El cardenal Ladaria, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, enumera “las cinco preocupaciones” que emanan del polémico y controvertido “Camino sinodal” alemán.
Les ofrecemos el discurso del cardenal Ladaria a los obispos alemanes publicado en l'Osservatore Romano:
Hay un párrafo en la carta del santo padre al pueblo peregrino de Dios en Alemania que constituye el trasfondo de mi breve discurso. El papa Francisco escribe en el párrafo 9 de la carta que acabamos de citar: “La Iglesia universal vive dentro y fuera de las Iglesias particulares [Lumen gentium, 23], como las Iglesias particulares viven y florecen dentro y fuera de la Iglesia universal; si se separaran de la Iglesia universal, se debilitarían, degenerarían y morirían. De ahí la necesidad de mantener siempre viva y eficaz la comunión con todo el cuerpo de la Iglesia. Esto nos ayuda a superar el miedo que nos aísla en nosotros mismos y en nuestras peculiaridades, para que podamos mirar y escuchar a quien lo necesita, o para que podamos prescindir de las necesidades y poder acompañar a los que quedan varados por la borde del camino. A veces esta actitud puede expresarse en un mínimo gesto, como el del padre del hijo pródigo, que mantiene las puertas abiertas para que cuando el hijo regrese, pueda entrar sin dificultad [cf. Evangelii Gaudium, 46]. Esto no significa no ir, no avanzar, no cambiar nada, y tal vez ni siquiera debatir y discrepar, sino que es simplemente la consecuencia de sabernos parte intrínseca de un cuerpo mayor que nos reclama, que nos espera y nos necesita, y que también reclamamos, esperamos y necesitamos. Es la alegría de sentirse parte del santo y paciente pueblo fiel de Dios”.
Las siguientes palabras quisieran ahora despertar en cada uno de nosotros esta conciencia de que somos constitutivamente parte de un cuerpo más grande y que es precisamente esta comunión con todos los demás miembros de la Iglesia -más que mil gestos o fuertes declaraciones- lo que puede hacer posible esa hospitalidad que hoy es tan necesaria a los que se quedan a la vera del camino.
Y, de hecho, hay muchísimos hombres y mujeres hoy que ya no se sienten “en casa” en la casa del Señor y se quedan fuera. Y son muchísimos los que se sienten profundamente traicionados por los hombres y mujeres de la Iglesia Católica y ya no van. Sobre todo, sin embargo, hay muchísimos hombres y mujeres que ya no tienen ninguna confianza en nosotros, los obispos. Y esto no es sin razón. Pensamos inmediatamente en el doloroso capítulo de los abusos sexuales y abusos de poder en general por parte del clero y en todas las ocasiones en que nuestra respuesta como iglesia a tales casos no ha sido la adecuada a la situación. En este sentido, nunca nos cansaremos de pedir perdón a las víctimas de este abuso y, si es posible, de ofrecerles nuestra ayuda; al mismo tiempo no nos cansaremos de renovar cada día nuestra determinación de que nunca más haya abuso de menores y abuso de poder por parte de hombres y mujeres de la Iglesia. En este sentido, puedo asegurarles que el Dicasterio para la Doctrina de la Fe está haciendo todo lo posible y con la máxima atención para garantizar que las penas previstas en el Código de Derecho Canónico que se imponen a los clérigos culpables de esos crímenes atroces.
Desde este punto de vista, son más que encomiables los esfuerzos que la Iglesia en Alemania está realizando internamente para establecer protocolos de seguridad para evitar cualquier abuso de menores y cualquier otra forma de violencia contra adultos por parte del clero y en todo caso, dentro de las instituciones de la Iglesia. Este compromiso ha encontrado su especial concreción en el camino sinodal iniciado por la Iglesia en Alemania en 2019, que está alcanzando una fase particularmente importante en estos meses.
Es precisamente en ese espíritu de “sabernos parte esencial de un cuerpo más grande que nos reclama, que nos espera y nos necesita, y que también nosotros reclamamos, esperamos y necesitamos”, como se afirma en las palabras citadas en el comienzo del escrito del santo padre al pueblo de Dios peregrino en Alemania, es mi tarea como Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe presentarles a ustedes, venerables hermanos, cinco preocupaciones específicas que surgen de una lectura atenta de los textos tratados hasta ahora en vuestro Camino sinodal.
La primera preocupación se refiere al género literario de los textos. Como el vuestro no es un Sínodo, sino un camino sinodal, no parece previsto por el momento ningún documento final. Pero, ¿no es acaso oportuno pensar en algo así como un documento final del Camino Sinodal o algo similar? Tal interrogante surge cuando constatamos que en muchos pasajes de los textos del Camino sinodal hay afirmaciones genéricas sobre las posiciones presentes en el pueblo santo de Dios, referencias alusivas a evidencias científicas y sociológicas, uso de resultados exegéticos que aún se discuten y discutibles, declaraciones sin vacilaciones del fin de la metafísica y del eclipse de toda verdad, protocolos genéricos de posible reconocimiento público de la doctrina eclesial, y finalmente referencias a teólogas y teólogas sin nombre y sin posibilidad de identificación. Estas cosas son quizás muy claras para los escritores de los textos y para los lectores calificados, pero si somos parte de un cuerpo más grande y estos textos (con su traducción ya disponible a otros idiomas) comienzan a tener una difusión global, no parece colocar la propuesta de un documento final o similar en el que pudiera surgir un procedimiento más lineal y menos dependiente de enunciados no del todo esclarecidos.
