Por Carmelo López-Arias
“¡Has sido un héroe para mí durante tanto tiempo, Scott!”, le dijo J.K. Rowling el pasado 20 de julio en Twitter. A la creadora de Harry Potter, bestia negra del lobby lgbt desde que se solidarizó con una mujer despedida de su trabajo por afirmar que el sexo es biología, ya no le importaba si ese tuit era pretexto para una nueva campaña de hostigamiento.
Porque ese Scott admirado por Rowling es Scott Newgent, una mujer biológica de 47 años que hace seis decidió “cambiar de sexo”. Vive en Texas, tiene tres hijos adolescentes y su experiencia es todo un desmentido a la ideología de género y al activismo lgbt. No solo por las consecuencias físicas que ha sufrido, que incluyen siete operaciones quirúrgicas y una docena de patologías; ni por las personales, como la ruptura de su relación de pareja y el alejamiento de sus hijos; ni por los que define como “múltiples periodos de dolor”; sino, sobre todo, por la conciencia de haber cometido el error de creer en los dogmas del transgenerismo.
“Cansada de ser lesbiana”
Pero, ¿cuál es su historia? ¿Por qué emprendió ese camino? ¿Qué esperaba de la 'transición'? Es lo que le plantea Madeleine Kearns en National Review, y la respuesta es compleja.
Cuando tenía siete años, le dijo a su tío que como regalo de Navidad quería convertirse en un chico. “Vengo de una familia de gran preponderancia masculina que ha producido muchos deportistas. Desde muy corta edad vi cómo esa personalidad masculina dominante me causaba problemas… Empecé a creer que habría sido más fácil para mí haber nacido hombre, y a contemplar los conflictos en mi vida pensando que si se hubieran intercambiado los cromosomas en el vientre de mi madre, yo habría sido un hombre típico. Habría sido un deportista profesional, una estrella en la universidad. Lo habría sido todo. Y como no era nada de eso, me rebelaba”.
Pasados los años, “salió del armario” como lesbiana, y tuvo una pareja con quien formalizó la relación en un juzgado. Era una mujer católica practicante que, según Scott, “no podía asumir la idea de que era lesbiana”, y le decía a ella que parecía un hombre: “Así que llegué a un punto en mi vida en el que estaba cansada de ser lesbiana. Reflexioné sobre toda mi infancia y empecé a pensar que tal vez ella [su pareja] tenía razón. Empecé a seguir la moda transgénero. Pensé que tal vez había algo mal en mí. Tal vez había nacido en el cuerpo equivocado”.
“Eres lo que eres biológicamente”
Pero hoy ve la realidad: “No puedes hacer una transición de género. Eres lo que eres biológicamente. Si me muero y me entierran y dentro de cien años desentierran mis huesos, dirán: ‘Aquí había una mujer’. Eso no cambia. Lo que sí puedes hacer es que una persona parezca distinta. Lo llamaría un híbrido: puedes tomar una mujer, quitar el estrógeno y poner testosterona, que genera efectos totalmente diferentes. Pienso de forma distinta, tengo una apariencia distinta… pero también es distinto a ser un hombre. He creado algo único. Y lo que no entiendo de la comunidad trans es por qué no acepta esta realidad”.
“Yo no nací 'en el cuerpo equivocado'”, explicó en otra ocasión: “Nací mujer. Pero no me gustaba. Así que cambié mi apariencia, mediante cirugía plástica y hormonas, a un alto precio monetario, psicológico y físico. Pero mi sexo nunca cambió. Solo lo hizo mi apariencia”.
“No es intolerancia, es la realidad”
Scott ha fundado TReVoices, un grupo de trans contrarios al activismo radical de género y que buscan mostrar a políticos y familias la realidad de la disforia de género: “Lo que está haciendo la sociedad actualmente es permitiendo que un pensamiento, un sentimiento, un engaño, marquen el paso a la legislación... Parecen creer en esa histeria de masas de que puedes cambiar de género y hacerlo tampoco es gran cosa y si no te gusta puedes ‘de-transicionar’, que es otra fantasía, porque se trata de una intervención médica gigantesca que no arregla nada. No arregla la salud mental. Ni arregla la ansiedad. Realmente la empeora”.
