Ahora, Jorge Bergoglio, alias “papa” Francisco ha dado su aprobación para una nueva “beatificación”, esta vez la de Elena Guerra, quien fundó la Orden Religiosa conocida como las Oblatas del Espíritu Santo.
El sólo hecho de que el falso “papa” Juan XXIII en 1953 haya publicado un decreto sobre “el carácter heroico de sus virtudes”, confiriéndole el título de “Venerable” y que el 26 de abril de 1959, él mismo la haya declarado “Beata” definiéndola como “La apóstol del Espíritu Santo de la época moderna” (¿o la primera apóstol del modernismo quiso decir en realidad?), ya siembra dudas.
Según la información con el “imprimatur” de la secta del Vaticano II: “Elena Guerra murió rechazada, calumniada e incomprendida el 11 de abril de 1914...”
Pero echemos un vistazo a lo que ocurrió: En 1905, hubo diversas acusaciones formuladas por tres Hermanas jóvenes contra la Madre Fundadora, que hasta entonces era Superiora sin mandato. Las acusaciones que se le hacían eran las siguientes: dilapidar el patrimonio del instituto con gastos superfluos, contraer deudas sin control, descuidar el gobierno de la congregación para componer sus devocionarios, descuidar también a las hermanas enfermas y, por último, tener lagunas de memoria debidas a la edad, aunque, en realidad, sor Elena no era muy vieja, pues sólo tenía 70 años recién cumplidos.
Pero esas acusaciones, fueron desmentidas posteriormente por los “testimonios” dados años más tarde por las Hermanas para la introducción de la causa de beatificación.
En resumen, el 20 de septiembre de 1906, el Vicario General, Monseñor Domenico Fanucchi pronunció lo siguiente ante las Hermanas reunidas: que Sor Elena Guerra “ha renunciado” a su oficio de Superiora, y que “vuelve a renunciar por propia voluntad”, inducida por “el peso de los años”. Después de esto Sor Elena tuvo que confirmar su renuncia, pedir perdón por las faltas cometidas en los 25 años de su gobierno, y recibir una penitencia del Vicario. En el acto de la llamada “renuncia” conservó los títulos de “Madre Fundadora” y “Superiora Honoraria”.
Esta medida fue acompañada de imposiciones muy drásticas: prohibición de publicar nuevos libros, de recibir monjas en su habitación, control de toda su correspondencia y, en el locutorio, la presencia obligatoria de una monja “oyente”.
¿Estas medidas tan extremas que tomó la Iglesia Católica -que por aquellos años era la verdadera Iglesia Católica- fueron porque era sospechosa de modernismo? Es decir, ¿Elena Guerra era en realidad una voz “anticipatoria” del conciliábulo Vaticano II?, ¿o quizás esas medidas fueron consecuencia de la cercanía de sus ideas con las del pentecostalismo protestante, que empezaba a desarrollarse en los Estados Unidos en aquellos años?
Es bastante fácil entonces, concluir porqué en aquellos años fue “rechazada, calumniada e incomprendida”, y por qué hoy está a un paso de ser “canonizada”.
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