Por David Carlin
Después del concilio Vaticano II, muchos católicos, especialmente sacerdotes y seminaristas jóvenes, estaban imbuidos del llamado “espíritu del Vaticano II”, un espíritu que esperaba traer “reformas” y “mejoras” en la Iglesia mucho más allá de las “reformas” y “mejoras” realmente designadas por el concilio.
Recuerdo a un joven sacerdote diciéndonos desde el púlpito un domingo que la Iglesia -a pesar de haber existido durante más de 1.900 años- nunca había entendido realmente el significado del catolicismo hasta la llegada del Vaticano II.
Ahora bien, este era un buen sacerdote, y todavía lo es (aunque ahora es un hombre bastante anciano), y ha sido de considerable beneficio para mí personalmente. Tengo una opinión muy alta de él. De todos modos, nunca he escuchado un sermón más tonto que aquel en el que nos dijo que el Vaticano II reveló por primera vez el significado del catolicismo –y les aseguro que he escuchado cientos, si no miles, de sermones tontos.
Si él estaba en lo cierto, entre los que no entendían el Catolicismo se encontraban los Padres de la Iglesia, los Doctores de la Iglesia y cientos de Papas anteriores al Vaticano II, sin olvidar mencionar a los propios Apóstoles.
Entre las cosas que los primeros católicos “no habían entendido” (según el típico católico con el “espíritu” del Vaticano II) estaba que la virtud de la castidad, aunque es algo excelente, no era algo “tan bueno” como solíamos pensar. Antes del concilio, pensábamos que la castidad era una virtud de suma importancia, posiblemente a la par de la virtud de la caridad misma. Pero bajo la “nueva dispensación”, ahora nosotros, los católicos posteriores al Vaticano II, lo sabemos mejor. Vemos que la castidad es una “virtud menor” en comparación con “el amor al prójimo”. Y menor también en comparación con la virtud hermana de la caridad, la justicia, especialmente la “justicia social”.
Es bueno (según esos “católicos” progresistas) que los católicos eviten a los compañeros de alcoba que no sean sus cónyuges. Pero es mejor -mucho mejor- acordarse de los pobres y de las minorías raciales, por no hablar de otras minorías, incluidas las sexuales, especialmente los homosexuales. Hay rastros de esa actitud en la Declaración Dignitas Infinita, que acaba de publicar esta semana el Dicasterio para la Doctrina de la Fe.
¿De dónde (según la “sabiduría posconciliar”) surgió este “excesivo énfasis” en la castidad? Ciertamente no de Jesús, que hablaba frecuentemente de amor al prójimo, pero solo en raras ocasiones de la castidad. Y en la ocasión más memorable en la que habló de falta de castidad, se negó a unirse a los puritanos de su época para castigar a una mujer sorprendida en adulterio.
Y cuando le habló directamente a ella, la reprendió, pero sólo levemente. Si Él fue tan templado al responder al adulterio, imaginemos cuán suave debe haber sido su actitud hacia el pecado menor de la fornicación. En cuanto a la homosexualidad, bueno, Él nunca abordó ese tema en absoluto.
¿Por qué entonces hemos imaginado erróneamente que la falta de castidad es un pecado mortalmente grave? La gente del espíritu del Vaticano II tenía una explicación. El catolicismo americano ha sido indebidamente influenciado por el catolicismo irlandés, que fue moldeado perversamente por la herejía del jansenismo.
El jansenismo era la teología predominante en los seminarios franceses y belgas a los que asistían los aspirantes a sacerdotes de Irlanda, quienes, durante 200 años antes de 1795 (año de la fundación del seminario de Maynooth), no podían estudiar para el sacerdocio en su país porque sus opresores anglo-protestantes no permitían un seminario católico en Irlanda.
¿Y quiénes eran los jansenistas? En efecto, eran calvinistas católicos. Es decir, eran puritanos. La católica Irlanda era una nación puritana (algo así como la primitiva Massachusetts), y en los siglos XIX y XX los sacerdotes irlandeses, en esta lectura de la historia, infligieron su puritanismo a los católicos estadounidenses.
Pero gracias al descubrimiento del “espíritu del Vaticano II” de que la castidad no es una gran virtud, los seminarios católicos de los años 1970 y 1980 produjeron muchos sacerdotes blandos con la castidad, y unos cuantos resultaron ser homosexuales, y algunos más resultaron ser abusadores de adolescentes. Para empeorar la situación, algunos sacerdotes homosexuales o que simpatizaban con los homos ascendieron a obispos y desviaron la vista del gran escándalo de los homosacerdotes.
Pero ¿por qué los primeros cristianos, por ejemplo los de Egipto, Siria y Grecia, aunque no fueron enseñados por sacerdotes irlandeses, creían que la castidad era una virtud de tremenda importancia? Por factores como los siguientes:
♦ El cristianismo derivó del judaísmo, que hacía gran hincapié en la castidad, aunque los antiguos judíos, excepto los esenios, no llegaron tan lejos como para recomendar el celibato, como solían hacer los cristianos.En resumen, la Iglesia primitiva consideraba la castidad una virtud tremenda. Y así, los católicos modernos que ven la castidad como una gran virtud no se doblegan ante la influencia maligna del jansenismo irlandés. Se están inclinando ante la influencia divina del cristianismo primitivo. Es decir, se están inclinando ante la influencia de Jesús, María y los Apóstoles.
♦ Los gentiles conversos al cristianismo se sintieron atraídos por el ideal cristiano de la castidad, al menos en parte debido a su reacción negativa ante la laxitud sexual que prevalecía en gran parte del Imperio Romano.
♦ Jesús nunca se casó, y podemos estar seguros de que Él, siendo buen judío, por no hablar de su divinidad, nunca tuvo una relación sexual.
♦ El rango muy alto otorgado a María, la madre de Jesús, por el Nuevo Testamento y por el cristianismo primitivo en general: María, que concibió a Jesús siendo virgen.
♦ Ella fue virgen toda la vida. (Esto no se menciona en el Nuevo Testamento, pero los primeros cristianos creían ampliamente que era así).
♦ Jesús enseñó que los que están en el cielo no se casan. De esto parece deducirse que la vida más celestial en la Tierra sería una vida de castidad célibe.
♦ Jesús enseñó que algunas personas, aunque no todas, están llamadas a una vida de castidad célibe, “eunucos por amor al cielo”.
♦ Jesús condenó no sólo las acciones impuras sino también los deseos impuros, porque equivalen a adulterio en el corazón.
The Catholic Thing
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