Hasta hace un tiempo —por ejemplo, durante el pontificado de Juan Pablo II—, la publicación de una encíclica despertaba expectativas en todo el mundo. Se comentaba en los periódicos, Paulinas se apresuraba a editarla en sus clásicos libritos en tonos azules y los episcopados mundiales lanzaban campañas de lectura y discusión en todas las parroquias y movimientos eclesiales. Y estoy refiriéndome a casos que yo vi y que ocurría con las larguísimas y soporíferas encíclicas del Papa polaco. Quien más, quién menos, todos hacían el esfuerzo de leerlas: era la voz de Pedro la que hablaba.
La última encíclica del papa Francisco apenas si ha merecido una breve nota marginal en rincones secundarios de algunos diarios del mundo; un comentario de Mons. Tucho Fernández en La Nación y alguna efeméride de la inefable Elizabetta Piqué. Quienes sí se alegraron, y lo hicieron saber a todo el mundo, fueron las logias masónicas que se mostraron orgullosas de que el papa Francisco abrazara el principio masónico de la fraternidad universal. No sería extraño que pronto le dieran el título de Gran Maestre Honorario de algún Gran Oriente.
La escuálida repercusión del documento pontificio se debe a su insignificancia. Cuando pensamos en las grandes encíclicas como Rerum Novarum, Casti connubii o Humani generis, uno se queda alelado al leer Fratelli tutti. No es ya solamente que el largo y fatigoso mamotreto sea una farragosa pegatina de lugares comunes y consignas mundialistas, sino que deja ver que detrás existe un cerebro pequeño y jibarizado, que sólo atina a dar manotazos para continuar encaramado en un lugar que le queda inmensamente grande. Veamos apenas dos párrafos escogidos:
“En cambio, los medios de comunicación digitales pueden exponer al riesgo de dependencia, de aislamiento y de progresiva pérdida de contacto con la realidad concreta, obstaculizando el desarrollo de relaciones interpersonales auténticas'. Hacen falta gestos físicos, expresiones del rostro, silencios, lenguaje corporal, y hasta el perfume, el temblor de las manos, el rubor, la transpiración, porque todo eso habla y forma parte de la comunicación humana”. n. 43.
Más allá de la trillada obviedad del concepto, ¿es necesario ser tan asqueroso y ordinario para incluir en un documento pontificio del más alto nivel el olor a transpiración? No sería extraño que la encíclica sea promocionada por Axe, o algún desodorante aún más berreta.
Otra: “A veces me asombra que, con semejantes motivaciones, a la Iglesia le haya llevado tanto tiempo condenar contundentemente la esclavitud y diversas formas de violencia”. n. 86.
Como bien definió Ludovicus hace algunos años, un ejemplo más —y de los más crudos— de canibalismo institucional de Bergoglio. San Pablo, que aconsejaba al esclavo Onésimo regresar a servir a su amo Filemón, era un retrógrado que merece el espanto pontificio. La verdad es que cuesta creer que un Papa pueda ser tan bergante —para utilizar un término castizo—, o sotreta —para utilizar uno criollo— que afirme “asombrarse” de que la iglesia, de la cual él es cabeza, haya sido un pingajo, llena de cobardes o acomodaticios que no son capaces de oponerse a la violencia o a la esclavitud. Era necesaria la llegada de este porteñito adocenado a la sede petrina para enderezar las cosas que, desde la época apostólica, andaban tan mal.
Y lo de porteñito adocenado no es una mera expresión retórica. Es la mejor expresión que puedo encontrar para este personaje. Ayer, Marco Tosatti publicó un interesante reporte sobre las citas que utiliza el papa Francisco en su documento. 180 veces se cita a sí mismo, y sólo 20 veces a Juan Pablo II o a Benedicto XVI. “Los dictadores se citan a sí mismos en sus discursos. Lo hacían Stalin, Mao Tse Tung, Hitler. Pero también los psicópatas narcisistas y solipsistas, llenos de sí, se citan a sí mismos. Los aduladores citan al propio mecenas o al propio patrón o a su propio maestro. Sólo los santos Papas citan siempre y únicamente a Dios…”. Tomemos conciencia del hecho para dimensionar la calidad del documento: 180 veces Bergoglio se autocita… una suerte de onanismo frenético destinado al fracasado intento de extraer algo de fecundidad de su estéril pontificado.
Comentario al margen I: Decíamos la semana pasada que la defenestración de Becciu traería en los Sacros Palacio la declaración de una guerra. Y ya la estamos viendo. Quedará para la próxima entrada algunos comentarios al respecto.
