Este pontificado es la última pieza de un proceso revolucionario que quiere destruir la Iglesia modificándola desde dentro.
“Era más fácil ser católico con Pío XII”: esta era una frase que se escuchaba a menudo entre finales de los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado, pronunciada sobre todo por mujeres y hombres mayores de 30 años.
Tratemos de imaginar el estado de ánimo de muchos de los bautizados de la época, que - criados en un cristianismo "fuerte" cuyas enseñanzas eran seguras e irreformables - vieron derrumbarse en pocos años certezas de siglos, incluso milenios.
Nunca es fácil ser católico, pero antes del Concilio Vaticano II la identidad de ser católico estaba clara. Ese es el significado de la frase anterior.
Como magistralmente explica el Prof. Roberto de Mattei en una reciente conferencia sobre el Vaticano II (video en italiano aquí), los papas, padres y expertos del Vaticano II creyeron tontamente que la modernidad -o la mentalidad que pone al hombre en el lugar de Dios- era un proceso irreversible y que la Iglesia, para no sucumbir, necesariamente tenían que dialogar con ella.
Desgraciadamente no se dieron cuenta, o no quisieron aceptarlo, que el llamado mundo moderno al que querían acercar a Cristo había penetrado en la Iglesia con el modernismo, que fue desenmascarado y condenado por el gran Papa San Pío X con la encíclica Pascendi Dominici gregis del 8 de septiembre de 1907.
San Pío X explicó que el modernismo no era simplemente la negación de una verdad de fe, sino de una nueva forma de pensar y vivir la Fe. En la práctica, era una acrobacia mental que quería reconciliar el pensamiento católico con el intrínsecamente moderno mundo anti- Católico. Muchos podrían ser modernistas sin darse cuenta. Esto es precisamente lo que les sucedió a los papas, padres y expertos secundadores del Vaticano II, o al menos a esa minoría bien organizada que logró tomar las riendas.
El joven teólogo Josef Ratzinger fue perito en el Concilio Vaticano II y le confirmó al periodista Peter Seewald que formaba parte del campo progresista.
“Era más fácil ser católico con Pío XII”: esta era una frase que se escuchaba a menudo entre finales de los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado, pronunciada sobre todo por mujeres y hombres mayores de 30 años.
Tratemos de imaginar el estado de ánimo de muchos de los bautizados de la época, que - criados en un cristianismo "fuerte" cuyas enseñanzas eran seguras e irreformables - vieron derrumbarse en pocos años certezas de siglos, incluso milenios.
Nunca es fácil ser católico, pero antes del Concilio Vaticano II la identidad de ser católico estaba clara. Ese es el significado de la frase anterior.
Como magistralmente explica el Prof. Roberto de Mattei en una reciente conferencia sobre el Vaticano II (video en italiano aquí), los papas, padres y expertos del Vaticano II creyeron tontamente que la modernidad -o la mentalidad que pone al hombre en el lugar de Dios- era un proceso irreversible y que la Iglesia, para no sucumbir, necesariamente tenían que dialogar con ella.
Desgraciadamente no se dieron cuenta, o no quisieron aceptarlo, que el llamado mundo moderno al que querían acercar a Cristo había penetrado en la Iglesia con el modernismo, que fue desenmascarado y condenado por el gran Papa San Pío X con la encíclica Pascendi Dominici gregis del 8 de septiembre de 1907.
San Pío X explicó que el modernismo no era simplemente la negación de una verdad de fe, sino de una nueva forma de pensar y vivir la Fe. En la práctica, era una acrobacia mental que quería reconciliar el pensamiento católico con el intrínsecamente moderno mundo anti- Católico. Muchos podrían ser modernistas sin darse cuenta. Esto es precisamente lo que les sucedió a los papas, padres y expertos secundadores del Vaticano II, o al menos a esa minoría bien organizada que logró tomar las riendas.
El joven teólogo Josef Ratzinger fue perito en el Concilio Vaticano II y le confirmó al periodista Peter Seewald que formaba parte del campo progresista.
“En ese momento, ser progresista” -precisó- “no significaba romper con la fe, sino aprender a comprenderla mejor y a vivirla de manera más justa, a partir de los orígenes. En ese momento todavía creía que todos queríamos eso” (Ultime conversazioni, Benedicto XVI-Josef Ratzinger con Peter Seewald, Garzanti, 2016).
En realidad Ratzinger y el ala moderada de la nouvelle theologie querían dar al término "progresista" el significado que querían, cuando en cambio se trataba de ese neomodernismo condenado por Pío XII con la encíclica Humani generis del 12 de agosto de 1950.
Los papas Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II (elevado a los honores de los altares en un tiempo record por Francisco) y Benedicto XVI habían tenido todos un corazón formado por la Tradición, manteniéndose fieles a la Doctrina, pero lamentablemente también tuvieron una mentalidad progresista o neomodernista, abierta a las novedades de la modernidad, haciéndose ilusiones de que podían actualizar la imagen de la Iglesia sin afectar su esencia y misión.
Se pueden dar circunstancias atenuantes a los predecesores inmediatos de Francisco, así como a los sucesores inmediatos de San Pío X (Benedicto XV, Pío XI y Pío XII), quienes tienen sus propias responsabilidades por no haber obedecido al Cielo con respecto a las solicitudes de la Santísima Virgen María en Fátima, siendo ellos quienes allanaron el camino para el papa reinante.
