martes, 2 de febrero de 2021

MONS. CARLO MARIA VIGANÒ: PARS HEREDITATIS MEAE

Debemos orar y ayunar por la dolorosa realidad que tenemos que afrontar

Por el Arzobispo Carlo Maria Viganò 


PARS HEREDITATIS MEÆ

Con motivo del vigésimo quinto día de vida consagrada

Dominus pars hereditatis meæ et calicis mei:

tu es qui devuelve hereditatem meam mihi.

Sal 15, 5

El 2 de febrero, la Iglesia celebra la Purificación de María Santísima y la Presentación en el templo de Nuestro Señor Jesucristo. La fiesta, llamada Candelaria por los cirios que se bendicen durante el rito, nació como una celebración mariana de carácter penitencial. En la antigua Roma, la procesión de Sant'Adriano a Santa Maria Maggiore requería que el Papa caminara descalzo y con vestimentas negras. Sólo con la reforma de Juan XXIII de 1962 se dio la preeminencia a la "dimensión cristológica". Un alma de sólida doctrina y sana espiritualidad no considera la gloria del Hijo oscurecida por los honores que la Iglesia rinde a la Madre, ¡porque sólo Él es el principio de toda la grandeza que celebramos en ella!

Según los preceptos de la Ley Antigua, las mujeres de Israel debían abstenerse durante cuarenta días de acercarse al tabernáculo y, al final de este período, debían ofrecer un sacrificio purificador que consistía en un cordero para ser consumido como ofrenda, a la que se añadía una tórtola o una paloma, ofrendas por el pecado. Junto con la purificación de la madre, el mandamiento divino prescribía que el primogénito, que según la Ley era propiedad del Señor, fuera redimido al precio de cinco siclos de veinte ofrendas cada uno.

Estos ritos de purificación de la mujer y del rescate del primogénito obviamente tampoco fueron necesarios para María Santísima, concebida sin mancha de pecado y conservada siempre virgen antes, durante y después del parto; ni al Hijo de Dios, él mismo autor del rescate de la humanidad caída en Adán. Sin embargo, en los consejos del Altísimo, estos actos solemnes de obediencia a la Ley y sumisión voluntaria nos muestran la humildad de la Madre de Dios y de Su divino Hijo. En esa ocasión, el segundo templo de Jerusalén fue santificado, según la profecía de Hageo, con la presencia del "deseado de todas las naciones" (Ag 2, 7), que suelta la lengua de Simeón en el cántico del Nunc dimittis.

En este día, la Santa Iglesia en sus ritos tradicionales ofrece a sus hijos a la Majestad de Dios, consagrándolos a Su servicio a través de la Sagrada Tonsura y las Órdenes Menores. Durante la ceremonia del corte de pelo, signo de penitencia y renuncia a las vanidades del mundo, se canta una antífona extraída de los Salmos: "Dominus pars hereditatis meæ et calicis mei: tu es qui returns hereditatem meam mihi" (Sal 15: 5). Estas espléndidas palabras proclaman que el Señor es el garante de nuestra herencia y Aquel que nos devuelve a la plena posesión de lo que habíamos perdido por el pecado de Adán. Así, el clérigo, poniéndose su sobrepelliz blanco, dice: "Indue me, Domine, novum hominem, qui secundum Deum creatus est in justitia, et sanctitate veritatis", Recordando que en Cristo encontramos al hombre nuevo, creado a imagen de Dios en la justicia y en la santidad de la verdad. Porque sólo a la luz de la Verdad, atributo divino de la Santísima Trinidad, puede arder la llama de la verdadera Caridad. La caridad fraterna, que nos une recíprocamente a nuestros hermanos, presupone de hecho la paternidad de Dios, sin la cual se corrompe en filantropía estéril, solidaridad humanista, lúgubre fraternidad masónica.

El 18 de enero, la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica publicó una Carta dirigida a todos los consagrados y consagradas. Quien se imagina encontrar, en un documento promulgado con motivo del 25º Día de la Vida Consagrada, alguna referencia doctrinal, moral o espiritual al misterio de la Purificación de la Santísima Virgen María o de la Presentación de Nuestro Señor en el templo, sin duda quedará decepcionado. En efecto, se le haría creer que esa carta, escrita con gélida prosa burocrática, procede de las grises oficinas orwellianas del Ministerio de la Verdad, y no del Dicasterio Romano que preside, en nombre del Romano Pontífice, a los Religiosos del orbe católico. Sin embargo, es suficiente desplazarse por el texto hasta el final para leerlo, en la parte inferior, como dicen, las firmas del Prefecto João Braz de Aviz y su Secretario José Rodríguez Carballo, ofm: dos personajes que brillan en el firmamento de la Curia Bergogliana como estrellas inimitables. No es de extrañar, entonces, si no un mínimo de alivio humano, al ver que al menos los destinatarios se salvaron de los epítetos que Rodríguez Carballo dirigió a las monjas el 21 de noviembre de 2018: “¡Sois mujeres adultas! Traten su vida como adultas, no como adúlteras”.

