San Álvaro de Córdoba, confesor
(✝1430)
Uno de los varones ilustres que florecieron en España en el siglo XIV fue San Álvaro, el cual nació en la ciudad de Córdoba de la excelentísima casa de los duques de ese título, y fue decoroso ornamento de la Orden Dominicana.
Se dedicó al mismo tiempo que San Vicente Ferrer al ministerio apostólico de la predicación para combatir el desorden general, causado en toda la cristiandad por el dilatado cisma de tres antipapas, y extendió sus conquistas evangélicas a varias provincias de España, Portugal e Italia, no habiendo pecador tan obstinado que pudiese resistirse a su triunfante elocuencia.
La reina Catalina lo obligó a dirigir su conciencia, y a expensas de su infatigable actividad y con la ayuda de San Vicente Ferrer calmó las tempestades que agitaban el ánimo de la soberana, y los reinos de Aragón y de Castilla, retirándose después a su amada soledad en el convento de Scala Coeli, que labró a una legua de Córdoba.
Aquí soltó el santo las riendas a su fervor. Se desnudaba las espaldas y azotándose con una cadena de hierro, subía de rodillas por una cuesta, sembrada de puntas penetrantes de la misma roca, llegando donde estaba una imagen de Nuestra Señora de las Angustias, en todo semejante a la del convento de San Pablo, continuaba la disciplina con tanto rigor, que dejaba el suelo y las paredes bañadas en sangre.
Lo vieron muchas veces en este santo ejercicio, sostenido de los brazos por los ángeles, los cuales le alumbraban y separaban del camino las piedras para que no le en.
Y entre otros regalos que recibió de su Amor crucificado este abrasado serafín, uno fue que pasando un día por su convento de Córdoba, y viendo en el camino a un pobre enfermo tan desnudo y tan lastimoso que movería a piedad al pecador más duro, cargándolo sobre sus hombros, partió con él al convento, y entrando en la portería con la piadosa carga, y acudiendo los religiosos para bajar de los hombros del santo al enfermo, luego que lo descubrieron hallaron una imagen de Cristo crucificado.
Se espantaron a la vista de aquel soberano espectáculo, y el santo, prorrumpiendo en expresiones amorosas, le adoró postrado y bañado en tiernas lágrimas.
Así vivió San Álvaro crucificado con Cristo, hasta que entendiendo que era llegada la hora de unirse con Él en la gloria de su reino, recibió el sagrado Viático, y se quedó en una agradable suspensión. Entregó su alma al Creador a la edad de setenta años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario