Entre los católicos a menudo he oído y continúo oyendo esta observación: "Se nos quiere imponer una religión nueva". ¿Es exagerada esta expresión? Los modernistas, que se han infiltrado abundantemente en la Iglesia y que llevan la voz cantante, trataron primero de tranquilizar a los católicos diciéndoles: "Pero no, ustedes tienen esa impresión porque las formas caducas fueron reemplazadas por otras, por razones que se imponían: ya no se puede rezar exactamente como se hacía antes, había que quitar el polvo, adoptar una lengua comprensible para los hombres de nuestro tiempo, practicar la apertura en dirección de nuestros hermanos separados... Pero, desde luego, nada ha cambiado".
Luego esos modernistas tomaron menos precauciones y los más audaces hicieron declaraciones ya en pequeños grupos frente a gente convertida a su causa, ya públicamente.
El padre Cardonnel se ufanaba mucho al anunciar un nuevo cristianismo en el que estaría controvertida "la famosa trascendencia que hace de Dios el monarca universal" y se remitía abiertamente al modernismo de Loisy: "Si usted nació en una familia cristiana, los catecismos que aprendió son esqueletos de la fe". Y luego proclamaba: "Nuestro cristianismo se manifiesta mejor en la forma neocapitalista".
El cardenal Suénens, después de haber reconstruido la iglesia a su manera, exhortaba a “abrirse al pluralismo teológico más amplio” y reclamaba el establecimiento de una “jerarquía de las verdades para establecer aquello que había que creer mucho, aquello que había que creer un poco y aquello que no tenía importancia”.
En 1973 en locales del arzobispado de París, el padre Bernard Feillet daba un curso de manera oficial dentro del marco de la "Formación cristiana de los adultos" en el cual afirmaba una y otra vez: "Cristo no venció la muerte. Sucumbió a la muerte por la muerte... En el plano de la vida, Cristo fue vencido y todos nosotros seremos vencidos. Y la fe no está justificada por nada, la fe va a ser ese grito de protesta contra este universo que termina, como lo decíamos hace un instante, con la percepción de lo absurdo, con la conciencia de la condenación y con la realidad de la nada".
Podría citar un número importante de este género de declaraciones que levantaron más o menos escándalo, que fueron más o menos desaprobadas y que a veces no lo fueron en modo alguno. Pero el pueblo cristiano en su gran mayoría huía de estas manifestaciones; si se enteraba de ellas por los diarios pensaba que se trataba de abusos sin ningún carácter general y no ponía en tela de juicio su propia fe.
Ahora el pueblo cristiano ha comenzado a interrogarse al encontrar en manos de sus hijos libros de catecismo que ya no exponen la doctrina católica tal como era enseñada de manera inmemorial.
Todos los nuevos catecismos están inspirados en mayor o menor grado en el Catecismo holandés, publicado por primera vez en 1966. Las proposiciones contenidas en esta obra parecían tan fraguadas y controvertidas, que el Papa encargó a una comisión de cardenales que la examinara; ésta se verificó en Gazzada, Lombardía, en abril de 1967.
Ahora bien, esta comisión señaló diez puntos sobre los cuales aconsejaba que la Santa Sede reclamara modificaciones. Era una manera de decir, de conformidad con los usos posconciliares, que esos puntos estaban en desacuerdo con la doctrina de la Iglesia-, unos años antes los habrían condenado rotundamente y el Catecismo holandés habría sido puesto en el Index.
En efecto, los errores u omisiones señalados tocan a lo esencial de la fe. ¿Qué encontramos en este catecismo?
El Catecismo holandés
Ignora a los ángeles y no define a las almas humanas como creadas inmediatamente por Dios.
● Da a entender que el pecado original no fue transmitido por nuestros primeros padres a todos sus descendientes, sino que es algo que contraen los hombres por el hecho de vivir en la comunidad humana, en la que reina el mal; el pecado original tendría en cierto modo carácter epidémico.
● En ese catecismo no se afirma la virginidad de María-, no se dice que Nuestro Señor murió por nuestros pecados y fue enviado con ese fin por su Padre, ni que la gracia divina nos fue restituida a ese precio. En consecuencia, se presenta la misa como un banquete y no como un sacrificio.
● No se afirma de manera clara ni la Presencia real de Cristo, ni la realidad de la transubstanciación.
● La infalibilidad de la Iglesia y el hecho de que ésta posee la verdad desaparecieron de esta enseñanza, lo mismo que la posibilidad del intelecto humano de "tener acceso a los misterios revelados".
● Se llega así al agnosticismo y al relativismo. El ministerio sacerdotal queda rebajado. La dignidad de los obispos es considerada como un mandato que le habría confiado el "pueblo de Dios", y el magisterio de los obispos sería como una sanción de lo que cree la comunidad de los fieles. El Sumo Pontífice pierde su poder pleno, supremo y universal.
