Nota del editor: A continuación se muestra un intercambio de cartas entre una monja de clausura y el arzobispo Carlo Maria Viganò. La primera parte de la pieza es la carta de la monja a Su Excelencia, la segunda parte es la respuesta de Su Excelencia.
— Excelencia Reverendísima:
Os escribo con motivo de la próxima fiesta de Cristo Rey, y me permito compartir con vosotros una cuestión fundamental: ¿Tiene todavía algún sentido celebrar e invocar la gracia que tanto anhelaba esta fiesta litúrgica cuando fue instituida? Si el Rey de reyes y Señor de señores (cf. 1 Tm 6,15; Apoc 19,16) volviera hoy en su gloria, ¿reconocería todavía a su Esposa, la Iglesia?
Al hacer estas preguntas, pareceré irreverente y falta de fe en la promesa, “las puertas del infierno no prevalecerán” (Mt 16,19), que resuena como una esperanza a la que aferrarse para los pocos sobrevivientes del viento de la apostasía mortal que ha invadido la Iglesia. Pues bien, el tono provocador de estas preguntas resume el sentimiento de confusión de los pocos fieles que quedan, fieles en la búsqueda de alguna referencia al Magisterio, sacramento válido, y coherencia de vida entre los pastores. Me dirijo a vosotros como a una “Voz en el desierto” que tantas veces ha iluminado tantas almas perdidas y descorazonadas.
Quería compartir con vosotros esta pequeña historia que me sucedió: Hace unos días, una señora que traía unas donaciones para el convento me dijo: 'Sabes, yo no sigo mucho estas cosas, pero me parece que el rumbo que ha tomado la Iglesia últimamente no es tan bueno... !' Por la forma en que hablaba, el tono de su voz, percibí que le daba vergüenza expresarse de esa manera a alguien que creía que representaba a esa 'Iglesia' que acababa de cuestionar. Podría hacerle un gran discurso: mi respuesta fue un simple llamamiento sobre la necesidad de intensificar nuestra oración personal, dejando a la señora en su ignorancia y permitiéndome 'identificarme' con esa 'iglesia' que realmente no siento representar … La sensación era de gran impotencia, en la imposibilidad de poder dar respuestas exhaustivas y veraces. Unos minutos antes había leído la exhortación del Papa Pío XI cuando en Ubi Arcano Dei había exhortado a los católicos sobre su deber de acelerar el retorno de la realeza social de Cristo. Una especie de 'deber moral', de un compromiso personal y colectivo.
¿Sigue siendo válido este compromiso? ¿Y cómo debemos ponerlo en práctica si la “Iglesia” ya no es la “Iglesia”?
La carta Ubi Arcano Dei fue el comienzo de la institución de la Fiesta de la Realeza de Cristo, que tuvo lugar en 1925 precisamente para evitar el lío que hemos vivido en los últimos años. En esa encíclica, la Realeza de Cristo se entendía como el remedio al laicismo y a todos aquellos errores que -a una distancia de cien años- han sido generosamente acogidos por muchos prelados, obispos, cardenales, e incluso por quien se presenta como el representante de Cristo y que bajo esta insignia ha promovido la ruinosa aceleración del rebaño “engañosamente” confiado a él.
Se considera que Francisco es el papa, aunque sea un apóstata, pero ¿es él el papa? ¿Alguna vez fue papa?
Cuando Pilato le preguntó a Jesús qué era la verdad, a pesar de tener la Verdad misma frente a él, la mirada de Cristo, el Juez del mundo, penetró en la mediocridad del hombre débil que estaba ante él. Pilato tembló por un momento, pero prevaleció el glamour de su orgullo personal. Cristo Rey vuelve hoy en la misma forma y mira a los ojos a los obispos y cardenales, los que no reconocen la Corona de Espinas que Él ha llevado en su lugar, asumiendo el precio de su traición, de su orgullo y de su indigna ceguera.
Recuerdo haber leído en el Diario de Santa Faustina Kowalska – la santa de la Misericordia – que un día Jesús se le apareció completamente flagelado, ensangrentado y coronado de espinas: la miró a los ojos y le dijo: “'La novia debe parecerse a Su Novio'. La santa entendió lo que significaba ese llamado a la “nupcialidad”, a compartirlo todo. Probablemente esta sea la forma de reconocimiento de la Realeza de Cristo que nuestro momento histórico está exigiendo personalmente a todo verdadero católico.
