Continuamos con la publicación de la Tercera Parte del antiguo librito (1928) escrito por el fraile dominico Paulino Álvarez O.P. (1850-1939) la cual contiene muchas cosas hermosas y devotas de Fr. Jordán, segundo Maestro General de la Orden de Predicadores.
Capítulos anteriores:
Primera Parte:
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Segunda Parte:
Capítulo I al XVII
Capítulo XVIII al XLIII
Tercera Parte:
Capítulo I al X
Capítulo XI al XX
Capítulo XXI al XXX
Capítulo XXXI al XL
Capítulo XLI Al XLIV
CAPÍTULO XLV
DE SUS SABIAS RESPUESTAS
I. Preguntole una vez al Maestro Jordán un lego y le dijo: “Maestro, ¿vale tanto un Padrenuestro en boca nuestra, que somos legos e ignoramos su virtud, como en boca de los clérigos que saben lo que dicen?”. Respondió el Maestro: “Lo mismo vale; así como una piedra preciosa no es de menos valor en manos de uno que no sabe lo que es, como en manos de otro que la conoce”.
II. Llegó en una ocasión Fr. Jordán al emperador Federico, y como los dos se sentasen juntos y por algún tiempo guardasen silencio; dijo por fin el Maestro: “Señor, yo ando muchas provincias en cumplimiento de mi oficio, y me extraño que no me preguntéis qué rumores corren”. Contestó el emperador: “Tengo en todas las provincias y cortes embajadores y agentes, por los cuales sé cuánto en el mundo se hace”. Dijo el Maestro: “Nuestro Señor Jesucristo sabía como Dios todas las cosas, y no obstante preguntaba de sí a los discípulos: “Quién dicen los hombres que es el hijo del hombre?” Vos ciertamente sois hombre y no sabéis muchas cosas que de vos se dicen y que mucho os convendría saber; pues se dice que agraváis las iglesias, que despreciáis las censuras, que sois inclinado a los agüeros, que a los Judíos y Sarracenos favorecéis demasiado, que no atendéis a los buenos consejeros, que al Vicario de Cristo y sucesor del Bienaventurado Pedro, que es Padre de los cristianos y Señor especial vuestro, no le veneráis; y en verdad que estas cosas no os honran mucho”. Y así cortésmente le reprendió de muchas cosas.
III. A uno que le preguntaba cuál era su regla respondió: “La Regla de los Hermanos Predicadores es ésta: vivir honestamente, estudiar y enseñar, que son las tres cosas que pide David: Bonitatem, et disciplinam, et scientiam doce me”.
IV. Díjole una vez un seglar: “Maestro, ¿cómo es que según decimos entre nosotros, después que han venido nuestros Religiosos y los Menores no ha habido buen tiempo en la tierra, ni la tierra ha dado tan buen fruto como antes?” Respondió el Maestro: “Podría negar esto, si quisiese, y mostrar lo contrario; pero os diré lo que es justo. Desde que nosotros vinimos al mundo, enseñamos a los pecadores a conocer los pecados que antes no conocían y de los cuales no quieren enmendarse, por donde les son más graves, porque todo pecado con conocimiento cometido es más grave. Por estos pecados, pues, más graves de los hombres manda a Dios a la tierra la esterilidad, como dijo el Profeta: “Puse la tierra fértil en salmuera, por la malicia de sus habitantes; y así justamente manda el Señor, ya las sequías, ya las tempestades. Y más os digo: si no os corregís después de saber qué debéis hacer y qué evitar, aún vendrán cosas peores, pues el mismo que no miente dice en el Evangelio: el siervo que sabe la voluntad de su señor y no la cumple, será con muchas plagas azotado”.
