Por el Dr Juan Carlos Grisolia
La sociedad que integramos, nuestra Argentina, transcurre su tiempo en lenta agonía. La angustia que ese estado provoca nos oprime, debilitando nuestra voluntad. La Nación Argentina, en quienes la integramos, los hijos de la Patria, se encuentra sometida a la falacia del relativismo, que negando nuestra condición de Persona Humana, oscurece nuestro intelecto. La libertad, por tanto, es un mero enunciado, tras el cual se nos priva de la misma. Somos simples objetos en el juego tenebroso de los autócratas. Estos necesitan de la proclama profusa y altisonante. Es el dominio del número. Por ello, con la proliferación de imágenes y eslogan que nos devuelven forzadas sonrisas y formulas vacías, se aparta a la realidad de lo que ella es.
Detrás de aquellos se ocultan quienes han promovido, o directamente ejecutado, el homicidio de los niños en las entrañas de sus madres; quienes han despreciado a los discapacitados, considerándolos simplemente cosas; quienes han reducido a la ancianidad a un estado de espera de un inexorable final que ayudan a que se consume; quienes han convertido a los titulares de derechos en mendigos de la limosna que proviene de la dádiva oficial; quienes han introducido en la sociedad la antinatura, aceptando y hasta promoviendo la instalación en el tejido social, de verdaderas malformaciones que conspiran contra la integridad del mismo o reconociendo pretendidas mutaciones, propias de afectaciones psíquicas, como sexo diverso de aquel que se tiene por naturaleza; quienes someten a los niños adoptados por aquellos que conforman estos aberrantes apareamientos, a graves afectaciones en su desarrollo físico y mental. Por ello es que sus gestos, lejos de promover simpatía, repugnan como muecas expresivas de una burla a la sociedad. El cuadro es patético, y por ello nos provoca dolor y tristeza que son las manifestaciones de nuestro actual abatimiento, por el cual se intenta la humillación que anule toda posible reacción.-
Debemos recordar que las sociedades no mueren, aún cuando la historia registre casos de comunidades dispersas por el mundo. Y éste lejos está de ser el posible destino de nuestra Argentina. Por ello es prudente centrar la atención en que la agonía significa, también, “lucha”, “contienda”. Vocablos que remiten al concepto de “batalla”, que implica enfrentamiento con el enemigo que intenta la disolución social.-
Pero es importante advertir que para librar este combate, que es el buen combate Paulino, se hace necesario sustentarse en la verdad, la que es una, objetiva, por lo que el intelecto se conforma o no a ella. En este último supuesto surge el error, es decir, se afirma lo que no es.-
Santo Tomás, en “Summa contra Gentes”. 1,59, expone: “Así, hablando con exactitud, los términos de la ecuación que hay en la verdad son, de una parte, el espíritu que juzga, es decir, que afirma que lo que él percibe de un modo u otro, tal tipo de ser (predicado) se identifica materialmente con tal cosa (sujeto); y de otra, la cosa percibida –sea cual fuere su valor ontológico real- en cuanto realiza, de derecho o de hecho, el tipo de ser que le es atribuido. Hay en el espíritu verdad ‘si dice que es aquello que es y que no es aquello que no es’. Lo que permite concluir que, ante un determinado objeto o sector de la realidad, no existen tantas verdades como sujetos la contemplan. Una contraria afirmación, lleva en sí el absurdo (en cuanto contrario y opuesto a la razón) e implica negar el objeto o la realidad contemplada. Lo formal no puede ignorar ni mucho menos prescindir de lo trascendental”.-
Y a la certeza que surge de la verdad, a la que se arriba mediante la luz de la Fe, que se define como “la virtud sobrenatural por la que, con la inspiración y la ayuda de la gracia de Dios, creemos ser verdadero lo que por Él ha sido revelado, no por la intrínseca verdad de las cosas percibidas por la luz natural de la razón, sino por la autoridad del mismo Dios que revela, el cual no puede engañarse ni engañarnos” (Concilio Vaticano I, D 1789). Así situado, el hombre puede, mediante la Fe, entender la unidad total en la que se halla inserto. Es por ello cierto el proverbio latino que dice “Credo ut intellegam” (creo para entender). Y como el hombre, por su naturaleza, necesita conocer y conoce para encontrar la verdad, que es la garantía de su perfección la que se manifiesta en su progresivo incremento óntico (que es el aumento de su ser), con el conocimiento místico, que es el que se sustenta en la Fe, logra unir las verdades obtenidas por el conocimiento natural, con aquella que surge del Ser Absoluto, en donde la Verdad se encuentra en plenitud.-