● La Santísima Trinidad, el misterio de las tres Personas divinas, no es presentado de una manera satisfactoria.
La comisión critica también
● la exposición que se hace en el catecismo de la eficacia de los sacramentos, de la definición del milagro, de la suerte reservada a las almas justas después de la muerte.
● La comisión señala las oscuridades en la explicación de las leyes morales y de las "soluciones de casos de conciencia" en las que se hace poco caso de la indisolubilidad del matrimonio.
Aun cuando en este libro el resto sea "bueno y laudable", lo que nada tiene de sorprendente pues los modernistas siempre mezclaron lo verdadero y lo falso como lo observa firmemente san Pío X, ciertamente hay bastante para afirmar que se trata de una obra perversa y eminentemente peligrosa para la fe. Ahora bien, sin esperar el informe de la comisión y aun apresurando los trabajos, los promotores del libro hacían publicar traducciones en varias lenguas. Y posteriormente el texto nunca fue modificado. A veces se agregaba el dictamen de la comisión, a veces no se lo hacía. Luego hablaré del problema de la obediencia. ¿Quién desobedece en este asunto? ¿El que denuncia ese catecismo?
Los holandeses rompieron la marcha, pero nosotros los alcanzamos muy pronto. No consideraré la evolución histórica de la catequesis francesa para detenerme más bien en su última manifestación, la "colección católica de documentos privilegiados de la fe" titulada Fierres Vivantes y el flujo de "trayectos catequísticos". Para respetar la definición de la palabra catequesis o catecismo ostensiblemente empleada en todos los documentos, esas obras deberían estar desarrolladas en preguntas y respuestas pero se ha abandonado esa construcción que permitía un estudio sistemático del contenido de la fe y casi nunca se dan respuestas. Pierres Vivantes se guarda de hacer afirmaciones, salvo las de las proposiciones nuevas, insólitas, extrañas a la tradición.
Cuando se evocan los dogmas se lo hace como si fueran creencias particulares de una parte de los hombres que el libro llama "los cristianos" y que los pone en competencia con los judíos, los protestantes, los budistas y hasta los agnósticos y los ateos.
En muchos pasajes, los "animadores de catequesis" son invitados a proceder de manera que el niño abrace una religión, no importa cuál. Hay además interés en prestar oídos a los incrédulos que tienen mucho que enseñar al niño. Lo importante es "hacer equipo", prestarse servicios entre camaradas de clase y preparar para mañana las luchas sociales en las que habrá que comprometerse hasta con los comunistas, como lo explica la edificante historia de Madeleine Delbrél, esbozada en Pierres Vivantes y contada por entero en ciertos "trayectos".
Otro "santo" que se propone como ejemplo a los niños es Martin Luther King, en tanto que se alaba a Marx y a Proudhon, "grandes defensores de la clase obrera" que "parecen proceder de fuera de la Iglesia". La Iglesia, vea usted, habría querido emprender ese combate, pero no se dio maña para hacerlo. Se contentó con "denunciar la injusticia". Eso es lo que se les enseña a los niños.
Pero más grave aún es la manera de desacreditar las sagradas Escrituras, obra del Espíritu Santo. Cuando uno esperaría que la colección de textos de la Biblia comenzara por los relativos a la creación del mundo y del hombre, Pierres Vivantes empieza con el libro del Éxodo y con este título "Dios crea a su pueblo". ¿Cómo no van a sentirse los católicos más que perplejos, desconcertados y sublevados por semejante desvío?
Hay que llegar al primer libro de Samuel para encontrar un retorno en dirección del libro del Génesis y enterarse de que Dios no creó el mundo. Tampoco esta vez estoy inventando; eso está escrito: "El autor de este relato de la creación se pregunta, lo mismo que muchas personas, cómo comenzó el mundo. Unos creyentes reflexionaron y uno de ellos compuso un poema..." Luego, en la corte de Salomón, otros sabios reflexionan sobre el problema del mal. Para explicarlo escriben un "relato con imágenes" y entonces tenemos así explicada la tentación por obra de la serpiente y la caída de Adán y Eva. Pero no se habla del castigo, el texto aquí se interrumpe. Dios no castiga, así como la Nueva Iglesia ya no condena, salvo a quienes permanecen fieles a la tradición. El pecado original, citado entre comillas, es una "enfermedad de nacimiento", una "imperfección que se remonta a los orígenes de la humanidad", algo muy vago, inexplicable.
Por supuesto, así toda la religión se desmorona. Si ya no se puede dar una respuesta en lo relativo al problema del mal, ya no vale la pena predicar más, ni decir misas, ni confesar.¿Quién habrá de escucharlo a uno?