Sí, me parece que esta es la vocación de la “verdadera Iglesia” de nuestro tiempo: de ese pequeño rebaño que, al encontrarse con la mirada de Cristo Rey maltratado y desfigurado por la blasfemia y la perversión, tiene aún el coraje de dar una respuesta de amor, de fidelidad y de coherencia de conciencia que no puede negarlo, porque de lo contrario negaría a Cristo Rey como lo hicieron Pilatos, Herodes y todos los jefes del pueblo.
No os escondo que con estas líneas quería pediros uno de vuestros ensayos, que están llenos de esperanza cristiana para el pequeño remanente que está desconcertado porque está sin Pastor, sin el representante de Cristo que debe custodiar y defender la Iglesia que le ha sido encomendada.
Os he hecho algunas preguntas que muchos se hacen con tanto dolor en el corazón, y estoy segura que el Espíritu Santo os dará las respuestas que reavivarán la expectación por el regreso del triunfo del Reino de Cristo en la sociedad, en cada corazón, y sobre toda la faz de la tierra!
“¡Pacificus vocabitur, et thronus eius erit firmissimus in perpetuum!”
– Una monja de clausura
Reverenda y queridísima Hermana:
He leído la carta que me habéis enviado con gran interés y edificación. Permitidme responderos lo mejor que pueda.
Vuestra primera pregunta es tan directa como desarmadora: “Si el Rey de Reyes y Señor de Señores regresara hoy en Su gloria, ¿reconocería aún a Su Novia, la Iglesia?” ¡Por supuesto que Él la reconocería! Pero no en la secta que eclipsa la Sede de Pedro, sino en las muchas almas buenas, especialmente en los sacerdotes, religiosos y religiosas, y en muchas almas sencillas fieles, que, aunque no tengan cuernos de luz en la frente como hizo Moisés (Ex 34,29), aún son reconocibles como miembros vivos de la Iglesia de Cristo. No la encontraría en San Pedro, donde se ha ofrecido culto a un ídolo inmundo; ni en Santa Marta, donde la pobreza artificial y la humildad inflada del Inquilino son un monumento a su inmenso ego; ni en el “sínodo sobre la sinodalidad”, donde la ficción de la democracia sirve para completar el desmantelamiento del edificio divino de la Iglesia Católica e imponer formas de vida escandalosas; no en las diócesis y parroquias en las que la ideología conciliar ha sustituido a la fe católica y anulado la Tradición. El Señor, como Cabeza de la Iglesia, reconoce a los miembros palpitantes y vivos de Su Cuerpo Místico y a los que están muertos y pudriéndose, habiendo sido arrebatados de Cristo por la herejía, la lujuria y el orgullo, y que ahora están sujetos a Satanás. El Rey de reyes reconocería el pusillus grex, aunque tuviera que buscarlo reunido alrededor de un altar en un desván, un sótano o en medio del bosque.
Mencionáis que la promesa del Non prævalebunt puede resonar “como una esperanza a la que aferrarse”, y que “el tono provocador de estas preguntas resume el sentimiento de confusión de los pocos fieles que quedan, fieles en la búsqueda de alguna referencia al Magisterio, Sacramento válido, y coherencia de vida entre los pastores”.
La promesa de nuestro Señor a San Pedro es provocativa, en cierto sentido, porque parte de dos supuestos: el primero es que las puertas del infierno no prevalecerán, lo que no nos dice nada sobre el nivel de persecución que tendrá que soportar la Iglesia. La segunda, consecuencia lógica de la primera, es que la Iglesia será perseguida pero no derrotada. Para ambos, se nos pide un acto de Fe en la palabra del Salvador y en su omnipotencia, junto con un acto de humilde realismo, reconociendo nuestra debilidad y el hecho de que merecemos los peores castigos, tanto entre los "modernistas" como entre los "tradicionalistas".