V. Cuando Fr. Juan de Vicenza (9) predicaba en Bolonia con fruto admirable, y con la gracia de su palabra y prodigios conmovía casi toda la Lombardía, y tras sí arrastraba los pueblos que corrían a verle y oírle, vinieron embajadores boloñeses, doctores y literatos, al Maestro Jordán que con los definidores y otros Hermanos estaba en el Capítulo General y le pidieron de parte de todo el pueblo que a dicho Fr. Juan no le removiese de aquella ciudad, poniendo entre muchas razones, esta más eficaz y por ellos muy ponderada, que había allí sembrado graciosamente la palabra de Dios y cuántos frutos se podrían esperar, todos quizás se perderían con su ausencia. El Maestro, después de darles las gracias por su devoción y benevolencia que a la Orden tenían, les respondió de este modo: “Buenos señores: no nos hace gran fuerza la razón que alegáis del mucho fruto que Fr. Juan entre vosotros hace y del temor que todo se malogre si se va a otro lugar, porque no es costumbre entre los sembradores de los campos que después de sembrar una tierra lleven allí su cama y allí se acuesten hasta ver cómo fructifica la semilla, sino más bien dejan a Dios la semilla y el campo y se van a sembrar a otra parte. - Así quizás convendría que Fr. Juan fuese a sembrar la palabra de Dios a otra parte, como de nuestro Salvador está escrito: Conviene que me vaya a predicar la palabra de Dios a otras ciudades. Sin embargo, por el amor que a la ciudad tenemos, consultaremos vuestra petición con nuestros compañeros los Definidores, y con la gracia de Dios haremos por vosotros cuanto os convenga”.
VI. Estando en una abadía cistercience le rodearon muchos de los monjes y le dijeron: “Maestro: ¿Cómo ha de durar vuestra Orden mucho tiempo si no vivís de otra cosa que de limosnas? Porque sabéis muy bien que, aunque el mundo hoy os sea devoto, está escrito, sin embargo, que la caridad de muchos se enfriará algún día, y entonces no tendréis limosnas y pereceréis”. Respondió con toda mansedumbre el Maestro: “Por vuestras mismas palabras os mostraré que antes faltará vuestra Orden que la nuestra. Mirad el Evangelio y hallaréis que aquello: la caridad de muchos se enfriará, está escrito de aquel tiempo en que abundará la iniquidad y habrá perseguidores intolerables. Más entonces bien sabéis que aquellos perseguidores y tiranos, abundantes en maldad, os quitarán vuestros bienes temporales, y vosotros no estáis acostumbrados a ir de lugar en lugar y pedir limosna, necesariamente dejaréis de existir. Pero nuestros Hermanos se dispersarán entonces, y harán fruto mayor, como los Apóstoles se dispersaron en tiempos de la persecución; ni por eso cobrarán miedo, antes más bien irán de lugar en lugar, de dos en dos, y buscaran su alimento como lo tenían de costumbre. Y más os digo: los mismos que a vosotros os roben, les darán a ellos de buena voluntad, si quisieren recibir, como muchas veces lo hemos experimentado, que los ladrones nos ofrecen generosamente de lo que arrebatan, si lo queremos”.
VII. Yendo de viaje en otra ocasión dio una de sus túnicas a un ribaldo que se fingía pobre y enfermo, el cual inmediatamente se fue con ella a una taberna. El Hermano que esto vio dijo al maestro: “Mirad, Maestro, qué bien habéis empleado vuestra túnica”. Respondió él: “Lo hice porque le creí muy pobre y enfermo y me pareció muy piadoso socorrerle. Al fin, más quiero haber perdido la túnica que la piedad”.
VIII. Habiendo comisionado el Papa Gregorio a unos de nuestros Hermanos para que hiciesen la visita de algunos monasterios, y ellos, sin guardar las formalidades del derecho, depusiesen a ciertos abades, por malos; llevaron esto tan a disgusto el Papa y los Cardenales que querían deshacer lo que los Hermanos habían hecho. Más sobrevino el Maestro Jordán y para aplacarlos dijo: “Padre Santo: muchas veces me ha sucedido, yendo a una abadía, hallar el camino ordinario que lleva a la puerta, pero tan largo y de tantas vueltas que me daba fastidio a mí y a mis compañeros rodear tanto, y algunas veces he ido cortando por los prados y de esta suerte he llegado más pronto a la puerta. Si entonces me dijese el portero: Hermano, ¿por qué camino has venido? y yo contestara: He venido por los prados; y él me replicase: No has venido por el camino que debías, vuelve atrás y ven por el camino usado, de otro modo no entrarás, ¿no es verdad que sería esto demasiada exigencia? Lo mismo, Santo Padre, aunque los Hermanos no hayan procedido por la vía del derecho, por creerla harto prolija, en la deposición de los abades que bien la merecían, como fácilmente lo podéis averiguar si queréis, convendría que mantuvieseis, si os place, lo que ya está hecho, sea cual fuere el camino por donde a esto se haya llegado”.