Francisco no está interesado en el debate hermenéutico sobre el Concilio Vaticano II, porque su intención es llevar a término la revolución eclesiológica que se apoderó de ese Concilio Ecuménico. Para él, el Vaticano II, más que un magisterio para aprender, es un "espíritu" para vivir.
Esto no quiere decir que comparta o apruebe todos los cambios exigidos, por ejemplo, por los obispos belgas y alemanes, pero evidentemente el católico -según su pensamiento- ya no debe ser más preconciliar.
Otros han empezado, por lo que le gustaría -abriendo procesos pastorales y con la sinodalidad- completar el cambio de la Iglesia.
El problema viene de lejos y no puede resolverse con medios meramente terrenales, trasladando toda la responsabilidad de esta dramática crisis de la Iglesia Católica a Francisco.
El 26 de noviembre de 1969, en la Audiencia General, (en italiano ver aquí), Pablo VI presentó “su misa” y comentó:
Así que la solución no puede ser parar las manecillas del reloj en el pontificado de Benedicto XVI, como pretenden algunos, sino redescubrir las armas ordinarias y sobrenaturales que Cristo dio a su Iglesia para triunfar en la batalla final contra la modernidad en estos tiempos: el Magisterio de San Pío X y las apariciones marianas de Fátima.
El mensaje de Fátima es el verdadero "anti-espíritu del Concilio", como explica el padre Serafino Lanzetta (video en italiano aquí).
Fátima sigue siendo la clave para comprender estos tiempos que están a punto de terminar, incluido el pontificado de Francisco.
Cronicas de papa Francisco
En realidad Ratzinger y el ala moderada de la nouvelle theologie querían dar al término "progresista" el significado que querían, cuando en cambio se trataba de ese neomodernismo condenado por Pío XII con la encíclica Humani generis del 12 de agosto de 1950.
Los papas Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II (elevado a los honores de los altares en un tiempo record por Francisco) y Benedicto XVI habían tenido todos un corazón formado por la Tradición, manteniéndose fieles a la Doctrina, pero lamentablemente también tuvieron una mentalidad progresista o neomodernista, abierta a las novedades de la modernidad, haciéndose ilusiones de que podían actualizar la imagen de la Iglesia sin afectar su esencia y misión.
Se pueden dar circunstancias atenuantes a los predecesores inmediatos de Francisco, así como a los sucesores inmediatos de San Pío X (Benedicto XV, Pío XI y Pío XII), quienes tienen sus propias responsabilidades por no haber obedecido al Cielo con respecto a las solicitudes de la Santísima Virgen María en Fátima, siendo ellos quienes allanaron el camino para el papa reinante.
Francisco no está interesado en el debate hermenéutico sobre el Concilio Vaticano II, porque su intención es llevar a término la revolución eclesiológica que se apoderó de ese Concilio Ecuménico. Para él, el Vaticano II, más que un magisterio para aprender, es un "espíritu" para vivir.
Esto no quiere decir que comparta o apruebe todos los cambios exigidos, por ejemplo, por los obispos belgas y alemanes, pero evidentemente el católico -según su pensamiento- ya no debe ser más preconciliar.
Otros han empezado, por lo que le gustaría -abriendo procesos pastorales y con la sinodalidad- completar el cambio de la Iglesia.
El problema viene de lejos y no puede resolverse con medios meramente terrenales, trasladando toda la responsabilidad de esta dramática crisis de la Iglesia Católica a Francisco.
El 26 de noviembre de 1969, en la Audiencia General, (en italiano ver aquí), Pablo VI presentó “su misa” y comentó:
“... es un cambio que concierne a una venerable tradición secular, y por lo tanto toca nuestro patrimonio religioso hereditario, que parecía haber gozar de una fijeza intangible, y tener que llevar a nuestros labios las oraciones de nuestros antepasados y de nuestros santos, y darnos el consuelo de la fidelidad a nuestro pasado espiritual, que hicimos actual para luego transmitirlo a las generaciones futuras. (...) Debemos prepararnos para esta múltiple perturbación, que es, al fin y al cabo, la de todas las novedades que se introducen en nuestros hábitos habituales. Y notaremos que las personas piadosas serán las más perturbadas, porque teniendo su propia forma respetable de escuchar la Misa se sentirán distraídos de sus pensamientos habituales y obligados a seguir a los demás. Los mismos sacerdotes tal vez sientan algún acoso en este sentido”.Cualquiera que no encuentre dramatismo en estas palabras quiere decir que no entendió lo que pasó. El motivo de esta imposición fue la acusación contra los fieles "demasiado devotos", dedicados a la oración personal mientras asistían a Misa, tanto que incluso el Rosario fue "prohibido" durante la Misa... para Pablo VI -estas devociones durante la Misa- eran "somnolencia espiritual" vistas, obviamente, de manera negativa, tanto que hoy - que nos encontramos frente a las misas con baile, palmas y cantos vulgares, tocando guitarras y festivales - en cambio todos “somos más espirituales, más felices, más santos”...
Así que la solución no puede ser parar las manecillas del reloj en el pontificado de Benedicto XVI, como pretenden algunos, sino redescubrir las armas ordinarias y sobrenaturales que Cristo dio a su Iglesia para triunfar en la batalla final contra la modernidad en estos tiempos: el Magisterio de San Pío X y las apariciones marianas de Fátima.
El mensaje de Fátima es el verdadero "anti-espíritu del Concilio", como explica el padre Serafino Lanzetta (video en italiano aquí).
Fátima sigue siendo la clave para comprender estos tiempos que están a punto de terminar, incluido el pontificado de Francisco.
Cronicas de papa Francisco
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