Me preguntáis cómo llevar a la práctica el llamamiento de Pío XI a la restauración de la Realeza social de Cristo, “si la 'Iglesia' ya no es la 'Iglesia'”. Ciertamente, la iglesia visible, a la que el mundo da el nombre de 'Iglesia católica' y de la que considera papa a Bergoglio, ya no es Iglesia, al menos en lo que se refiere a aquellos cardenales, obispos y sacerdotes que profesan convencidamente otra doctrina y se declaran adherentes a la “iglesia conciliar” en antítesis con la “iglesia preconciliar”. Pero ¿somos tú y yo, y los muchos sacerdotes, religiosos y fieles, parte de 'esa iglesia' o de la Iglesia de Cristo? ¿Hasta qué punto podemos superponer la iglesia bergogliana y la iglesia católica, aceptando que son superponibles en algún aspecto? El problema es que la revolución conciliar ha roto el vínculo de identidad entre la Iglesia de Cristo y la jerarquía católica.
Antes del Vaticano II era impensable que un Papa pudiera contradecir abiertamente a sus predecesores en cuestiones doctrinales o morales, porque la jerarquía tenía muy claro su papel y su responsabilidad moral en la administración del poder de las Sagradas Llaves y de la autoridad del Vicario de Cristo y de los pastores. El Concilio, comenzando justo con la definición anómala que dio de sí mismo y con la ruptura con el pasado presente en la eliminación de los cánones y anatemas, mostró cómo es posible, para cualquiera que no tenga sentido moral, ostentar un papel sagrado en la Iglesia aunque sea indigno en los tres aspectos que habéis enumerado debidamente: "Magisterio, Sacramento válido y coherencia de vida de los Pastores". Estos pastores, desviados en la doctrina, la moral y la liturgia, no se sienten vinculados al hecho de ser vicarios de Cristo, y de poder así gobernar la Iglesia sólo si su autoridad se ejerce coherentemente con los fines que la legitiman. Por eso abusan de su propio poder, usurpan una autoridad cuyo origen divino niegan, y humillan a la institución sagrada que de alguna manera garantiza la autoridad de esos Pastores.
Esta ruptura, este desgarro violento, se consumó en el plano espiritual en el momento en que la autoridad de los prelados se secularizó, al igual que ocurrió en el ámbito civil. Allí donde la autoridad deja de ser sagrada, sancionada desde lo alto, ejercida en el lugar de Aquel que combina en sí mismo la autoridad espiritual de Sumo Pontífice y la autoridad temporal de Rey y Señor, se corrompe en tiranía, se vende con la corrupción y se suicida en la anarquía. Tú escribes: "Cristo Rey vuelve hoy en la misma forma y mira a los ojos a los obispos y cardenales, los que no reconocen la Corona de Espinas que Él ha llevado en su lugar, asumiendo el precio de su traición, de su orgullo y de su indigna ceguera". En esos mismos rasgos, querida hermana, debemos reconocer a la Santa Iglesia. Y así como nos escandalizamos al ver a su Cabeza humillada y escarnecida, azotada y sangrante, vistiendo la túnica, sosteniendo una caña y coronada de espinas, así nos escandalizamos ahora al ver de manera análoga a toda la Iglesia Militante postrada, herida, cubierta de escupitajos, insultada y escarnecida. Pero si la Cabeza quiso abrazar el Sacrificio humillándose hasta la muerte, la muerte de Cruz, ¿por qué razón presumiríamos nosotros de merecer un fin mejor, ya que somos sus miembros, si realmente queremos reinar con Él? ¿En qué trono está sentado el Cordero, sino en el trono real de la Cruz? Regnavit a ligno Deus: éste fue el triunfo de Cristo; éste será el triunfo de la Iglesia, su Cuerpo Místico. Comentáis con razón: "La Esposa debe parecerse a su Esposo". Y continuáis: "Sí, me parece que ésta es la vocación de la "verdadera Iglesia" de nuestro tiempo: de ese pequeño rebaño que, encontrándose con la mirada de Cristo Rey maltratada y desfigurada por la blasfemia y la perversión, tiene todavía el valor de dar una respuesta de amor, de fidelidad y de coherencia de conciencia que es incapaz de negarlo, porque de lo contrario negaría a Cristo Rey como lo hicieron Pilatos, Herodes y todos los dirigentes del pueblo".
