocados por el embrutecimiento que había hecho sordas y ciegas las conciencias humanas de sus opresores y de los artífices de un verdadero genocidio. ¡Este precio no puede haber sido pagado en vano! La Declaración universal de los Derechos del Hombre -con todo el conjunto de numerosas declaraciones y convenciones sobre aspectos importantísimos de los derechos humanos, en favor de la infancia, de la mujer, de la igualdad entre las razas, y especialmente los dos Pactos Internacionales sobre los derechos económicos, sociales y culturales, y sobre los derechos civiles y políticos- debe quedar en la Organización de las Naciones Unidas como el valor básico con el que se coteje la conciencia de sus miembros y del que se saque una inspiración constante. […] La Declaración universal de los Derechos del Hombre y los instrumentos jurídicos, tanto a nivel internacional como nacional, en un movimiento que es de desear progresivo y continuo, tratan de crear una conciencia general de la dignidad del hombre y definir al menos algunos de los derechos inalienables del hombre. […] El conjunto de los derechos del hombre corresponde a la sustancia de la dignidad del ser humano, entendido integralmente, y no reducido a una sola dimensión; se refieren a la satisfacción de las necesidades esenciales del hombre, al ejercicio de sus libertades, a sus relaciones con otras personas; pero se refieren también, siempre y dondequiera que sea, al hombre, a su plena dimensión humana».

Está todo dicho. La ONU es de ahora en más la instancia moral suprema de la humanidad, la Declaración de los Derechos Humanos es el nuevo Evangelio y los papas conciliares son sus portavoces y su garante espiritual ante la opinión pública mundial. La época de la Cristiandad y de la unidad católica ha quedado atrás, dando lugar al Nuevo Orden Mundial judeomasónico, apadrinado por la jerarquía apóstata del Vaticano y por su religión adulterada, totalmente entregada al servicio de las potencias maléficas y bregando sin tregua por el advenimiento del reino universal del Anticristo…


(*) Dos años después, el 24 de octubre de 2011, el Consejo Pontificio Justicia y Paz publicó un extenso documento desarrollando el proyecto ratzingeriano de instaurar un gobierno mundial, del cual he aquí un breve extracto: «Sin embargo permanece aún un largo camino por recorrer antes de llegar a la constitución de una tal Autoridad pública con competencia universal. La lógica desearía que el proceso de reforma se desarrollase teniendo como punto de referencia la Organización de las Naciones Unidas, en razón de la amplitud mundial de sus responsabilidades, de su capacidad de reunir las Naciones de la tierra, y de la diversidad de sus propias tareas y de las de sus Agencias especializadas. El fruto de tales reformas debería ser una mayor capacidad de adopción de políticas y opciones vinculantes, por estar orientadas a la realización del bien común a nivel local, regional y mundial. […] Existen, pues, las condiciones para la superación definitiva de un orden internacional «westfaliano», en el que los Estados perciben la exigencia de la cooperación, pero no asumen la oportunidad de una integración de las respectivas soberanías para el bien común de los pueblos. Es tarea de las generaciones presentes reconocer y aceptar conscientemente esta nueva dinámica mundial hacia la realización de un bien común universal. Ciertamente, esta transformación se realizará al precio de una transferencia gradual y equilibrada de una parte de las competencias nacionales a una Autoridad mundial y a las Autoridades regionales, pero esto es necesario en un momento en el cual el dinamismo de la sociedad humana y de la economía, y el progreso de la tecnología trascienden las fronteras, que en el mundo globalizado, de hecho están ya erosionadas. La concepción de una nueva sociedad, la construcción de nuevas instituciones con vocación y competencia universales, son una prerrogativa y un deber de todos, sin distinción alguna. Está en juego el bien común de la humanidad, y el futuro mismo» 



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