Y como “Toda verdad procede de Dios” (Santo Tomás, Summa Teológica 1,16,5 ad. 3), Jesús que es la Verdad del Padre y por tanto docente por definición, nos guía hacia el pleno ejercicio de la caridad que es el amor operante, y por ello constituye ésta, el fundamento de las acciones de entrega perfectiva al prójimo, que es dación desinteresada. Esto nos convierte en invencibles ante los enemigos de la sociedad argentina.-
Por ello se hace necesario el ejercicio de la virtud de la Esperanza, que se traduce en nuestra vida como un hábito operativo indispensable. Ésta fortalece nuestro optimismo en la trascendencia, y con ella, en la Visión Beatífica del Creador. La que requiere siempre un mayor conocimiento por la Fe, mediante la que recibimos la Verdad inagotable del Ser Necesario, con la que incrementamos nuestra capacidad óntica. El hombre, Persona Humana, en el goce de la verdad por el intelecto, esto es en posesión de la sabiduría, se encuentra impulsado a brindar las perfecciones propias del ser aprehendido. Por ello es que la Caridad es el más alto grado del amor, pues impulsa a la entrega al prójimo del mismo modo que Dios en el acto de creación y su Hijo en el acto de redención, se brindaron.-
Son tiempos para la Esperanza, en la que la Fe obra como su sostén, y por la que el conocimiento que ella nos brinda se incrementa. En tanto que por la Caridad, experimentamos la participación en el Poder de Dios, que es su Amor. Por ello debemos conservar la Esperanza contra todo aquél que quiera sustraérnosla y evitar que le sea quitada a nuestro prójimo.-
Por lo que en ella fortalecidos, podremos, iluminados por la Fe que nos asegura la Verdad, ejercer la Caridad por la que garantizaremos la unión en la comunidad y, con ello, la satisfacción de la tendencia social de la Persona Humana. Se trata de la unión de las almas que permite que los cuerpos se amalgamen en la comunidad. Lo que asegura la trascendencia a la vida sin tiempo que es la que explica, dándole sentido, nuestro pasaje por el mundo.-
LA ESPERANZA: HABITO OPERATIVO INDISPENSABLE
En el entendimiento y la voluntad, para obrar con la mayor eficacia en la defensa de la vida de la Persona Humana.
El grave problema que enfrenta el hombre de nuestro tiempo, es aquel que surge de la progresiva ignorancia de su naturaleza, a la que es conducido, y con ello de su destino.-
Si bien es cierto que la criatura tiene grabado en su ser personal los imperativos básicos de la ley moral y, con ellos, un primario concepto de su destino temporal; el sólo enunciado de éste plantea el interrogante de su fin último.-
Su propio ser material, clama, por acción del espíritu, que se manifiesta ignorando las leyes que rigen la estructura corpórea, la respuesta al escándalo que significa la muerte física, y con ello lo que implicaría el agotamiento de su existencia.-
Esta profunda contradicción, que repugna el orden de la naturaleza, por cuanto no justifica en su trama, justamente, al ser más perfecto y perfectible que se reconoce en ella, ha sido la causa de la permanente búsqueda de una respuesta, lo que instaló en grado preferente la actividad del conocimiento desarrollada por la persona humana.-
El hombre se percibe como parte de un orden. El mismo es y subsiste a causa de este orden, que permite su existencia en tanto del mismo surge la unidad que es causa de vida.-
Ceder a la necesidad de interrogarse para poner en movimiento la actividad intelectiva -lo que implica renunciar al derecho a pensar-, es inmovilizar, asimismo, la voluntad. Con ello el hombre pierde sentido, justamente, en el riguroso marco de un sistema causal que lo reclama. Por tanto, su libertad, que se constata a modo de evidencia, pues por mínimo que sea, el mecanismo de las funciones automáticas del cuerpo, es superado por las decisiones que desechan las leyes propias de la materia; pierde el sistema de causas recíprocas que interactúan para permitir la “preferencia reflexiva de lo mejor”.Y esto no puede ser admitido, por cuanto los reclamos para resolver sobre nuestras acciones, implican valorar el carácter ético de las mismas, en razón que el bien o el mal deben ser ponderados. Y, este análisis previo se conforma con los requerimientos del juicio práctico de la conciencia, exclusivo de llevarse a cabo en el hombre y para el hombre, por aplicación de la ley moral fundamental que integra su naturaleza compuesta por el cuerpo y el espíritu.-
