Reflexión sobre la llamada generación digital y sus nuevas adicciones.
Por Jorge Enrique Mújica, LC
Al inicio de la mundialización de internet hubo quienes quisieron analizar con calma sus riesgos y oportunidades. Conforme se extendió el uso y se hizo pasar por necesario, hay quienes se han quedado sólo en las “oportunidades”, que son muchas y loables, pero se ha perdido de vista el “riesgo” que, aunque a veces invisible, no deja de ser real y de cobrarse víctimas.
Cuando se considera que la así llamada generación digital, nuestros niños y adolescentes, son los perjudicados, la valoración de esos peligros y daños nos hace, al menos, reflexionar.
Un artículo publicado por el diario argentino La Nación (cf. 21.11.2008) hacía eco de un estudio de la marca Telefónica titulado “Generaciones interactivas en Iberoamérica. Niños y adolescentes ante las pantallas”, en colaboración con la universidad de Navarra. El estudio analiza los hábitos “digitales” en siete países latinoamericanos (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Perú y Venezuela). Según ese informe, el 95% de los chicos entre 10 y 18 años usa internet de modo habitual, mientras que el 83% usa teléfono móvil y el 67% utiliza videojuegos.
La pregunta que viene casi como corolario es: ¿y qué hacen en internet? “Sus preferencias de uso aparecen polarizadas: el 70% lo usa para comunicarse (Messenger, chat, mensajes de texto); el 59% para conocer e informarse; el 43% para compartir fotos y videos; igual cantidad para divertirse, y sólo un 6% para comprar on line”, recogía el artículo de La Nación.
Más recientemente, el diario Il Corriere della Sera (cf. 09.09.2009) recogía en un artículo los aspectos de la vida diaria que la web ha cambiado en la existencia de tantas personas, según un análisis inicialmente publicado en The Telegraph: desde objetos (álbumes fotográficos, directorios telefónicos, cartas, etc.), pasando por hábitos (ir a la tienda de discos, de compras, etc.), la manera de informarnos (reflejada en la cada vez más baja venta de periódicos impresos), hasta la privacidad (las redes sociales disponen hoy día de información sobre miles de ciudadanos proporcionada por ellos mismos).
¿Y todo eso es algo positivo o negativo? Un estudio del Instituto Vanier para la familia de Otawwa, Canadá (Good servant, Bad master: electronic media and the family), del 15 de octubre de 2007, ponía de manifiesto la aportación positiva de los medios de comunicación como fuente de educación y entretenimiento, pero también alertaba sobre las consecuencias negativas. ¿Cuáles?
1) Quien los usa más interactúa menos con la pareja, los hijos y los amigos. 2) Quien los usa más tienen mayor riesgo de caer en comportamientos agresivos y desarrollo cognitivo pobre. 3) Problemas de salud relacionados con los hábitos alimenticios de quien está expuesto a la publicidad de alimentos que circulan por los medios de comunicación.
Pornografía, dependencia y privacidad
Uno de los vicios que abarcan al menos los dos primeros puntos a los que alude el Instituto Vanier es la pornografía. Un artículo publicado en ForumLibertas.com (cf. Y ahora… el ciberacoso, 21.11.2008) reflejaba así un caso de un alumno que va a su profesor y le plantea con confianza un problema: “Hace poco vino a verme un estudiante que decía sentirse atormentado. Tras una larga conversación acabó explicándome como, haciendo uso de su webcam, mantenía relaciones con otras personas mostrando imágenes sexuales. Lo que en un principio parecía un simple juego, se estaba convirtiendo en un verdadero vicio. No pasaba noche sin conectarse, siempre a escondidas de sus padres, claro. Además del vicio en sí mismo, la inquietud estaba en que la mayoría de las veces ni siquiera sabía quiénes eran sus contactos, y que en muchas ocasiones él mostraba a cambio de nada”.
Una exposición de 2007 elaborada por la Universidad de New Hampshire revelaba que el 42% de los usuarios de internet de entre 10 y 17 años había visto pornografía en los últimos 12 meses. Otro estudio, éste del investigador Al Cooper, titulado Cybersex: The dark side of the force (Cibersexo: el lado oscuro de la fuerza, del año 2000) aportaba datos no menos escalofriantes sobre el uso de internet con fines sexuales: el 46.6% dedicaba menos de una hora a la semana –usuarios recreacionales–; el 8,3% dedicaba 11 o más horas a la semana –usuarios de riesgo–; mientras que el 1% vivía gravemente esta adicción. Cada año, según un artículo de la doctora Janice Shaw Crouse, directora del Concerned Women for America, se producen más de 15,000 películas pornográficas (cf. Christian Post, 26.10.08).