El Nuevo Testamento comienza con Pentecostés. Se pone el acento en esta primera comunidad que lanza un grito de fe. Luego esos cristianos "recuerdan" y la historia de Nuestro Señor se dibuja poco a poco saliendo de las brumas de la memoria de aquellos cristianos. Se comienza por el final, la cena, el Gólgota; luego se expone la vida pública y, por fin, la niñez de Jesucristo con este título ambiguo: "Los primeros discípulos narran la niñez de Jesús".
Sobre estas bases, los "trayectos" dan a entender fácilmente que los Evangelios de la niñez de Jesús son una piadosa leyenda como las leyendas que los pueblos antiguos tenían costumbre de elaborar cuando componían la biografía de sus grandes hombres. Por lo demás, Pierres Vivantes da una fecha tardía de los Evangelios, lo cual reduce la credibilidad de éstos, y en un cuadro tendencioso muestra a los apóstoles y a sus sucesores predicando, celebrando y enseñado, antes de "descifrar la vida de Jesús a partir de sus propias vidas"
Éste es un vuelco completo: las experiencias personales de los apóstoles se convierten en el origen de la Revelación en lugar de ser la Revelación la que modela sus pensamientos y sus vidas. Sobre el fin último, Pierres Vivantes mantiene una inquietante confusión. ¿Qué es el alma? "Para correr es necesario el aliento; el aliento es necesario para llegar al fin de las cosas difíciles. Cuando alguien muere se dice: 'Rindió su último aliento'. El aliento es la vida, la vida íntima de cada uno. También se dice 'el alma'."
En otro capítulo, el alma es asimilada al corazón, al corazón que late, al corazón que ama. El corazón es también el asiento de la conciencia. ¿Cómo entender esto? ¿En qué consiste pues la muerte?
Los autores del libro no se pronuncian sobre la cuestión: "Para algunos, la muerte es la detención definitiva de la vida, otros piensan que se puede vivir aun después de la muerte, pero no saben si eso es seguro. Otros por fin tienen la firme seguridad de esa vida posterior; los cristianos son de éstos". El niño no tiene más que elegir, la muerte es una cuestión de opciones. Pero el que sigue los cursos de catecismo, ¿no es cristiano? En ese caso, ¿por qué hablarle de los cristianos en la tercera persona del plural en lugar de decirle firmemente: "Nosotros, nosotros sabemos que existe una vida eterna y que el alma no muere"? El paraíso es objeto de un tratamiento igualmente equívoco; "Los cristianos hablan a veces del paraíso para designar la alegría perfecta de estar con Dios para siempre después de la muerte; eso es el 'cielo', el Reino de Dios, la Vida eterna, el reino de la Paz".
Esta explicación es muy hipotética. Parecería que se trata de una manera de decir, de una metáfora tranquilizadora empleada por los cristianos. Nuestro Señor nos prometió, si observamos sus mandamientos, el cielo que la Iglesia siempre definió como "un lugar de felicidad perfecta en el que los ángeles y los elegidos ven a Dios y lo poseen para siempre".
Esta catequesis representa un rebajamiento seguro respecto de lo que se afirmaba en los catecismos. De esto no puede seguirse otra cosa que una falta de confianza en las verdades enseñadas y una desmovilización espiritual: ¿qué sentido tiene resistir a los instintos y seguir el camino estrecho si no se sabe muy bien lo que le espera al cristiano después de la muerte?
El católico no va a buscar en sus sacerdotes o en sus obispos indicaciones que le permitan hacerse una idea sobre Dios, sobre el mundo, sobre el fin último, sino que les pregunta lo que debe hacer y lo que debe creer. Si los sacerdotes le responden con una serie de proposiciones y proyectos de vida, a ese católico no le queda otro remedio que constituirse una religión personal y entonces se convierte en protestante. Esta catequesis convierte a los niños en pequeños protestantes.
La orden del día de la reforma es la eliminación de las "certezas". Se critica a los cristianos que poseen certezas y que las guardan como un avaro guarda su tesoro; se los considera egoístas, bochornosos. Hoy uno debe abrirse a las opiniones contrarias, admitir las diferencias, respetar las ideas de los francmasones, de los marxistas, de los musulmanes y hasta de los animistas. La marca de una vida santa es dialogar con el error.
Entonces todo es lícito. Ya aludí a las consecuencias de la nueva definición del matrimonio, y no son consecuencias hipotéticas, algo que le podría ocurrir al cristiano que tomara al pie de la letra esa definición. Esas consecuencias no tardaron en realizarse, como lo comprobamos por la licencia de las costumbres que se difunde día a día.
Pero lo que más consterna es comprobar que esta catequesis da apoyo a la definición. Consideremos un "material catequético", como se dice ahora, publicado en Lyon en 1972 con el imprimatur y destinado a los educadores. ¿El título? “He aquí al hombre”.