IX. Preguntándole una vez como era que en la Orden entraban tantos artistas (10), y teólogos y canonistas menos, respondió: “Más fácilmente se embriagan con el buen vino los que los que acostumbran beber agua, que aquellos nobles o señores que están hechos a él. Los artistas beben toda la semana el agua de Aristóteles y otros filósofos, y cuando en el sermón del Domingo o día de fiesta oyen las palabras fervorosas de Cristo y de sus siervos, al momento se embriagan del vino del Espíritu Santo, y entonces los cogemos, y ellos dan a Dios no solo sus cosas, sino a sí mismos. Más esos estudiantes de Teología, como oyen esas cosas frecuentemente, les sucede lo que a los sacristanes rústicos que, acostumbrados a pasar por delante de los altares, pierden la reverencia y les vuelven la espalda, mientras los demás se inclinan con respeto”.
X. Un día que se hallaba en una reunión de grandes Obispos y le preguntasen ellos, cómo era que los Obispos que de las Ordenes religiosas se tomaban se conducían menos bien en el obispado: “De esto, dijo, tenéis vosotros la culpa. Cuando estaban en la Orden los corregíamos nosotros; esa flojedad que les achacáis, en vuestra Orden la adquieren. Además, en los muchos años que llevo de Religioso, jamás recuerdo que ni a mí, ni a otro Prelado nuestro, ni al Capítulo General o Provincial nos haya pedido un buen Obispo el Señor Papa o algún Legado o Cabildo Catedral, sino que estos mismos, o por el amor a los parientes, o por otra causa menos espiritual, eligen a su gusto; por la cual causa no debe imputársenos a nosotros si se cometen yerros”.
XI. Y dijo, entre otras cosas, que no era de extrañar que nuestros Hermanos en el Obispado no se portasen tan bien como los demás simples Religiosos, que ni en particular ni en común poseemos nada, mientras que ellos se oponen más a la profesión, porque tienen cosas propias.
XII. No pudiendo en un Capítulo General, a causa de una grave enfermedad, hacer exhortación a los Hermanos, rogándole que al menos dijese alguna palabra de consuelo, entró en el Capítulo y habló así: “Hermanos, en esta semana decimos muchas veces: Fueron todos llenos del Espíritu Santo (11). Pero sabéis muy bien que lo que está lleno no admite más, y que si algo más se echase encima, se derramaría. Los Santos Apóstoles fueron, pues, llenos del Espíritu Santo porque estaban vacíos del espíritu propio. Esto mismo es lo que cantamos en el salmo: Quitarás el espíritu de ellos y quedarán faltos (de sí, para aprovechar de ti), y en su polvo serán vueltos. Y a continuación: Enviarás tu Espíritu y serán criados. Como si dijese David: “Si por tu gracia vaciasen la voluntad propia y propio juicio y el amor particular, serían llenos de tu Santo Espíritu”. Con las cuales palabras quedaron los Hermanos muy edificados.
XIII. Encargando a los Hermanos que se guardasen de la ligereza, dijo: “A mí y a los otros Prelados nos acaece lo que al pastor a quien cuesta más la guarda de un cabrito que la de cien ovejas. Más molesta al Prelado y perturba el convento un díscolo que doscientos Hermanos que son como ovejas de Dios que siguen al pastor, y entienden su silbido, y que no se apartan de las compañeras, sino que todas juntas andan, se paran, se acuestan, comen, beben, la cabeza inclinada, recogen las hierbas, y en muchas cosas son productivas y en pocas molestas. Más algunos son como los cabritos que, alterando al pastor y el rebaño, corren, trepan, dan a los compañeros topetadas, brincan, no siguen el mismo camino, dañan las plantas que encuentran, atrás llevan una cola corta, esto es, tienen poca paciencia, y de ahí que algunas veces enseñan lo feo (12). Por Dios, carísimos, aborrecer tales costumbres cabritunas y sed ovejas de Dios”.
