Frankie boy (o mejor dicho, su tuitero fantasma) ha hecho un tuit sobre la justicia social. Incluso algunas personas católicas piensan que tiene razón en eso. Se equivocan.
La justicia social es una construcción muy peligrosa en sí misma. De hecho, nada es tan probable que aleje a alguien de Dios como el encaprichamiento con la justicia social. Inevitablemente, estos apóstoles de la justicia social acaban pensando que el mundo está fundamentalmente mal. De ahí al ateísmo, el paso es muy corto.
Está dado por Dios que haya grandes diferencias de prosperidad e incluso de oportunidades al nacer. Que uno nazca de un padre rico en Londres y otro de un padre pobre en una aldea campesina colombiana no es un defecto, es una característica. Pensar lo contrario significa, una vez más, pensar que Dios no es Providente, y su Creación fundamentalmente defectuosa. Entonces necesitamos un Karl Marx para remediarlo.
Tenemos sed de justicia, no de justicia social. No queremos que todos estén igualmente dotados de las gracias de Dios, porque es Dios quien decide de qué gracias te dota. Lo que pretendemos es que, en el uso de las gracias que ha recibido de Dios, la persona no se vea obstaculizada por la injusticia, es decir: por el ahogo arbitrario y abusivo del desarrollo de las gracias que Dios le ha dado.
La mención de Francisco, en su tuit, a la desigualdad como primera causa de la pobreza es otra triquiñuela protocomunista que, de nuevo, revela la mentalidad socialista. La corrupción y el comunismo causan la pobreza, no la desigualdad. Las sociedades que dan amplias oportunidades a todos (pensemos en Alemania, Suiza, ciertamente Estados Unidos) están todas marcadas por una gran desigualdad.
Jesús nunca dijo "bienaventurados los sedientos de justicia social". Nunca tuvo el menor problema con que algunas personas fueran muy ricas, mientras decía a sus discípulos que la pobreza es parte integrante de la condición humana; aun así, alabó a la mujer que luchaba contra la corrupción y la injusticia del juez.
Ésta es la cuestión: éste es un valle de lágrimas, y se supone que lo es exactamente. Dios dará a cada uno exactamente las gracias que le convienen, según un plan providencial que no somos capaces de ver plenamente. A algunos les dará inteligencia, a otros belleza, a otros riqueza, a otros una voluntad fuerte, a otros un buen corazón, a otros una fe fuerte, y así sucesivamente. Hará nacer, vivir y morir en la pobreza al campesino del Perú, para que, después de una vida en oración, pase la eternidad junto a su Creador, y hará nacer, vivir y morir en la prosperidad a la mujer de la alta sociedad, para que, después de una vida de corrupción e impiedad, pueda, tras merecer el infierno, dar testimonio para siempre de la justicia de Dios. O exactamente lo contrario, según el caso. La pobreza tampoco es signo de santidad.
Sin embargo, en la comparación anterior, ¿a quién le fue mejor? Al campesino peruano. Infinitamente.
La justicia consiste en dar a uno lo que le corresponde. No en darle a uno lo mismo que se le ha dado a otro.
Lo que Dios ha dado a otro, no te corresponde a ti.
Y no le corresponde a Francisco decir cuánto te corresponde a ti.
Mundabor
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