La segunda preocupación es la conexión entre la estructura de la Iglesia y el fenómeno del abuso clerical contra menores y otros fenómenos de abuso. El discurso que plantean los textos, también por su extensión y por las necesarias repeticiones en varias ocasiones, no parece tener en cuenta la especificidad del cuerpo eclesial. Ni que decir tiene que hay que hacer todo lo que se pueda para evitar que se sigan produciendo abusos de clérigos contra menores, pero esto no debe implicar una reducción del misterio de la Iglesia a una mera institución de poder ni una consideración previa de la Iglesia como una organización estructuralmente abusiva, que debe ser puesta bajo el control de supercontroladores lo antes posible. Desde este punto de vista, el mayor riesgo de muchas de las sugerencias operativas de los textos del Camino Sinodal es el de perder uno de los mayores logros del Concilio Vaticano II, a saber, la clara doctrina de la misión de los obispos y, por lo tanto, de la Iglesia particular.
La tercera preocupación se refiere a la visión de la sexualidad humana según la doctrina de la Iglesia y, en particular, tal como se expresa en el Catecismo de la Iglesia Católica de 1992. La impresión general que puede surgir a este respecto de la lectura de los textos del Camino Sinodal es que en este terreno de la doctrina de la Iglesia no hay casi nada que salvar. Habría que cambiar todo. ¿Cómo no pensar en el impacto que esto tiene en tantos fieles que escuchan la voz de la Iglesia y se esfuerzan por seguir sus pautas de vida? ¿Deben pensar que lo han hecho todo mal hasta ahora?
No debería ser demasiado fácil pensar que la sexualidad humana es algo límpido y desprovisto de la ambivalencia que conlleva todo gesto humano, y más aún todo gesto humano relacionado con el ejercicio de la sexualidad. Hubiera sido deseable, por parte de los autores de los textos y de la Asamblea del Camino Sinodal, ser más cautelosos y tener cierta confianza en la visión que el Magisterio ha realizado de la sexualidad en las últimas décadas. Salvaguardar el carácter constitutivamente generativo y generacional del ser humano sigue siendo una de las grandes tareas proféticas de la comunidad de creyentes en este tiempo de progresiva mercantilización de la existencia humana.
La cuarta preocupación se refiere al papel de las mujeres en la Iglesia y, en particular, a la cuestión del acceso de las mujeres a la ordenación sacerdotal. También en este caso, los textos del Camino Sinodal parecen quedarse cortos en una hermenéutica participativa de las posiciones magisteriales, reduciendo todo a la siguiente constatación: la dignidad fundamental de las mujeres no se respeta en la Iglesia católica, porque no pueden acceder a la ordenación sacerdotal. La posición del Magisterio es en verdad más específica. El punto decisivo a este respecto no es que las mujeres de la Iglesia Católica no puedan acceder a la ordenación sacerdotal; el punto es que hay que aceptar la verdad de que “la Iglesia no tiene en absoluto la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres” (Juan Pablo II, Ordinatio sacerdotalis).
Aquí encuentra su pleno significado ese sentimiento de formar parte de un cuerpo mayor, de un cuerpo que no está desarticulado, sino de un cuerpo que, por voluntad explícita del Señor Jesús, tiene su guía en Pedro y sus sucesores. Quisiera añadir inmediatamente que las últimas deliberaciones del Camino Sinodal de querer dirigir una petición al santo padre Francisco para reabrir esta cuestión, ciertamente amortiguan los tonos altamente polémicos del texto específico sobre el acceso de las mujeres a la ordenación sacerdotal, y por ello sólo podemos estar agradecidos. Por supuesto, queda la cuestión del destino final de estos textos del Camino Sinodal. La sugerencia fraternal sigue siendo la de llegar a una síntesis más tranquila y decididamente más afinada de ese “sentimiento de que somos constitutivamente parte de un cuerpo mayor” que guía esta intervención mía.
La quinta y última preocupación se refiere al ejercicio del magisterio eclesial y, en particular, al ejercicio del magisterio episcopal. En los textos del Camino Sinodal casi se olvida el dictado de la constitución conciliar Dei Verbum y, en particular, la cuestión de la tradición de la fe, precisamente por la sucesión apostólica: “Los apóstoles, pues, para que el Evangelio se conservara siempre intacto y vivo en la Iglesia, dejaron a los obispos como sucesores suyos, 'confiándoles su propio lugar de maestros'” (dv, 7).
Venerables hermanos, estas son las preocupaciones que, en el espíritu de ese sentimiento de que todos somos constitutivamente parte de un cuerpo mayor, he querido poner en vuestro conocimiento. La Iglesia universal necesita a la Iglesia que está en Alemania, así como la Iglesia que está en Alemania necesita a la Iglesia universal. Pero debemos querer "necesitarnos" unos a otros, debemos querer esperarnos unos a otros, debemos querer esta comunión de vida y de camino. Y, en verdad, esto es precisamente lo que su sincero y profundo deseo de ser cada vez más una Iglesia en la que todos puedan sentirse en casa, en la que todos puedan sentirse parte de una familia, una Iglesia en la que Dios revele a todos su rostro de Padre, Hijo y Espíritu Santo, especialmente ahora después de las dramáticas páginas que hemos vivido por la evidencia de terribles abusos de clérigos contra menores y su gestión por parte de algunos obispos que no siempre estuvo a la altura de la gravedad de la situación.
Que el Señor bendiga nuestra voluntad de necesitarnos unos a otros.
Luis Francisco Ladaria Ferrer
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