[Aclaración previa: El fenómeno sobre el que quiero plantear la siguiente reflexión es propio de una región particular de Argentina. Por eso mismo, no hago aquí referencia a los centenares de buenos y abnegados sacerdotes que pueblan el país y que hacen lo que pueden en las circunstancias en las que viven, sometidos a la tiranía de sus obispos y que por ser simpatizantes de la liturgia tradicional, los destinan a las parroquias más desoladas de la diócesis. A esos sacerdotes que, a pesar de todo, creen, esperan y continúan su oblación a Dios y a los hermanos, no me queda más que la admiración y el agradecimiento].
Luego del Vaticano II, entre mediados de los ’70 hasta comienzos del nuevo milenio aproximadamente, el catolicismo quedó divido en tres grandes líneas: la progresista, que nunca fue muy numerosa pero sí muy activa e influyente debido a las elites intelectuales que la integraban; la línea media, con matices más o menos marcados en cuanto a sus inclinaciones a derecha o izquierda, y que concentraba la mayoría absoluta, y el tradicionalismo, apenas un puñado de fieles nucleados muchos de ellos en torno a Mons. Lefebvre o en otras asociaciones.
La “línea media” es la que en este blog hemos denominados “neocon”, sobre cuyas características escribimos mucho. Línea media o neocon es una actitud eclesial que reside en materia dogmática como un apego al oficialismo eclesial por encima de las fuentes de la Revelación, en un maximalismo teológico consistente en exorbitar el magisterio hodierno al cual no se jerarquiza, en una justificación a priori de las actitudes prudenciales de la jerarquía, y en la suposición gratuita de que la asistencia del Espíritu Santo es aceptada en forma automática por los pastores, por lo que no cabe a un católico más que la adhesión necesaria, externa y sobre todo interna a todas las decisiones que toma la jerarquía, sin posibilidad de crítica o razonamiento alguno, a la luz de la fe. Quienes deseen abundar en la mentalidad neocon pueden consultar aquí un esclarecedor diccionario al respecto.
El neocon o línea media es una especie en extinción. Se caracterizaba por una postura obediencialista, que lo hacía considerar al romano pontífice como una suerte de incuestionable hipóstasis del Espíritu Santo, que jamás podía equivocarse y que necesariamente era santo, y al que debía tributársele el culto y la oblación de la más perfecta obediencia y sumisión a su magisterio, se refiriera éste a materia teológica o cinematográfica (No exagero. Es cuestión de ver la recepción que tuvo en el medio neocon la [malísima] película “La vida es bella” sólo porque le había gustado a Juan Pablo II). Consecuentemente, el concilio Vaticano II era obra del Espíritu Santo y, en todo caso, tenía algunas ambigüedades que no eran particularmente problemáticas. Y consecuentemente también, todos los que se atrevían a cuestionar de cualquier modo las reformas promovidas por el Concilio, en particular la reforma litúrgica, eran leprosos y perros, que debían ser expulsados como apestados no solo de los templos, sino también de los círculos sociales (Una vez más, no exagero. En Argentina, a comienzos de los ’80, se dio el caso de profesores de la Universidad Católica Argentina que comenzaron a asistir a la Misa Tradicional y fueron expulsados de sus cátedras por las autoridades que hasta pocos días antes habían sido amigos cercanos y de muchos años).
Para la línea media, la iglesia posconciliar estaba viviendo una primavera florida y perfumada, de las más sorprendentes de toda su historia. Bastaba ver el éxito del pontificado de Juan Pablo II, las masas que lo seguían y su gran logro de derribar el comunismo. Pero los años pasaron, y el pontificado de Francisco ha demostrado que ese obediencialismo era suicida (¿qué dirán los teólogos que hablaban acerca de la cuasi infalibilidad del magisterio ordinario cuando leen, por ejemplo, esta entrevista al papa Francisco) y que el éxito del juanpablismo fue solo espuma. Y afirmo que fue espuma porque de ese éxito que consideraban arrollador hoy no quedan más que despojos. Me refiero, por ejemplo, a los institutos religiosos típicamente línea media que terminaron envueltos en los más espeluznantes casos de abuso (Legionarios, IVE, Miles, etc.); el Opus Dei languideciendo y aproximándose a su agonía; el seminario de San Rafael cerrado por orden del papa que nunca se equivoca, como pregonaban sus autoridades; las JMJ que reunían millones de asistentes en los '90 y que muchos ingenuos pensaban que constituirían el núcleo de la recristianización de Europa, etc.
Pero quiero señalar un dato más que es francamente escalofriante: las iglesias neocon están vacías. Por diversas circunstancias, en las últimas semanas debí asistir a tres misas dominicales en tres iglesias distintas en una diócesis argentina emblemáticamente línea media. En los tres casos, esos templos parroquiales los domingos tienen sólo dos misas: una por la mañana y otra por la tarde. Yo asistí siempre a la misa matutina (11 hs.), y quedé pasmado. La última vez que había asistido a misa en esas iglesias, estaban colmadas de gente, todos los bancos ocupados, como así también el fondo con gente de pie y un buen número de feligreses siguiendo la celebración desde fuera del templo, con largas colas para confesarse y dos o tres sacerdotes disponibles. En esta ocasión, pude contar los asistentes: 30 personas en un caso, 65 en otro y 53 en otro. El domingo siguiente, asistí como hago habitualmente, a la misa tradicional en la capilla de la FSSPX en una diócesis vecina. Allí tienen 4 misas cada domingo. Yo fui a la de 9 hs.: habían 250 personas. La de las 10:30 (misa cantada) y la de 12:30 tienen una afluencia aún mayor. Estimo que a la de 7:30 irá un número sensiblemente menor.