Ninguno de los fines que el hombre se proponga, en el plano natural, ya próximo, ya remoto, se explican sin una referencia a su fin último.-
Los primeros se ubican en el plano de la materia y por ello reconocen las limitaciones del tiempo. No se explican en sí mismos, aún cuando ofrezcan una conclusión racional acotada a lo específicamente buscado, sino como medios para el fin que satisfaga plenamente las exigencias del espíritu, que no se degrada ni se corrompe, por lo que el tiempo le es ajeno.-
¿Y quién alienta esta grave distorsión que tanto daño causa a la criatura preferente del orden cósmico?. El sujeto sólo puede ser ubicado, en tanto reconozcamos la existencia de una tensión dialéctica originada en la negativa a reconocer lo evidente. Lo que importa un contenido psicológico que requiere del mal, en tanto privación de ser -puesto que el mal carece de entidad óntica- para justificarse en un individualismo insolente, propio de la soberbia de la criatura que cree que puede equipararse al Creador.-
Es por esto que, en simiesca imitación, necesita concentrar en la materia el proceso de cambio, adjudicándole, en total contraste con la realidad, resultados pretendidamente perfectivos. Es una burda imitación de los preceptos que la ley eterna nos brinda y concreta en la ley natural, que sólo puede concluir en el vaciamiento del hombre, sumiéndolo en la desesperanza, y con ello ubicándolo en camino hacia la oscuridad que le hace desear la muerte.-
Sólo la férrea prisión que comienza con el halago a la razón, puede sumir al hombre en tal grado de oscuridad y con ella, en el desconcierto.-
Poco a poco la “sustancia individual de naturaleza racional” va desapareciendo, para quedar el simple animal, para colmo, privado de la racionalidad que lo hacía superior, en el plano material, al resto de los de su especie.-
Esto se traduce en “La filosofía existencialista, con su terrible ‘angustia vital’, y el ateísmo a ultranza, sembrando por doquier su fría indiferencia …. La nada, la contradicción, el absurdo de la existencia humana: eso es todo. El hombre está inexorablemente abocado a la nada, es un caminante hacia el no ser. Su vida no tiene sentido, es un absurdo sarcástico. Detrás de la muerte no hay nada: sombra, vacío, soledad infinita y eterna ….” (Confr. Antonio Royo Marín. Teología de la esperanza. Pág. 59).-
Cierto es que lo precedentemente expuesto, sólo puede sostenerse en la soledad de la razón que se justifica en su exclusiva actividad de obrar sobre y en sí misma. Ella no puede enfrentarse a la realidad, por cuanto, cuando lo hace, ella la desmiente.-
El hombre añora la eternidad, porque es hijo de lo eterno. El hombre se enfrenta a la muerte negándola; por cuanto ella se configura como un absurdo en el marco del orden del mundo y para la criatura.-
Se ha escrito: “La mayor esperanza es entonces negar la muerte, es decir el absurdo; entrar en el misterio de la vida sobrenatural que constituye la esperanza religiosa, que se abre a la supervivencia del espíritu …. La esperanza es pues como un sueño en vigilia …. La esperanza es uno de los motores positivos que impulsa a la humanidad hacia delante, y se opone a la ley de entropía o degradación de la energía que reina en el mundo físico. No solamente la esperanza se ríe de los fracasos, sino que la vida se apoya en ellos para superarlos”. (Confr. Jean Guitton. Sabiduría cotidiana. Pág. 79/80).-
Un dato fundamental a tener en cuenta en orden a la aprehensión de lo evidente es la participación en las perfecciones absolutas. Esto es la mayor o menor capacidad intelectual y por tanto la mayor o menor verdad que podemos asumir como propia. Es el ser que se integra incrementando nuestra capacidad óntica y por tanto consumando progresivamente los diversos estadios de nuestra perfección relativa. Es la mayor o menor fuerza de nuestra voluntad, en la prosecución del bien posible, que es también gozado en la disposición de las partes adquiridas de la fuente que lo tiene en plenitud. Así, la mayor o menor belleza que podamos admirar en la criatura, como reflejos imperfectos de aquella que ha existido por siempre -y por tanto increada- en el Ser Necesario.-
