Por Afonso Costa
Cuando un amigo o un ser querido tiene que irse en un viaje largo, es común sentir que nuestros corazones se hunden; a veces las lágrimas fluyen y la nostalgia “anticipada” nos lleva a posponer lo máximo posible la dolorosa separación. “Partir c'est toujours mourir un peu”, dicen los franceses [1]. Entonces podemos imaginar cuánta conmoción, cuánto pesar debe haber causado la partida de Nuestro Señor Jesucristo a los más cercanos a nosotros. Los consoló, es cierto, saber que ese Hombre que una vez había sufrido lo indecible ahora se sentaría en su trono de gloria en perenne felicidad. “No pensemos - dice san Agustín en su estilo característico - que [Jesús] está a la derecha del Padre como si el Padre estuviera sentado a su izquierda. En esa felicidad que sobrepasa todo entendimiento, sólo hay diestra, y esa diestra es el nombre de la felicidad” [2]. Pero aun así, es difícil concebir que los Apóstoles, cuando vieron “desaparecer” a su Maestro de manera definitiva, no lo extrañaran mucho.
“Admiramos, en efecto (...), que al desaparecer en los ojos de los hombres esa presencia visible que en sí misma imponía un justo sentimiento de respeto, no debilitaba la fe, ni flaqueaba la esperanza, ni flaqueaba la caridad...” [3].
Note lo siguiente: los apóstoles y discípulos aún no habían recibido el Espíritu Santo; ¿Cómo, pues, se mantuvieron firmes en ausencia del Señor?
No estaría fuera de lugar imaginar que tal apoyo se debiera, en gran parte, a otra presencia discreta que permanecería durante algunos años en la Tierra.
Comenzaron a volver los ojos a la Madre de Jesús.
“Cuando amaneció el día en que ascendería al cielo, María entró en una oración profunda y pacífica. Pidió la gracia de los Apóstoles para entender que el Divino Maestro partía para la eternidad, pero de allí los acompañaría a través de la mirada pura de Su Madre. En un momento determinado estaban presentes Jesús y José, quienes le explicaron: con indescriptible bondad, la altísima razón de la conveniencia de su estadía en este mundo: Vivir otros quince años para sufrir por la perseverancia y el pleno cumplimiento de la misión de los Apóstoles, en primer lugar, pero también de todos los elegidos que vendrían en el futuro.
Luego su espíritu fue llevado al cielo, presentándose ante el trono de la Santísima Trinidad, al que Nuestra Señora hizo una profunda reverencia. Las Tres Personas querían ofrecerle una opción. ¿Podría entrar ese día en la visión beatífica con su hijo o continuar en la tierra un período más para cumplir, con el sacrificio de su alma, el plan que le había sido revelado? Cubriendo de un vistazo la importancia de la tarea encomendada a Ella, renovó interiormente su constante 'fiat' y exclamó en su Corazón: '¡Aquí está la esclava del Señor, hágase en Mí según tu voluntad!'
(…) A excepción de San Pedro y San Juan, que se mantuvieron firmes, el grupo de discípulos estaba algo abatido de alma e incluso postrado de cuerpo tras la partida del Divino Maestro. Sin embargo, a raíz de las gracias recibidas, comenzaron a volver la mirada hacia la Madre de Jesús, discerniendo en ella la guía y protectora de la Iglesia (…)” [4].
En cualquier caso, tal narración abre el camino a una serie de reflexiones y aplicaciones. Un ejemplo: muchos católicos pueden sentir que Jesucristo se "retira" del mundo y de la Iglesia, abandonándolos a su suerte. ¿No quiere Él que volvamos nuestros ojos y nuestro corazón a esa Reina y Madre que nunca está lejos de nosotros? ¿No es hora de buscarlo en los ojos de María Santísima?
[1] Literalmente: “Irse es siempre morir un poco”.
[2] SAN AGUSTÍN. Carta a Consencio, 120, 3, 15. En: Obras Completas, Madrid: BAC, 1986, v. VIII, p.904 (traducción personal).
[3] SAN LEÓN MAGNO. Sermón, 74, 1-2. CCL 138 / A, 455-457. En: Just JR., Arthur A., Marcelo Merino Rodríguez. La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia. Madrid: Ciudad Nueva, 2009, p. 319-320 (traducción personal).
[4] CLÁ DIAS, João Scognamiglio. ¡Bendita María! El Paraíso de Dios revelado a los hombres. São Paulo: Heraldos del Evangelio, 2020, v. II, págs. 518; 520.
Gaudium Press
Luego su espíritu fue llevado al cielo, presentándose ante el trono de la Santísima Trinidad, al que Nuestra Señora hizo una profunda reverencia. Las Tres Personas querían ofrecerle una opción. ¿Podría entrar ese día en la visión beatífica con su hijo o continuar en la tierra un período más para cumplir, con el sacrificio de su alma, el plan que le había sido revelado? Cubriendo de un vistazo la importancia de la tarea encomendada a Ella, renovó interiormente su constante 'fiat' y exclamó en su Corazón: '¡Aquí está la esclava del Señor, hágase en Mí según tu voluntad!'
(…) A excepción de San Pedro y San Juan, que se mantuvieron firmes, el grupo de discípulos estaba algo abatido de alma e incluso postrado de cuerpo tras la partida del Divino Maestro. Sin embargo, a raíz de las gracias recibidas, comenzaron a volver la mirada hacia la Madre de Jesús, discerniendo en ella la guía y protectora de la Iglesia (…)” [4].
En cualquier caso, tal narración abre el camino a una serie de reflexiones y aplicaciones. Un ejemplo: muchos católicos pueden sentir que Jesucristo se "retira" del mundo y de la Iglesia, abandonándolos a su suerte. ¿No quiere Él que volvamos nuestros ojos y nuestro corazón a esa Reina y Madre que nunca está lejos de nosotros? ¿No es hora de buscarlo en los ojos de María Santísima?
[1] Literalmente: “Irse es siempre morir un poco”.
[2] SAN AGUSTÍN. Carta a Consencio, 120, 3, 15. En: Obras Completas, Madrid: BAC, 1986, v. VIII, p.904 (traducción personal).
[3] SAN LEÓN MAGNO. Sermón, 74, 1-2. CCL 138 / A, 455-457. En: Just JR., Arthur A., Marcelo Merino Rodríguez. La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia. Madrid: Ciudad Nueva, 2009, p. 319-320 (traducción personal).
[4] CLÁ DIAS, João Scognamiglio. ¡Bendita María! El Paraíso de Dios revelado a los hombres. São Paulo: Heraldos del Evangelio, 2020, v. II, págs. 518; 520.
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