Al hacer estas preguntas, pareceré irreverente y falta de fe en la promesa, “las puertas del infierno no prevalecerán” (Mt 16,19), que resuena como una esperanza a la que aferrarse para los pocos sobrevivientes del viento de la apostasía mortal que ha invadido la Iglesia. Pues bien, el tono provocador de estas preguntas resume el sentimiento de confusión de los pocos fieles que quedan, fieles en la búsqueda de alguna referencia al Magisterio, sacramento válido, y coherencia de vida entre los pastores. Me dirijo a vosotros como a una “Voz en el desierto” que tantas veces ha iluminado tantas almas perdidas y descorazonadas.
Quería compartir con vosotros esta pequeña historia que me sucedió: Hace unos días, una señora que traía unas donaciones para el convento me dijo: 'Sabes, yo no sigo mucho estas cosas, pero me parece que el rumbo que ha tomado la Iglesia últimamente no es tan bueno... !' Por la forma en que hablaba, el tono de su voz, percibí que le daba vergüenza expresarse de esa manera a alguien que creía que representaba a esa 'Iglesia' que acababa de cuestionar. Podría hacerle un gran discurso: mi respuesta fue un simple llamamiento sobre la necesidad de intensificar nuestra oración personal, dejando a la señora en su ignorancia y permitiéndome 'identificarme' con esa 'iglesia' que realmente no siento representar … La sensación era de gran impotencia, en la imposibilidad de poder dar respuestas exhaustivas y veraces. Unos minutos antes había leído la exhortación del Papa Pío XI cuando en Ubi Arcano Dei había exhortado a los católicos sobre su deber de acelerar el retorno de la realeza social de Cristo. Una especie de 'deber moral', de un compromiso personal y colectivo.
¿Sigue siendo válido este compromiso? ¿Y cómo debemos ponerlo en práctica si la “Iglesia” ya no es la “Iglesia”?
La carta Ubi Arcano Dei fue el comienzo de la institución de la Fiesta de la Realeza de Cristo, que tuvo lugar en 1925 precisamente para evitar el lío que hemos vivido en los últimos años. En esa encíclica, la Realeza de Cristo se entendía como el remedio al laicismo y a todos aquellos errores que -a una distancia de cien años- han sido generosamente acogidos por muchos prelados, obispos, cardenales, e incluso por quien se presenta como el representante de Cristo y que bajo esta insignia ha promovido la ruinosa aceleración del rebaño “engañosamente” confiado a él.
Se considera que Francisco es el papa, aunque sea un apóstata, pero ¿es él el papa? ¿Alguna vez fue papa?
Cuando Pilato le preguntó a Jesús qué era la verdad, a pesar de tener la Verdad misma frente a él, la mirada de Cristo, el Juez del mundo, penetró en la mediocridad del hombre débil que estaba ante él. Pilato tembló por un momento, pero prevaleció el glamour de su orgullo personal. Cristo Rey vuelve hoy en la misma forma y mira a los ojos a los obispos y cardenales, los que no reconocen la Corona de Espinas que Él ha llevado en su lugar, asumiendo el precio de su traición, de su orgullo y de su indigna ceguera.
Recuerdo haber leído en el Diario de Santa Faustina Kowalska – la santa de la Misericordia – que un día Jesús se le apareció completamente flagelado, ensangrentado y coronado de espinas: la miró a los ojos y le dijo: “'La novia debe parecerse a Su Novio'. La santa entendió lo que significaba ese llamado a la “nupcialidad”, a compartirlo todo. Probablemente esta sea la forma de reconocimiento de la Realeza de Cristo que nuestro momento histórico está exigiendo personalmente a todo verdadero católico.
Sí, me parece que esta es la vocación de la “verdadera Iglesia” de nuestro tiempo: de ese pequeño rebaño que, al encontrarse con la mirada de Cristo Rey maltratado y desfigurado por la blasfemia y la perversión, tiene aún el coraje de dar una respuesta de amor, de fidelidad y de coherencia de conciencia que no puede negarlo, porque de lo contrario negaría a Cristo Rey como lo hicieron Pilatos, Herodes y todos los jefes del pueblo.
No os escondo que con estas líneas quería pediros uno de vuestros ensayos, que están llenos de esperanza cristiana para el pequeño remanente que está desconcertado porque está sin Pastor, sin el representante de Cristo que debe custodiar y defender la Iglesia que le ha sido encomendada.