Se explica, entonces, la esperanza en sus manifestaciones de orden puramente natural. Ellas son la esperanza sensitiva o pasional, que Santo Tomás definiera como “….El movimiento de la potencia apetitiva que resulta de la aprehensión del bien futuro, arduo y posible de obtener, o sea la tendencia o inclinación del apetito hacia tal objeto”. (Confr. Royo Marín, ob.cit., pág. 48). La esperanza así entendida, ayuda a la operación humana. La esperanza racional o moral, “es aquella cuyo objeto –siempre futuro, arduo y difícil pero posible- no supera las fuerzas de la naturaleza humana, ya sea porque la consecución de ese bien esté al alcance de las propias fuerzas del que espera, ya porque pueda alcanzarlo con la ayuda de algún agente extrínseco puramente natural”. (Royo Marín, ob.cit., pág. 52).-
Esta esperanza, no se encuentra como una virtud especial, sino que se incluye en la virtud de la magnanimidad. Santo Tomás la define: “La magnanimidad es una virtud que inclina a emprender cosas grandes, espléndidas y dignas de honor en todo género de virtudes … La magnanimidad supone un alma noble y elevada”.-
Estas esperanzas propias del homo viator en el tiempo, expresan la necesidad natural del hombre de dirigirse hacia elevados grados de perfección, carentes de límites en la intención, y avanzando sobre la definida estructura de la materia. De modo tal que ésta realidad expresa la existencia de un fin que trasciende el universo sensible, y por tanto su corrupción en el tiempo. El hombre dotado de espíritu, de existencia eterna por creación generosa del Espíritu Puro que es Dios, percibe su identidad en el cambio, y por ello logra la convicción de un fin último que se ubica más allá de la inmanencia. Tiene certeza de su espíritu, por lo que no duda de la trascendencia.-
LA ESPERANZA: HABITO OPERATIVO INDISPENSABLE
En el entendimiento y la voluntad, para obrar con la mayor eficacia en la defensa de la vida de la Persona Humana.
El grave problema que enfrenta el hombre de nuestro tiempo, es aquel que surge de la progresiva ignorancia de su naturaleza, a la que es conducido, y con ello de su destino.-
Si bien es cierto que la criatura tiene grabado en su ser personal los imperativos básicos de la ley moral y, con ellos, un primario concepto de su destino temporal; el sólo enunciado de éste plantea el interrogante de su fin último.-
Su propio ser material, clama, por acción del espíritu, que se manifiesta ignorando las leyes que rigen la estructura corpórea, la respuesta al escándalo que significa la muerte física, y con ello lo que implicaría el agotamiento de su existencia.-
Esta profunda contradicción, que repugna el orden de la naturaleza, por cuanto no justifica en su trama, justamente, al ser más perfecto y perfectible que se reconoce en ella, ha sido la causa de la permanente búsqueda de una respuesta, lo que instaló en grado preferente la actividad del conocimiento desarrollada por la persona humana.-
El hombre se percibe como parte de un orden. El mismo es y subsiste a causa de este orden, que permite su existencia en tanto del mismo surge la unidad que es causa de vida.-
Ceder a la necesidad de interrogarse para poner en movimiento la actividad intelectiva -lo que implica renunciar al derecho a pensar-, es inmovilizar, asimismo, la voluntad. Con ello el hombre pierde sentido, justamente, en el riguroso marco de un sistema causal que lo reclama. Por tanto, su libertad, que se constata a modo de evidencia, pues por mínimo que sea, el mecanismo de las funciones automáticas del cuerpo, es superado por las decisiones que desechan las leyes propias de la materia; pierde el sistema de causas recíprocas que interactúan para permitir la “preferencia reflexiva de lo mejor”.Y esto no puede ser admitido, por cuanto los reclamos para resolver sobre nuestras acciones, implican valorar el carácter ético de las mismas, en razón que el bien o el mal deben ser ponderados. Y, este análisis previo se conforma con los requerimientos del juicio práctico de la conciencia, exclusivo de llevarse a cabo en el hombre y para el hombre, por aplicación de la ley moral fundamental que integra su naturaleza compuesta por el cuerpo y el espíritu.-