Comentario al margen II: Según atestigua la Casa Pontificia, el jueves 1 de octubre el Santo Padre recibió en audiencia a Mons. Eduardo Taussig. Se verá si continúa como obispo confinado de San Rafael (será abucheado por sus fieles apenas se anime a poner pie en cualquiera de las iglesias de su diócesis); arzobispo de La Plata; vicario apostólico de la Amazonía profunda o capellán residente del hogar de ancianos y desvalidos de las Hermanitas de los Pobres Desamparados de Quemú-Quemú.
Wanderer
La última encíclica del papa Francisco apenas si ha merecido una breve nota marginal en rincones secundarios de algunos diarios del mundo; un comentario de Mons. Tucho Fernández en La Nación y alguna efeméride de la inefable Elizabetta Piqué. Quienes sí se alegraron, y lo hicieron saber a todo el mundo, fueron las logias masónicas que se mostraron orgullosas de que el papa Francisco abrazara el principio masónico de la fraternidad universal. No sería extraño que pronto le dieran el título de Gran Maestre Honorario de algún Gran Oriente.
La escuálida repercusión del documento pontificio se debe a su insignificancia. Cuando pensamos en las grandes encíclicas como Rerum Novarum, Casti connubii o Humani generis, uno se queda alelado al leer Fratelli tutti. No es ya solamente que el largo y fatigoso mamotreto sea una farragosa pegatina de lugares comunes y consignas mundialistas, sino que deja ver que detrás existe un cerebro pequeño y jibarizado, que sólo atina a dar manotazos para continuar encaramado en un lugar que le queda inmensamente grande. Veamos apenas dos párrafos escogidos:
“En cambio, los medios de comunicación digitales pueden exponer al riesgo de dependencia, de aislamiento y de progresiva pérdida de contacto con la realidad concreta, obstaculizando el desarrollo de relaciones interpersonales auténticas'. Hacen falta gestos físicos, expresiones del rostro, silencios, lenguaje corporal, y hasta el perfume, el temblor de las manos, el rubor, la transpiración, porque todo eso habla y forma parte de la comunicación humana”. n. 43.
Más allá de la trillada obviedad del concepto, ¿es necesario ser tan asqueroso y ordinario para incluir en un documento pontificio del más alto nivel el olor a transpiración? No sería extraño que la encíclica sea promocionada por Axe, o algún desodorante aún más berreta.
Otra: “A veces me asombra que, con semejantes motivaciones, a la Iglesia le haya llevado tanto tiempo condenar contundentemente la esclavitud y diversas formas de violencia”. n. 86.
Como bien definió Ludovicus hace algunos años, un ejemplo más —y de los más crudos— de canibalismo institucional de Bergoglio. San Pablo, que aconsejaba al esclavo Onésimo regresar a servir a su amo Filemón, era un retrógrado que merece el espanto pontificio. La verdad es que cuesta creer que un Papa pueda ser tan bergante —para utilizar un término castizo—, o sotreta —para utilizar uno criollo— que afirme “asombrarse” de que la iglesia, de la cual él es cabeza, haya sido un pingajo, llena de cobardes o acomodaticios que no son capaces de oponerse a la violencia o a la esclavitud. Era necesaria la llegada de este porteñito adocenado a la sede petrina para enderezar las cosas que, desde la época apostólica, andaban tan mal.
Y lo de porteñito adocenado no es una mera expresión retórica. Es la mejor expresión que puedo encontrar para este personaje. Ayer, Marco Tosatti publicó un interesante reporte sobre las citas que utiliza el papa Francisco en su documento. 180 veces se cita a sí mismo, y sólo 20 veces a Juan Pablo II o a Benedicto XVI. “Los dictadores se citan a sí mismos en sus discursos. Lo hacían Stalin, Mao Tse Tung, Hitler. Pero también los psicópatas narcisistas y solipsistas, llenos de sí, se citan a sí mismos. Los aduladores citan al propio mecenas o al propio patrón o a su propio maestro. Sólo los santos Papas citan siempre y únicamente a Dios…”. Tomemos conciencia del hecho para dimensionar la calidad del documento: 180 veces Bergoglio se autocita… una suerte de onanismo frenético destinado al fracasado intento de extraer algo de fecundidad de su estéril pontificado.
Comentario al margen I: Decíamos la semana pasada que la defenestración de Becciu traería en los Sacros Palacio la declaración de una guerra. Y ya la estamos viendo. Quedará para la próxima entrada algunos comentarios al respecto.
Comentario al margen II: Según atestigua la Casa Pontificia, el jueves 1 de octubre el Santo Padre recibió en audiencia a Mons. Eduardo Taussig. Se verá si continúa como obispo confinado de San Rafael (será abucheado por sus fieles apenas se anime a poner pie en cualquiera de las iglesias de su diócesis); arzobispo de La Plata; vicario apostólico de la Amazonía profunda o capellán residente del hogar de ancianos y desvalidos de las Hermanitas de los Pobres Desamparados de Quemú-Quemú.
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