La Carta de la Congregación es un ejemplo de lo "políticamente correcto" con el que los jerarcas de Santa Marta guiñen indecorosamente la igualdad “de género” de cara al pensamiento único (estamos en la ola de la nueva versión del Orate, fratres del rito reformado, de lectoras y acólitas) y todos los marcadores de Newspeak: no faltan las referencias a "la pandemia", la "aspiración mundial a la fraternidad", el "nuevo sueño de fraternidad y amistad social", así como la invitación a los religiosos a ser "arquitectos de la fraternidad universal, guardianes de la casa común","hermanos y hermanas de todos, independientemente de la fe" (Sic), para culminar en el grito de impiedad de la religión mundial de todos los Hermanos :"Soñamos como una humanidad, como viajeros hechos de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos acoge a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, ¡todos hermanos!"

¿Cuál es entonces la propuesta práctica que ofrece la Congregación a las personas consagradas? ¿Cómo pretende ayudar a las Órdenes religiosas a ser fieles cada una a su carisma, a la Santa Regla, a las Constituciones de los Santos Fundadores? Aquí están las palabras aladas del Prefecto: “Se trata pues de abrir procesos para acompañar, transformar y generar; desarrollar proyectos para promover la cultura del encuentro y el diálogo entre diferentes pueblos y generaciones; partiendo de la propia comunidad vocacional para luego llegar a todos los rincones de la tierra y a cada criatura, porque nunca como en este tiempo de pandemia hemos experimentado que todo está conectado, todo está en relación, todo está conectado” (aquí). El Foro Económico Mundial, impulsor del Gran Reseteo ¡No podría haberse expresado mejor! ¿Qué importa si santa Teresa de Ávila, santo Domingo, santa Clara, san Francisco de Sales y todos los santos fundadores se escandalizan por la demolición sistemática de sus Órdenes, cuando las palabras de la Santa Sede gozan del benigno aplauso de la élite globalista?, ¿de la secta infame y enemiga de Cristo? ¿Qué más significa "abrir procesos para acompañar, transformar y generar", sino una invitación a negar la fidelidad al carisma original, reeducar a los refractarios y obligar a los recalcitrantes por la fuerza? ¿Qué es eso de "elaborar proyectos para promover la cultura del encuentro y el diálogo" sino la aplicación del indiferentismo religioso y el ecumenismo conciliar?

Aquí está la angustiosa visión horizontal, desprovista de todo impulso sobrenatural, que tienen de la vida religiosa quienes, por el contrario, deberían guardarla como un tesoro precioso de la Iglesia. Una visión en la que uno puede ser "hermanos y hermanas de todos, independientemente de la fe", haciendo inútil no solo abrazar el estado religioso, sino también el Bautismo mismo, y con él la Redención, la Iglesia, Dios.

Hemos entendido, en estos tiempos de crisis, que quien tiene la autoridad ahora está desconectado de aquellos sobre quienes manda. La llamada "pandemia" ha mostrado gobernantes obedientes a las órdenes de poderes supranacionales, mientras que los ciudadanos son privados de sus derechos y cualquier forma de disidencia es censurada o psiquiatrizada, según una feliz expresión reciente. Lo mismo sucede en la Iglesia: los líderes de la Jerarquía obedecen a los mismos poderes, y privan a los fieles de sus derechos, censurando a los que no pretenden renunciar a su fe y no aceptan ver a la Iglesia demolida por sus ministros. João Braz de Aviz está perfectamente alineado con Jorge Mario Bergoglio, y ambos apoyan celosamente el establecimiento del Nuevo Orden Mundial.

Esta es la dolorosa realidad con la que debemos enfrentarnos a diario, y por la que debemos orar, ayunar y hacer penitencia, implorando la intervención de Dios y de la Santísima Virgen para ayudarnos. En esta batalla sobrenatural, la aportación de los religiosos y religiosas es fundamental: por eso nunca es más necesario que las almas consagradas redescubran la dimensión sacrificial de su vocación, ofreciéndose en el holocausto como víctimas expiatorias. Este, al fin y al cabo, es el corazón de la vocación religiosa y del mismo ser cristiano: asimilarse a Cristo, seguirlo en la cruz para sentarse a su derecha en la eternidad bendita.

Invito, pues, a los que tienen el privilegio de haber elegido el estado de perfección a orar con renovado ardor, a ayunar con celo, a hacer penitencia. Finalmente, pidamos al Espíritu Santo que toque a los ministros descarriados y a los religiosos, otorgándoles el don del arrepentimiento y la gracia del perdón.

+ Carlo Maria Viganò, arzobispo

2 de febrero de 2021

En Purificatione Beatæ Mariæ Virginis



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