Ninguno de los fines que el hombre se proponga, en el plano natural, ya próximo, ya remoto, se explican sin una referencia a su fin último.-
Los primeros se ubican en el plano de la materia y por ello reconocen las limitaciones del tiempo. No se explican en sí mismos, aún cuando ofrezcan una conclusión racional acotada a lo específicamente buscado, sino como medios para el fin que satisfaga plenamente las exigencias del espíritu, que no se degrada ni se corrompe, por lo que el tiempo le es ajeno.-
¿Y quién alienta esta grave distorsión que tanto daño causa a la criatura preferente del orden cósmico?. El sujeto sólo puede ser ubicado, en tanto reconozcamos la existencia de una tensión dialéctica originada en la negativa a reconocer lo evidente. Lo que importa un contenido psicológico que requiere del mal, en tanto privación de ser -puesto que el mal carece de entidad óntica- para justificarse en un individualismo insolente, propio de la soberbia de la criatura que cree que puede equipararse al Creador.-
Es por esto que, en simiesca imitación, necesita concentrar en la materia el proceso de cambio, adjudicándole, en total contraste con la realidad, resultados pretendidamente perfectivos. Es una burda imitación de los preceptos que la ley eterna nos brinda y concreta en la ley natural, que sólo puede concluir en el vaciamiento del hombre, sumiéndolo en la desesperanza, y con ello ubicándolo en camino hacia la oscuridad que le hace desear la muerte.-
Sólo la férrea prisión que comienza con el halago a la razón, puede sumir al hombre en tal grado de oscuridad y con ella, en el desconcierto.-
Poco a poco la “sustancia individual de naturaleza racional” va desapareciendo, para quedar el simple animal, para colmo, privado de la racionalidad que lo hacía superior, en el plano material, al resto de los de su especie.-
Esto se traduce en “La filosofía existencialista, con su terrible ‘angustia vital’, y el ateísmo a ultranza, sembrando por doquier su fría indiferencia …. La nada, la contradicción, el absurdo de la existencia humana: eso es todo. El hombre está inexorablemente abocado a la nada, es un caminante hacia el no ser. Su vida no tiene sentido, es un absurdo sarcástico. Detrás de la muerte no hay nada: sombra, vacío, soledad infinita y eterna ….” (Confr. Antonio Royo Marín. Teología de la esperanza. Pág. 59).-
Cierto es que lo precedentemente expuesto, sólo puede sostenerse en la soledad de la razón que se justifica en su exclusiva actividad de obrar sobre y en sí misma. Ella no puede enfrentarse a la realidad, por cuanto, cuando lo hace, ella la desmiente.-
El hombre añora la eternidad, porque es hijo de lo eterno. El hombre se enfrenta a la muerte negándola; por cuanto ella se configura como un absurdo en el marco del orden del mundo y para la criatura.-
Se ha escrito: “La mayor esperanza es entonces negar la muerte, es decir el absurdo; entrar en el misterio de la vida sobrenatural que constituye la esperanza religiosa, que se abre a la supervivencia del espíritu …. La esperanza es pues como un sueño en vigilia …. La esperanza es uno de los motores positivos que impulsa a la humanidad hacia delante, y se opone a la ley de entropía o degradación de la energía que reina en el mundo físico. No solamente la esperanza se ríe de los fracasos, sino que la vida se apoya en ellos para superarlos”. (Confr. Jean Guitton. Sabiduría cotidiana. Pág. 79/80).-
Un dato fundamental a tener en cuenta en orden a la aprehensión de lo evidente es la participación en las perfecciones absolutas. Esto es la mayor o menor capacidad intelectual y por tanto la mayor o menor verdad que podemos asumir como propia. Es el ser que se integra incrementando nuestra capacidad óntica y por tanto consumando progresivamente los diversos estadios de nuestra perfección relativa. Es la mayor o menor fuerza de nuestra voluntad, en la prosecución del bien posible, que es también gozado en la disposición de las partes adquiridas de la fuente que lo tiene en plenitud. Así, la mayor o menor belleza que podamos admirar en la criatura, como reflejos imperfectos de aquella que ha existido por siempre -y por tanto increada- en el Ser Necesario.-
