Por el padre José Luis Aberasturi
Todo este caos que padecemos, tanto en el orden personal como en el social, tanto en el orden científico como en el religioso, día sí y día también desde hace ya tantos años, demuestra de modo palmario una cosa -supongo que entre otras, pero que ahora no me interesan-: que LO CATÓLICO es lo PERMANENTE. Siempre es iluminador, porque siempre es VERDAD. Por eso permanece y por eso sigue vigente.
Así, puedo afirmar que no solo no envejece, sino todo lo contrario: cada día es más manifiesto que se renueva a sí mismo, viviendo -al revés que el resto de las propuestas o realizaciones y frente a todas ellas-, cada vez más significativamente, una perpetua y vital juventud.
Porque ilumina siempre y cualquier tema, por superado que pueda parecer en un primer momento; en especial, frente al mortecino “empuje” de los PROGRES y sus acólitos, con sus trasnochados mantras, por falsos y mendaces.
De ahí su constante e imperecedera actualidad que las “locuras” del momento actual -con su carga de inhumanidad, crueldad, corrupción, mentira y pecado-, no hacen sino reforzar y resaltar su fulgor y su necesidad.
Porque el hombre, sin Dios, se ha perdido para sí mismo, para los demás, y para sus personales “creaciones”. Lo vemos cada día, a cada hora. Constantemente. Con espeluznante horror, por los destrozos que promueve, y lleva a infeliz término. Para él mismo y para todo su entorno.
Un ejemplo de libro, histórico y desgraciado donde los haya: a dónde hemos llegado con el tema del MATRIMONIO y, por tanto, de la FAMILIA, que aquel constituye y construye: punto crucial tanto para la Sociedad que quiera serlo, como para la Iglesia; porque tanto una como otra se construyen, materialmente, sobre ese cimiento.
Como se ha dicho siempre hasta no hace muchos años, la FAMILIA es la “célula básica de la sociedad”; por tanto, la propia Iglesia y la misma Sociedad se re-construirán cuando la gente -las familias- vuelvan a su ser, no solo “natural”, sino también a su ser “sobrenatural”. Los dos ámbitos están perfectamente diseñados por Dios, y recogidos en las primeras páginas del Génesis. Os las recomiendo.
El recorrido en este tema crucial, ha sido la "deconstruccion" de lo que siempre había sido, desde Adán y Eva, en toda latitud y cultura; con las excepciones no solo minoritarias sino también de muy corto recorrido: “la unión marital de un hombre y de una mujer, y para siempre”.
Todo ello absolutamente necesario en orden a los hijos: los frutos esperados y deseados de la unión marital: el bien del matrimonio. Primero, para tenerlos. Luego, para criarlos y educarlos. San Pablo, yéndonos más que lejos a los principios, escribirá: la mujer, santifíquese en la educación y la crianza de los hijos. Por cierto: el padre, también.
Porque Dios ya había establecido, para que todo fuese perfecto tanto a nivel personal como a nivel social: Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. No creo que sean unas palabras oscuras, precisamente; o rebuscadas. Que no lo son.
La demolición paso a paso de este orden familiar ordenado precisamente por Dios mismo; y, por lo mismo y con absoluta seguridad, que es el bien del hombre, de la mujer, de la Sociedad y de la propia Iglesia, se ha ido derribando concienzudamente hasta convertirlo en asquerosos escombros. El Enemigo sabía perfectamente dónde golpear. Y ahí ha ido.
Lo primero: “derecho al sexo a como dé lugar”. Los más finos o vergonzantes lo tildaban de “amor libre”, que queda mejor. Esto enseguida trajo varias derivadas: pornografía, pederastia, animalismo, homosexs, “liarse”, citas, “parejitas” -nada de casarse ¿para qué?-, banalidad del matrimonio y de la familia, pérdida del sentido del amor y del valor de la procreación, divorcio, ideología de género, cambios de sexo, vientres de alquiler -con sus correspondientes “granjas de mujeres”-, usar y tirar, violencias de todo género, sadismo, patologías severísimas, etc, etc. Y ¡a tragar!