La situación que describo es el signo más evidente del fracaso de la línea media y sus representantes están, como es lógico, desesperados. Y han reaccionado orquestado una campaña consistente en conferencias virtuales, visitas, reuniones, charlas personales o por las redes, etc. a fin de advertir a los fieles, otrora sus fieles, acerca de la necesidad de permanecer en la línea media. Y es comprensible que procedan de ese modo; no hacerlo sería admitir el rotundo fracaso de la postura que sostuvieron a lo largo de toda su vida. Y hay que ser muy santo para alcanzar, como diría san Ignacio, ese grado de humildad.
Pero vale la pena profundizar en el análisis. ¿Qué ocurrió para que las iglesias se vaciaran? ¿Qué ocurrió para que los fieles que hasta hace poco no tenían problema en asistir a un culto protestante pero que jamas pisaban una iglesia “lefebvrista” se hayan volcado hoy por la Misa Tradicional?
En primer lugar, se impuso la evidencia. En la época de Juan Pablo II y de Benedicto XVI podía funcionar el discurso obediencialista y papólatra. En la época de Francisco, y de internet, este discurso se cae a pedazos. Lo curioso es que los referentes más encumbrados de la línea media siguen insistiendo aún hoy en el mismo argumento. No caen en la cuenta que ya están viejos y perdieron el ritmo del modo de ser y pensar del católico contemporáneo.
El confinamiento decretado por la pandemia fue también un factor decisivo. Cuando los obispos exigieron la comunión en la mano como único modo posible de comulgar, la directiva emanada de las fuentes del pensamiento neocon fue clara: no se comulga, pues no hay obligación de comulgar. Sin embargo, pasó el tiempo y llegaron las presiones episcopales; y buena parte de los sacerdotes de línea media cedió e instruyó a sus fieles a que aceptaran el nuevo modo impuesto de comulgar. Fue muy curioso que un número importante de personas, de un domingo a otro, comenzaron a poner la mano sin problemas cuando antes permanecían firmemente en sus bancos. Pero un número de fieles más importe aún decidieron que los principios no se cambian según los tiempos. Abandonaron, entonces, el rebaño neocon, cruzaron la calle y comenzaron a alimentar las Misas Tradicionales de la FSSPX. Y la cuestión es que algo que podría haber sido transitorio, se convirtió en permanente. Cuando pasó la locura del confinamiento, muy pocos, si es que alguno, volvió a la misa del rito de Pablo VI, y por una sencilla razón: quien conoce la Misa Tradicional, no puede volver al rito nuevo, así como quien se acostumbró al Rutini no puede volver al Toro Viejo.
El tercer factor es lo que está ocurriendo en estas semanas, y tiene que ver con la reacción de los referentes de la línea media, que están jugando con asustar a los fieles advirtiéndoles que la FSSPX está fuera de la iglesia y que no deben participar de sus Misas. Siguen creyendo que la gente es estúpida y que internet no existe. Pero no pueden explicar cómo es posible que si están tan fuera de la iglesia, el papa Francisco les haya dado permiso universal para confesar y celebrar matrimonios, o cómo justifican que no haya problema en ir a misas donde se dicen herejías en los sermones y se celebra un rito inventado por el cura de turno y, sin embargo, sea muy peligroso ir a la misa que la iglesia celebró durante más de 1500 años. No terminan de entender que esos fieles no quieren “hacerse lefes” —el mismo Mons. Lefebvre jamás habría admitido tal cosa—, sino gozar del derecho que tiene todo católico de asistir a la Misa de siempre.
El problema es que estos referentes ya están viejos y no pueden y no quieren reconocer que se equivocaron. Y, por otro lado, admitir la situación tal y como la advierten sus antiguos fieles y seguidores supondría para ellos salir de su zona de confort y tomar decisiones difíciles que modificaría su estilo de vida. Pero es mucho más fácil seguir en la postura en la que se estuvo siempre y evitarse problemas.
El problema es que si tan preocupados están de que sus fieles se vayan con los “cismáticos” lefebvristas, por qué no presionan a los obispos para que designen una iglesia en cada diócesis en la que los fieles puedan tener diariamente la misa tradicional. Algunos responden que eso ya fue ofrecido, pero pretenden tener no sólo la misa sino también el resto de los sacramentos según el rito tradicional, y eso está prohibido por Traditionis custodes. Curioso: son tan obediencialistas, pero no saben que ese tipo de prohibiciones en la mayor parte del mundo no se aplican, y con la anuencia del mismo papa Francisco; y tan cegados están en su ideología que tienen escrúpulos en que se administre, por ejemplo, el sacramento del matrimonio en el mismo rito en que se casaron sus propios progenitores, pero bajan la cabeza cuando Roma no dice nada —absolutamente nada—, con respecto al ritual vigente en Bélgica para la bendición de parejas del mismo sexo; una bendición que, por lo demás, ellos saben que se imparte en iglesias muy cercanas a las suyas, y desde hace varios años. Los fieles pueden ir sin problema a las misas celebradas por sacerdotes que bendicen la sodomía, pero no pueden ir a la de un sacerdote de la FSSPX, o a la de un sacerdote suspendido por su obispo por querer seguir celebrando el rito tradicional.
La línea media fue solo una postura que duró algunas décadas pero que el huracán Bergoglio, e internet, agostó tal como los años agostaron a sus principales sostenedores.
Wanderer
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