Se explica, entonces, la esperanza en sus manifestaciones de orden puramente natural. Ellas son la esperanza sensitiva o pasional, que Santo Tomás definiera como “….El movimiento de la potencia apetitiva que resulta de la aprehensión del bien futuro, arduo y posible de obtener, o sea la tendencia o inclinación del apetito hacia tal objeto”. (Confr. Royo Marín, ob.cit., pág. 48). La esperanza así entendida, ayuda a la operación humana. La esperanza racional o moral, “es aquella cuyo objeto –siempre futuro, arduo y difícil pero posible- no supera las fuerzas de la naturaleza humana, ya sea porque la consecución de ese bien esté al alcance de las propias fuerzas del que espera, ya porque pueda alcanzarlo con la ayuda de algún agente extrínseco puramente natural”. (Royo Marín, ob.cit., pág. 52).-
Esta esperanza, no se encuentra como una virtud especial, sino que se incluye en la virtud de la magnanimidad. Santo Tomás la define: “La magnanimidad es una virtud que inclina a emprender cosas grandes, espléndidas y dignas de honor en todo género de virtudes … La magnanimidad supone un alma noble y elevada”.-
Estas esperanzas propias del homo viator en el tiempo, expresan la necesidad natural del hombre de dirigirse hacia elevados grados de perfección, carentes de límites en la intención, y avanzando sobre la definida estructura de la materia. De modo tal que ésta realidad expresa la existencia de un fin que trasciende el universo sensible, y por tanto su corrupción en el tiempo. El hombre dotado de espíritu, de existencia eterna por creación generosa del Espíritu Puro que es Dios, percibe su identidad en el cambio, y por ello logra la convicción de un fin último que se ubica más allá de la inmanencia. Tiene certeza de su espíritu, por lo que no duda de la trascendencia.-
Ha dicho G. Bernanos citado por Jean Guitton, ob. cit. pág. 79: “La esperanza es la mayor y la más difícil victoria que un hombre puede lograr sobre su alma”.-
De aquí entonces que en este análisis trascendente la esperanza que corresponde enunciar es aquella que se define como teologal o sobrenatural, y que se expresa como: “una virtud infundida por Dios en la voluntad del hombre, por la cual confía con plena certeza alcanzar la vida eterna y los medios necesarios para llegar a ella, apoyado en el auxilio omnipotente de Dios”. (Royo Marín, ob.cit., pág. 56).-
La virtud teologal de la esperanza entonces, tiene como objeto la bienaventuranza eterna -que se traduce en la visión beatífica del Creador-, valiéndose de todos los medios que a ella conduce.-
Por eso esperanza, etimológicamente se vincula con el concepto de expectación más que con el de espera. Y ello porque la expectación siempre tiene como referencia un bien futuro y difícil, el que no podremos alcanzar sin ayuda ajena.-
Dice Royo Marín: “El objeto de la esperanza cristiana -la bienaventuranza eterna- es arduo y difícil, pero posible de alcanzar no por nuestras fuerzas puramente humanas o naturales, pero si con el auxilio omnipotente de Dios, que nos ofrece en todo caso su bondad y misericordia infinita”. (ob. cit. pág. 47).-
Ella se manifiesta en el hombre en una disposición vehemente que puede expresarse en las palabras de Monseñor Elchinger como: “¡Atrévete a convertirte en lo que tu eres!”. Lo que significa asumir nuestra propia condición, esto es nuestro ser espiritual dotado de un destino trascendente en el que sin tiempos, espíritu y cuerpo glorioso, existirán por siempre.-
El hombre así definido, esto es como persona humana, es el sujeto de la historia. De esa historia respecto de la cual, al decir de Pío XII, “Dios nunca es neutral”.-
En su quehacer a través del tiempo, el hombre decide en base al propio juicio de la conciencia nutrida por el mensaje del Padre y por la experiencia de las virtudes vividas. Las reglas de la ley natural que comprueba existentes, apenas decida partir de un elemental examen introspectivo, le otorgan al juicio la certeza de transitar el recto camino hacia el logro progresivo de las perfecciones relativas.-
La historia, precisamente, es el relato de las acciones de los hombres, en el marco de los diversos acontecimientos de la naturaleza. Sólo el hombre la escribe con su vida y sólo los hombres pueden comprenderla. Para ello es necesario entender al hombre como persona, porque de otro modo la historia como tal no existiría, o por lo menos sería imposible de aprehender, precisamente, por ausencia del sujeto cognitivo.-
Esperanza y política.
