Los resultados de las elecciones provocan un fenómeno singular: una parte de los votantes sencillamente no puede explicarse las razones que llevan a muchos otros a elegir a tal o cual candidato que está en las antípodas de sus preferencias. "Pero ¡¿cómo puede ser que tanta gente haya votado por X y no por Z?!", exclaman, estupefactos.
Por Nora Bär
Seguramente, lo que nos saca de quicio es que creemos que cuando estamos en el cuarto oscuro tomamos una decisión racional, pero, tal como explicó Facundo Manes en su último programa sobre "Los misterios del cerebro" (sábados a las 21, por C5N), y sugieren cada vez más estudios neurocientíficos -y campañas publicitarias plagadas de golpes bajos dirigidos a nuestros más íntimos resortes emocionales-, la decisión del votante es peligrosamente parecida a una conducta irracional o inconsciente: se basa en datos como la cara o la apariencia del candidato, siente una gran resistencia al cambio (aunque se le presenten argumentos convincentes), realiza inferencias similares a las que utilizan los chicos, y en algunos casos hasta ¡valora la ignorancia como una virtud! ("Es como yo...")
Manes explicó, por ejemplo, que uno de los trabajos que detectaron pistas sobre esta sorprendente realidad es el que descubrió que en los Estados Unidos, aunque la mayoría dice coincidir "intelectualmente" con los demócratas, fueron los republicanos los que ganaron mayor cantidad de elecciones.
Durante el programa, el científico búlgaro Alexander Todorov, del Laboratorio de Cognición Social y Neurociencias de la Universidad de Princeton, subrayó que el cerebro necesita apenas unos milisegundos para extraer una constelación de datos importantes de una cara y que esa primera impresión deja una huella perdurable que influye en nuestras decisiones. También explicó que se pueden percibir las ideas de un candidato en forma inconsciente.
Un estudio publicado en Science en 2009, firmado por John Antoniakis y Olaf Dalgas, de la Universidad de Lausanne, en Suiza, mostró no sólo que chicos de entre cinco y 13 años podían predecir qué candidatos tenían más posibilidades de ganar una elección mirando fotos de sus caras, sino también que coincidían con sujetos adultos. Este hallazgo sugeriría que los juicios que nos formamos acerca de una persona a partir de sus expresiones se desarrollan muy temprano en la vida y se mantienen sorprendentemente estables hasta la adultez. (Al parecer, los rostros enojados resultan poco confiables...)
Pero seguro que los trabajos que acaba de dar a conocer la revista New Scientist son los que arrojan la conclusión más inesperada: indican que ser [un poco] ignorantes puede resultar una ventaja y hasta hacernos más felices... y más exitosos. Este efecto se verificaría en actividades como el comercio (cuando el vendedor no advierte el valor real -y las fallas- de los productos) o la educación (porque permite mayor empatía con el alumno). "[A veces] una mente erudita es una maldición", escribe Richard Fisher.
A la luz de estos estudios, ya no sería políticamente incorrecto ese chiste en el que una persona grita: "Gobernador, gobernador, toda la gente que piensa lo apoya", y éste contesta: "No es suficiente, necesitamos a la mayoría".
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