Además, la “disforia de género” es muy desconocida, más allá de la autopercepción de quien la padece: “Se está cediendo ante los activistas trans que dicen que las mujeres trans son mujeres. Pero no, no lo son. La realidad es que las mujeres trans son hombres que toman estrógenos. Lo cual es funcionalmente diferente. No es intolerancia, es la realidad”.
Auto-diagnósticos inducidos por las redes sociales
Scott juzga de modo aún más severo la posibilidad de ‘transición’ en niños, y de hecho, fue protegerlos lo que le indujo a fundar TReVoices: “Trabajo con personas que lo han hecho. Conocí a un par de niños que se hicieron adultos y se suicidaron al darse cuenta de que solo entonces [después de la transición] estaban en el cuerpo equivocado… El transgenerismo, la transición médica… es cirugía plástica. Crea una ilusión”.
El principal estudio a largo plazo que se ha realizado muestra que los índices más altos de pensamientos suicidas se dan entre siete y diez años después de la transición médica: “¿Por qué crees que es así? Porque en algún momento tienes que enfrentarte a la realidad”.
Gráfica de mortalidad por todas las causas (incluye el suicidio) de personas sometidas a reasignación de sexo comparada con la población general. Fuente: Long-Term Follow-Up of Transsexual Persons Undergoing Sex Reassignment Surgery: Cohort Study in Sweden, 2011, estudio realizado sobre 324 personas transexuales nacidas en Suecia entre 1973 y 2003 y aprobado por el Instituto Karolinska de Estocolmo. “La supervivencia de personas transexuales empezaba a divergir de la población control a partir de los diez años del seguimiento”, dicen los autores, quienes sostienen que “las personas con transexualismo tienen tras la reasignación de sexo riesgos considerablemente más elevados de mortalidad, comportamiento suicida y morbilidad psiquiátrica que la población general”.
Los adolescentes que experimentan estos problemas acuden a las redes sociales buscando orientación. Pero lo único permitido en ellas, como en el sistema educativo o sanitario, so pena de verse sometido a una campaña de denigración pública, es inducirles a la 'transición'. Esto condiciona a los padres: “Aunque admiro las buenas intenciones de los padres que quieren respaldar a sus hijos, me preocupa seriamente esa temeraria aceptación del auto-diagnóstico de un niño inducido por internet”, escribía Scott hace unos meses en Quillette.
Fue el caso de Keira Bell, quien finalmente ha conseguido en el Reino Unido una sentencia que obligará a que sea un juez quien autorice una “transición” de menores: “Allí un juez ha dicho: a ver, chicos, no vamos hablar de ‘yo siento, yo no siento’. Lo que vamos a hablar es de hechos”. Y los hechos son que “no tenemos una comprensión clara de lo que le sucede a la gente cuando pasan por una transición médica. Lo que sí tenemos documentada es la lista de problemas”. Y esto no tiene nada que ver con posiciones políticas ni religiosas, sostiene Scott.
Un problema que hay que arreglar “dentro”
Scott concluye afirmando que la disforia de género es ante todo un problema mental: “No hay forma de que una transición médica pueda ayudar a nadie con disforia de género. La disforia de género es un problema de dentro afuera. Tienes que arreglarlo por dentro. No lo puedes arreglar por fuera… Las personas trans son personas que no están a gusto con su apariencia exterior, así que toman hormonas sintéticas para crear la ilusión de ser del sexo opuesto. Eso no constituirá nunca un interruptor biológico. Eso es una ilusión. Decirlo no es incitar al odio: es la realidad. Yo lo he vivido. He hablado con cientos de personas que lo han vivido. Es una parte muy pequeña de las personas transgénero quienes están haciendo todo el ruido. Por desgracia, las personas que no quieren hacer ruido, no dan la cara: ni lo necesitan, ni quieren”.
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