El hombre no es un sujeto aislado. Es un ser social. Pero, y esto es fundamental, este carácter no lo define porque de la sociabilidad participan también los animales. Corresponde por eso asumir el concepto superador de Aristóteles que define al hombre como un animal político.-
Entonces: “… los hombres viven en una sociedad cuyas leyes difieren, pueden diferir y, a menudo deben diferir entre distintos países y aún entre provincias. Es éste carácter singular de la sociedad humana, carácter específico, el que le hace acreedor del calificativo de “político”. Así, pues, en este sentido la sociedad de los hombres, más que una sociedad, es una sociedad política. El hombre es más que un animal social, es un animal político”. (Jean Ousset. Introducción a la política. Pág. 19).-
Por ello es que la sociedad humana, en cuanto a sus fines temporales es regida por la Política. El objeto de ésta es el bien común temporal.-
No se concibe éste sin el orden moral que tiene como sujeto al hombre criatura de Dios con un destino trascendente.-
Monseñor Adolfo Tortolo escribía: “El bien común es el justo ordenamiento de toda la vida social en vista a la mutua perfección: de la persona singular por la comunidad y de la comunidad por la persona singular.-
Persona humana, criatura, Dios el primer Bien, en tanto es el más común de los bienes. La relación de la primera en su tránsito hacia la visión del Ser Necesario; debe ser, forzosamente, el objeto de la actividad política, tanto como ciencia o como arte, en tanto “para la política en su ordenamiento de la vida social el primer e indispensable presupuestos es Dios. De otro modo, el bien común temporal es imposible”. (Monseñor Tortolo, citado).-
Y, siendo que la Visión Beatífica es el fin último que procura la criatura, la esperanza, en tanto motor que permite avanzar hacia la trascendencia constituye la virtud que la política debe asegurar, en tanto procure el bien común temporal, pues este carece de sentido, si no es el fundamento del bien común sobrenatural.-
Pio XII, en su mensaje del 12/10/52, expresa: “No preguntéis quién es el enemigo, ni que vestidos lleva. Este se encuentra en todas partes y en medio de todos. Sabe ser violento y taimado. En estos últimos siglos ha intentado llevar a cabo la disgregación intelectual, moral, social de la unidad del organismo misterioso de Cristo. Ha querido la naturaleza sin la gracia, la razón sin la fe; la libertad sin la autoridad; a veces, la autoridad sin la libertad. Es un enemigo que cada vez se ha hecho más concreto con una despreocupación que deja todavía atónitos: Cristo, sí; Iglesia, no. Después: Dios, sí; Cristo, no. Finalmente el grito impío: Dios ha muerto; más aún, Dios no ha existido jamás. Y he aquí la tentativa de edificar la estructura del mundo sobre fundamento que Nos no dudamos en señalar como a principales responsables de la amenaza que gravita sobre la Humanidad: una economía sin Dios, un derecho sin Dios, una política sin Dios. El enemigo se ha preparado y se prepara para que Cristo sea un extraño en la universidad, en la escuela, en la familia, en la administración de la justicia, en la actividad legislativa, en la inteligencia entre los pueblos, allí donde se determina la paz o la guerra. Este enemigo está corrompiendo el mundo con una prensa y con espectáculos que matan el pudor en los jóvenes y en las doncellas, y destruye el amor entre los esposos”.-
Siendo que el ordenamiento de la sociedad depende de la política, esta no puede ignorar a Dios. Y Dios, por su parte, no es neutral en lo que a las decisiones políticas refiere.-
Esto exige una lucha tenaz para hacer efectiva la vigencia de la ley eterna en la conformación de la sociedad en orden a los fines que garantizan la perfección del hombre. Debemos hacer presente a Dios en todas y cada una de las acciones y decisiones generadas por el acto político.-
Es aquí donde la esperanza, como virtud teologal se vincula con la política y se convierte en el hábito bueno sobrenatural que garantiza una regulación de la sociedad que brinde al hombre los caminos que le conduzcan a Dios.-
Ante la corrupción de la actividad política, “¡Hay que redimir la Política!”. Y esta es tarea que se impone a la Persona Humana.-
Ello implica desechar el concepto de política como una particular profesión asignada a una clase o casta dotada de privilegios singulares y cerrada por arbitrarios e inmorales modos que hacen sino imposible sumamente difícil el ingreso a la misma.-
Ello impone rechazar el relativismo que define a la actividad política por su desvinculación con toda verdad objetiva.-
Ello exige rechazar el criterio que convierte a la actividad política como un fin en sí misma.-
En síntesis, ello obliga a hacer de la actividad política, un medio para que la virtud teologal de la esperanza se fortalezca en el hombre.-
Para ello, una sociedad sana, debe asegurar las condiciones para que los hombres puedan ejercer la caridad y vivir las certezas que otorga la fe. En tanto la esperanza necesita de las señaladas virtudes -en sí más perfectas que aquella- para ser ejercida en su plenitud.-
En este orden es posible afirmar con Jean Guittón: “Sólo la esperanza que incluye la fe, puede permitir a la especie humana franquear el cabo de nuestra civilización. Ha llegado el momento en el que la humanidad deberá, si desea sobrevivir, hacer una opción capital: El misterio o el absurdo; el ser o la nada. Sartre eligió la nada. Yo he elegido el ser y la esperanza invencible. La esperanza cristiana es la espera de la beatitud, la fe en la palabra de Cristo: “Dios es amor”. Y, recíprocamente, “el amor espera todo”, agrega San Pablo. (Ob. cit pag. 82).-
Vivir en la esperanza, implica la certeza que brinda la fe. Toda virtud se aprehende imitando a quienes las ejercen. Jesús, Dios por el misterio de la unión hipostática, nos legó, en el momento cúlmine de su sacrificio, quién fue el máximo ejemplo de fe, su Madre, la Virgen María.-
En María, entonces, toda persona humana encuentra la fuerza de la fe, para la vivencia de la esperanza. Ella, la Madre del cielo, espera a la humanidad y la acompaña, como lo hizo con su Hijo. Y, ante cualquier adversidad, nos impide desfallecer, pues está de pié. Ello nos recuerda el coraje necesario para merecer las promesas de su Hijo.-
La Esperanza. El aumento de la energía en la acción que se reclama.
