lunes, 29 de agosto de 2011
SETIEMBRE: MES DE LA BIBLIA
La Biblia no es un libro que conserva un tesoro del pasado, sino que en él se nos comunica la Palabra de un Dios vivo que, en Jesucristo su Hijo, se nos dio a conocer plenamente.
Por Mons. José María Arancedo
Al mes de Septiembre se lo considera el Mes de la Biblia en recuerdo de san Jerónimo su primer traductor en lengua popular. La Biblia no es un libro que conserva un tesoro del pasado, sino que en él se nos comunica la Palabra de un Dios vivo que, en Jesucristo su Hijo, se nos dio a conocer plenamente. En este hecho, es decir, en el testimonio de Jesucristo, se apoya la fe cristiana.
Esto significa pasar de la idea de un Dios como principio espiritual a la realidad de un Dios que nos habla; por ello su Palabra se convierte en la fuente que ilumina, orienta y alimenta nuestra vida. Por la fe escuchamos y conocemos este camino de Dios. La Biblia es el libro que contiene, precisamente, la historia de este camino de Dios hacia a nosotros. Podemos decir que ella es el testimonio de que Dios no abandona al hombre.
Para el hombre es un derecho recibir la Palabra de Dios, porque ella ha sido dicha para él. Para la Iglesia, en cambio, predicar esta Palabra, además de ser un gozo, es su primer deber. Pablo VI decía que: “Evangelizar constituye la dicha y la vocación de la Iglesia, su identidad más profunda” (E.N. 4); haciéndose eco de aquella exclamación de san Pablo: “¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Cor. 9, 16). Esta Palabra no ha sido dicha para un tiempo sino para siempre, pero fue dicha en un lenguaje y en una época determinada.
Esto, que le da un anclaje histórico particular, significa que hay una tarea de traducción, de exégesis y conocimiento de la mentalidad de esa época, para conocer el sentido correcto de lo que ella nos dice. ¡Qué importante es leer esta Palabra con una inteligencia abierta y formada, como con un corazón bien dispuesto! Tenemos que darle a la lectura de la Palabra de Dios tiempo y silencio, para así escuchar y comprender lo que nos dice. No es algo mágico, sino una Palabra que busca involucrar al hombre en un diálogo de amor y conversión.
Es una Palabra dirigida al hombre para iluminar y sanar su condición humana y espiritual. Es exigente porque parte del amor y busca nuestro bien. Es una Palabra que da sentido a nuestra vida en cuanto nos descubre como criaturas, pero con una vocación trascendente, es decir, somos parte de la creación pero no algo más en ella, sino alguien con una vocación única y personal. Esta relación con Dios nos aísla del mundo sino que nos hace responsables de su cuidado y partícipe de su señorío. Ella define esa triple relación que marca nuestra verdad de seres creados: con Dios, con el hombre y con el mundo.
Frente a Dios nos enseña una relación filial que se vive en la confianza y se expresa en la oración. Frente al hombre nos descubre como hermanos en una relación de amor y solidaridad. Frente al mundo nos habla de una presencia responsable que se expresa en el cuidado de la naturaleza. Cuando Dios ocupa el lugar que corresponde, la fraternidad es posible y el mundo es la casa de todos. Esta Palabra de Dios, en Jesucristo, no es sólo una doctrina que nos enseña sino una gracia que nos eleva y capacita para vivir nuestra verdad de hombres e hijos de Dios.
¡Qué bueno que durante este mes de la Biblia nos hagamos amigos de la Palabra de Dios! Ella nos pertenece. Reciban de su Obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor Jesús y María Nuestra Madre de Guadalupe.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
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