Para vencer al dictador de las tinieblas, Cristo también quiere nuestra colaboración. Y fue con este propósito que instituyó la Iglesia, militante en esta tierra del exilio.
Nuestro Señor Jesucristo vino al mundo para dar testimonio de la verdad y quien es de la verdad escucha su voz (cf. Jn 18,37), como el mismo Redentor testificó a Poncio Pilato. Sin embargo, “los suyos no le recibieron” (Jn 1,11).
A lo largo del infame juicio, el mayor fraude legal de la historia, el magistrado romano, siguiendo el consejo de los sumos sacerdotes, organizó una pseudo-redención de Cristo, al ofrecer a Barrabás como rescate por Él. Asesino y ladrón, este rebelde fue, en realidad, una especie de anticristo incluso de nombre, bar abba, que significa "hijo del padre".
Una gran multitud se reunió alrededor de la plataforma en ese momento. Entre los que clamaban por la liberación del malvado y cruel asesino se encontraban, tristemente, algunos que fueron curados de la sordera por Jesús. Otros, recuperados de la parálisis, suplicaron el peor de los tormentos: "¡Crucifícalo!". No faltaron los indiferentes, personificando a los cobardes pronosticados por el Divino Maestro: “El que no está conmigo, contra Mí está, y el que conmigo no recoge, esparce” (Mt 12, 30).
Durante ese motín anticristiano, se fundó una especie de anti-Iglesia, en la que se repelió el bien y se aprobó el crimen, se condenó al inocente y se canonizó al malvado con letanía de aclamaciones: ¡Barrabás! ¡Barrabás! ...
En esta caricatura de la Iglesia, las reglas legales se rompen en favor de la "misericordia" - "pobre Barrabás" ... -, y la autoridad, desprovista de toda santidad, está ungida por "mayor pecado" (Jn 19, 11).
La Sangre de Cristo no se invoca como reparación por los pecados, sino como una trágica maldición: "¡Su Sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos!" (Mt 27, 25).
Jesús fue crucificado entre dos ladrones. Como Buen Pastor, ofreció la salvación a ambos: uno la aceptó; el otro, impenitente, la rechazó. Y para mostrar lo que sucederá cuando los hombres tengan la intención de expulsar a Cristo de la faz de la tierra, recuerde los eventos que siguieron a la muerte del Salvador: el velo del Templo se rasgó, las rocas se partieron por la mitad, los terremotos se extendieron por todo el mundo y la oscuridad lo envolvió por completo.
Si eventos telúricos como estos son permitidos nuevamente por la Providencia, podemos, ante ellos, no sólo presenciar al “Hijo de Dios” (Mt 27, 54), como lo hizo el centurión del Evangelio, sino también desenmascarar la falsa iglesia que lo quiere crucificar de nuevo a Cristo. ¡Tus puertas infernales nunca prevalecerán!
Texto extraído, con adaptaciones menores, de Revista Arautos do Evangelhon 231, marzo de 2021.
Gaudium Press
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