Cuando todo parece sucumbir. Cuando la sociedad, quebrada en los vínculos que aseguran su existencia, constituye la imagen de la confusión propia del desorden. Cuando la Persona Humana es designada -por jueces que integran un Tribunal de Apelación- como “Un producto de la concepción”, esto es como una “cosa producida”, sumiéndola en la indeterminación de “lo engendrado”, “lo procreado” atribuible a cualquier especie. Cuando, con tales afectaciones ideológicas, se autoriza la muerte de un pequeño, por el sólo hecho de vivir en el seno de su madre, desconociendo la ley natural y la ley positiva humana hasta en sus contenidos constitucionales; agregando a este triste espectáculo de hipocresía, o sencillamente, de ignorancia, el torpe manoseo de normas jurídicas tácitamente derogadas, a las que, además, destrozan conceptualmente enfrentando sus resultados al sentido común jurídico. Cuando esto ocurre, es necesario fortalecer el ánimo, y para ello acudir a la reflexión -siempre necesaria- sobre la virtud de la Esperanza, que es “un motor positivo que impulsa hacia adelante”, moviendo la voluntad para que, sustentada en la sana intelección, con la frescura que da la libertad, nutramos nuestro corazón en la verdad que disipa las tinieblas que propagan los miserables, sumiendo a la sociedad en la ignorancia y el desconcierto.-
Se trata de enfrentar un perverso sistema destinado a la apropiación del “mundo de las ideas”, no para utilizar las mismas en el proceso de conocimiento que conduce a la verdad, sino para sustituirlas por los engendros del ideólogo. Es Antonio Gramsci, el marxista que superó a su maestro, aconsejando “golpear” en la “superestructura” de la sociedad en la que se encuentran el hombre y los cuerpos intermedios que la conforman en vital existencia natural. Todo debe ser alterado. El fin perseguido por el ejército de los “intelectuales orgánicos”, deberá ser conseguido a costa del hombre, o mejor, prescindiendo del hombre.-
No tienen argumentos para justificar sus acciones, por eso, actúan con medios sólo ponderables cuantitativamente. Arrojan proposiciones que deben impactar los sentidos y anular el análisis intelectual.
Decía Lenín que, las palabras vacías de contenidos conceptuales, debían expresarse como escupitajos en el rostro del destinatario, para encontrar eficacia. Y para ello cuentan con el enorme aparato de los medios de difusión. Lo que éstos divulgan constituye un enunciado “dogmático”. Hace falta valor para cumplir el juramento que alguna vez se prestó. Pero ello implica arriesgar cómodas poltronas.-
Por eso no pretendamos que los jueces – Darmandrail; Loustaunau; Monterisi y Zampini – del Juzgado de Menores y de la Cámara de Apelaciones en lo Civil y Criminal, Sala II, ambos órganos jurisdiccionales de la ciudad de Mar del Plata, respectivamente (fuente La Nación. 22/02/07, Pag.15); entiendan. Les está impedido abordar la técnica jurídica, porque han abandonado el sentido natural de la inteligencia y, porque, además, el medio los amedrenta. Como una particular confesión han formulado en la resolución dictada: “No son exigibles las conductas heroicas”. Claro que, en este caso, sólo se trataba de cumplir sencillamente con el deber impuesto por el orden jurídico. Este, conforme lo sintetiza el Dr. Alberto E. Solanet, en un artículo publicado en el Diario la Nación del 22 de Febrero de 2007, se enuncia, afirmando, que: “…Rige, en cambio, para los magistrados de todas las instancias, la obligación legal y constitucional de preservar la vida inocente”.
Un conocido proverbio alemán reza: “Mut verloren, alles verloren” (que se traduce: “Perdido el coraje, todo perdido”). Ese coraje que como “impetuosa decisión y esfuerzo del ánimo”, constituye el modo con el que debemos asumir el deber y cumplirlo por así exigirlo la defensa de nuestros hermanos más débiles.-
En origen, en la ciudad de Rosario, a los veinticuatro días del mes de Febrero del año del Señor de dos mil siete. Corregido, aumentado y enviado, a los seis días del mes de Marzo del año dos mil veinte.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario