San Onésimo, Obispo y mártir
(✝ 95)
El glorioso San Onésimo antes de convertirse, era esclavo de un ciudadano principal de Colosa llamado Filemón, el cual había abrazado la fe de Jesucristo, oyendo la predicación del apóstol San Pablo.
Habiendo, Onésimo, cometido un robo en la casa de su señor, huyó de allí y fue a parar a Roma, dónde fue a visitar a San Pablo, que se hallaba encarcelado y cargado de cadenas.
El santo apóstol le convirtió a la fe, y habiéndole bautizado, le dijo que regresase a la casa de su señor, con una carta de recomendación, en la cual, con singular encarecimiento le pedía que perdonase a su esclavo, y le rogaba que no le recibiera ya como un esclavo, sino como a un hijo, a quien había engendrado en Jesucristo.
Cuando regresó, Filemón lo perdonó, le concedió la libertad, y lo remitió al santo apóstol.
Quedó Onésimo tan aficionado a San Pablo, que no podía apartarse de su lado, sirviéndole en todas las cosas que pudiera necesitar.
Llevó junto con Tiquico la carta del Apóstol a los colosenses, lo ayudó como fidelísimo ministro del Evangelio, y trabajó con gran y encendido celo en la conversión de los gentiles, y en cultivar sus santas palabras y ejemplos en aquella nueva y reciente Viña del señor que viéndole San Pablo lleno del Espíritu de Jesucristo, le impuso las manos y le ordenó Obispo de Éfeso.
En este sagrado oficio y dignidad resplandecieron de tal manera sus virtudes cristianas, que no parecía sino un acabado modelo de perfección enteramente en todo conforme a los consejos evangélicos.
Finalmente, después de haber extendido y santificado su iglesia de Éfeso, en tiempos del emperador Domiciano, fue llevado preso a Roma, donde selló con su sangre, como los apóstoles, la doctrina que predicaba, muriendo apedreado por amor de Jesucristo.
Los cristianos enterraron su precioso cadáver en la misma ciudad, y más tarde fue trasladado a su iglesia de Éfeso.
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