Por tanto, y era lo lógico: anticoncepción, también a como dé lugar. Pero claro, como no siempre se tiene a punto algún sistemilla ad hoc, habrá que amarrar: aborto libre, y a cargo de la Seguridad Social, que para eso está. Y a seguir tragando.
De cara al mundillo católico, como todo esto podía chocar de frente con sus principios, se lo edulcora con el MITO de la SUPERPOBLACIÓN, más falso que Judas, que podía perfectamente adormecer conciencias; curiosamente se “olvida” -se arrincona- la Humanae vitae; se va diciendo a la hora de formar las conciencias de los casados que, “ahí”, vale todo: cosa que también es mentira; y, para cerrar el círculo se echa mano, sin motivo que moralmente lo justifique, de los periodos infértiles de la mujer: eso de tener “los hijos que Dios quiera” y ser madre está anticuado… Y a correr. Y a tragar. Y en eso estamos.
Me quedo aquí para no alargar demasiado el relato del tema.
Todo esto es perfectamente trasladable a otros ámbitos, donde el proceso es el mismo o parecido: ir, paso a paso, desmoronando las conciencias, para desmoronar las vidas. Da igual que se trate de la medicina, de las ciencias en general, de la cultura, de los medios de comunicación, de la política…
Es que, cuando se oscurece la Fe, se desdibujan y se apagan las verdades, en las personas y en las sociedades. De hecho, la persona y la sociedad que se “construye” de espaldas a Dios -el “famoso” ut si Deus non daretur, del “siglo de las luces”-, se sumerge, lo pretenda o no, en una aterradora y horrible oscuridad. Vamos, que el apagón es seguro: no queda otra, pues se les han fundido los plomos.
Porque no ya la conciencia, con su capacidad de juicio moral, sino hasta el mismo entendimiento ve disminuida su capacidad en el ejercicio de su función; no en sentido material -el hombre sin Fe, sigue teniendo entendimiento, y sigue pensando-, pero está muchísimo más sujeto tanto al error -del que ningún entendimiento está enteramente libre, cierto- como a los desvaríos y extravíos de una “cabeza loca".
Juan Donoso Cortés, al que de nuevo acudimos por la profundidad de su magisterio -lo digo con total intención-, lo resalta de modo magistral:
“Misericordioso y justo a un tiempo mismo, Dios niega a las inteligencias culpables la verdad, pero no les niega la vida; las condena al error, pero no a la muerte. Por eso, todos hemos visto pasar delante de nuestros ojos esos siglos de prodigiosa incredulidad y de altísima cultura, que han dejado en pos de sí un surco, menos luminoso que inflamado, en la prolongación de los tiempos, y que han resplandecido con una luz fosfórica en la Historia.
Poned, sin embargo, en ellos vuestros ojos; miradlos una y otra vez, y veréis que sus resplandores son incendios, y que no iluminan sino porque relampaguean. Cualquiera diría que su iluminación procede de la explosión súbita de materias de suyo oscuras, pero inflamables, más bien que de las purísimas regiones donde se engendra aquella luz apacible, dilatada suavemente en las bóvedas del cielo, con soberano pincel, por un Pintor Soberano.
Y lo mismo que aquí se dice de las edades [históricas], puede decirse de los hombres. Negándoles la Fe, no les niega Dios o les quita la verdad; ni les da ni les quita la inteligencia. La de los incrédulos puede ser altísima, y la de los creyentes, humilde; la primera, empero, no es grande sino a la manera del abismo, mientras que la segunda es santa a la manera de un Tabernáculo: en la primera habita el error, en la segunda la Verdad. En el abismo está, con el error, la muerte; en el Tabernáculo, con la Verdad, la Vida. Por esta razón, para aquellas sociedades que abandonan el culto austero de la verdad por la idolatría del ingenio, no hay esperanza ninguna. En pos de los sofismas vienen las revoluciones, y en pos de los sofistas, los verdugos”.Los siglos XX y XXI, con sus millones y millones de muertos directamente por las ideologías más sanguinarias que han existido, son la demostración práctica de esta denuncia profética -no me resisto a escribirlo- de nuestro Donoso Cortés: uno de nuestros grandes “olvidados” -apartado más bien: todos los que proclaman la verdad, “molestan”; y se les ningunea o se les persigue- por la cultura, la filosofía política y la teología españolas de esos mismos siglos.
Así nos va.
Se nos ha cumplido -y al pie de la letra-, lo ya revelado en las Escrituras Santas: Un abismo llama a otro abismo, como podemos aprender y, de paso, rezar, con el Salmo.
O, como escribirá san Pablo no sin inspiración divina, claro: De manera que son inexcusables, por cuanto, conociendo a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se entontecieron en sus razonamientos, viniendo a oscurecerse su insensato corazón; y alardeando de sabios, se hicieron necios, y trocaron la gloria del Dios incorruptible por la semejanza de la imagen del hombre corruptible […].
Por esto los entregó Dios a los deseos de su corazón, a la impureza, con que deshonraron sus propios cuerpos, pues trocaron la verdad de Dios por la mentira y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar del Creador. […] Por lo cual, los entregó Dios a las pasiones vergonzosas, pues las mujeres mudaron el uso natural en uno contra naturaleza; e igualmente los varones, dejando el uso natural de la mujer, se abrasaron en la concupiscencia de unos por otros, los varones de los varones, cometiendo torpezas y recibiendo en sí mismos el pago debido a su extravío.
Y como no procuraron conocer a Dios, Dios los entregó a su réprobo sentir, que los lleva a cometer torpezas, y a llenarse de toda injusticia, malicia, avaricia, maldad; llenos de envidia, dados al homicidio, a contiendas, a engaños, a malignidad; chismosos o calumniadores, abominadores de Dios, ultrajadores, orgullosos, fanfarrones, inventores de maldades, rebeldes a los padres, insensatos, desleales, desamorados, despiadados; los cuales, conociendo la sentencia de Dios, que quienes tales hacen son dignos de muerte, no solo las hacen sino que aplauden a quienes las hacen.
Estaría uno tentado de afirmar que estas palabras son de un cronista de actualidad. Pues… ¡están escritas hace casi dos mil años! Y su autor lo ha clavado. Un argumento más a favor de la existencia, primero, y de su veracidad después, de la Revelación Divina.
Porque, como es bien patente, todo esto está al orden del día en este nuestro mundo, extraviado de soberbia, muerte y lujuria.
Ya nadie puede argumentar que eran palabras de un visionario: ¡son la realidad del día a día de nuestro entorno! Entorno, en el que se ha sembrado positivamente toda esta locura -por lo civil y por lo eclesiástico-, pero que hemos tragado casi, casi, hasta con avidez. Consciente o inconscientemente, pero tragado.
Y, como demostración: ¡hasta casi -o sin casi- aplaudimos! O aún peor: mantenemos el sistema participando en él directamente con nuestro voto cómplice -"democrático", le dicen a todo este tinglado: y picamos como pipiolos-, y con nuestro silencio, cómplice también. Que, aun suponiendo que fuese horrorizado, no deja por eso de ser silencio… y participación. O sea: COMPLICIDAD.
Porque hay católicos -incluidos jerarcas de todo pelaje y nivel- que, con esto delante de los ojos, no se han enterado aún de que los católicos NO PODEMOS estar en todo, participar de todo, contribuir a todo lo mundano, dialogar con todo, con todos y sobre cualquier tema: ¡nos lo impide nuestra Fe! Y “no podemos” es “no podemos”. O sea: no debemos.
¿Recuerdan lo de “no poder servir a dos señores”? ¿Recuerdan lo que significa la palabra “mártir” y por qué los ha habido y los sigue habiendo? Pues eso.
Y el que quiera entender, que entienda, como dice Jesús.
Non Mea Voluntas
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