XIV. Amonestando en otra ocasión a los Hermanos a que evitasen las cosas ociosas, dijo: “Lo mismo que en el coro, aún cuando se entone muy alto un salmo, poco a poco van decayendo las voces y es preciso que el cantor, a sus debidos tiempos, vuelva a tomar el punto alto; así cuando comenzamos a hablar de cosas muy buenas, poco a poco, por la humana flaqueza, se desciende a cosas vanas, en cuyo caso el que es Religioso debe interponer algunas palabras o ejemplos agradables con que se corte la conversación menos buena y se vuelva a la del principio; y así también cuando no solo en palabras, sino en el ejercicio de las virtudes, decaemos por la corrupción de la carne, unos a otros debemos excitarnos al fervor”.
XV. Hablándose en su presencia de un Hermano, hombre insigne y bueno, que debiera de ser Obispo, dijo el Bienaventurado Maestro: “Más quisiera verle llevar en un féretro a la sepultura que elevado a una silla episcopal”.
XVI. Uno en Alemania, señor noble según el mundo, quitó a la madre de Fr. Jordán una vaca y Fr. Jordán trajo a la Orden a un hijo de aquel noble. Quejándose, pues, algunos al Maestro de que hubiese quitado al noble su hijo, contestó jovialmente para calmarlos diciendo: “Sabéis que, según costumbre de los alemanes, si uno hace injuria a la madre del otro, y el hijo de la madre injuriada toma satisfacción, nadie en aquella tierra lo lleva mal. Si pues aquí el señor vuestro, hizo a mi madre injuria quitándole una vaca, ¿porque os quejáis y lleváis a mal vosotros y él que yo le haya llevado un ternero?”.
XVII. Cuando aún no sabía perfectamente el francés, rogaronle los Templarios de más allá del mar, los cuales eran franceses, que les dijese una plática, y él, accediendo gustoso, se puso a predicarles en una plaza donde había una pared de la altura de un hombre, y para darles a entender que no poseía su lengua, pero que con una palabra sola podrían comprender toda una gran sentencia, comenzó diciendo: “Si detrás de esa pared estuviese un burro y levantase la cabeza de tal modo que viésemos una oreja, al momento comprenderíamos que allí estaba todo el burro; por la parte se entiende el todo. Asimismo, aunque para expresar una gran sentencia no se me ocurra más que una sola palabra en francés y las otras vayan en alemán, bien podréis adivinar mi pensamiento”.
XVIII. Llevando consigo muchos novicios que había recibido en un lugar donde no había convento, al rezar en una posada completas con ellos y otros Hermanos que le acompañaban, echose a reír uno de los novicios con tantas ganas que todos los demás que le vieron no pudieron contenerse. Un Hermano compañero del Santo les hacía señas para que callaran, pero ellos cada vez reían más fuerte. Dejando entonces las Completas y dicho Benedicite (13) se volvió el Padre al compañero y le dijo: “Quien te mete a ti a Maestro de mis novicios? ¿Quién te autoriza para corregirlos? - Reíd, hijos míos, reíd en grande; no lo dejéis por este Hermano. Yo os doy licencia: razón tenéis para estar alegres, pues habéis salido de la cárcel del diablo y habéis roto sus cadenas con que muchos años habíais estado ligados. Reíd carísimos, reíd”. Con estas palabras quedaron ellos tan enternecidos que no pudieron en adelante volver a reírse.
XIX. Predicando en París de aquellos que por largo tiempo permanecen en pecado, y recordando que el pecado es llamado en la escritura puerta del infierno, dijo: “Si alguno viniese hoy a este convento y hallase a un estudiante sentado a la puerta, y mañana lo mismo, y así por muchos días, ¿no diría por fin: este estudiante ha entrado en la Orden? Pues, ¿cómo será posible que no entren en el infierno los que mucho tiempo están sentados a su puerta?”