Un ejemplo de lo que provoca la demanda de “sexo on line” es lo que ha sucedido incluso en el mundo virtual paralelo de SecondLife. La empresa decidió dar paso a las relaciones sexuales virtuales en un “barrio” o “continente” creado expresamente para ello, informaba Linden Lab el pasado 23 de abril de 2009.
La pornografía genera dependencia, sí, pero la primera dependencia la genera el mismo ordenador. Un artículo publicado por el rotativo británico The Guardian (cf. 19.01.2009) ofrecía varios datos que ilustran esta dependencia y sus consecuencias: al menos un tercio de los niños británicos declara no poder vivir sin su ordenador. Lo peor es que esta relación se ha convertido en una barrera entre padres e hijos al grado de apenas tener conversación.
La privacidad es otro elemento en riesgo para los niños y adolescentes que no alcanzan a vislumbrar o calibrar lo que se pone en juego cuando proporcionan información en la red; creen que lo normal es poner la vida al descubierto, se olvidan de que lo que se “sube” ya no se puede “bajar”.
Las redes sociales
La interactividad de internet ha cambiado de modo sustancial la cultura y los comportamientos al modificar las relaciones personales, sobre todo entre los jóvenes. Un ejemplo es la limitación de las redes sociales que reducen la amistad a un “estar” o “no estar” en la lista de contactos de la red social en la que se navega. Está latente la deriva de olvidar el nombre de las personas que se tienen al lado todos los días y reducir todo a un “tener” “amigos” en el ciberespacio.
En una entrevista concedida al Sunday Telegraph, el arzobispo católico de Westminster, monseñor Vicent Nichols, advertía sobre los efectos deshumanizantes de internet en los siguientes términos: “Estamos perdiendo capacidades, habilidades de interacción humana, cómo leer el ánimo de una persona, ver su lenguaje corporal, cómo ser pacientes hasta el momento de precisar algo o ejercer presión”.
Más o menos en la misa línea iba un artículo titulado Cómo Facebook puede arruinar amistades, publicado en The Wall Street Journal, en agosto de 2009. En un testimonio recogido en el artículo se decía: “Estoy cansada de amigos que aseguran que están demasiado ocupados para llamar por teléfono, o incluso para escribir un e-mail aceptable, sin embargo pasan horas en las redes sociales, colgando fotos de sus hijos o de sus fiestas, reenviando adivinanzas estúpidas, colocando dichos extravagantes y absurdos, o utilizando Twitter para comunicar sus últimas andanzas”. Como declaró monseñor Nichols, la comunicación escrita es imperfecta. O en palabras del Wall Street Journal, “se pierden los matices que pueden ser expresados en lenguaje corporal y las inflexiones de voz”.
Pero la banalización de las relaciones interpersonales no es el único aspecto. También está el pocas veces valorado factor “uso del tiempo” que, en el mejor de los casos, llega a repercutir en las calificaciones y en los estudios.
¿Sólo es internet?
Ciertamente no es sólo internet. La televisión sigue teniendo un impacto que no se puede minusvalorar. La programación y cada uno de sus contenidos inciden también negativamente en los comportamientos de los televidentes, sobre todo cuando son menores.
Quizá el primer daño sea precisamente la sobredosis de televisión. En sintonía con el análisis del Instituto Vanier citado líneas arriba, un estudio titulado “Medios y salud infantil y adolescente”, de finales de 2008, Common Sense Media daba a conocer los efectos negativos de la relación salud-medios de comunicación. ¿Cuáles eran? Obesidad, tabaco, alcohol, entre otros, a mayor cantidad de tiempo frente al televisor.
El estudio estaba respaldado por investigadores del Departamento de Bioética Clínica de los National Institutes of Health, la facultad de medicina de la universidad de Yale y el California Pacific Medical Center. Según James P. Steyer, presidente de Common Sense Media, el estudio debe centrar la atención no nada más en la cantidad de horas sino también en la calidad de los contenidos, algo que muchas veces se pasa de largo. De ahí precisamente la propuesta para que en los colegios se enseñe cómo ser “consumidores inteligentes de contenidos audiovisuales” y no descuidar la puesta en marcha de actividades físicas.
En Italia, a finales de julio-principios de agosto de 2009, estuvo en el ojo del huracán el lanzamiento del primer canal para niños menores de tres años, Baby TV, impulsado por SKY y según el modelo del canal homónimo lanzado previamente en Gran Bretaña.
Inmediatamente asociaciones de padres como la Moige manifestaron su inconformidad. Elisabetta Sacla, directora nacional de Moige, puso el dedo sobre “los graves riesgos para el crecimiento físico y psicológico de los neo-nacidos y de los niños hasta los 36 meses”. Y añadió: “Numerosos y prestigiosos estudios demuestran los daños que puede provocar en niños tan pequeños la exposición a la televisión, de hecho el problema no es el mensaje que se transmite, sino la utilización misma del medio” (cf. Il Tempo, 29.07.2009).
Las declaraciones de Elisabetta están en sintonía con la exhortación de la Academia Norteamericana de Pediatría, quien recomienda que los niños menores de dos años no pasen ningún tiempo expuesto a la televisión. Paradójicamente, un reporte del The Boston Globe (cf. 27.05.2007) informaba que cerca del 40% de bebés de tres meses veía entre media hora y cuarenta y cinco minutos diarios de televisión.
Efectos en el rendimiento escolar y comportamientos agresivos
Norberto González Gaitano, antiguo decano de la facultad de comunicación institucional de la universidad de la Santa Cruz, en Roma, evidenciaba en una conferencia durante el VI Encuentro Mundial de las Familias en México, cómo los contenidos violentos que promueven comportamientos violentos tienen efectos negativos reales. Al respecto, citó los 17 homicidios -14 en 1993 y 3 en 1994- que provocó la película Natural Born Killer, de Oliver Stone.
En la misma ponencia reveló que un niño europeo ve, en promedio, 25 horas de televisión a la semana, mientras que uno estadounidense ve 8 horas diarias. ¿Efectos? En 1970 había 150 mil niños diagnosticados con desorden de déficit de atención (ADD). Para 1985 la cifra se había triplicado mientras que para el año 2000 ascendía ya a 6 millones.
Una investigación de la Universidad Rey Juan Carlos, de Madrid, establece un vínculo negativo entre uso de teléfonos móviles e internet. Según ese estudio, al menos un 10% de los menores usa el móvil para grabar escenas violentas y subirlas luego a portales de videos en internet. Tener un móvil aumenta hasta diez veces más la probabilidad de que un profesor sea el objeto de la violencia en su propio salón de clases.
En otros países los datos no son más alentadores. Un estudio del profesor James Flynn, de la universidad neozelandesa de Otago, publicado en la revista Economics and Human Biology, ponía de manifiesto que el coeficiente intelectual de los adolescentes británicos es menor que hace 30 años. ¿El motivo? Los videojuegos, la televisión e internet. El estudio añade que una comunicación basada en mensajes de texto y e-mail produce una reducción temporal de la capacidad intelectual.
¿Qué hacer?
El estudio del Instituto Vanier que se ha citado propone a los padres medidas prácticas: 1) poner los aparatos audiovisuales en lugares comunes, 2) limitar el tiempo de uso, 3) diálogo con los hijos para saber qué visitan, qué hacen y cómo lo hacen y 4) ofrecer normas sobre los datos que se dan en internet.
Muchos padres de familia piensan en los filtros cada vez que hacen el contrato de internet.
Desde luego que son un instrumento válido pero no la solución definitiva ni la garantía de un uso seguro de la web. Según un estudio elaborado por el Grupo de Trabajo para la Seguridad Técnica en Internet, de enero de 2009 (se puede consultar en inglés en el siguiente enlace: http://cyber.law.harvard.edu/pubrelease/isttf/), además de los filtros debe haber una supervisión de los padres, el refuerzo de la ley, la puesta en marcha de políticas de seguridad entre proveedores y páginas que alojan redes sociales, y educación, para evitar acoso e intimidación a los niños y adolescentes que usan internet.
El factor educación es, desde hace meses, la diana a donde se apuntan esfuerzos. Y es que, en definitiva, la ignorancia y falta de formación en estos rubros son los culpables de tantos males. A mediados de diciembre de 2008, el parlamento europeo propuso una asignatura llamada “educación mediática”. La creación de esta asignatura sería una ayuda ulterior tanto para padres –alfabetización mediática– como para hijos, con contenidos económicos, políticos, literarios, sociales, artísticos e informáticos que ayuden a comprender y sopesar mejor lo que se visita y consulta en la web.
Ciertamente, no se puede olvidar que en todo esto no importa tanto la cantidad de tiempo frente a la computadora, el televisor, el teléfono o los nuevos aparatos que vana naciendo (i-phone, i-pod, etc.) cuanto la calidad del tiempo invertido.
Catholic.net
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