Por Bruno M.
En cualquier caso, no es de la epidemia ni de la vacunas de lo que quiero hablar, porque no son temas apropiados para este blog, sino de esa categoría de negacionismo suicida.
Al margen de la desconfianza que pueda suscitar en los lectores sensatos el uso cada vez más frecuente del término negacionista, que resulta más bien propagandista e ideológico que descriptivo, creo que el papa ha dado ahí con una categoría que podría resultar fundamental para la vida de la Iglesia. Veamos algunos ejemplos que quizá el Santo Padre podría desarrollar en una nueva encíclica.
Es negacionismo suicida…
Seguir fingiendo que la obsesión de “abrirse al mundo” de la Iglesia en los años sesenta no ha sido un completo fracaso.
Dedicar los esfuerzos de la Iglesia a ecologías, fraternidades universales agnósticas, progresismos, cuestiones políticas, diálogos interreligiosos, postureos mundanos y a ser el perejil de todas las salsas, en lugar de a evangelizar.
Acallar (o directamente negar) la doctrina de la Iglesia cuando no coincide con la mentalidad moderna, que es precisamente cuando más necesita el mundo oírla.
Sustituir la moral bimilenaria de la Iglesia por sentimentalismos, eslóganes políticamente correctos, acompañamientos, fines que justifican los medios y otras componendas con el mal.
Emperrarse en ecumenismos que no conducen a volver a la Iglesia y, por lo tanto, no llevan ni pueden llevar a ningún sitio.
Continuar celebrando liturgias que, en vez de dar culto a Dios, consisten básicamente en largos discursos que no dicen nada, innovaciones subjetivas de pésimo gusto, casposidades sesenteras que ya eran rancias cuando se inventaron, cantos solo superficialmente cristianos y sentimentalismos baratos.
Elegir obispos blanditos, incapaces de enfrentarse al mal y proteger a los inocentes, blandos con los lobos y duros con las ovejas, y, a menudo, sin fe.
Mantener colegios y universidades “católicos” que solo sirven para crear ateos y rencor contra la Iglesia, porque están dirigidos por gente (religiosos o no) que odia el catolicismo con todas sus fuerzas.
Confiar en que, si mantenemos un perfil bajo y nos parecemos todo lo posible al mundo, el mundo nos perdonará que seamos católicos.
Continuar construyendo iglesias horrendas que hacen perder la fe a los que acuden a ellas.
Dejar que se pierdan las costumbres y devociones tradicionales que nutrieron en la fe a tantísimos santos.
Hacer como si los hijos de esta época posmoderna y relativista fuéramos más listos y supiéramos mejor lo que es la fe que los innumerables santos, doctores y maestros que nos han precedido y cuyas sandalias no somos dignos de desatar.
Intentar justificar a la Iglesia mediante las obras sociales, como si nuestra misión no fuera señalar siempre a Cristo en lugar de nuestros propios logros.
Desgraciadamente, los frutos de estos y otros muchos negacionismos eclesiales suicidas están a la vista, pero los responsables nos aseguran que, si corremos aún más por el mismo camino, seguro que todo mejora. En fin, si Dios no lo remedia, parece que vamos a comprobar que “los negacionismos matan".
Espada de Doble Filo
Al margen de la desconfianza que pueda suscitar en los lectores sensatos el uso cada vez más frecuente del término negacionista, que resulta más bien propagandista e ideológico que descriptivo, creo que el papa ha dado ahí con una categoría que podría resultar fundamental para la vida de la Iglesia. Veamos algunos ejemplos que quizá el Santo Padre podría desarrollar en una nueva encíclica.
Es negacionismo suicida…
Seguir fingiendo que la obsesión de “abrirse al mundo” de la Iglesia en los años sesenta no ha sido un completo fracaso.
Dedicar los esfuerzos de la Iglesia a ecologías, fraternidades universales agnósticas, progresismos, cuestiones políticas, diálogos interreligiosos, postureos mundanos y a ser el perejil de todas las salsas, en lugar de a evangelizar.
Acallar (o directamente negar) la doctrina de la Iglesia cuando no coincide con la mentalidad moderna, que es precisamente cuando más necesita el mundo oírla.
Sustituir la moral bimilenaria de la Iglesia por sentimentalismos, eslóganes políticamente correctos, acompañamientos, fines que justifican los medios y otras componendas con el mal.
Emperrarse en ecumenismos que no conducen a volver a la Iglesia y, por lo tanto, no llevan ni pueden llevar a ningún sitio.
Continuar celebrando liturgias que, en vez de dar culto a Dios, consisten básicamente en largos discursos que no dicen nada, innovaciones subjetivas de pésimo gusto, casposidades sesenteras que ya eran rancias cuando se inventaron, cantos solo superficialmente cristianos y sentimentalismos baratos.
Elegir obispos blanditos, incapaces de enfrentarse al mal y proteger a los inocentes, blandos con los lobos y duros con las ovejas, y, a menudo, sin fe.
Mantener colegios y universidades “católicos” que solo sirven para crear ateos y rencor contra la Iglesia, porque están dirigidos por gente (religiosos o no) que odia el catolicismo con todas sus fuerzas.
Confiar en que, si mantenemos un perfil bajo y nos parecemos todo lo posible al mundo, el mundo nos perdonará que seamos católicos.
Continuar construyendo iglesias horrendas que hacen perder la fe a los que acuden a ellas.
Dejar que se pierdan las costumbres y devociones tradicionales que nutrieron en la fe a tantísimos santos.
Hacer como si los hijos de esta época posmoderna y relativista fuéramos más listos y supiéramos mejor lo que es la fe que los innumerables santos, doctores y maestros que nos han precedido y cuyas sandalias no somos dignos de desatar.
Intentar justificar a la Iglesia mediante las obras sociales, como si nuestra misión no fuera señalar siempre a Cristo en lugar de nuestros propios logros.
Desgraciadamente, los frutos de estos y otros muchos negacionismos eclesiales suicidas están a la vista, pero los responsables nos aseguran que, si corremos aún más por el mismo camino, seguro que todo mejora. En fin, si Dios no lo remedia, parece que vamos a comprobar que “los negacionismos matan".
Espada de Doble Filo
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