La parte dedicada a la moral dice lo siguiente: "Jesús no tuvo la intención de dejar a la posteridad una 'moral' política o sexual, o de cualquier otra índole... La única exigencia que subsiste es el amor de los hombres entre sí... Según eso, uno es libre, libre de elegir la mejor manera, en cada circunstancia, de expresar ese amor que uno siente por sus semejantes".
El capítulo sobre la "Pureza" da las aplicaciones de esta ley general. Después de haber explicado, con menosprecio del Génesis, que la vestimenta apareció sólo tardíamente, "como signo de una posición social, de una dignidad" y para desempeñar un "papel de disimulo", se define a la pureza del modo siguiente: "Ser puro es estar en el orden natural, es ser fiel a la naturaleza... Ser puro es estar en armonía, en paz, con la tierra y los hombres; es estar de acuerdo, sin resistencia ni violencia, con las grandes fuerzas de la naturaleza".
Encontramos entonces una pregunta y una respuesta:
"¿Es esa pureza compatible con la pureza de los cristianos?
No sólo es compatible sino que es necesaria a una pureza verdaderamente humana y cristiana. Jesucristo no repudió ni rechazó ninguno de esos descubrimientos, de esas adquisiciones que son el fruto de una larga indagación de los pueblos; muy por el contrario, Jesucristo vino a darles una prolongación extraordinaria: 'Yo no vine a abolir, sino a realizar' ”
En apoyo de sus afirmaciones los autores aducen el ejemplo de María Magdalena: "En esa asamblea, la que es pura es ella, porque amó mucho, porque amó profundamente".
De esta manera se ha desfigurado el Evangelio: no se hace hincapié en el pecado de María Magdalena, en su vida disoluta; el perdón que Nuestro Señor le otorga es presentado como una aprobación de su existencia pasada y no se tiene en cuenta la exhortación divina: -"Ve y no peques más". Ni el firme propósito que conduce a la ex pecadora hasta el Calvario, fiel a su Maestro por el resto de sus días. Este libro repugnante no se detiene ante ningún límite: "¿Puede uno tener relaciones con una muchacha, preguntan los autores, aun sabiendo perfectamente que se trata sólo de una diversión o de ver lo que es una mujer?"
Y responden: "Plantear así el problema de las leyes de la pureza es indigno de un verdadero hombre, de un hombre que ama, de un cristiano. Significaría eso imponer al hombre una picota, un yugo intolerable: Siendo así que Cristo vino precisamente para librarnos del yugo pesado de las leyes: 'Mi yugo es fácil y mi carga liviana'". Véase cómo se interpretan las palabras más santas para pervertir a las almas. De san Agustín retuvieron sólo una afirmación: "Ama y haz lo que quieras".
He recibido unos libros innobles publicados en Canadá. En ellos no se habla más que del sexo: la sexualidad vivida en la fe, la promoción sexual, etcétera. Las figuras son absolutamente repugnantes, parecería que a toda costa se quisiera infundir en el niño el deseo y la obsesión del sexo y hacerle creer que en la vida no hay otra cosa. Numerosos padres cristianos protestaron y reclamaron, pero no hubo nada que hacer y por una buena razón, en la última página de esos catecismos se lee que han sido aprobados por la comisión de catequesis. ¡El presidente de la comisión episcopal de enseñanza religiosa de Quebec dio el permiso para imprimirlos!
Otro catecismo aprobado por el episcopado canadiense invita al niño a romper con todo, con sus padres, con la tradición, con la sociedad, a fin de reencontrar su personalidad que todos esos vínculos ahogan, a fin de liberarse de los complejos que proceden de la sociedad y de la familia. Buscando siempre una justificación en el Evangelio, quienes dan esta clase de consejos pretenden que Jesucristo vivió esas rupturas y que así se reveló como el hijo de Dios. De manera que es Cristo quien quiere que hagamos otro tanto.
¡Se puede adoptar una concepción tan contraria a la religión católica bajo la cubierta de la autoridad episcopal!
En lugar de hablar de ruptura se debería hablar de los vínculos que debemos buscar, porque ellos hacen nuestra vida. ¿Qué es el amor de Dios sino un lazo con Dios, una obediencia a Dios y a sus mandamientos? El vínculo con los padres, el amor a los padres, son vínculos de vida y no de muerte. ¡Pero se los presenta al niño como algo que lo ahoga y lo oprime, como algo que disminuye su personalidad, como algo de lo que es menester liberarse! No, no es posible que los padres dejen corromper de esta manera a sus hijos. Lo digo francamente: no pueden enviar a sus hijos a esos catecismos que les hacen perder la fe.
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
No hay comentarios:
Publicar un comentario