Os he hecho algunas preguntas que muchos se hacen con tanto dolor en el corazón, y estoy segura que el Espíritu Santo os dará las respuestas que reavivarán la expectación por el regreso del triunfo del Reino de Cristo en la sociedad, en cada corazón, y sobre toda la faz de la tierra!
“¡Pacificus vocabitur, et thronus eius erit firmissimus in perpetuum!”
– Una monja de clausura
La respuesta del arzobispo Viganò
Reverenda y queridísima Hermana:
He leído la carta que me habéis enviado con gran interés y edificación. Permitidme responderos lo mejor que pueda.
Vuestra primera pregunta es tan directa como desarmadora: “Si el Rey de Reyes y Señor de Señores regresara hoy en Su gloria, ¿reconocería aún a Su Novia, la Iglesia?” ¡Por supuesto que Él la reconocería! Pero no en la secta que eclipsa la Sede de Pedro, sino en las muchas almas buenas, especialmente en los sacerdotes, religiosos y religiosas, y en muchas almas sencillas fieles, que, aunque no tengan cuernos de luz en la frente como hizo Moisés (Ex 34,29), aún son reconocibles como miembros vivos de la Iglesia de Cristo. No la encontraría en San Pedro, donde se ha ofrecido culto a un ídolo inmundo; ni en Santa Marta, donde la pobreza artificial y la humildad inflada del Inquilino son un monumento a su inmenso ego; ni en el “sínodo sobre la sinodalidad”, donde la ficción de la democracia sirve para completar el desmantelamiento del edificio divino de la Iglesia Católica e imponer formas de vida escandalosas; no en las diócesis y parroquias en las que la ideología conciliar ha sustituido a la fe católica y anulado la Tradición. El Señor, como Cabeza de la Iglesia, reconoce a los miembros palpitantes y vivos de Su Cuerpo Místico y a los que están muertos y pudriéndose, habiendo sido arrebatados de Cristo por la herejía, la lujuria y el orgullo, y que ahora están sujetos a Satanás. El Rey de reyes reconocería el pusillus grex, aunque tuviera que buscarlo reunido alrededor de un altar en un desván, un sótano o en medio del bosque.
Mencionáis que la promesa del Non prævalebunt puede resonar “como una esperanza a la que aferrarse”, y que “el tono provocador de estas preguntas resume el sentimiento de confusión de los pocos fieles que quedan, fieles en la búsqueda de alguna referencia al Magisterio, Sacramento válido, y coherencia de vida entre los pastores”.
La promesa de nuestro Señor a San Pedro es provocativa, en cierto sentido, porque parte de dos supuestos: el primero es que las puertas del infierno no prevalecerán, lo que no nos dice nada sobre el nivel de persecución que tendrá que soportar la Iglesia. La segunda, consecuencia lógica de la primera, es que la Iglesia será perseguida pero no derrotada. Para ambos, se nos pide un acto de Fe en la palabra del Salvador y en su omnipotencia, junto con un acto de humilde realismo, reconociendo nuestra debilidad y el hecho de que merecemos los peores castigos, tanto entre los "modernistas" como entre los "tradicionalistas".
Me preguntáis cómo llevar a la práctica el llamamiento de Pío XI a la restauración de la Realeza social de Cristo, “si la 'Iglesia' ya no es la 'Iglesia'”. Ciertamente, la iglesia visible, a la que el mundo da el nombre de 'Iglesia católica' y de la que considera papa a Bergoglio, ya no es Iglesia, al menos en lo que se refiere a aquellos cardenales, obispos y sacerdotes que profesan convencidamente otra doctrina y se declaran adherentes a la “iglesia conciliar” en antítesis con la “iglesia preconciliar”. Pero ¿somos tú y yo, y los muchos sacerdotes, religiosos y fieles, parte de 'esa iglesia' o de la Iglesia de Cristo? ¿Hasta qué punto podemos superponer la iglesia bergogliana y la iglesia católica, aceptando que son superponibles en algún aspecto? El problema es que la revolución conciliar ha roto el vínculo de identidad entre la Iglesia de Cristo y la jerarquía católica.