XX. Decía otras veces: “Así como el cantero para recomponer una pared ruinosa saca algunas piedras que estaban cubiertas y mete adentro las demasiado salientes, así en el envío de los Hermanos debe el Prelado preferir a los que desean por demás ocultarse y retener dentro a los que quieren exhibirse”.
XXI. Cómo le echasen cara que predicaba algunas veces el mismo sermón, respondió: “Si alguno recogiese buena hortaliza y con ella preparase una buena comida, ¿sería conveniente que arrojase esa hortaliza para buscar con nuevo trabajo otra semejante?”
XXII. Dijo también: “Si yo hubiese estudiado cualquier ciencia tanto como estas palabras del Apóstol: he sido hecho todo para todos, podría ser en ella Maestro. Porque siempre he estudiado como me he de conformar con todos y discordar con nadie, como adaptarme de una manera al soldado, de otra al religioso, de otra al clérigo, de otra al tentado”.
XXIII. Quería el mismo Maestro recibir de nuevo en la Orden a uno que había apostatado, y al requerir en Capítulo el consentimiento de los Hermanos, dijo uno de ellos que no era su parecer que se admitiese. Contestó el Bienaventurado Padre: “Si hasta ahora cometió pecados, quizá en adelante cometa muchos más continuando en el mundo. - No me cuido yo de eso, dijo aquel Hermano de Consejo. - “Si como Jesucristo derramó por él toda su sangre, replicó el Maestro, hubierais vos derramado una sola gota, de otro modo hablarías”. Entonces él, vuelto en sí, se postró en tierra y consintió de buen grado.
XXIV. Tuvo miedo cierto Hermano de las limosnas que cada día comía, porque le parecía difícil corresponder con sus oraciones a tantos beneficios, y hablando una vez en este sentido, respondióle Fr. Jordán: “Siendo inapreciables las cosas espirituales respecto de las corporales, no hay duda que aquellas exceden infinitamente a éstas y sin comparación son mejores. Si por todas las limosnas que habéis comido o comieréis, decís un Padrenuestro, largamente las tenéis pagadas”.
XXV. A un Hermano que pedía con instancias que le descargasen del oficio de Procurador, dijo: “A los oficios por lo común van anejas cuatro cosas: negligencia, impaciencia, trabajo y mérito. De las dos primeras os descargo, las restantes os las impongo en remisión de los pecados”.
XXVI. Un Hermano acusó a otro en Capítulo de haber tocado la mano de una mujer. Contestó el acusado que era verdad, pero que la mujer no era mala. Dijo el Maestro, que presidía el Capítulo: “Buena es la lluvia y buena la tierra; pero de la unión de las dos resulta el lodo. Así, aunque la mano del hombre sea buena y lo mismo la de la mujer, del contacto de las dos no pocas veces se levantan malos pensamientos y afectos”.
XXVII. Preguntóle un Hermano que le sería más útil, si darse a la oración o al estudio de las Escrituras; contestó él: “¿Qué es mejor, siempre beber o siempre comer? Si estas cosas conviene hacerlas alternativamente, lo mismo digo de las otras”.
XXVIII. Le rogó un Hermano que le instruyese sobre lo que mejor convenía para orar, y respondió el Bienaventurado Padre: “No me dejes, buen Hermano, de insistir en aquello que te excite a mayor devoción, porque en la oración aquello te será más saludable que más fructuosamente conmueva tu afecto”.
Notas:
9) Hombre de los más extraordinarios del siglo XIII, que resucitó hasta diez muertos, según refiere Teodorico de Apoldia, además de otros doscientos milagros comprobados en la Lombardía y Galia Cisalpina, como dice Ambrosio Taegio, citado por Maluenda, hombre célebre, sobre todo, como pacificador de Italia, desgarrada y agitada por Guelfos y Gibelinos.
10) Estudiantes de las llamadas artes, o filosofía y letras.
11) La Semana de Pentecostés
12) Et ideo quandoque foeda sua ostendunt.
13) Palabra con que en nuestras comunidades se pide licencia para hablar o para obtener un favor cualquiera.
FIN DE LA TERCERA PARTE
DEL LIBRO QUE SE DICE
VIDA DE LOS HERMANOS
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