Antes del Vaticano II era impensable que un Papa pudiera contradecir abiertamente a sus predecesores en cuestiones doctrinales o morales, porque la jerarquía tenía muy claro su papel y su responsabilidad moral en la administración del poder de las Sagradas Llaves y de la autoridad del Vicario de Cristo y de los pastores. El Concilio, comenzando justo con la definición anómala que dio de sí mismo y con la ruptura con el pasado presente en la eliminación de los cánones y anatemas, mostró cómo es posible, para cualquiera que no tenga sentido moral, ostentar un papel sagrado en la Iglesia aunque sea indigno en los tres aspectos que habéis enumerado debidamente: "Magisterio, Sacramento válido y coherencia de vida de los Pastores". Estos pastores, desviados en la doctrina, la moral y la liturgia, no se sienten vinculados al hecho de ser vicarios de Cristo, y de poder así gobernar la Iglesia sólo si su autoridad se ejerce coherentemente con los fines que la legitiman. Por eso abusan de su propio poder, usurpan una autoridad cuyo origen divino niegan, y humillan a la institución sagrada que de alguna manera garantiza la autoridad de esos Pastores.
Esta ruptura, este desgarro violento, se consumó en el plano espiritual en el momento en que la autoridad de los prelados se secularizó, al igual que ocurrió en el ámbito civil. Allí donde la autoridad deja de ser sagrada, sancionada desde lo alto, ejercida en el lugar de Aquel que combina en sí mismo la autoridad espiritual de Sumo Pontífice y la autoridad temporal de Rey y Señor, se corrompe en tiranía, se vende con la corrupción y se suicida en la anarquía. Tú escribes: "Cristo Rey vuelve hoy en la misma forma y mira a los ojos a los obispos y cardenales, los que no reconocen la Corona de Espinas que Él ha llevado en su lugar, asumiendo el precio de su traición, de su orgullo y de su indigna ceguera". En esos mismos rasgos, querida hermana, debemos reconocer a la Santa Iglesia. Y así como nos escandalizamos al ver a su Cabeza humillada y escarnecida, azotada y sangrante, vistiendo la túnica, sosteniendo una caña y coronada de espinas, así nos escandalizamos ahora al ver de manera análoga a toda la Iglesia Militante postrada, herida, cubierta de escupitajos, insultada y escarnecida. Pero si la Cabeza quiso abrazar el Sacrificio humillándose hasta la muerte, la muerte de Cruz, ¿por qué razón presumiríamos nosotros de merecer un fin mejor, ya que somos sus miembros, si realmente queremos reinar con Él? ¿En qué trono está sentado el Cordero, sino en el trono real de la Cruz? Regnavit a ligno Deus: éste fue el triunfo de Cristo; éste será el triunfo de la Iglesia, su Cuerpo Místico. Comentáis con razón: "La Esposa debe parecerse a su Esposo". Y continuáis: "Sí, me parece que ésta es la vocación de la "verdadera Iglesia" de nuestro tiempo: de ese pequeño rebaño que, encontrándose con la mirada de Cristo Rey maltratada y desfigurada por la blasfemia y la perversión, tiene todavía el valor de dar una respuesta de amor, de fidelidad y de coherencia de conciencia que es incapaz de negarlo, porque de lo contrario negaría a Cristo Rey como lo hicieron Pilatos, Herodes y todos los dirigentes del pueblo".
Vuestra carta, queridísima hermana, es para todos nosotros una oportunidad de reflexionar sobre el misterio de la passio Ecclesiæ que está tan cerca de lo que sucede en estos tiempos terribles. Y concluyo recordando la “provocación” del Non prævalebunt: así como el Salvador conoció la sombra del sepulcro, así debemos saber que le sucederá a la Iglesia, y quizás ya esté sucediendo. Pero Él la hará resucitar como Él mismo resucitó de entre los muertos. En este sentido, las palabras "La Esposa debe parecerse al Esposo" adquieren todo su significado, mostrándonos cómo sólo siguiendo al Divino Esposo por la empinada cuesta del Gólgota podremos merecer seguirle en gloria hasta la derecha del Padre.
Os exhorto a sacar provecho espiritual de estos pensamientos, impartiéndoos a vosotros y a vuestras queridas hermanas mi más plena y paternal bendición.
+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo
4 noviembre 2022
S.cti Caroli Borromæi, Pont. Conf.
Life Site News
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